"Sobre el auge del populismo (...)
Shray Mehta: Muchas gracias por darme la oportunidad
de tener esta conversación. Hay varias cuestiones que deseo discutir
con usted y quisiera comenzar con algo que quizá podría darles cabida.
Creo que empezar con el tema del auge del populismo podría ser un buen
punto de partida.
El mundo está viendo un alarmante aumento en lo
que se refiere al ascenso de líderes populistas; y el patrón parece
repetirse con la suficiente frecuencia en todo el espectro sin
restringirse al norte o al sur global.
¿Cómo puede contextualizarse este
aumento del populismo como un momento histórico mundial? ¿Tiene una
dinámica sistémica allende las naciones, que se encuentra en la economía
internacional y en una crisis del capitalismo?
Nancy Fraser: El populismo se enmarca en una
dinámica mundial histórica. Es un síntoma de una crisis hegemónica del
capitalismo —o, mejor dicho, de una crisis hegemónica de la forma
específica de capitalismo en la que vivimos: globalizante, neoliberal y
financiarizada—.
Este régimen capitalista financiarizado sustituyó al
modelo anterior de capitalismo gestionado desde el estado y mermó toda
conquista previa de las clases trabajadoras. El populismo es, en gran
medida, una revuelta de estas clases en contra del capitalismo
financiarizado y de las fuerzas políticas que lo han impuesto. Para
entender dicha revuelta hay que comprender el bloque hegemónico previo
que se está rechazando.
He llamado a este bloque “neoliberalismo
progresista”. En tanto que poder dominante, el neoliberalismo
progresista se centró en los estados más poderosos del norte global,
aunque hizo avanzadillas en todas partes, incluyendo el Asia Meridional.
Son ejemplos el Nuevo laborismo de Tony Blair, el Nuevo Partido
Demócrata de Clinton, el Partido Socialista en Francia y los gobiernos
recientes del Congreso de la India.
La particularidad del
“neoliberalismo progresista” es que combina políticas económicas
regresivas y liberalizantes con políticas de reconocimiento
aparentemente progresistas.
Su política económica se centra en el “libre
comercio” (lo que significa, en realidad, el libre movimiento del
capital) y en la desregulación de las finanzas (que empodera a
inversores, bancos centrales e instituciones financieras globales para
dictar políticas de austeridad al estado por decreto y mediante el arma
de la deuda).
Mientras tanto, su vertiente de reconocimiento se centra
en la comprensión liberal del multiculturalismo, el ecologismo y los
derechos de mujeres y LGBTQ [lesbianas, gais, bisexuales, transgénero,
queer]. Plenamente compatibles con la financiarización neoliberal, estas
comprensiones son meritocráticas, esto es, no igualitarias.
Orientando
la discriminación, tratan de asegurar que unos cuantos individuos “con
talento” de “grupos infrarrepresentados” puedan llegar a la cima de la
jerarquía corporativa ¡y lograr puestos por los que les paguen como a
los hombres blancos heterosexuales de su misma clase! Lo que no se dice,
en cambio, es que mientras esta minoría “rompe el techo de cristal”,
todos los demás siguen atrapados en el sótano.
Así, el neoliberalismo
progresista articula una política económicamente regresiva con una
política de reconocimiento aparentemente progresista. La vertiente del
reconocimiento ha funcionado como coartada del lado económicamente
regresivo.
Ha facilitado que el neoliberalismo se presente como
cosmopolita, emancipatorio, progresista y moralmente avanzado —en
oposición a unas aparentemente provincianas, retrógradas e ignorantes
clases obreras—.
El neoliberalismo progresista fue hegemónico
durante un par de décadas. Presidiendo grandes incrementos de la
desigualdad, entregó gran prosperidad principalmente al 1%, pero también
al estrato de los estrato profesional directivo.
Quienes fueron
atropelladas fueron las clases trabajadoras del norte, que se habían
beneficiado de la socialdemocracia; los campesinos del sur, que
sufrieron un renovado desposeimiento por medio de deudas a escala
masiva; y una creciente precariedad urbana en todo el mundo. Lo que se
ha llamado populismo es una revuelta de estos estratos contra el
neoliberalismo progresista.
Votando a Trump, el Brexit, a Modi[1]
o al Movimiento Cinco Estrellas en Italia han manifestado su negativa a
continuar con su papel asignado de corderos sacrificados en un régimen
que no tiene nada que ofrecerles.
Shray Mehta: A
menudo hay prisa por desestimar, por “fascistas”, a los movimientos
populistas tan pronto como empiezan a articular sus demandas. Sin
embargo, si los leemos como una articulación de las preocupaciones de la
gente frente a una apatía sistémica continua, emerge una imagen más
compleja.
Por ejemplo, el ascenso de Trump se basa en cierta medida en
el apoyo de una base de votantes que se descartan rápidamente por ser
“hombres blancos racistas”, a pesar de que podrían haber votado a Obama
en las dos últimas elecciones.
En un contexto diferente, en la India,
funciona una lógica similar, rechazando el ascenso de Hindutva por
fascista, sin contextualizarlo históricamente en el marco de las
políticas neoliberales del gobierno anterior del Congreso.
En este
sentido, ¿cómo interpreta esta completa despreocupación por las
inquietudes de la gente en el discurso público, por un lado, y el
etiquetado de la reacción popular como fascista [por el otro]?
Nancy Fraser: Estoy
de acuerdo con su posición en esta cuestión. El liberalismo tiene una
larga historia en lo que se refiere a intentar deslegitimar su oposición
—estigmatizando a su oponente por, por ejemplo, “estalinista”,
“fascista”, lo que sea—. Esto es sin duda lo que está ocurriendo en la
actualidad con el término “populismo”.
