"Hace 40 años que John Martinis trabaja en la construcción de un ordenador cuántico. No él solo, claro. Lo hace junto a su equipo y de la mano de otros físicos. Martinis, líder del proyecto cuántico de Google,
explica una proeza inimaginable hace apenas una década, que aún no está
claro si será posible, con una admirable seguridad y una relajada
sonrisa. Se le notan los años dedicados a un reto de ciencia ficción:
"Hace 40 años, cuando estaba en la universidad, nunca habría dicho que
íbamos a construir un ordenador cuántico tan imponente".
Pero eso es exactamente lo que se propuso hacer Martinis cuando tenía 20 años. Ahora, con 61, lo ve increíblemente cerca.
La computación cuántica
está hoy en su "momento hermanos Wright". En 1903, después de años de
intentos, los Wright hicieron que un artilugio enclenque de madera se
separara del suelo y lograra volar unos metros. Esta comparación la ha
usado otro físico cuántico, Scott Aaronson, para describir
el trabajo de Martinis, y a él le gusta: "Construimos aparatos, que son
algo rudimentarios, pero queremos demostrar que en realidad funcionan.
Los hermanos Wright resolvieron muchas cosas, pero una de las que
lograron fue controlar el avión, dirigirlo y corregirlo según el viento.
Nosotros hemos trabajado muy duro en el control de nuestro sistema y
que todo esté ajustado en su lugar".
El escepticismo respecto a la computación cuántica tiene una sólida
tradición. Desde hace años la promesa de una máquina capaz de hacer en
unas horas cálculos que a un ordenador tradicional le llevarían siglos
es para algunos un sueño absurdo. Ahora el equipo de Martinis ha
logrado, como los Wright, que un aparato frágil, dudoso, inacabado, haga
exactamente eso, aunque una sola vez.
"No hay ninguna garantía de que lo alcancemos. Pero ahora sabemos lo
que tenemos que hacer y las cosas pintan bien", explica. “La computación
cuántica que hacemos ahora nos habría parecido absolutamente irreal
hace años”, añade. Los escépticos pueden seguir siéndolo, pero ese
trasto que maneja el equipo de Martinis es la prueba de que algo
funciona.
El equipo de este experto en Google y de la Universidad de California en Santa Barbara parece haber logrado la llamada "supremacía cuántica",
que ocurre cuando un ordenador cuántico es capaz de cálculos que a un
ordenador clásico le llevaría miles de años. El descubrimiento lo
publicará pronto la revista Nature, que mantiene a rajatabla
los embargos de sus artículos científicos. Así que nadie debería haber
sabido durante la programada visita de Martinis a Madrid este lunes para
las séptimas jornadas de simulación y computación cuántica en el
Instituto de Ciencias Matemáticas (ICMAT) que la revista científica
tenía preparada esta bomba. Pero se filtró.
El culpable
de la filtración fue precisamente Google. Alguien en la NASA colgó una
versión previa del texto en un servidor oculto. Pero Google, el
buscador, lo pescó y lo mandó a una lista de interesados en artículos
académicos nuevos sobre computación cuántica. Y de ahí saltó al Financial Times. El artículo está ahora por todas partes, pero Martinis quiere esperar a la versión definitiva para comentarlo: "Nature ya nos ha retrasado bastante, así que saldrá pronto. Saben que es un artículo importante", dice Martinis.
El experimento que han logrado en Google es un gran paso, pero no
definitivo: "Cuando construyes un sistema enorme no es obvio que sepas
en realidad cómo funciona. Así que todos estos sistemas que nos han
llevado hasta aquí han servido en parte para averiguarlo", dice
Martinis.
Montones de críticas
El vendaval de críticas que ha recibido la filtración es notable:
"Los rivales menosprecian la reivindicación de supremacía cuántica de
Google", decía el Financial Times. IBM, uno de los grandes competidores
de Google en la carrera cuántica, sacaba este comunicado:
"Creemos que
el término de 'supremacía' sobre los ordenadores clásicos lleva a
confusión. Los ordenadores cuánticos no son 'supremos' frente a los
ordenadores clásicos solo por un experimento de laboratorio diseñado
esencialmente para realizar una muestra muy concreta de un procedimiento
sin aplicación práctica". Este autobombo según IBM, puede llevar al
"invierno cuántico", al desinterés de público e inversores por la falta
de resultados concretos.
A pesar de su cordialidad, Martinis guarda su munición intacta y le
brilla el rabillo del ojo cuando cuenta que llegará el día de contestar a
las críticas: "Uno de los motivos por los que no hemos dicho nada es
porque queremos que el artículo definitivo hable por sí mismo. Hemos
pensado muy cuidadosamente sobre lo que hemos hecho y sus implicaciones.
Lo hemos escrito, estará pronto en la calle y entonces responderemos a
las preguntas", dice.
Sobre el posible invierno cuántico, Martinis también tiene una
respuesta preparada: "Hace solo cinco años que llegamos a Google. Es
difícil hacer que todo esto funcione. Creo que todos lo entendemos.
Esperamos que sea un hito decir dónde estamos. No intentamos dar bombo a
nada, sino ser extremadamente científicos".
