"Ahora que regresamos a una segunda edición de guerra fría -en realidad
nunca terminó- y aparecen signos de desafío en ciertos países europeos,
resulta muy interesante ver documentales como los que el canal Arte
ofreció el pasado 5 de mayo (...)
Quienes llevamos algunos años en estos asuntos ya conocemos la sustancia
de la guerra fría. Sabemos, por ejemplo, que el imperio occidental fue
siempre el más agresivo y temerario, creando armas de destrucción masiva
y protagonizando situaciones de enorme peligro nuclear, pero la
generación joven, que ahora parece despertar, suele ignorar muchas cosas
esenciales, que el conflicto de Ucrania -y en general la creciente
tensión militar del Imperio del Caos con los llamados BRICs, las
potencias emergentes- pone de suma actualidad.
Por ejemplo: los precios del petróleo están ahora muy bajos y vuelven a
aparecer submarinos rusos junto a las costas de Suecia y Finlandia (...)
Respecto a los submarinos, el referido documental es interesante
porque demuestra como una de las democracias más robustas del mundo, de
la que estamos a varias galaxias de distancia, funcionó como una
república bananera; con sus militares y sus poderes fácticos conspirando
por cuenta de Washington contra su primer ministro electo, el magnífico
Olof Palme, al que acabaron asesinando en 1986.
El documental no hace sino confirmar una de mis más asentadas
convicciones, a saber; que en asuntos de Estado y muy especialmente de
Estados imperiales, uno siempre se queda corto cuando piensa mal: la
realidad siempre acaba siendo bastante peor y superando lo que los
cretinos denominan “teorías de la conspiración” y que frecuentemente no
son más que prudentes reservas y sanos escepticismos.
Las fuentes de este documental son, por orden de aparición; Thomas C.
Reed, ex consejero de seguridad nacional de Estados Unidos, Herbert
Meyer, consejero del jefe de la CIA, John F. Lehman, ex secretario de la
Navy, Ingemar Engman, asistente del secretario de defensa sueco, Ola
Frithofson, ex secretario de las juventudes socialistas suecas, Olof
Franstedt, ex jefe de los servicios secretos suecos, Boris Pankin, ex
embajador soviético en Estocolmo y último ministro de exteriores de la
URSS, Caspar Weiberger, ex secretario de Defensa de Estados Unidos, Egon
Bahr el ayudante de Willy Brandt que inventó la Ostpolitik, o James “Ace” Lyons, adjunto del jefe de operaciones de la Navy, además de algunos expertos suecos y noruegos.
El documental narra como con Reagan se formó en la Casa Blanca un
nuevo sanedrín de “seguridad nacional” para radicalizar la tensión con
Moscú a cuyo frente estaba Bill Casey, director de la CIA, ex banquero
de Wall Street y director de la campaña electoral de Reagan. Eran amigos
y entraba en su despacho sin llamar, por así decirlo. Ese nuevo Comité de Operaciones
restableció las operaciones militares más provocadoras desde los años
cincuenta en las fronteras más sensibles de la URSS, en la península de
Kola, donde Moscú tenía, y tiene, una buena parte de su apuesta nuclear
estratégica, tanto submarina como terrestre, recreando ataques
inminentes que volvían locos a los rusos.
Pero lo más interesante, como
se ha dicho, es lo que se hizo contra la amenaza que representaba Olof
Palme, el gran socialdemócrata que deseaba construir un sistema de
seguridad integrado entre el Este y el Oeste, algo cuyo defecto explica,
ahora, tantos años después del fin oficial de la guerra fría, que se
haya llegado a situaciones como las de Ucrania.
Para evitar aquella distensión que Palme propugnaba con gran
inteligencia, el establishment sueco, el ejército, los servicios
secretos, la gran burguesía y lo que hay alrededor de su institución
monárquica, naturalmente con la enorme ayuda de la prensa corporativa,
logró sembrar la histeria en el país. Para ello bastó con pasear varios
“submarinos soviéticos” con el periscopio al alza –lo que es del todo
absurdo- por delante de bases militares suecas e incluso frente al
palacio real en Estocolmo y algunas residencias secundarias del monarca.
Pero los submarinos no eran soviéticos, sino americanos, británicos y
en algunos casos italianos usados por los americanos. La finalidad era
desenmascarar la política antibelicista de Palme, a quien los propios
servicios secretos suecos consideraban un “traidor”, explica Olof
Franstedt, su ex director. Los americanos se encargaban de susurrarles
al oído a los almirantes y generales que aquel hombre era un “agente de
influencia” del KGB. En ese susurro era muy activo el jefe del
contraespionaje americano, James Jesus Angleston, explica Franstedt.
Mientras Palme convocaba al embajador Boris Pankin para darle la
bronca por aquello y éste le aseguraba que no había ningún submarino (al
final, desesperado de que no le creyera, le dijo que bombardeara de una
puñetera vez aquellas naves misteriosas), todos estaban en el secreto.
Cuando más tarde Pankin fue nombrado (último) ministro de exteriores de
la URSS, en agosto de 1991, como no las tenía todas consigo (entonces
los diplomáticos soviéticos desconfiaban del KGB y de sus militares como
del diablo), pidió a sus amigos Vadim Bakatin y Evgeni Sháposhnikov,
hombres de Gorbachov y amigos suyos puestos al frente del KGB y del
Ministerio de Defensa, respectivamente, que buscaran en los archivos de
sus agencias si había documentos sobre todos aquellos incidentes de
submarinos de los años ochenta: no los había. Cero.
En el documental,
James “Ace” Lyons, el adjunto de la Navy, admite que todo fue un
montaje. El resultado fue excelente: Antes de la operación el porcentaje
de suecos que se declaraba “amenazado” por la URSS era del 27%, después
de la operación eran el 83% (minuto 37 del documental).
Pero es que luego, el 28 de febrero de 1986, Palme fue asesinado, en
un caso aun no resuelto, como las bombas de Luxemburgo de la OTAN y
tantos otros crímenes de la red Gladio de la OTAN durante la
guerra fría. En 1986, Gorbachov ya estaba en el Kremlin y la política de
paz de Palme, disponía de un formidable nuevo factor a su favor: la
extraordinaria disposición hacia ella del líder soviético. A Palme lo
mataron tres semanas antes de que viajara a Moscú. Para Gorbachov, “no
hay duda de que fue un asesinato político, porque amenazaba intereses
muy poderosos partidarios de mantener el estado de cosas”.
Suecia creó una comisión de investigación por lo de los submarinos
(también por lo de Palme, naturalmente sin resultado). Un miembro de esa
comisión recuerda como desaparecían los documentos. “Un grupo de
individuos que actuaba fuera del cuadro democrático sueco, no quería que
su propio gobierno supiera lo que había pasado en realidad”, dice. Una
manera muy nórdica de decir que en determinadas situaciones, la
democracia con más solera de Europa, importa una higa. Imagínense la
nuestra.
Bueno, últimamente los europeos vamos comprendiendo mucho de todo eso
en propia carne. Los griegos, por ejemplo, ya son doctores en esa
ciencia. Algunas consignas del 15-M incluso lo reflejaron con gran
acierto. Pero cuando leo los periódicos y veo a todos esos nuevos
jóvenes actores esperanzadores que aparecen en el horizonte, me pregunto
si saben lo que significa, realmente, plantarle cara a una oligarquía,
los riesgos que conlleva y el nivel de juego sucio al que se enfrentan
cuando se intenta reformar lo verdaderamente esencial, trátense de un
sistema de seguridad internacional, o de los intereses financieros de la
cleptocracia local." (Rafael Poch, blog, 11/05/2015)
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