"A los diez años me becaron para ir a un internado escolar diseñado para los multimillonarios de
Massachusetts. Viví entre los estadounidenses más ricos durante ocho
años. Escuché sus prejuicios y sufrí sus complejos de
superioridad. Insistían en que eran privilegiados y ricos por
consecuencia de su inteligencia y talento.
Experimentaban un desprecio
burlón por los que se situaban en una escala inferior a ellos en estatus
material y social, incluyendo en tal desprecio también a los
estudiantes de clase media y alta. La mayoría de los multimillonarios
carecían de empatía y compasión. Se autoblindaban para molestar,
intimidar e insultar a cualquier inconformista que desafiara o no
encajara en su mundo de egolatría.
Era imposible entablar una amistad con la mayoría de
los hijos de estos multimillonarios. La amistad según ellos venía
definida por un “¿qué hay para mí?” Y desde el momento de su nacimiento
estaban rodeados por personas que satisfacían sus deseos y
necesidades.
Eran reacios a comunicarse con cualquier persona que
estuviese en apuros -pero si ellos tenían algún pequeño capricho o
problema, les dominaba hasta tal punto que cualquier sufrimiento
terrible en los demás parecía inexistente, y esto pasaba también
incluso con sus propios familiares-.
Solo sabían cómo recibir. Ignoraban el concepto de dar. Se habían deformado y vagaban en un estado de infelicidad profunda, presos de un narcisismo insaciable.
Es esencial entender las patologías de los multimillonarios. Porque
han amasado el poder político mundial. Estas patologías describen a los
Donald Trump, sus hijos, los Brett Kavanaughs y los multimillonarios
que dirigen la administración. Los súper ricos son incapaces de ver el
mundo desde una perspectiva que no sea la suya.
Las personas que los
rodean, incluidas las mujeres de las que estos hombres se aprovechan,
son objetos diseñados para satisfacer deseos momentáneos o ser
manipulados. Los súper ricos son casi siempre amorales.
Correcto. Equivocado. Verdad. Mentira. Justicia. Injusticia. Estos
conceptos se sitúan en otra esfera para ellos. Simplemente, lo que les
beneficia o les satisface es bueno. Lo que no sirve a sus fines, debe
ser destruido.
La patología de los multimillonarios es lo que permite
a Trump y su imberbe yerno, Jared Kushner, conspirar con el dictador
suadí Mohammed bin Salman, otro producto del nepotismo y del poder
ilimitado, para encubrir el asesinato del periodista Jamal Khashoggi,
con quien trabajé en Oriente Medio.
Los súper ricos disfrutan la vida blindados por la riqueza que heredan de generación en generación,
acomodados en un poder inexorable al que contribuyen hordas de
conseguidores, incluidos otros miembros del club de los súper ricos,
además de abogados y publicistas.
Casi nunca hay consecuencias derivadas
de sus errores, abusos, maltratos y crímenes. Esta es la razón por la
que el príncipe heredero saudita y Kushner se han aliado. Son
los homúnculos que rutinariamente engendran los súper ricos.
El gobierno de los multimillonarios es, por esta razón, aterrador. No conoce límites. Nunca han acatado las normas de la sociedad y nunca lo harán.
Nosotros pagamos impuestos, ellos no. Nosotros nos esforzamos con el
sudor de nuestra frente para estudiar en una universidad prestigiosa o
conseguir un empleo, ellos no. Nosotros pagamos por nuestros errores,
ellos no. Nosotros somos condenados por los crímenes que cometemos,
ellos no.
Los súper ricos viven en una burbuja artificial, en
una tierra llamada “Billionare-land”, en lugares con “Frankenmansions” y
aviones privados, totalmente alejados de la realidad. La riqueza, tal y
como yo la veo, no solo se perpetúa a sí misma sino que se emplea para
monopolizar las nuevas oportunidades de creación de riqueza. La movilidad social de los pobres y la clase trabajadora es en gran medida un mito.