Esta palabra se usa ampliamente
por los liberales para rechazar, por ilegítimas, las fuerzas populares
que se rebelan contra su mandato. Pero está en lo cierto, esta es una
táctica defensiva por parte de los defensores del neoliberalismo
progresista. Esperan resucitar su proyecto estigmatizando a la
oposición. En los Estados Unidos (EUA) andan a la búsqueda desesperada
de un nuevo líder, más atractivo que Hillary Clinton, bajo el cual
restaurar una nueva versión de neoliberalismo progresista.
Esta es la
agenda de buena parte de la “resistencia” anti-Trump. No tengo
suficiente conocimiento sobre la política india como para asegurarlo,
pero supongo que el partido del Congreso está empleando tácticas
similares con la esperanza de recuperar el poder.
Por supuesto, no
hace falta decir que no apoyo a Trump o a Modi. Sin embargo, no me
desagrada que quienes han sido jodidos por el neoliberalismo progresista
se estén alzando frente a él. En algunos casos, sin duda, la forma que
toma su revuelta es problemática.
Empleando como chivos expiatorios a
inmigrantes, musulmanes, negros, judíos y demás, a menudo no identifican
la verdadera causa de sus problemas. Pero es contraproducente
rechazarlos simplemente por ser racistas irreversibles e islamófobos.
Asumir eso desde el principio es entregar cualquier posibilidad de
ganárselos para la izquierda, sea para el populismo de izquierdas o para
el socialismo democrático.
Además, la idea de que todos estos
votantes no son otra cosa que racistas de manual no cuadra con los
datos. En los EUA, como dices, ocho millones y medio de personas que
votaron a Obama en 2012 dieron un giro y votaron a Trump en 2016.
Muchos
de estos eran clase trabajadora del cinturón industrial que sufrieron
masivamente la desindustrialización, la precarización y la mayor
epidemia de adicción a los opiáceos, orquestada por las grandes
farmacéuticas. Ellos dieron la presidencia a Trump.
En ambas
elecciones, en 2012 y 2016, votaron contra el economicsfirst neoliberal,
por Obama, quien hizo campaña desde la izquierda adoptando la retórica
del “Occupy Wall Street”; y luego, por Trump, quien hizo campaña no sólo
por un reconocimiento exclusivista, sino también por una economía
populista.
Esto da cuenta de que las cuestiones identitarias no fueron
prioritarias en la mente de estos votantes. En ese ámbito, fueron
bastante inconstantes, yendo de aquí para allá de acuerdo con las
opciones que se les ofrecían. Sin embargo, sí fueron coherentes en
rechazar la deslocalización, el “libre comercio” y la financiarización;
en apoyar la protección social, el pleno empleo y los salarios dignos.
Lo mismo ocurre, por cierto, en el Reino Unido (RU). Muchas personas de
la clase trabajadora del norte de Inglaterra que votaron por el Brexit
ahora respaldan firmemente a Jeremy Corbyn. En Francia también hubo
muchos cambios de un lado para otro entre el Frente Nacional y el
candidato de izquierdas Jean-Luc Mélenchon.
Mi planteamiento es
que todos estos votantes (¡y otros!) tienen reclamaciones legítimas
contra el neoliberalismo progresista. Lejos de desestimarlas por
racistas, la izquierda debe validarlas.
En vez de asumir que son
desesperanzadoras, debemos partir de la premisa de que muchos votantes
del populismo de derechas son en principio “ganables” para la izquierda.
Debemos seducirlos, dando credibilidad a sus quejas y ofreciéndoles un
análisis alternativo de la verdadera causa de sus problemas y una
propuesta alternativa para solucionarlos.
Shray Mehta: En
esta línea de ofrecer una explicación alternativa y una visión
alternativa, históricamente, no es la primera vez que tiene lugar este
apoyo cambiante a la izquierda y a la derecha. Sabemos que hay un
precedente histórico de esto.
La derecha es capaz de establecer una
lógica causal entre los problemas sistémicos y ciertos grupos sociales
como judíos, musulmanes o inmigrantes, para sugerir que centrándose en
ellos se solucionaría la cuestión del empleo, y esto atrae a las
personas.
Aunque la izquierda trata de intervenir, su visión se antoja
utópica para la gente. En este sentido, ¿siente que todavía permanece
cierta laguna crucial para la izquierda?
Nancy Fraser:
Sí, estoy de acuerdo. Seguramente hay una laguna programática en la
izquierda. Esto se debe en parte al final del comunismo soviético, que
tuvo el desafortunado efecto de deslegitimar no sólo aquel régimen
esclerótico, sino también las ideas del socialismo y del igualitarismo
social en general. La atmósfera resultante benefició en gran medida a
los neoliberales, a la par que intimidaba y desmoralizaba a la
izquierda.
Pero la cosa no acaba aquí. En este contexto, una
porción significativa de lo que podría haber sido la izquierda se ha
pasado al liberalismo. Sólo hay que pensar en el feminismo liberal, el
antirracismo liberal, el multiculturalismo liberal, el “capitalismo
verde” y demás.
Estas son hoy las corrientes dominantes de los nuevos
movimientos sociales cuyos orígenes eran, si no directamente de
izquierdas, al menos izquierdistas o proto-izquierdistas. Hoy, sin
embargo, carecen de la más mínima idea de una transformación estructural
o de una economía política alternativa.
Lejos de tratar de abolir la
jerarquía social, toda su postura tiene como objetivo conseguir que más
mujeres, gais y personas de color entren en las élites. Por supuesto en
los EUA pero también en otros lugares, la izquierda ha sido colonizada
por el liberalismo. (...)"
(Entrevista a Nancy Fraser , Shray Mehta
, EPW , en Sin Permiso, 21/07/2018 )
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