"Durante cuatro décadas, las dos Alemanias siguieron caminos distintos,
sobre todo en lo que respecta a la construcción de masculinidades y
feminidades ideales. En Alemania Occidental se abrazó el capitalismo,
los roles de género tradicionales y el modelo del matrimonio monógamo
burgués en el que el hombre es el sostén de la familia y la mujer es ama
de casa.
En el Este, el objetivo de la emancipación de las mujeres,
combinado con la escasez de mano de obra, llevó a una incorporación
masiva de aquellas a la población activa. Como explicaba la historiadora
Dagmar Herzog en su libro Sex after Fascism (El sexo tras el
fascismo), publicado en 2007, en Alemania del Este el Estado promovió
activamente la igualdad de género y la independencia económica de las
mujeres como características distintivas del socialismo, en un intento
de demostrar su superioridad moral por encima del Occidente democrático y
capitalista.
Ya a principios de la década de 1950, se animaba desde las
publicaciones estatales a los varones alemanes a participar en el
trabajo doméstico, compartiendo así la carga del cuidado de la
descendencia de forma más equitativa con sus esposas cuando estas
también trabajasen a jornada completa.
Según la profesora de Estudios Culturales Alemanes Ingrid Sharp, en
Alemania del Este se creó una situación en la que las mujeres ya no
dependían de los hombres, y esto les proporcionaba una sensación de
autonomía, lo cual redundaba en un comportamiento masculino más generoso
en la cama.
Si las novias y esposas de Alemania Occidental se sentían
insatisfechas con el desempeño sexual de sus compañeros masculinos no
tenían demasiadas opciones, pues como dependían económicamente de sus
parejas lo máximo que podían hacer era intentar convencerlos para que
fuesen más atentos con sus necesidades.
En el Este, los hombres que
deseaban mantener relaciones con mujeres no podían comprar el acceso a
ellas con dinero, por lo que tenían incentivos para mejorar su
comportamiento. (…) En 1984, Kurt Starke y Walter Friedrich publicaron
un libro con los resultados de sus investigaciones sobre el amor y la
sexualidad entre sus compatriotas menores de 30 años. Así, descubrieron
que la juventud de la RDA, tanto hombres como mujeres, estaba muy
satisfecha con su vida sexual: dos tercios de las jóvenes afirmaban
llegar al orgasmo “casi siempre” y un 18% “con frecuencia”.
Starke y
Friedrich sostenían que estos niveles de satisfacción personal en la
cama eran resultado de la vida socialista: “La sensación de seguridad
social, el equilibrio en cuanto a responsabilidades educativas y
profesionales, la igualdad de derechos y de posibilidades a la hora de
participar en la vida social y determinar su curso (…)”.
En una encuesta de prácticas sexuales femeninas realizada por el Gewis-Institut de Hamburgo para Neue Revue,
el 80% de las alemanas orientales respondió que siempre llegaba al
orgasmo, en comparación con el 63% de las occidentales. (…) El contexto
[de este estudio] era la pugna ideológica entre el Este y Occidente: una
guerra fría que se libraba en el campo de batalla de la sexualidad y en
la que el potencial de orgasmos sustituía a la capacidad nuclear.
Efectivamente, Sharp explica que la continua vinculación que hacían los
sexólogos del Este entre el mayor disfrute sexual de las mujeres de la
RDA y su independencia económica y su confianza en sí mismas suponía una
amenaza para la sensación de seguridad de Alemania Occidental. La
respuesta de los medios occidentales contra la idea de que en el Este
pudieran tener algo mejor fue contundente y dio paso a lo que Sharp
llamó la “Gran Guerra de los Orgasmos”.
Los continuos debates sobre las
comparaciones entre los niveles de satisfacción sexual de las dos
Alemanias animaron a los historiadores Paul Betts y Josie McLellan a
explorar el tema con mayor profundidad en su libro Love in the Time of Communism
(El amor en los tiempos del comunismo), donde se disecciona el tema a
lo largo de 239 páginas. Betts y McLellan confirman la idea de que la
independencia económica femenina contribuyó a crear una forma de
sexualidad única, no mercantilizada, tal vez más “natural” y “libre”,
que floreció en el Este y que permite afirmar que, si bien la teoría de
la economía sexual proporciona una descripción adecuada de los mercados
del sexo, esta solo es aplicable a las sociedades capitalistas.
Sin
embargo, como apuntan estos autores, otros factores contribuyeron a las
diferencias entre las culturas sexuales. En primer lugar, la Iglesia
desempeñaba un papel mucho más importante en la regulación de la moral y
la sexualidad en Occidente que en el Este, secular y ateo (aunque es
importante señalar que el estudio de 1984 realizado por Starke y
Friedrich no encontró diferencias entre las respuestas de las ateas y
las de quienes profesaban alguna religión).
En cualquier caso, resulta
incontestable que la cultura de Alemania Occidental abrazó los patrones
de género tradicionales de las Iglesias católica y protestante en mucha
mayor medida que la cultura de la Alemania Oriental. En segundo lugar,
la naturaleza autoritaria del régimen de la RDA restringía el acceso a
la esfera pública, por lo que su ciudadanía respondió retirándose al
ámbito privado, donde se construyeron vidas íntimas, acogedoras y ajenas
a la ideología en las que refugiarse de la omnipresencia del Estado en
todos los demás planos.
En tercer lugar, en el Este había mucho menos
que hacer en comparación con las distracciones comerciales de Occidente,
por lo que probablemente la gente dispusiera de más tiempo para
dedicarlo al sexo. Y, por último, el régimen de la RDA animaba al
disfrute de la vida sexual como medio para distraer a sus habitantes de
la monotonía y de las relativas privaciones de la economía socialista,
así como de las restricciones en los desplazamientos. (…)" (Kristen Ghodsee, El País, 07/10/19)
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