"La experiencia común refleja importantes diferencias de género en la
vida cotidiana, consideradas por algunos como adaptativas y
complementarias: los hombres tienen mejores habilidades motoras y
espaciales y las mujeres mejor memoria y habilidades emocionales y mejor
cognición social. Esas y otras diferencias menos destacadas han
constituido secularmente el caldo de cultivo de un neurosexismo de débil
fundamentación.
Son diferencias de grupo, es decir, entre hombres y
mujeres en general, no siempre mayores ni más relevantes que las que
tienen lugar intragénero, es decir, entre uno y otro hombre o entre una y
otra mujer. En cualquier caso, han dado lugar al importante debate de
si esas diferencias son debidas a factores biológicos, como genes u
hormonas determinantes a su vez de diferencias cerebrales, o a la
educación y tratamiento diferencial que hombres y mujeres han recibido
también secularmente en el seno de culturas diversas.
Uno de los trabajos más relevantes sobre diferencias cerebrales de
género fue publicado en enero de 2014 por un grupo de investigadores de
la Universidad de Pensilvania y el Hospital de niños de Filadelfia, en
EEUU. Estudiaron el cerebro de 949 jóvenes de entre 8 y 22 años (521
eran niñas o mujeres y 428 niños o hombres) mediante una técnica que
permite conocer cómo están conectadas entre ellas las diferentes partes
del cerebro.
Establecieron de ese modo el llamado conectoma estructural del cerebro,
poniendo de manifiesto importantes diferencias intrínsecas entre los
cerebros femenino y masculino en su desarrollo desde la infancia y a lo
largo de la adolescencia. Básicamente observaron que los hombres tienen
mejor comunicación neuronal dentro de cada hemisferio cerebral y que las
mujeres la tienen mejor entre un hemisferio y otro.
De ello podía
deducirse que los cerebros femeninos estaban mejor dotados para
procesamiento analítico e intuitivo y los masculinos para la percepción y
la coordinación de las acciones, entre otras posibles interpretaciones.
Fue un trabajo de gran impacto social a juzgar por la importancia
científica que se le dio y su trascendencia en los medios de
comunicación.
Ahora, cinco años después, la neurocientífica cognitiva Gina Rippon publica un libro titulado The gendered Brain
(El cerebro según su género) en el que critica esos resultados y
apuesta por finiquitar el neurosexismo resultante de creer en datos
científicamente débiles y poco contrastados. Según ella, los cerebros
femenino y masculino son mucho más iguales de lo que se ha venido
considerando.
Partiendo de la constatación de una sorprendente falta de
diferencias entre los cerebros de niñas y niños recién nacidos, y
considerando esos cerebros como una absorbente esponja capaz de asimilar
el diluvio de estimulación que recibimos en los primeros años de vida,
Rippon postula que las diferencias que se establecen entre ambos tipos
de cerebro son más cuantitativas que cualitativas y responden más al
tipo de educación diferencial recibida que a una herencia genética
propia de cada sexo.
Eso la lleva a considerar como un nuevo mito la
existencia de un cerebro femenino, tal como el postulado por la también
neurocientífica Louann Brizendine en 2006 en su exitoso libro The female Brain (El cerebro femenino).
Ahora también, otra neurocientífica, Lise Eliot, de la Chicago Medical School,
apuesta por la misma idea: hombres y mujeres tenemos las mismas
estructuras cerebrales y las diferencias que se crean durante el
desarrollo tienen más que ver con los entornos educativos y las
experiencias vividas que con diferencias intrínsecas entre los cerebros
femenino y masculino.
Así, cierto predominio masculino en el ámbito de
las matemáticas Eliot las justifica en el hecho de que las mujeres
jóvenes no son socialmente estimuladas a estudiar ingenierías o carreras
tecnológicas. La diferencia de género en el dominio matemático
desaparece cuando las mujeres son también estimuladas a ese tipo de
formación. Para muestra, un botón.
