"(...) Como ocurrió en el siglo XX con el comunismo, el término
populismo en el siglo XXI es utilizado en la narrativa política y
mediática de las instituciones que reproducen las estructuras de poder
político y mediático (así como de los poderes económicos y financieros
que las sustentan) para definir cualquier movimiento o partido que
cuestione su poder, su legitimidad y las políticas públicas neoliberales
que han estado imponiendo a la población de los países a los dos lados
del Atlántico Norte: Europa y Norteamérica. (...)
Cuáles son los elementos que tienen en común estos movimientos
Aunque variados, la gran mayoría de partidos llamados populistas tienen algunos puntos en común. Uno
de ellos es su oposición clara a la globalización e integración
económica y a la homogeneización cultural y política que ellas conllevan
y que es percibida como una amenaza a su propia identidad nacional.
Este sentimiento aparece en muchas formas y dimensiones. Pero en todas
ellas hay un nacionalismo que es definido por los establishments
político-mediáticos responsables de tal globalización como “retrógrado”,
“provinciano”, “proteccionista”, “antimoderno”, “anticuado”,
“irracional”, “insolidario”, “chauvinista” y un largo etcétera. Se intenta demonizar, con ello, a dicho nacionalismo, oponiéndolo a un supuesto internacionalismo modernizador y progresista.
Este deseo de recuperación de la identidad y control de las
condiciones y recursos nacionales característicos del sentimiento
nacionalista se basa primordialmente (aunque no exclusivamente) en la
identificación de la globalización con el descenso de la calidad de vida
y bienestar de las clases populares que ha ocurrido como consecuencia
de tal globalización.
Su nacionalismo es una respuesta lógica y
previsible a su percepción de que dicha globalización es responsable
del malestar en el que viven. De ahí que su rechazo a la globalización y a las instituciones y partidos que la promueven sea el que genere su nacionalismo.
Miles de ejemplos así lo muestran. Uno de los más recientes es lo
ocurrido en Baltimore, EEUU. El barrio obrero blanco de Dundalk (el
barrio de los trabajadores de la siderurgia de tal ciudad) votó
masivamente al candidato antiglobalización Trump, que denunció el
traslado de los altos hornos del acero (uno de los mayores centros de
empleo de la ciudad) a países con salarios más bajos y peores
condiciones de trabajo, en contra de la candidata Hilary Clinton, que
apoyó la globalización.
Y ello ocurrió a lo largo de la mayoría de
barrios obreros de EEUU. Un tanto semejante ocurrió en gran parte de los
países de la Unión Europea. La evidencia empírica existente de
que la movilidad de capitales a países con salarios bajos ha dañado
sustancialmente el nivel de vida de la clase trabajadora de los países
del capitalismo desarrollado del Atlántico Norte es abrumadora y
convincente.
Y también es abrumadora y convincente la evidencia que
muestra que aun siendo la inmigración un factor positivo para los países
capitalistas desarrollados, esta puede implicar unos costes (como la
bajada de salarios) para sectores vulnerables de las clases populares
que explican su rechazo.
La mayoría de los movimientos populistas son hostiles hacia los establishments políticos y mediático neoliberales
De ahí que el rechazo a la globalización e integración económica por
parte de los partidos llamados populistas vaya acompañado de otra
característica, la de ser movimientos antiestablishments, y muy
en particular de los establishments políticos y mediáticos, a los cuales
se considera responsables de la imposición de las políticas
neoliberales, incluyendo la globalización. Su propuesta política se
define como la defensa “de los de abajo” – el pueblo – frente “a los de
arriba”, las élites políticas responsables de dicha globalización.
Todo ello explica la tercera característica: el protagonismo de amplios sectores de la supuestamente desaparecida clase trabajadora entre las bases de estos movimientos.
Tanto en EEUU como en el Reino Unido o en Suecia (países que creo
conocer bien por haber vivido en ellos durante muchos años), así como en
Francia y en Alemania entre muchos otros, grandes sectores de su clase trabajadora que habían votado a las izquierdas votan hoy a partidos populistas.
Naturalmente que tales sectores no son los únicos votantes de estos
partidos (ni tampoco son, en ocasiones, la mayoría de tales votantes),
pero juegan un papel clave y central en estos movimientos antiestablishment populistas.