Después de décadas de investigación en la universidad, el grupo de
Martinis creyó que en 2015 el ordenador cuántico estaba listo para ser
comercializado. Fue cuando Google entró en juego. "Incluso en Google
había algo de escepticismo... Querían ver datos", dice.
Martinis insiste en seguir publicando, pero la computación cuántica
ya no está en esa etapa inicial en la que todos empujaban en una
dirección: "Era bueno para la disciplina. No es que tratáramos de
superarnos para lograr un resultado un mes antes. Aprendíamos unos de
otros. Así funcionaba este campo cuando se trataba solo de aprender y
explorar la ciencia", dice. Ahora la competición trae dinero y malas
caras.
En un perfil de 2017 en el Wall Street Journal,
Bill Gates, cofundador de Microsoft decía sobre el proyecto cuántico de
su empresa: "Es la única parte de Microsoft de la que no entiendo nada
cuando asisto a las presentaciones". Gates no está solo en esto. Incluso
a Martinis le llevó un tiempo pillarlo. "Cuando preparaba la tesis, a
mediados de los ochenta, fui a una conferencia en la Universidad de
California en Santa Barbara. Yo estaba en Berkeley entonces. Al final de
la charla, Richard Feynman
[premio Nobel de Física en 1965 por sus estudios en electrodinámica
cuántica] habló de computación cuántica. Fue realmente increíble. Era el
futuro. Lo gracioso es que esto era un poco demasiado abstracto para
mí", cuenta.
La magnitud de la incomprensión que uno siente ante la abstracción de
la computación cuántica es sencilla de aclarar: "Lleva muchos años de
matemáticas ser capaz de entender por qué los átomos tienen tamaño, que
es una pregunta sencilla", dice Martinis. Si se quiere saber algo que no
lleve años de matemáticas, puede quedarse con la respuesta que Martinis
daba a sus hijos cuando eran pequeños: "Es que los átomos son
borrosos". Y mejor no preguntar más, porque si se quiere entender cómo
funciona realmente "hay que hacer un curso de mecánica cuántica y muchas matemáticas".
Eso es precisamente lo que hizo un programador de Google. "Hay gente muy lista", dice Martinis. Este desarrollador de software
supo que en Google había un grupo que trabajaba con la computación
cuántica y "él solo aprendió la disciplina". ¿Cómo? "Bueno, hay libros
por ahí", dice Martinis. Y no se quedó ahí: "Porque pensaba en el
problema de forma distinta a los físicos, inventó una forma dos o cuatro
veces más eficiente de hacer un algoritmo cuántico, y eso que el
teorema decía que ya no se podía mejorar", explica Martinis.
La historia fascinante de la generación de Martinis es que ha
impulsado una disciplina que no estaba tan claro que existiera y ha
construido un aparato inimaginable que funciona según su teoría: "Lo
construimos a partir de hardware comercial y hardware
que hemos hecho nosotros mismos, y hay que ponerlo todo a trabajar en
conjunto de manera distinta a la mayoría de cosas que se han hecho hasta
ahora", explica.
Los ordenadores cuánticos deben trabajar aislados porque el ruido les
afecta. Esos problemas de ingeniería pueden ser un quebradero de
cabeza: "Construir un gran sistema cuántico es realmente difícil. Porque
si tratas de optimizar tu sistema para minimizar el efecto del ruido,
tiendes a aislarlo, ponerlo dentro de una especie de huevo, pero
entonces no puede hablar con otro huevo. Tienes que emparejar un par de
cubits [bits cuánticos] porque estás montando un ordenador, pero a la
vez debes aislarlos para que no haya ruido", explica Martinis.
Pero por otro lado, Martinis dice que este maravilloso artilugio de
precisión puede trasladarse en furgonetas: "Bueno, tienes que
desmantelarlo un poco pero no mucho; cuando llegas a destino, lo
reconstruyes". Es fascinante oír a alguien que habla de una de las
máquinas más sofisticadas de la humanidad como si fuera un mueble de
Ikea. Los ordenadores de Google tienen unos tres metros por dos y se
conectan a la nube para recibir instrucciones de programadores que usan
teclados y pantallas comunes.
Unas patillas locas y los andares deliciosamente desmañados de un
cuerpo de casi dos metros convierten a Martinis en un modelo de
científico californiano, con su perro Cubit en el laboratorio y
un ambiente de trabajo rodeado de tablas de surf. Le resulta fácil
transmitir su entusiasmo. Después de 40 años de desierto hay luz al
final del túnel: "Tenemos que estar mucho más contentos que, no sé, hace
15 o 20 años porque ahora empezamos a ver algo", dice.
"Ha sido tan, tan divertido. Ahora que tengo 61 años puedo investigar
durante 10 años más, quizá 15, ya veremos, porque los físicos nunca se
jubilan. Pero la gran pregunta es si seremos capaces de construir algo
útil y poderoso antes de que me retire", dice sonriendo.
Tiene tan claro el camino a seguir que hasta tiene la respuesta
aprendida cuando le mencionan el Nobel. "Es maravilloso construir estas
cosas y hacer algo útil. Ese es el premio de verdad", dice." (Entrevista a john Martinis, Jordi Pérez, El País, 15/10/19)
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