"En una época donde el nacionalismo ocupa de nuevo titulares, el periodista César Cervera
(Candeleda, Ávila, 1988) ha decidido ahondar en las raíces del relato
nacional. En su último libro, ‘Superhéroes del imperio’, habla de
algunos de los nombres que ocupan el callejero, pero sobre todo, que
articulan la historia de España.
En su ensayo, los datos históricos se
entremezclan con medias verdades, mentiras o exageraciones, un cóctel
que destapa cómo se construyen los héroes de la nación española:
sacrificando a la persona para esculpir un personaje que le sobreviva.
Este
autor tiene la capacidad de sumergir al lector veterano en la corte de
toda una saga monárquica, como hizo en su anterior libro ‘Los Austrias:
el Imperio de los chiflados’, o acercar a los adolescentes a la alcoba
de Diego García de Paredes, como ocurre en ‘Superhéroes del imperio’ (Esfera, 2018).
En el 12 de octubre, día de la Fiesta
Nacional de España o del genocidio americano, según quien salga a la
calle, nos sentamos con este periodista a charlar sobre cómo se crean
los mitos que sostienen las naciones, el resurgir del nacionalismo o los
mecanismos para explicar esa “novela” en la que los cronistas y
divulgadores convierten la Historia.
— García de
Paredes, Pizarro, la Monja Alférez… En tu libro narras cómo se
construye un héroe nacional, ¿cuáles son los ingredientes?
— En
el periodo que trata el libro, del siglo XVI al XIX nos encontramos con
un país que tiene unas necesidades militares muy importantes, donde
todo lo militar estaba especialmente reverenciado. Pasaba lo mismo con
los exploradores o los funcionarios de la Corona. También ocurría con
los pintores, poetas… Es una fascinación que corresponde únicamente a la
época a la que viven. Los niños entonces querían ser militares para
salir de la pobreza.
— ¿Cuáles son los héroes actuales y cómo se construyen?
— Las
personas a las que admiramos en la actualidad tienen en común algunas
cosas con la época en la que se centra el libro. Primero, que cumplen
una función pública importante en la estructura social, como por
ejemplo, un bombero, que arriesga su vida por los demás, o un
científico, que está contribuyendo con sus avances a mejorar la
sociedad. Hoy la humanidad también cree ciegamente en el arte y la
tecnología.
—¿Qué función tiene un superhéroe?
— Los
héroes siempre son figuras que se exponen como una especie de ciudadano
modélico, son lo que el Estado o la sociedad quieren exponer como el
gran ejemplo. A esos personajes, que realmente existen, como los
militares o exploradores, se les mitifica para que puedan sobrevivir a
lo largo del tiempo.
Es un mecanismo que permite que la leyenda
trascienda al humano que hay detrás. En definitiva, sirven para que
perduren determinados modelos sociales. En las crónicas del siglo XVI,
se exagera la figura de García de Paredes, se le convierte en un gigante
con fuerza sobrehumana para que la gente conozca su historia y más
personas quieran ser como él. Son los protagonistas del relato nacional.
— ¿Seguimos creando héroes y mitificando personajes?
— Sí,
aunque tiene que pasar un poco de tiempo. A cualquier hecho histórico,
según pasan los años, le empiezan a rodear una serie de mitos, leyendas
urbanas, datos falsos o información que se sobreentiende sobre ese
hecho y que sería muy fácil de desacreditar.
— ¿La Transición y Adolfo Suárez podrían ser un buen ejemplo de proceso de mitificación contemporánea?
— Sí,
Adolfo Suárez acabó con unos índices de popularidad bajos y con los
medios de comunicación en contra. Con el tiempo, la prensa se ha
reconciliado con él, le tiene como un héroe y ha escondido algunos
hechos más incómodos de su currículum, como que fue secretario general del Movimiento. No
era un cargo técnico, sino político.
La gente quiere creer que la
Transición se produjo sin violencia y sin sobresaltos, pero fue un
proceso mucho más complicado. En cualquier caso, si conoces el siglo XIX
y XX español te das cuenta de que la estabilidad institucional
realmente es una anomalía en la historia de España y por eso merece
elogios lo que se logró con la Transición. La mitificación es una forma
de blindar el hecho histórico para que siga recordándose en términos muy
elogiosos.