Precisamente ahora la estadounidense Karen Uhlenbeck acaba de ganar el Premio Abel, considerado el Nobel de las matemáticas, por sus revolucionarias investigaciones en la intersección con el mundo de la física.
Eliot, autora del trabajo Pink Brain, Blue Brain (Cerebro
rosa, Cerebro azul), sostiene que en el mencionado trabajo sobre el
conectoma cerebral la media de los participantes tenían 15 años de edad,
por lo que todavía no habían completado su desarrollo cerebral,
mientras que en los sujetos de mayor edad las diferencias observadas
fueron mucho menores, quizá porque el desarrollo cerebral de los chicos
empieza entonces a igualarse al de las chicas.
Viene así a decir que los
neurocientíficos de Pensilvania encontraron diferencias en 2014 porque
no tuvieron en cuenta la diferente y científicamente demostrada
velocidad de desarrollo de los cerebros femenino y masculino.
Rippon y Eliot sostienen de ese modo, que no hay diferencias
significativas entre los cerebros de ambos sexos que puedan justificar
el mantener a la mujer en condiciones de inferioridad respecto a los
hombres en cualquier ámbito social. Eliot va más lejos y asegura que la
demostración de la falta de diferencias entre los cerebros femenino y
masculino puede ser muy importante para alterar las estructuras actuales
de poder social.
No le faltan razones a ninguna de estas dos
científicas, pero creo que para llegar a lo que sostienen y defender la
condición femenina y la igualdad de oportunidades entre géneros no es
necesario olvidar diferencias harto confirmadas por la ciencia entre
ambos tipos de cerebro.
Los cerebros femenino y masculino empiezan a diferenciarse en el
embrión materno porque el cromosoma Y masculino, y quizá otros
cromosomas, contienen genes cuya expresión produce hormonas que regulan
una programación temprana y diferencial en el cerebro de ambos sexos que
va a condicionar su comportamiento adulto, como ha sido repetidamente
demostrado en experimentos con animales e incluso en personas que nacen
con anomalías endocrinas.
Hay estructuras cerebrales que se hacen
sexodimórficas, es decir, diferentes en ambos sexos, debido a las
influencias prenatales y postnatales de las hormonas sexuales, es decir,
de las producidas en las gónadas (ovarios y testículos) de cada sexo, y
es mucho lo que nos queda por saber todavía sobre como esas influencias
genéticas y hormonales van a condicionar los cerebros masculino y
femenino.
Sin olvidar además las influencias epigenéticas, es decir, los
factores ambientales y de desarrollo general del organismo que pueden
influir en qué genes de los heredados se expresan y cuáles no, un tipo
de investigación actualmente en curso.
Tampoco hay que olvidar, que el sexo es una condición de gran
influencia en la prevalencia de enfermedades del cerebro como el
alzhéimer (mayor en mujeres), el párkinson (mayor en hombres), o la
esclerosis múltiple (mayor en mujeres). Ciertamente, muchas de las
diferencias que se han relatado sobre los cerebros de hombre y mujer son
pequeñas, y requieren, además de confirmación, conocimiento sobre cómo
pueden influir en las capacidades mentales y el comportamiento de cada
sexo, algo que sigue también en manos de los investigadores.
Ningún estudio científico serio ha demostrado hasta hoy que los
hombres sean más inteligentes que las mujeres o que las mujeres sean más
inteligentes que los hombres y ninguna diferencia cerebral observada
entre sexos justifica ningún tipo de exclusión social o desconsideración
de la mujer. Vivimos en sociedades desgraciadamente de predominio
masculino y eso tiene que cambiar. Hagamos ese cambio atendiendo siempre
a todo lo que la ciencia nos dice acerca de la naturaleza humana."
(Ignacio Morgado Bernal es catedrático de Psicobiología en el Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona, El País, 20/05/19)
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