"El enemigo. La cultura entera se levanta en armas cuando se menciona. Los libros, la música, las exposiciones, el teatro... saben que no pueden competir con él: es su némesis.
En un gran partido, durante un campeonato europeo, no digamos un Mundial, la industria del ocio se para, abonando la inquina contra el deporte rey: despreciarlo es de buen tono en ciertos círculos artísticos y académicos.
Un juego para estúpidos jugado por estúpidos, alienante, peligrosamente populista, enaltecedor de patrioterismos y nacionalismos desaforados. Y por si esto fuera poco, megamillonario. El maldito fútbol. (...)
Pero están las excepciones: los traidores tifossi, los hinchas vendidos, los forofos renegados. Como Pier Paolo Pasolini.
“El fútbol es el único gran rito que queda en nuestra
época”. Una afirmación tan rotunda solo podía venir de un italiano
forofo, tanto, que por su Bologna (Bolonia) se enzarzaba en agrias
discusiones chiringuiteras. No solo eso; protagonizó la famosa anécdota futbolera-cinéfila del partido entre los equipos de Saló y Novecento.
Bernardo Bertolucci rodaba su superproducción a pocos kilómetros del lugar donde lo hacía quien en su día le había dado la oportunidad de comenzar en el cine como ayudante de dirección en Accatone y el pique entre ambos era manifiesto.
¿Qué mejor que medir sus fuerzas en un campo de fútbol? Pero il capitano Pier Paolo abandonó el terreno de juego a medio partido, enfurecido por la poca pasión que sus actores y técnicos pusieron en un encuentro que perdieron 5-2. No hay amistosos en el calcio.
Bernardo Bertolucci rodaba su superproducción a pocos kilómetros del lugar donde lo hacía quien en su día le había dado la oportunidad de comenzar en el cine como ayudante de dirección en Accatone y el pique entre ambos era manifiesto.
¿Qué mejor que medir sus fuerzas en un campo de fútbol? Pero il capitano Pier Paolo abandonó el terreno de juego a medio partido, enfurecido por la poca pasión que sus actores y técnicos pusieron en un encuentro que perdieron 5-2. No hay amistosos en el calcio.
El director rossoblu –tras su asesinato enterrado
con la camiseta del club de aficionados que él mismo creó– afirmaba que
el fútbol era un lenguaje específico con sus poetas y sus prosistas.
“Quien no conoce el código del fútbol no entiende el significado
de sus palabras (los pases) ni el sentido de su discurso (un conjunto
de pases)”.
Más allá de semióticas, lo que queda claro para cualquier aficionado es que el fútbol se encuentra emparentado con la épica (épos: palabra, historia, poema), la tatarabuela de todas las narraciones desde hace 3000 años; la de los dioses de la victoria y el fracaso; los héroes inventados por Homero.
Más allá de semióticas, lo que queda claro para cualquier aficionado es que el fútbol se encuentra emparentado con la épica (épos: palabra, historia, poema), la tatarabuela de todas las narraciones desde hace 3000 años; la de los dioses de la victoria y el fracaso; los héroes inventados por Homero.
Pero a pesar de tanto supuesto potencial narrativo, el
cine pocas veces ha sabido retratar con grandeza a su rival, un monstruo
tan grande que no cabe en la pantalla. Hay que cortarlo, trocearlo,
reducirlo a cliché o a chiste. En el mejor de los casos, convertir el
campo de fútbol en coliseo romano, un sugerente paisaje propicio para
que el director se luzca en una bella excusa. Como en El secreto de sus ojos (Campanella, 2009)
Cierto es que abunda el cine no narrativo sobre las
estrellas del balón, en ocasiones firmado por reputados cineastas
–trabajos en su mayoría alimenticios– casi siempre ejercicios de estilo
aburridos, destinados a los hinchas reclacitrantes, donde reparten juego
los más polémicos, como George Best o rodeados de escándalos como
Benzemá.