— ¿Entonces la mitificación exige un consenso social?
— Sobre
todo, las ganas de una sociedad de creer en algo. Todos los mitos
suelen estructurar un relato nacional más grande. Cuando quieres
simplificar la historia, la intentas contar como una gran novela, en la
que después del malvado Franco viene el amanecer democrático. Los
procesos suelen ser más complejos, sobre todo, porque las dinámicas
españolas suelen ir con las del resto de Europa.
En esta gran novela hay
personajes, héroes y villanos. Es esa historia oficial con la que la
gente se suele quedan. Todos conocen al Cid Campeador, pero pocos saben
más sobre la Edad Media.Suele calar mucho más la ficción y la realidad novelada.
—En
época de inmediatez, donde todos los errores quedan registrados en
Google y las redes sociales lo aceleran todo, ¿pueden sobrevivir los
iconos actuales a lo largo del tiempo?
— Sí,
y creo que las redes sociales contribuyen mucho a que se acelere el
proceso de mitificación. Lo convierten todo en algo más intenso. El
problema de Twitter es que todos los días parece que ha sucedido algo
trascendental, pero la Historia nos demuestra que lo trascendental
ocurre cada 10 años, al menos, los acontecimientos que serán recordados
dentro de un siglo. Por eso acelera los procesos de mitificación. En una
semana se puede mitificar un hecho.
— ¿Y ayudan a derribar mitos también?
— Eso
es más complicado porque las redes sociales contribuyen mucho a la
desinformación. Lo más importante para un mito no es que aparezcan diez
artículos diferentes, sino que se destaque el que verdaderamente explica
las cosas bien. La prueba es el efecto llamada de la migración. Es un
mito que se repite, a pesar de que hay decenas de artículos que lo
desmienten, pero Twitter no va a contribuir a destruirlo. La información
veraz está ahí, pero mezclada con otras tóxicas y a veces no es fácil
distinguirlas.
— Macron proponiendo una “mili
cívica”, Trump reforzando los aranceles… Parecía que con la
globalización la nación pasaba a un segundo plano, ¿veremos en los
próximos años un renacimiento de la utilidad de la nación?
— Creo
que lo estamos viendo ya. Pensar que los argumentos de la globalización
o del relato europeísta podía sustituir a los de la nación era ser un
poco crédulo. En España, a partir de la Transición se plantea que se
abandone un relato basado en sentimientos en el que se movía el
nacionalismo tradicional y se empieza a confeccionar otro basado en la
identidad europea, la modernidad y en la idea de dejar atrás el pasado.
Por tanto, el país se plantea en la Transición abandonar ese relato
nacional que considera casposo y que una parte de España no acepta.
Alemania hizo lo mismo tras darse cuenta de que cada vez que se ha
despertado el nacionalismo alemán ha sido muy agresivo y no ha tenido
buenas consecuencias. Al final esos proyectos europeístas o
constitucionalistas han resultado un relato endeble cuando lo enfrentas a
otros grupos populistas o interesados en despertar el relato
nacionalista. El nacionalismo es durísimo y tiene una fuerza de
atracción tremenda.
Lo
mismo ocurre con Catalunya. Estamos hablando de que hay que confrontar
el relato de los sentimientos catalanes con el argumento de que tienen
que permanecer en España para permanecer en Europa. Es muy endeble. Son
argumentos técnicos que pretenden contrarrestar argumentos
sentimentales. El relato europeo es un poco frío. Te dicen ‘si no te
sientes europeo, no importa, mira el dinero y la prosperidad’. El relato
de los nacionalismos, tanto de Catalunya como en otras zonas, dice
precisamente que lo importante es la libertad y la tierra, cosas abstractas pero muy poderosas.
—¿Entonces el relato europeo que nos transmitieron no estaba bien cimentado?
— No
es que no esté bien cimentado, es que es David contra Goliat. El relato
nacional ha funcionado para cohesionar la sociedad en los últimos
siglos. Pensar que no resurgiría el nacionalismo era ser bastante
crédulo.