En EEUU la clase trabajadora blanca (que es la gran mayoría de la clase
trabajadora de aquel país) fue determinante en la elección del
candidato Trump a la presidencia de EEUU. Lo mismo ocurrió en el Reino
Unido, donde la clase trabajadora británica fue el eje del movimiento a
favor del Brexit, que era un movimiento de protesta frente al
establishment político y mediático de la UE.
En Suecia, hace unas
semanas, grandes sectores de la clase trabajadora votaron al partido
llamado populista de ultraderechas (Demócratas de Suecia). En Francia,
el cinturón rojo de París votó a Le Pen, y en Alemania el espectacular
declive de la socialdemocracia ha ido acompañado – como ha ocurrido en
la mayoría de países de la UE – de la expansión de partidos llamados
populistas.
¿Por qué están creciendo estos movimientos? Las políticas
neoliberales promovidas por los establishments político-mediáticos son
la principal causa
Definir, sin más, a estos movimientos como chauvinistas y
antiinmigrantes, atribuyendo su expansión a su supuesto racismo y
oposición a la inmigración, es no entender lo que está detrás de estos
sentimientos, pues estos sentimientos (que sí existen en varios
de estos movimientos) son síntomas, no causas, de la aparición y
extensión de tales movimientos.
La causa real de su crecimiento es ni
más ni menos que el enorme deterioro de las condiciones de vida de las
clases populares en general, y de la clase trabajadora en particular, en cada uno de estos países, deterioro que se ha ido produciendo desde los años ochenta a ambos lados del Atlántico Norte.
Y
ello como consecuencia de la aplicación de las políticas neoliberales
–que alcanzó su máxima expresión con el estallido de la Gran Recesión-,
medidas que los políticos gobernantes neoliberales crearon
deliberadamente a fin de derrotar al mundo del trabajo, lo cual han
conseguido (ver mi libro Ataque a la democracia y al bienestar. Crítica al pensamiento económico dominante. Anagrama, 2015). Los datos hablan por sí mismos.
Las rentas del trabajo (las rentas derivadas, primordialmente, del trabajo, es decir, de los salarios) han ido disminuyendo en la mayoría de países a los dos lados del Atlántico Norte desde la aplicación de tales políticas (iniciadas a finales de los años setenta y principios de los ochenta), mientras que las rentas del capital han ido creciendo.
Concretamente, en la década de 1970, la participación de los salarios
en términos de compensación por empleado fue: en EEUU del 70% del PIB;
en los países que serían más tarde la UE-15, este porcentaje era el
72,9%; en Alemania un 70,4%; en Francia un 74,3%; en Italia un 72,2%; en
el Reino Unido un 74,3%; y en España un 72,4%.
Estos porcentajes bajaron muy significativamente a partir de entonces.
En 2012 tales porcentajes pasaron a representar: en EEUU el 63,6% del
PIB; en los países de la UE-15 el 66,5%; en Alemania el 65,2%; en
Francia el 68,2%; en Italia el 64,4%; en el Reino Unido el 72,7%; y en
España el 58,4%. El descenso de las rentas del trabajo durante
el periodo 1981-2012 fue, pues, de un 5,5% en EEUU, un 6,9% en la UE-15,
un 5,4% en Alemania, un 8,5% en Francia, un 7,1% en Italia, un 1,9% en
el Reino Unido y un 14,6% en España, siendo este último país donde tal
descenso fue mayor.
Detrás de estas cifras hay un crecimiento enorme de
las desigualdades sociales, que han alcanzado su máxima expresión
durante la Gran Recesión.
Tal crecimiento es un tema visible en
los grandes medios de comunicación, y ha alcanzado un nivel de
preocupación y alarma en los centros de poder político por la previsible
inestabilidad que conlleva, pues a nivel de calle (aunque no a nivel de
la mayoría de los principales medios) tal crecimiento de las
desigualdades se debe a que el enorme aumento de la riqueza y bienestar
de las minorías pudientes se ha estado consiguiendo a costa del gran
descenso del bienestar y nivel de vida de la mayoría de las clases
populares, que constituyen la mayoría de la población.