Los súper ricos practican una especie de acción afirmativa,
catapultando a mediocridades masculinas y blancas como Trump, Kushner y
George W. Bush a escuelas de élite que preparan a la plutocracia para
obtener posiciones de poder. A los súper ricos nunca se les fuerza a
crecer. A menudo son infantilizados de por vida, se quejan de lo que
quieren y casi siempre lo consiguen. Y esto los hace muy, muy
peligrosos.
Los teóricos políticos, desde Aristóteles y Karl Marx
hasta Sheldon Wolin, han advertido de los peligros del gobierno de los
multimillonarios. Una vez que los súper ricos toman el control, escribe
Aristóteles, las únicas opciones son la tiranía y la revolución. No
saben cómo cimentar o construir.
Sólo saben cómo alimentar su avaricia
sin fondo. Es curioso lo de los súper ricos: no importa cuántos miles de
millones posean, nunca tienen suficiente. Son los fantasmas hambrientos
del budismo. Buscan, a través de la acumulación de poder, dinero y objetos, una felicidad inalcanzable.
Esta vida de deseos infinitos a menudo termina mal, con los súper ricos
separados de sus cónyuges e hijos, desprovistos de verdaderos amigos. Y
cuando terminan yéndose, como escribió Charles Dickens en “Cuento de
navidad”, la mayoría de las personas se alegran de haberse desembarazado
de ellos.
Wright Mills, uno de los mejores analistas de las patologías de los súper ricos, escribió en “La élite del poder”:
“Explotaron
los recursos nacionales, promovieron guerras económicas entre ellos, se
fusionaron, amasaron capital privado fuera del dominio público y utilizaron todos y cada uno de los métodos para conseguir sus fines.
Llegaron a acuerdos con empresas ferroviarias para compensar deudas
tributarias; compraron periódicos y editores; aniquilaron empresas
competidoras e independientes y emplearon abogados de habilidad y
reputación como hombres de estado para defender sus derechos y asegurar
sus privilegios. Hay algo demoníaco en estos señores de la creación; No
es simplemente retórica llamarlos barones ladrones.”
El capitalismo corporativo, el que ha destruido
nuestra democracia, ha otorgado poder sin control a los súper ricos. Y
una vez se entienden las patologías de estas elites oligárquicas, es
fácil trazar el futuro.
El aparato estatal a cuyo frente se encuentran los súper ricos ahora sirve exclusivamente a sus intereses.
Es sordo a los gritos de los desposeídos. Empodera a aquellas
instituciones que nos mantienen oprimidos -los sistemas de seguridad y
vigilancia de control doméstico, la policía militarizada, Seguridad
Nacional y militares- y destruyen o degradan aquellas instituciones o
programas que mitigan la desigualdad social, económica y política, entre
ellas la educación pública y la salud, el estado del bienestar, la
seguridad social, un sistema fiscal equitativo, cupones de alimentos,
transporte público e infraestructura, o los tribunales.
Los súper ricos
extraen cada vez mayores sumas de dinero de aquellos que empobrecen
constantemente. Y cuando los ciudadanos protestan o se resisten, son
eliminados.
Los multimillonarios se preocupan desmesuradamente por
su imagen. Están obsesionados con mirarse a sí mismos. Son el centro de
su propio universo. Hacen todo lo posible por crear personas ficticias repletas de virtudes y atributos inexistentes.
Es por esto por lo que los súper ricos llevan a cabo escenificaciones
filantrópicas. La filantropía les permite participar en la fragmentación
moral.
Ignoran la miseria moral de sus vidas, a menudo definida por el
tipo de degeneración y libertinaje que los súper ricos insisten en
señalar como la maldición de los pobres, para presentarse a sí mismos
como los promotores de pequeños actos de caridad a fin de caracterizarse
como personas bondadosas y benéficas. Los que pinchan y desinflan el
globo esta imagen, como Khashoggi hizo con Salman, son especialmente
odiados.
Y es por esto que Trump, como todos los súper ricos, ve en la
prensa crítica el enemigo. Es por esto que Trump y el entusiasmo de
Kushner por conspirar para ayudar a encubrir el asesinato de Khashoggi
es ominoso. Las incitaciones de Trump a sus partidarios -quienes ven en
él la omnipotencia que les falta y anhelan lograr- para llevar a cabo
actos de violencia contra sus críticos, se encuentran tan solo unos
pocos pasos por detrás de los matones del príncipe heredero que
desmembraron a Khashoggi con una sierra para huesos.
