"Luis de Guindos ha regresado para decir a la banca española que es la hora de las fusiones, que la concentración es ineludible y que deben seguir creciendo, ya que es la manera de aumentar su rentabilidad.
Según
el vicepresidente del BCE, la banca tiene un problema de baja
rentabilidad, “ya que el 90% de los bancos tiene un rendimiento sobre el
capital que está por debajo del coste que requieren los inversores”,
como afirmaba ‘Expansión’.
Advirtió, además, sobre la amenaza que supone
para el sector financiero el crecimiento de la industria de fondos en
busca de mayores rentabilidades por los bajos tipos: “Existe un riesgo de liquidez si los fondos de inversión tienen una mayor demanda de reembolsos”.
El centro de todo
Esta es la idea que estructura nuestra economía, que orienta la actividad de toda clase de empresas a que los inversores
consigan los beneficios que desean. Los bancos son un ejemplo, porque
no se trata de que resulten rentables, sino de que no lo son lo
suficiente para satisfacer las exigencias de quienes, de una manera u
otra, aportan el capital.
Las consecuencias de esta manera de operar, la de ‘makers’ contra ‘takers’, es un asunto central en el debate público estadounidense en los últimos tiempos, ya que las críticas a esa forma de actuación empresarial son numerosas.
La Business Roundtable, una asociación cuyos miembros son los
presidentes ejecutivos de las principales empresas estadounidenses,
intentó mitigar los recelos con un texto firmado por 181 CEO, ‘Statement of the Purpose of a Corporation’, en el que se señala que los ‘stakeholders’ (clientes, empleados, proveedores, comunidades y sociedad) deben ser tenidos muy en cuenta
y que las empresas deben equilibrar las preocupaciones legítimas de
estos con las expectativas de los accionistas de obtener el máximo
rendimiento.
“Un nuevo capitalismo”
El pasado lunes, Marc Benioff, el multimillonario presidente y coCEO de Salesforce, prolongó el debate publicando un artículo en 'The New York Times', "We need a new capitalism", en el que afirmaba lo siguiente:
“Como capitalista, creo que es hora de decir en voz alta lo que todos sabemos que es verdad: el capitalismo, tal como lo conocemos, está muerto.
El capitalismo, tal como se ha practicado en las últimas décadas, con su obsesión por maximizar las ganancias para los accionistas,
también ha llevado a una terrible desigualdad. A nivel mundial, las 26
personas más ricas del mundo ahora tienen tanta riqueza como los 3.800
millones de personas más pobres, y la incesante emisión de carbono está
empujando al planeta hacia un cambio climático catastrófico.
En Estados
Unidos, la desigualdad de ingresos ha alcanzado su nivel más alto en al
menos 50 años, con el 0,1% superior, personas como yo, que poseen
aproximadamente el 20% de la riqueza, mientras que muchos
estadounidenses no pueden hacer frente a una emergencia que les suponga
gastar 400 dólares adicionales. No es de extrañar que el apoyo al capitalismo haya disminuido, especialmente entre los jóvenes.
A mis compañeros, líderes empresariales y multimillonarios, les digo que ya no podemos quitarnos de encima la responsabilidad...
Sí, las ganancias son importantes, pero también lo es la sociedad. Y si
nuestra búsqueda de mayores ganancias deja nuestro mundo peor que
antes, todo lo que habremos enseñado a nuestros hijos es el poder de la
codicia.
Es hora de un nuevo capitalismo: un capitalismo
más justo, equitativo y sostenible, que realmente funcione para todos y
donde las empresas, incluidas las empresas de tecnología, no solo le
quiten a la sociedad, sino que realmente le devuelvan y tengan un
impacto positivo”.
Las transformaciones
Las dimensiones de este debate, el porqué de la autocrítica empresarial y los motivos por los cuales aparece en este instante, nos sirven para comprender el momento político estadounidense, pero también para darnos algunas pistas sobre la recomposición que está empezando a vivir Occidente. La guerra comercial entre EEUU y China, junto la presidencia de Trump, está generando movimientos significativos, ligados al fin de la globalización que conocimos, o la desglobalización o como quiera denominarse.