El gran crecimiento de las desigualdades como consecuencia de las políticas neoliberales
No es, por lo tanto, mera casualidad que tales movimientos –
con base obrera – hayan aparecido con mayor intensidad durante la Gran
Recesión. Explicar, repito, este crecimiento y expansión debido al
crecimiento del sentimiento antiinmigrante o chauvinista, o lo que
fuera, es no entender que fue el deterioro de la calidad de vida y del
bienestar de las clases populares y de la clase trabajadora lo que
explica el crecimiento de tales sentimientos.
En realidad, en EEUU
amplios sectores de la clase trabajadora blanca que habían votado
anteriormente al candidato negro Obama votaron a Trump en las últimas
elecciones. No niego que haya existido un crecimiento del sentimiento
antiinmigración, aunque este sentimiento no siempre responde a un
aumento notable de la población inmigrante. Tal aumento sí que ha
ocurrido en Suecia y en Alemania, por ejemplo, pero no ha ocurrido en
EEUU, ni en el Reino Unido, ni en Francia.
Y, sin embargo, el
crecimiento de estos movimientos ha sido casi idéntico en estos países. Es el deterioro de las condiciones de vida de las clases populares la causa principal del crecimiento de tales movimientos.
Análisis detallados, país por país, así lo muestran.
Los salarios, las
condiciones de trabajo, la ocupación y el bienestar en cada uno de estos
países se han deteriorado. Un indicador claro de este deterioro
es el crecimiento de las enfermedades llamadas de la desesperación
–“despair”– (la adicción a las drogas o al alcohol, y las enfermedades
relacionadas con el estrés) en la mayoría de estos países.
Las diferencias entre estos movimientos llamados populistas
Analizando la naturaleza de los movimientos populares del siglo XX (que continúan existiendo) y del siglo XXI, vemos que el
comunismo y el socialismo tenían y tienen (al menos en teoría) una
dimensión acusatoria y de denuncia (que se traducía en su oposición al
establishment liberal y/o conservador, sostenedores del capitalismo) y
una dimensión propositiva (sustituir el capitalismo por el socialismo).
No así la mayoría de populismos, que tienen una dimensión
antiestablishment pero que carecen de una dimensión propositiva.
El comunismo y el socialismo tenían y tienen (de nuevo, al menos en
teoría) una cohesión ideológica y, por lo general, un objetivo común. Y
su visión afectaba y afecta todas las dimensiones de la actividad
política, incluyendo elementos como el sentido nacionalista,
identitario. La visión de izquierdas de la nación, por ejemplo,
es distinta a la concepción de nación de las derechas (influenciadas por
los establishments económicos y financieros dominantes).
La nación, en
su versión comunista o socialista, es la colectividad formada por gente
normal y corriente cuyo bienestar es el objeto esencial de la función
pública, asignándose los recursos según la necesidad, y exigiendo
recursos según la habilidad de la ciudadanía. La extensión de
los derechos sociales, laborales y políticos era un componente esencial
para conseguir el empoderamiento de la clase trabajadora en su camino
hacia el socialismo.
Fue precisamente en aquellos países donde tales
derechos fueron más universales, cubriendo a toda la población, donde se
cuestionó la continuidad del capitalismo. El caso más claro fue Suecia,
con las reformas Meidner, que hubieran podido alcanzar uno de los
objetivos más importante del proyecto socialista: la propiedad colectiva
de los medios de producción.
El neoliberalismo fue la respuesta
del mundo empresarial y financiero que fue aplicada por los gobiernos
de derechas (aunque también por los gobiernos socialdemócratas), que
consiguieron debilitar el universalismo, solidaridad y seguridad en el
mercado laboral (como ampliar privatizaciones de su estado del
bienestar y reformas laborales que rompieron con la seguridad y
protección social del mundo del trabajo), lo que creó la
inseguridad, punto básico para el surgimiento de una ultraderecha de
base obrera antiinmigrante, hecho facilitado por el enorme crecimiento
de la inmigración, como ocurrió en Suecia, que alcanzó unos límites sin precedentes en aquel país.
La inseguridad laboral y otras medidas neoliberales son condiciones necesarias para el crecimiento del movimiento antiinmigrante.
El nacionalismo (la defensa de la identidad nacional) de derechas
tiene, sin embargo, otra orientación. Lo caracteriza una visión mística,
totalitaria, excluyente, racista (o etnicista) y clasista,
identificando los intereses nacionales con los intereses de las clases
dominantes. Se me dirá, con razón, que el nazismo se definió
como nacionalsocialismo.
