20/4/18

Creo que el extrarradio está reaccionando de la manera equivocada al hecho de no haber sido invitado a la fiesta. Siempre que te niegan la voz, te radicalizas... Lo que sí es aberrante es que la clase media política no entienda esta ira. Hay que ser pedagógico y canalizar la ira correctamente...

"El último libro de Kiko Amat (Sant Boi de Llobregat, 1971) es un punto de inflexión en su carrera como narrador. Un punto y aparte. Antes del huracán (Anagrama, 2018) es un drama silencioso de un extrarradio con más descampados que oportunidades. Un canto a la sordidez de una comarca maltratada, el Baix Llobregat, un quiero y no puedo. Mejor dicho, un quiero y no me dejan, una comarca no invitada a las fiestas. Un grito al vacío en una habitación insonorizada. 

El drama transcurre en Sant Boi, pero podría ser Leganés, Getafe, Dos Hermanas. Qué más da. La clase obrera que se arremolina en los alrededores de las grandes urbes suele compartir rasgos. Ante la mirada altiva de los de ciudad, los otros, aquellos que sí están invitados al guateque, Amat alza la vista y mira de frente, desafiante. Orgullo extrarradial. (...)

Hablas sobre la verdad de la comarca. ¿Cuál es la verdad sobre las periferias?
 
Las periferias no son una capital de provincia, tampoco son urbes románticas. Hay una gran diferencia entre los escritores periféricos y los de ciudad: los periféricos estamos doblemente aislados del romanticismo. 

Hay un escritor al que admiro mucho, Carlos Zanón, que habla exactamente de lo que hablo yo, de la separación de lo guay de lo sórdido, de lo patético. En el caso de la gente que vivía en Barcelona, podía ir al Raval, al Tibidabo, y encontrar un poco de belleza romántica.

 Eso no nos pasa a la gente que hemos crecido en el extrarradio. No quiero que suene a competición, a ver quién es más desgraciado, pero los de la periferia siempre hemos estado doblemente jodidos. Cuando intentábamos encontrar la belleza, nos encontrábamos con otro extrarradio. 

¿Cómo te relacionas con el extrarradio ahora que vives en Barcelona?
 
La huida fue natural. Vengo de un mundo donde nadie se quedó donde estaba, quizás por eso empatizo mucho con los sureños norteamericanos, a pesar de que su contexto es distinto. Sí, entiendo mucho esa diáspora que se va de su lugar de origen pero que nunca consigue quitárselode encima, porque esa ha sido precisamente mi circunstancia. Harry Crews lo explica muy bien: se fue de Georgia, pero nunca consiguió arrancársela de dentro.

Creo que las cosas son de un sitio, no de diez. En mis otras novelas, iba y volvía a mi sitio de origen, ahora me he dado cuenta de que ese origen es el que me ha dado mis historias. Mi origen continúa vivo, existe y constituye el ayer, porque nunca ha cicatrizado. 

 De hecho, creo que la incapacidad de cicatrizar es una característica distintiva de los narradores. Mi ayer es el Baix Llobregat y mis magulladuras de infancia. Esto es lo que da relevancia a los libros: yo estuve allí ayer. No necesito hacer un gran viaje para narrarlo.

La relación con el extrarradio, y te lo digo por experiencia, es fluctuante, como las identidades. Primero sientes amor: el extrarradio es lo conocido. Luego, durante la adolescencia, sientes odio: te das cuenta de que posiblemente no puedas escapar de allí. Más tarde sientes orgullo: vuelves a él y te reafirmas, “yo soy de extrarradio”. Es una relación muy compleja.
 
Y así tiene que ser. Tienes que salir. Yo tardé treinta años en escribir Rompepistas porque era incapaz de distanciarme de lo que había vivido. Yo era triplemente raro: raro porque era particular, raro porque era de extrarradio y raro porque pertenecía a una subcultura. Éramos los raros de los raros. Para escribir novelas, tienes que estar fuera, a mi me costó mucho.

Crecer en los 80 no debía de ser nada fácil.
 
Los 80 fueron muy poco benignos. Había muy poca compasión hacia el débil, muy poco respeto hacia el nerd. Era un mundo implacable con el que era poco atlético, con el que no encajaba con los retos sociales… Ahora hay una mínima voluntad de inclusión, antes no.

 En Antes del huracán me he querido desprender de cualquier tipo de romanticismo, cosa que no conseguí hacer con mis otros libros, en los que adopté una postura orgullosa y bélica, típica de los adolescentes. Antes intentaba hacer de cualquier defecto una virtud, ahora ya no. Esto era muy común en las subculturas de pringados de los 80. Este libro es distinto: habla desde la rareza, pero sin romanticismo.  (...)