El repliegue estadounidense, las medidas proteccionistas
y la intención de favorecer sus empresas respecto de las extranjeras no
son una intención libre de contradicciones. En este escenario, si la
mayoría de las firmas continúa deslocalizando, presionando a proveedores
y clientes, acabando con las pequeñas empresas y canalizando sus
beneficios hacia los accionistas, algunos de los cuales son fondos
internacionales, generarán más animadversión interna:
si son empresas estadounidenses, tendrán que producir en su país y
favorecer a los suyos; si no, habrá problemas serios. De hecho, muchos
de los votantes de Trump confiaron en él porque afirmó que iba a
revertir esta situación.
Los equilibrios
En ese contexto,
la desigualdad que señala Benioff es un asunto crucial. No se trata de
que la brecha entre los que tienen y los que no se haya hecho más
profunda, sino de que los ricos son mucho más ricos mientras que el
resto de la población vive situaciones muy inestables. Buena parte de
los estadounidenses tiene que hacer grandes equilibrios en su vida
cotidiana, ya que hay mucho empleo mal pagado y los salarios no suben o
lo hacen en una proporción mucho menor que los beneficios de las
empresas, al mismo tiempo que los gastos necesarios para la simple subsistencia aumentan.
El coste para mantener una vida mínimamente digna se ha elevado, y
reproducir los estándares de clase media ha quedado al alcance de muchas
menos personas, máxime cuando la sanidad y la educación son muy caras
en EEUU, en especial las de calidad.
Cuando esta presión por ambos extremos aumenta, y es el caso, es
lógico que el descontento crezca y que se responsabilice de las
situaciones de inestabilidad económica menos a los inmigrantes o a los
chinos, como ha ocurrido hasta ahora, y más a las grandes empresas. En
un sentido, porque se las acusa de no ser en realidad estadounidenses y
de no pensar en su país ni en sus ciudadanos; desde otro espacio, porque
se las tilda de depredadoras y de estar guiadas por la avaricia desnuda.
Las dos posiciones políticas
Estas son hoy las dos posiciones políticas principales en EEUU: la de Trump, con el giro nacional, la defensa de los intereses económicos de su país frente al resto,
la del alejamiento de la UE para asegurarse mejores condiciones
comerciales, la que restringe la globalización a aquello que le resulta
beneficioso, y la de Warren y Sanders, que quieren poner límite a la avaricia, predistribuir y redistribuir, modificar el funcionamiento del mercado, y atacar la economía financiarizada, la concentración a la que aboca y el dominio exclusivo del primado del accionista.
El reciente debate
de los aspirantes demócratas fue un ejemplo muy claro de hasta qué
punto la hostilidad hacia las grandes corporaciones y sus prácticas se
ha vuelto mucho más intensa.
Este es el momento político estadounidense, y a ese descontento
responde la declaración de la Business Roundtable, así como la reflexión
de Benioff sobre el giro necesario. Pero, en todo caso, por un lado y
por otro, la apuesta por la generación de valor para el gran accionista,
la rentabilidad para el ‘taker’ en lugar de para el ‘maker’, está
siendo ampliamente cuestionada, y tiene traducción clara en el momento
ideológico. La validez y utilidad de este sistema económico para la sociedad se ha situado como uno de los debates más importantes, y lo va a ser más aún en el futuro próximo.
Al
menos en EEUU, porque la UE es otra cosa y las declaraciones de Luis de
Guindos son buena muestra. Aquí los ecos de esos debates apenas llegan y
seguimos centrados en los populismos, la estabilidad presupuestaria, el
iliberalismo y demás, mientras los modelos centrados en maximizar
beneficios para los accionistas siguen sin cuestionarse.
Es una ausencia llamativa, máxime cuando los CEO de las empresas más importantes del mundo se han visto obligados a emitir un comunicado al respecto. En Europa, en este sentido, seguimos anclados en el típico retraso que nos impide enfrentarnos a los problemas a tiempo.
Lo usual es que los debates que arrancan en suelo estadounidense acaben
reproduciéndose en Europa, y más aún en nuestro país, tiempo después.
Veremos." (Esteban Hernández, El Confidencial, 17/10/19)
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