Y adoptó medidas como las políticas de pleno
empleo, las cuales eliminaron el paro, entre otras. Pero la promoción de
tales propuestas, así como la narrativa obrerista de su relato, era
precisamente parte de su estrategia para parar y destruir el comunismo y
el socialismo.
De ahí el apoyo y financiación en los países
donde surgió el nazismo (y, por cierto, también el fascismo) de tales
movimientos por parte de las élites financieras y económicas. El nazismo
y el fascismo salvaron el capitalismo y a los capitalistas de la
amenaza del socialismo y del comunismo. Este fue su objetivo. El caso
español es un claro ejemplo de ello. La Falange (el partido fascista),
junto con la Iglesia, fue uno de las instituciones de mayor represión
durante el régimen franquista contra el comunismo y el socialismo.
El gran fracaso de las izquierdas y su autoría en el
desarrollo y expansión del neoliberalismo como causa del crecimiento del
mal llamado populismo
Ante esta realidad, la pregunta que debe hacerse es: ¿cómo es que
estos sectores de la clase trabajadora votan a la ultraderecha y no a
los partidos tradicionalmente enraizados en las clases trabajadoras,
como son la mayoría de partidos de izquierdas? Y la respuesta a la
pregunta es muy fácil, pues gran parte de los partidos
gobernantes de las izquierdas fueron también responsables de la
aplicación de las políticas neoliberales, las cuales incluyen las
políticas de reforma de los mercados laborales, las políticas de
austeridad, los recortes y las políticas facilitadoras e incentivadoras
de la globalización.
De ahí que tales partidos, que han sido
percibidos (correctamente) por estas clases populares como los
responsables (junto con los partidos gobernantes de otras
sensibilidades) de las políticas que les han hecho tanto daño, hayan ido
perdiendo gran apoyo popular.
La adaptación de los partidos
socialistas o socialdemócratas al neoliberalismo ha sido una de las
principales causas del crecimiento de tales movimientos populistas.
El descenso del apoyo popular y electoral a tales partidos de la izquierda y su sustitución por los partidos populistas explica
que hayan estado surgiendo nuevas sensibilidades dentro de las
izquierdas que estén intentando canalizar este enfado popular (que es
justo, lógico y predecible), respondiendo a las demandas fruto de esta
queja.
Bernie Sanders en EEUU, Corbyn en el Reino Unido, el
nuevo movimiento de izquierdas alemán Aufstehen, el PG de Mélenchon en
Francia, y Podemos y sus confluencias en España (tales como En Marea y
Catalunya en Comú) son un ejemplo de ello. Ahora bien, definir a estos movimientos como populistas es un gran error.
Ni que decir tiene que la visión del populismo como “enfrentamiento del
pueblo contras las élites” tiene validez, pero solo hasta cierto punto,
pues el pueblo tiene clases sociales, géneros, razas y nacionalidades
con intereses distintos que distan de ser coincidentes.
Encontrar
elementos en común es el gran reto de tales movimientos, pero dentro de
un objetivo común que permita relacionar todos los tipos de explotación,
para lo cual se requiere la transformación profunda de las sociedades
capitalistas actuales para permitir y facilitar una nueva sociedad (que
no llegará en el año A, més M, día D), sino que se irá construyendo
(destruyendo) día a día según la correlación de poderes en cada país.
Todos estos movimientos de la nueva izquierda salen y están enraizados
en las izquierdas.
Llamarlos populistas es un intento de identificarlos con otras formaciones de claro sentido derechista.
La situación en España
Todo lo que he dicho es aplicable a España. Si el PSOE no
hubiera dejado de desarrollar medidas socialistas, es probable que no
hubiera aparecido Podemos. Las políticas económicas aplicadas por el
PSOE eran neoliberales en extremo (las recientes declaraciones
del ministro de Economía más influyente en el PSOE, el Sr. Solchaga,
criticando el movimiento de los pensionistas, acusándolos de ser
injustos en sus demandas y en sus quejas, son un ejemplo de ello).
Podemos
ha sido y continúa siendo un punto de referencia internacional, pues
España es uno de los países donde este mal llamado populismo ha sido de
izquierdas. De ahí la importancia de lo que ocurre en tal formación política. El reciente artículo de Illueca, Monereo y Anguita en Cuarto Poder
(“¿Fascismo en Italia? Decreto dignidad”, 05.09.18) creó un gran
revuelo, con críticas injustas en su mayoría, pues se malinterpretó como
una defensa de la coalición de gobierno italiana, asignándole la
definición de fascista.
