"Hace dos años y medio que el caso de los 20 atentados con
bomba de Luxemburgo está aparcado. Treinta años después de los hechos,
el defensor de dos policías sigue apuntando a la OTAN y denunciando el
obstruccionismo de la ley del silencio.
Podría ser un guión del entrañable Henning Mankell, sino fuera porque la novela negra del Bommeleeër
luxemburgués supera toda ficción. Son las 4 de la madrugada del 9 de
noviembre de 1985. A Eugène Beffort, empleado de la empresa Dupont de
Nemours, le llama la atención un coche estacionado con los faros
encendidos entre la niebla junto al límite del aeropuerto Findel de
Luxemburgo.
Beffort se acerca al coche, distingue en su interior cables y
componentes eléctricos, pero lo que más le sorprende es la identidad
del ocupante del coche: es el Príncipe Jean de Nassau, hermano del Gran
Duque. Poco después de aquel encuentro, el radar del aeropuerto saltaba
por los aires.
Entre el 23 de enero de 1984 y el 25 de marzo de 1986, en Luxemburgo
se cometieron 20 atentados con bomba sin víctimas y siete robos de
explosivos y material electrónico para detonarlos. Algo nunca visto en
este pequeño país, paraíso fiscal y oasis europeo en paz social y
violencia política.
Bombas sin motivo aparente ni reivindicación; contra
postes de telecomunicaciones, el radar del aeropuerto, la piscina
olímpica de Kirchberg el barrio de las instituciones europeas, con
motivo de una cumbre europea, en los despachos de jueces y sedes
policiales, en una planta de gas, contra el palacio de justicia…
Atentados profesionalmente realizados, desvergonzados por su audacia.
Aquella inusitada ola duró dos años y tres meses. Y dio lugar a un
proceso sin precedentes, el proceso del siglo, el proceso Bommeleeër, literalmente “colocador de bombas”.
La plana mayor de la seguridad luxemburguesa y las primeras
autoridades, primeros ministros, presidentes y hasta el mencionado
hermanísimo Príncipe Jean de Nassau, han desfilado durante años ante los
tribunales en el mayor proceso de la historia judicial del país. Hay
ocho imputados, todos ellos miembros de la Brigada Móvil de la
Gendarmería (BMG), un grupo compuesto por militares de élite, o mandos
de ese y otros cuerpos de seguridad.
Por encima de ellos se adivinan
unas órdenes vinculadas al “stay behind” de la OTAN férreamente
blindadas, pese a que los jueces han hecho su trabajo. Pues bien, este
“juicio del siglo”, del que apenas se ha hablado en los medios de
comunicación -lo que forma parte del blindaje- lleva suspendido desde
julio de 2014.
El enfado del letrado Vogel
El letrado luxemburgués Gaston Vogel, de 79 años de edad, no es lo
que se dice, “un abogado socialmente comprometido”. Es el abogado más
conocido del Gran Ducado. Vogel es el defensor de dos gendarmes acusados
de participar en la colocación de las bombas de este extraordinario
caso. Me recibe en su casa, en medio de una decoración que revela su
interés por las culturas orientales.
En junio de 2014, tras 177
audiencias, el juicio fue suspendido a la espera de que el juez de
instrucción preparara las denuncias contra otros seis oficiales de la
gendarmería. Desde entonces se está a la espera. Todos los plazos
razonables se han superado y Vogel no oculta su enfado.
“Estamos ante un dossier absolutamente lamentable que viola
sistemáticamente el artículo 6 de la convención europea de derechos del
hombre, que prevé que los procesos deben hacerse en plazos razonables:
en este caso lo razonable se ha superado en mil veces”, dice. Mi
siguiente pregunta (¿Cómo se explica esto?) desata un torrente:
“Nadie está interesado en conocer la verdad. Para mi la verdad es que
fueron atentados cometidos en la lógica de la guerra fría de la época
por fuerzas oscuras de la OTAN, que es la cosa que más detesto del
mundo, porque es gente deshonesta y sin ley, que en 1983/1984 actuaba
por todas partes, en Italia, en Bélgica y otros lugares”.