Todos mis personajes manifiestan un anhelo de encajar. Anteriormente había enarbolado la bandera del frikismo para sobrevivir, en este libro es diferente: mis personajes viven angustiados, aislados del mundo. Antes del huracán también va sobre la separación y la tristeza que provoca la incapacidad de encajar.  (...)

En los 80, en Sant Boi había mucha gente colgada, era una realidad, no estoy hablando de algo romántico, ni de historias ambientadas en Los Ángeles. Yo quería explicar la forma en que viví mi infancia y adolescencia inventándome una historia, pero con aspectos de la realidad. Mi madre trabajaba en el psiquiátrico y yo iba allí a verla, por una extraña razón pedagógica que aún no he logrado entender. Esto me daba semanas de pesadillas.

Crecí, como tú, que también eres de allí, viendo a gente rota, ¿cómo puedes pensar que algo va a salir bien? En el Sant Boi de esa época, de niño solo veías a gente que en el camino se había roto, no era agradable. En algún momento podía resultar divertido, porque algunos locos tenían delirios exquisitos, pero en general, era una situación sórdida.

[El psiquiátrico de Sant Boi se encuentra en el centro de la ciudad, y durante los años 80 y 90, los enfermos que estaban allí ingresados podían salir con regularidad a pasear por el pueblo. La interacción entre la gente de dentro del psiquiátrico y la gente de fuera era muy habitual].

Sé de qué hablas.
 
Uno de los casos que menciono en el libro, el del hombre que intenta construir un submarino de cristal en su habitación, fue un caso real, me lo contó mi madre. ¡Hostia puta! ¿Qué nivel de delirio tienes que tener para construir coherencia alrededor de algo como eso? Me alucinaba. La imposibilidad de la coherencia a veces da risa. La locura y este libro son una negación de la normalidad, un concepto que ya es absurdo. 

De hecho, diré que, en comunidades de clase obrera, siempre pasan cosas muy raras y la gente convive con ellas y las acepta. Yo me acostumbré a ver a familias desestructuradas, gritos en los bloques de pisos… Era muy habitual, y eso no es una característica de extrarradio barcelonés, es muy ibérico, europeo incluso.

La novela gira en torno a por qué hay gente que se rompe y otra que no lo hace. Escribes: “¿Por qué alguna gente permanece intacta hasta el día de su muerte pero otra se parte en pedazos mucho antes?”. ¿No crees que todos nos rompemos, pero que unos lo disimulan mejor que otros?
 
No lo sé. En otras novelas sí he planteado preguntas y las he respondido, pero no en esta. No tengo respuestas como tenía en Rompepistas. Antes del huracán es una confesión: no sé por qué la gente se rompe. En este libro he intentado desaparecer, mis ideas no están ahí. Yo solo canalizo una voz y una historia, pero mi juicio no se encuentra entre las páginas. En mis otras novelas indicaba al lector hacia dónde pensar, en esta no, porque no lo sé.  (...)

En su último libro, Ciudad Princesa, la filósofa Marina Garcés escribe “la clave de todo son los retornos. Huir es lo fácil. El reto es cómo volver sin claudicar”. Tú entras y sales del extrarradio, al que, desde siempre, pero ahora aún más con el procés, se está atacando continuamente por sus opciones políticas, básicamente su voto masivo a Ciutadans. ¿No te ofende que se mire por encima del hombro a tu extrarradio, el lugar del que vienes?
 
Evidentemente. Yo siempre he vivido en el clasismo, esto lo hemos hablado con Carlos Zanón. Nosotros éramos los que se quedaban fuera de la fiesta, los del “acompáñeme, por favor”. No lo quiero romantizar, yo soy el tío al que siempre echaron de los sitios de postín, ese era mi destino.

 He notado las miradas de condescendencia. Ante esta situación, puedes adoptar una postura u otra, dependiendo de las herramientas que tengas. Yo he tenido la suerte de tener las herramientas necesarias para que nadie me hiciese sentir inferior. El clasismo me ha hecho enfadar, pero nunca me ha hecho claudicar, sino reafirmarme en mi cultura. 

Nunca me he sentido solo. Vengo de la cultura de la autosuficiencia. Respecto a la pregunta… Creo que el extrarradio está reaccionando de la manera equivocada al hecho de no haber sido invitado a la fiesta. Siempre que te niegan la voz, te radicalizas. 

Te construyes hacia el contrario.
 
Yo entiendo la ira política del extrarradio, pero es una ira mal canalizada. Lo que sí es aberrante es que la clase media política no entienda esta ira. Hay que ser pedagógico y canalizar la ira correctamente."                 (Entrevista al escritor Kiko Amat, Queralt Castillo, El Salto, 19/04/18)

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