Es cierto que el título y el estilo provocadores
del artículo no fueron suficientemente cuidadosos y dieron pie a tal
confusión. Pero lo que el artículo señalaba era que las políticas
discutidas de carácter proteccionista eran casi las mismas que estaban
cuestionando la hegemonía neoliberal existente en el establishment
político-mediático europeo.
Ahora bien, dicho artículo generó
una muy necesaria reflexión de que hoy hace falta otra izquierda que
responda con mayor radicalidad al enfado existente entre las clases
populares de estos países. El gobierno Trump, por cierto,
también ha realizado propuestas copiadas de la izquierda de Bernie
Sanders, como el proponer que el porcentaje de materiales utilizados en
los automóviles que se produzcan en el país con materiales procedentes
de él sea muy elevado.
Ahora bien, definir a la coalición
gobernante en Italia como fascista me parece poco riguroso, aunque sí
que tiene – como la tienen muchas características del populismo de
derechas – semejanzas al fascismo: la visión autoritaria escasamente
democrática y el racismo nacionalista de la Liga Norte (partido de la
coalición que influenció en su día a amplios sectores del pujolismo en
Catalunya), son claramente antidemocráticos.
Los grandes límites del populismo: la necesidad de combinar lo nuevo con lo antiguo
La estrategia de defensa de los de abajo frente a los de
arriba (o del pueblo frente a las élites), aunque necesaria, tanto
electoralmente como tácticamente, es dramáticamente insuficiente, pues
no reconoce, como acabo de indicar, que no todos los miembros del pueblo
tienen intereses iguales. No hay duda de que los distintos
sectores de la población tienen elementos en común, y es necesario
capitalizar estos puntos en común.
En realidad, la naturaleza tan
profunda de la crisis acentúa más las condiciones que la población tiene
en común. Los recortes de los derechos sociales y laborales son un
ejemplo de ello; tales recortes afectan a la gran mayoría de la
población, pero no de la misma manera.
Y de ahí la importancia
de tener en cuenta en la estrategia política la existencia de categorías
analíticas como género, raza y también clase social, siendo esta última
una categoría de enorme importancia, muy olvidada en España, donde se
ha aceptado la definición de nuestro país como un país estratificado en
tres clases (los ricos, la clase media y los pobres), sin que la clase
trabajadora aparezca por ninguna parte, asumiendo que ha desaparecido o
se ha convertido en la clase media. Los movimientos antiestablishment de base obrera han mostrado, sin embargo, que dicha clase existe y está muy frustrada.
Y es ahí donde, sin repetir los errores de la izquierda tradicional
(que fueron muchos), hay que recuperar categorías de análisis hoy
olvidadas u ocultadas, pues la realidad muestra que siguen teniendo
valor. En realidad, el enorme espacio que las clases medias
ilustradas (personas con educación superior) tienen en las instituciones
representativas, incluidos los partidos políticos, facilitó su
conversión al neoliberalismo.
De ahí que las alianzas de lo nuevo con lo
antiguo –incluidos algunos partidos anteriores– sean esenciales en los
nuevos partidos. Antiguo no es sinónimo de anticuado. En
ciencias (y no deberíamos abandonar el deseo de utilizar la ciencia como
determinante de las políticas públicas) hay muchos principios
fundamentales que son muy antiguos pero no anticuados. La ley de la
gravedad es muy antigua y, sin embargo, no es anticuada.
Si no se lo
cree, salte de un cuarto piso y lo verá. Lo que le pasó a la
socialdemocracia es que saltó del cuarto piso creyendo que eso de las
clases sociales ya no serviría, y se estrelló. Lo antiguo da
conocimiento de lo ocurrido y de dónde venimos. Echarlo por la borda es
un error. Y ello tiene tanto que ver con la recuperación de la memoria
histórica como con la narrativa y en el tipo de análisis que se utiliza
para entender nuestra realidad. Olvidar categorías de poder como
clase social o la relevancia del socialismo es semejante a negar la ley
de la gravedad. Espero que estas notas contribuyan a corregir este
error." (Vicenç Navarro, El Periódico, 03/10/18)
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