O un Maradona filmado por Kusturica (2008) aunque en este caso el serbio sea fan de la mano de Dios. A veces salta la chispa. En Zidane. Un retrato del siglo XXI(Gordon y Parreno, 2006) Zinedine Zidane, uno de los mejores jugadores de la modernidad, protagoniza en un ejercicio de metalenguaje improvisado reproduciendo en un Real Madrid-Villarreal su dramática expulsión –pathos y narración– durante la del final del Mundial de Alemania 2006, en una vuelta de tuerca sorprendente que deja en el aire un interrogante sobre el misterio del propio jugador, preso de la hibris de un héroe trágico.
O un Maradona filmado por Kusturica (2008) aunque en este caso el serbio sea fan de la mano de Dios. A veces salta la chispa. En Zidane. Un retrato del siglo XXI(Gordon y Parreno, 2006) Zinedine Zidane, uno de los mejores jugadores de la modernidad, protagoniza en un ejercicio de metalenguaje improvisado reproduciendo en un Real Madrid-Villarreal su dramática expulsión –pathos y narración– durante la del final del Mundial de Alemania 2006, en una vuelta de tuerca sorprendente que deja en el aire un interrogante sobre el misterio del propio jugador, preso de la hibris de un héroe trágico.
El cine de ficción se resiste aún más que el documental a
dejarse la piel en el campo. Argumentos banales, realizaciones planas o
vacías, sin atisbo de reflexión en ese lenguaje que tanto le interesaba
al poeta Pasolini. En España fue vano el intento de transmutar al
celuloide a Alfredo Di Stéfano, “la saeta rubia”, paradigma de la
estolidez de la mayoría de estrellas deportivas, incapacitadas para
expresarse más allá de un regate o un gol de volea, demostrando la
dificultad que entraña ponerse delante de una cámara: no todo el mundo
puede ser actor de cine, como no todo el mundo puede ser deportista
profesional.
Caso aparte representa Eric Cantona: el internacional francés desarrolla una carrera como intérprete en grandes producciones e incluso con Ken Loach en Buscando a Eric (2009). Rara avis además por ser un conocido activista -no por casualidad: su abuelo español fue un exiliado de la República- a favor de los refugiados, contra las políticas de recortes europeas y los excesos del sistema bancario. Seguro que a Pasolini le hubiera gustado jugar un partidillo con él.
Caso aparte representa Eric Cantona: el internacional francés desarrolla una carrera como intérprete en grandes producciones e incluso con Ken Loach en Buscando a Eric (2009). Rara avis además por ser un conocido activista -no por casualidad: su abuelo español fue un exiliado de la República- a favor de los refugiados, contra las políticas de recortes europeas y los excesos del sistema bancario. Seguro que a Pasolini le hubiera gustado jugar un partidillo con él.
Hay excepciones: Evasión o Victoria (1981) resulta una divertidísima obra menor de John Huston, en la que Ardiles, Pelé, Van Himst y Bobby Moore meten goles a la selección nazi en plena segunda Guerra Mundial, capitaneados por un Michael Caine que, como buen inglés, incluso se defiende con el balón.
El guión se inspiró en el “Partido de la Muerte” jugado en 1942 entre ucranianos prisioneros y una selección de la Werhmacht arbitrados por un oficial de las Waffen-SS, en la que los primeros golearon a los segundos a sabiendas de lo que supondría: tortura, deportación y muerte. De nuevo heroísmo, pathosy épica.
La pelota golpea a la cámara, revelando que el juego más popular es a la vez tan simple y tan enorme –la clave de su universalidad– como imposible de captar. Porque, ¿puede contar el fútbol más allá de sí mismo? Gracias a las reivindicaciones feministas y a la mirada de cineastas no occidentales, encontramos unas cuantas goleadas a los tópicos y convenciones del imaginario futbolístico.