— Viendo el último siglo de historia, ¿puede la izquierda española construir un relato con el concepto de nación como centro?
— La
historia demuestra que lo que pasa en Europa pasa en España, aunque a
diferentes ritmos y salvo excepciones. En el siglo XIX se plantea cómo
estructurar las naciones. Se crean escuelas, ferrocarriles, un ejército
profesional… todo lo que cohesiona el país y, junto a ello, se va
confeccionando el relato nacional.
En esa ‘novela’, las fuerzas
progresistas y las conservadoras estaban de acuerdo en muchos
postulados. Cada uno se lo llevaba a su terreno. Los conservadores
decían que España era católica en esencia y los progresistas destacaban
su perfil democrático, incluso en la Edad Media. Por ejemplo, los
comuneros dijeron que en Castilla, antes de los Austrias, había
estructuras predemocráticas.
Llegó
la Guerra de Cuba y España se plantea que el relato que estaba contando
ya no era válido. Estaban narrando una historia de éxito y acababan de
perder un imperio, así que lo reinventaron. En el siglo XX se intenta
relanzar el relato y pasa algo anómalo: una Guerra Civil lo interrumpe y
uno de los bandos trata de imponer un relato nacional absoluto y propio
al otro. El franquismo barrió todo origen republicano y destacó el
carácter católico de España sobre todas las demás cosas. También
resaltaba hechos como la expulsión de los musulmanes, mientras que en el
siglo XIX sí se valoraba la herencia cultural musulmana como un factor
romántico.
A partir de la Guerra Civil, una parte de España desconecta
del relato nacional y desde entonces la izquierda no ha sentido España
como propia. Considera que los símbolos como el himno o la bandera son
ajenos a ella y no los acepta. Es la interrupción de una tendencia
histórica. Es muy difícil que la izquierda aprecie esos símbolos.
— ¿Y la Transición no fue capaz de soldar de nuevo ese relato roto?
— No,
y además las fuerzas conservadoras tuvieron cierta responsabilidad. No
han intentado implicar al resto en ese concepto de España. Tanto
izquierda como derecha han echado un velo sobre el relato nacional y han
preferido centrarse en el relato europeísta, moderno, autonómico. Han
preferido olvidar su historia y engrandecer la Transición.
— Usted
escribe mucho sobre el Imperio español, una referencia que utiliza para
la derecha, ¿dónde están las referencias de la izquierda antes de 1936?
— A
la izquierda le cuesta mucho asumir los héroes militares y también
rechaza el concepto de imperio español después de que Franco se erigiera
heredero de él. Pero no tiene ningún problema con los héroes
culturales, ese sí que es un consenso que crea relato nacional.
Cervantes, Velázquez o Picasso son reconocidos por todos y forman un
espacio común para izquierda y derecha. Sin embargo, hay que exigirle a
la izquierda que entienda a estos héroes en todo su contexto. Cervantes
era militar, no solo escritor.
— Menciona a dos episodios referencia para la izquierda: los comuneros y el levantamiento de Riego.
— En
el caso de las fuerzas progresistas tienen muchos episodios donde
España ha sido pionera y de los que pueden sentirse orgullosas si se
esfuerzan en conocer lo que ha sido nuestra historia. Por ejemplo, León
es la cuna del parlamentarismo, tal y como ha reconocido la UNESCO. El
episodio de los comuneros también es paradójico. Ellos le venían a
recordar a Carlos V que España no era como las monarquías europeas, que
no le daban ningún papel al pueblo. Ellos creían que el Rey tenía que
obedecer a las Cortes.
El propio relato nacional reconocía la expulsión
de los judíos como un error porque se consideraba que su cultura también
era parte de España. También se puede destacar que Salamanca fue la
cuna de las leyes internacionales. Desde su universidad se plantearon
cuestiones y se reflexionó sobre si unos países tenían derecho a
conquistar a otros. Eso nadie lo había planteado hasta ese momento
porque las tierras se conquistaba por derecho divino." (Entrevista a César Cervera, Sara Montero, Cuarto Poder, 12/10/18)
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