Para Vogel defender que aquellos atentados fueron una iniciativa de
la propia policía para que se aumentara su presupuesto, como pretende el
fiscal, es “una espantosa estupidez”, “una tesis idiota”: “para
aumentar el presupuesto bastan dos o tres atentados, no veinte. La
policía ya lo tenía todo cuando se produjo el último y más grave
atentado, contra el aeropuerto”. “Supongamos que fueron iniciativa de
los policías, en ese caso haría falta una organización, una decisión,
pero nunca se ha investigado más arriba. ¿Quién les dijo a los policías
que hicieran eso? ¿Por qué no se avanza? ¿Por qué nunca se investigó al
ejército? Son los militares los que entienden de bombas y explosivos, no
los policías. Estoy indignado: ¡este proceso dura desde 1989, han
pasado treinta años y no hay nada! Los belgas están en la misma
situación con las matanzas de Bravante. No avanzan para encontrar a los
asesinos: ¿cómo van a avanzar?, ¡es la omertá! (en italiano “ley del silencio”).
El veterano abogado confirma el “excelente” trabajo realizado por el
tribunal a lo largo de las 177 audiencias. “Mi queja es contra quienes
enviaron el proceso al tribunal criminal, contra la cámara del consejo
(judicial): éste no es un caso criminal de derecho común, es un proceso
político en el que hay otros intereses cubiertos por la omertá.
Lo que a mi me interesa es el gobierno de la época. No hicieron nada,
no han dicho nada. ¿Por qué? Porque estaban bajo la férula de la OTAN,
tenían que callarse, ¡eh aquí por qué! El propio juez de instrucción lo
dijo en la audiencia: “es un asunto de estado que no debe ser
desvelado”. Se llama Klein, escríbalo, ya está retirado, es un caso que
me agobia y agota mucho”, dice Vogel tomando aire.
En el juicio, el Príncipe Jean de Nassau declaró
que aquel día estaba cazando en Francia con Henri Giscard D´Estaing,
hijo del ex presidente de Francia y turbio hombre de negocios. Los
autores concretos de las bombas eran miembros de la Brigada Móvil de la
Gendarmería (BMG). Ese cuerpo de élite formado por militares, respondía
de la vigilancia de la residencia de verano de la familia ducal, la Tour
Sarrazine sita en Cabasson (Costa Azul).
“El Príncipe Jean conocía bien
a los miembros de la BMG y tenía cierta familiaridad con ellos”,
explica una fuente conocedora del sumario. El papel del Príncipe en los
atentados pudo haberse limitado al de actuar como “póliza de seguros”:
si algún guardia se acercaba al lugar donde se preparaba un atentado
mientras se colocaban los explosivos, su reacción ante tal personaje
despejaba toda sospecha y solo podía cuadrarse respetuosamente, explica.
Cuatro meses antes del atentado del aeropuerto, el 5 de julio de
1985, un turista belga estaba acampado con su rulote en las cercanías de
otro escenario de atentado con bomba. Vio a dos
hombres de más de 1,80 de altura y un extraño trajín de tipos hablando
con talkies-walkies. Una huida precipitada y luego una explosión. El
turista identificó a uno de los policías de la BMG, el otro no cuadraba.
Había visto a un hombre de cabello rizado y el único que quedaba de
1,80 de altura en el grupo era calvo. La investigación encontró la
peluca rizada entre los accesorios de la BMG.
Pruebas desaparecidas
“Luxemburgo es un país pequeño, pero su posición entre Francia y
Alemania y su aeropuerto le daban importancia en los planes de la guerra
fría”, explica otra fuente conocedora de los detalles del dossier Bommeleeër. “La Otan se había quejado de que el radar no era suficientemente moderno, sobre eso hay documentos”, dice.
De esta increíble historia se conoce a los pequeños presuntos
autores, los ocho inculpados, pero lo más interesante es saber quién
movía los hilos en el nivel superior, por encima de los ejecutores.
“El contacto entre unos y otros, era Charles Bourg, segundo jefe de
la policía luxemburguesa. Bourg y su hermano, un radical de extrema
derecha vinculado al jefe del ejército, eran el contacto con el “stay behind”.
El suboficial de la BMG, Jos Steil, era a su vez el enlace entre
Bourg y los que ponían las bombas”, explica la primera fuente. Antes de
morir Steil le dijo a su mujer: “se quienes eran los que pusieron las
bombas”. “Solo un insider podía saber, por ejemplo, donde se
encontraba el domicilio del juez de instrucción donde pusieron una bomba
el 16 de febrero de 1986…”
El caso Bommeleeër dejó una enorme cantidad de piezas y pruebas de
convicción. Muchas han desaparecido. Fue el propio jefe de seguridad de
Luxemburgo durante los atentados, Armand Schockweiler, quien robó del
archivo judicial 80 pruebas en 1996; baterías, huellas, muestras,
documentos… Schockweiler, como Bourg, es uno de los imputados en este
proceso extrañamente interrumpido. “El gobierno no podía no saber”,
señala la segunda fuente.