La película de la cineasta angloindia Gurinder Chada Quiero ser como Beckham,
verdadero blockbuster en su modesto presupuesto, se atreve a competir
con unos cuantos tabúes, de esos que hacen temblar a los “largueristas” y
forococheros: el feminismo, el intercambio entre culturas y la
necesidad de acabar con los prejuicios que coartan la libertad, el
placer, la búsqueda de la felicidad.
Mucho más difícil que la muchacha sij de la película británica lo tienen las chicas de Offside, de Jafar Panahi, Oso de plata de Berlín, 2006. La cinta fue prohibida en Irán, donde las mujeres tienen prohibido asistir a los partidos de fútbol para “protegerlas” del lenguaje obsceno y el peligro que para su decencia supone estar rodeada de hombres desenfrenados.
Offside es un verdadero canto de amor al fútbol como instrumento de igualdad y de libertad contado a través de la peripecia de un grupo de chicas vestidas con ropa de hombre para poder colarse en un partido de la selección iraní contra la de Bahrein.
Detenidas por soldados que hacen la mili, pasan el partido encerradas en el exterior del estadio, en un precioso ejercicio de fuera de campo -por partida doble- en el que el represaliado Panahi muestra la hipocresía de las autoridades iraníes para con las mujeres.
Mucho más difícil que la muchacha sij de la película británica lo tienen las chicas de Offside, de Jafar Panahi, Oso de plata de Berlín, 2006. La cinta fue prohibida en Irán, donde las mujeres tienen prohibido asistir a los partidos de fútbol para “protegerlas” del lenguaje obsceno y el peligro que para su decencia supone estar rodeada de hombres desenfrenados.
Offside es un verdadero canto de amor al fútbol como instrumento de igualdad y de libertad contado a través de la peripecia de un grupo de chicas vestidas con ropa de hombre para poder colarse en un partido de la selección iraní contra la de Bahrein.
Detenidas por soldados que hacen la mili, pasan el partido encerradas en el exterior del estadio, en un precioso ejercicio de fuera de campo -por partida doble- en el que el represaliado Panahi muestra la hipocresía de las autoridades iraníes para con las mujeres.
Aún queda mucho por contar, como la homosexualidad en los vestuarios,
uno de los grandes tabúes de un deporte que hasta hace poco era el
paradigma de la masculinidad más rancia y que el auge del fútbol
femenino ha puesto en entredicho.
Y más allá de documentales hagiográficos, la historia de los futbolistas europeos de origen africano o antillano, como los integrantes de las selecciones de Bélgica y Francia.
Salidos de las banlieue, de las barriadas, con el deporte más barato como único ascensor social, odiados por los lepenistas, por los racistas y ultraderechistas cada vez más fuertes en toda Europa, estas estrellas del deporte proyectan su imagen más allá de los campos de juego hasta llegar a quienes caen en el Mediterráneo huyendo de la guerra, de la miseria o son cercados como sospechosos de terrorismo.
Estos triunfadores sí pueden celebrar para el mundo entero aquello que es propio de todos los seres humanos: la libertad en el juego, en el disfrute y la diversión. Cosas muy serias, como el fútbol." (Pilar Ruiz, CTXT, 18/07/18)
Y más allá de documentales hagiográficos, la historia de los futbolistas europeos de origen africano o antillano, como los integrantes de las selecciones de Bélgica y Francia.
Salidos de las banlieue, de las barriadas, con el deporte más barato como único ascensor social, odiados por los lepenistas, por los racistas y ultraderechistas cada vez más fuertes en toda Europa, estas estrellas del deporte proyectan su imagen más allá de los campos de juego hasta llegar a quienes caen en el Mediterráneo huyendo de la guerra, de la miseria o son cercados como sospechosos de terrorismo.
Estos triunfadores sí pueden celebrar para el mundo entero aquello que es propio de todos los seres humanos: la libertad en el juego, en el disfrute y la diversión. Cosas muy serias, como el fútbol." (Pilar Ruiz, CTXT, 18/07/18)
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