Y si crees que
Trump solo está bromeando cuando sugiere que la prensa debería ser
tratada violentamente, entonces no entiendes nada sobre los súper ricos.
Harán lo que pueda, incluso asesinar. Él, como la mayoría de los súper
ricos, carece de conciencia.
Los más ilustrados multimillonarios, los de East
Hamptons y Upper East Side, en el reino donde Ivanka y Jared jugueteaban
en el pasado, juzgan al presidente torpe y vulgar. Pero esta distinción
es de estilo, no de sustancia. Donald Trump
puede ser una vergüenza para los adinerados graduados de Harvard y
Princeton en Goldman Sachs, pero sirve a los súper ricos tan asiduamente
como lo hacen Barack Obama y el Partido Demócrata.
Esta es la
razón por la que los Obamas, como los Clinton, se han incorporado al
panteón de los súper ricos. Es por lo que Chelsea Clinton y Ivanka Trump
eran amigas íntimas en la infancia. Vienen de la misma casta.
No hay ninguna fuerza dentro de las instituciones
gobernamentales para detener el saqueo de los súper ricos de la nación y
el ecosistema. Los multimillonarios no tienen nada que temer de los
medios de comunicación controlados por las corporaciones, los
funcionarios electos que financian o el sistema judicial que han tomado.
Las universidades son apéndices institucionales patéticos.
Silencian o destierran a los críticos intelectuales que molestan a los
principales donantes al desafiar la ideología imperante del
neoliberalismo, la misma que fue formulada por los adinerados para
restaurar el poder de clase. Los súper ricos han destruido movimientos
populares, incluidos los sindicatos de trabajadores, o mecanismos
democráticos de reforma que en el pasado permitían a los trabajadores
enfrentarse al poder. El mundo es ahora su patio de recreo.
En “La condición posmoderna”, el filósofo Jean-François Lyotard
dibujó un cuadro del futuro orden neoliberal como uno en el que “el
contrato temporal” suplanta a las “instituciones permanentes en los
dominios profesional, emocional, sexual, cultural, familiar e
internacional, así como en los asuntos políticos.” Esta relación
temporal con las personas, las cosas, las instituciones y el mundo
natural garantiza la autoaniquilación colectiva.
Nada para los súper
ricos tiene un valor intrínseco. Los seres
humanos, las instituciones sociales y el mundo natural son productos que
se pueden explotar para obtener ganancias personales hasta el
agotamiento o el colapso. El bien común, como el consentimiento
de los gobernados, es un concepto muerto. Esta relación temporal
encarna la patología fundamental de los súper ricos.
Los multimillonarios, como escribió Karl Polanyi, celebran el peor tipo de libertad:
la libertad “para explotar a los demás, o la libertad para obtener
ganancias desmedidas sin un servicio comparable a la comunidad, la
libertad de evitar que los inventos tecnológicos se utilicen para el
beneficio público, o la libertad de lucrarse de calamidades públicas
diseñadas secretamente a tal fin”.
Al mismo tiempo, como señaló Polanyi,
los súper ricos hacen la guerra a la “libertad de conciencia, la
libertad de expresión, la libertad de reunión, la libertad de
asociación, la libertad de elección del propio trabajo.”
Las oscuras patologías de los
súper-ricos, idolatradas por la cultura y los medios de comunicación de
masas, se han convertido en las nuestras. Hemos ingerido su
veneno. Los multimillonarios nos han enseñado a celebrar las malas
libertades y denigrar las buenas. Observa cualquier mitin de Trump.
Mira
cualquier reality show de televisión. Examina el estado de nuestro
planeta. Repudiaremos estas patologías y nos organizaremos para
destronar a los multimillonarios del poder o ellos nos transformarán en
lo que de hecho ya han conseguido que seamos: su herramienta." (Artículo de Chris Hedges publicado originalmente en inglés en Truthdig , en El captor, 22/10/18)
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