Le explico al letrado Vogel lo que me dijo, hace cuatro años, el ex
secretario de Estado alemán de Defensa Andreas von Bülow (véase La
Vanguardia del 5 de mayo de 2013) sobre el “juicio del siglo” de
Luxemburgo, que este experto en servicios secretos (25 años en la
comisión de servicios secretos del Bundestag) seguía con gran atención:
“me temo que en el juicio de Luxemburgo todo se conduzca hacia un banco
de arena para que el asunto quede encallado”.
Es lo que suele suceder,
decía von Bülow, “cuando los servicios secretos están implicados en
operaciones ilegales: se intenta convencer a los tribunales, sobre todo a
los fiscales, de que no se metan”. Vogel escucha la cita con mal humor.
“Este es el proceso más largo y más importante de la historia de
Luxemburgo, verdaderamente excepcional”, dice. Quizá se reabra el año
que viene. O quizá no.
Lo que se sabe del “Stay behind”
El plan militar soviético en Europa en caso de tercera guerra mundial
era claro y conocido: plantar en 36 horas sus divisiones blindadas en
el Pas de Calais. En 1990, en una rara visita periodística a la división
acorazada Taman estacionada en la aldea de Kalininets, en los
alrededores de Moscú, hasta su comandante, General Valeri Marchenkov, no
ocultaba aquel guión de Blitzkrieg escrito en la posguerra:
arrollador avance hacia el oeste de las divisiones blindadas
estacionadas en Alemania del Este, Polonia y Europa central y ocupación
del grueso de la Europa occidental.
La OTAN, cuyos efectivos convencionales eran en Europa numéricamente
inferiores a los del Pacto de Varsovia, también asumía aquel escenario
inicial del adversario. Desde los años setenta preveía una respuesta
nuclear táctica fundamentalmente en Alemania, el Air-Land battle, pero desde mucho antes se desarrolló otro recurso, el llamado “stay behind”:
una red secreta de guerrilla organizada para el sabotaje, con sus
células, cuadros y depósitos de armas, presta a ser activada en una
Europa occidental ocupada por los soviéticos en cuanto se declarase la
guerra.
La historia del “stay behind”, una estructura clandestina
dentro de la OTAN, ha sido reconocida hasta por el gobierno alemán, que
dice haber disuelto la suya, compuesta por un centenar de hombres, al
concluir la guerra fría en 1991. En los años sesenta, setenta y ochenta
aquella red fue utilizada políticamente, surtiéndose de elementos de la
extrema derecha europea pilotados por los servicios secretos americanos
con la colaboración de sus homólogos europeos
En el marco de la llamada
“estrategia de la tensión”, sus propósitos eran diversos: crear o
infiltrar grupos armados de extrema izquierda diseñados para
desacreditar movimientos sociales, realización de atentados para
desestabilizar gobiernos y propiciar reacciones, presiones preventivas
ante cambios considerados amenazantes…
Fue en Italia donde se llegó más lejos en el conocimiento de la red local del “stay behind”, conocida como Gladio.
Reconocida por el primer ministro Giulio Andreotti en agosto de 1990,
la investigación del Senado italiano sobre la red concluyó, en junio de
2000, que, “aquellas masacres, bombas y acciones militares (491 muertos y
1181 heridos en 18 años), fueron organizadas, o promovidas o apoyadas,
por hombres dentro de las instituciones del Estado italiano y, como se
ha descubierto más recientemente, por hombres vinculados a las
estructuras de la inteligencia de Estados Unidos”.
En Bélgica se relaciona al “stay behind” con la insólita e
inexplicada ola de atentados registrada en el país entre 1983 y 1985
conocida como las masacres de Brabante (28 muertos y 40 heridos). Los
atentados fueron parcialmente atribuidos a un grupo fantasma, las
Células Comunistas Combatientes (CCC), compuesto por activistas de
extrema derecha. Sus armas y explosivos procedían del robo efectuado en
una acción clandestina de entrenamiento de las fuerzas especiales
norteamericanas en la localidad belga de Vielsalm, el 13 de mayo de
1984, en la que un gendarme belga resultó gravemente herido.
El proceso
por estos hechos lleva años empantanado en Bélgica.
Un activista de extrema derecha y ex mercenario belga en Katanga (ex
Congo belga) llamado Dislaire, confesó haber sido contratado por los
americanos para transportar al comando en la acción de Vielsalm.
Dislaire dijo que también colaboró en la comisión de atentados en
Luxemburgo. Ese es un cabo, entre otros, que vincula la trama del “stay
behind” con la serie de Luxemburgo." (Rafael Poch, blog, 02/04/2017)
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