17/2/20

El proceso de cambio del capitalismo hace pensar en una nueva “gran transformación” auspiciada por revoluciones industriales sustentadas en nuevos vectores energéticos

"(...) El reciente libro de Branko Milanovic (Capitalism alone, Harvard University Press, 2019) va en una dirección similar, que comparte a su vez con la última entrega del propio Piketty (Capital e ideología, Deusto, 2019) y de Joseph Stiglitz (Capitalismo progresista, Taurus, 2020), con un mensaje claro y común: sólo con buenas palabras, con buenas intenciones, sin la intervención de una política económica pública efectiva, no se podrán corregir las grandes dislocaciones del sistema económico.

            Es importante tener en cuenta, en este punto, que se trata de reformar el capitalismo –Stiglitz nos habla de un capitalismo “progresista”, y lo justifica atendiendo a las reformas de calado que necesita–, preservando las conquistas sociales y económicas y encarando los nuevos retos que se presentan, protagonizados de manera esencial por los impactos ecológicos del crecimiento. 

El capitalismo no está agonizante, como a veces se afirma (los trabajos de David Harvey, Samir Amin, Giovanni Arrighi e Immanuel Wallerstein, digamos que ya clásicos, están en esa tesis). Por el contrario, tiene enormes capacidades de mutación para seguir auto-reproduciéndose (como indican Rolando Astarita y Anwar Shaikh en sus investigaciones más recientes, aunque con perspectivas distintas).

 Ese proceso de cambio hace pensar en una nueva “gran transformación” en el sentido que propuso Karl Polanyi en 1944. Recuérdese: que el avance de la economía liberal, en el momento en que escribía Polanyi, auspiciado por las revoluciones industriales sustentadas en nuevos vectores energéticos –carbón, petróleo– provocaba enormes dislocaciones sociales y ambientales. ¿Nos hallamos ahora mismo en esta encrucijada? ¿Debemos repensar el capitalismo? Probablemente. Por varios motivos, siendo uno de los más relevantes la necesidad de un cambio crucial en el modelo energético. (...)

La causa central de esta situación radica en la energía utilizada para el desarrollo capitalista entre 1780 y la actualidad, basada en combustibles fósiles; y en las pautas de consumo existentes. El fuego prometeico. La urgencia en cambiar el modelo energético es crucial: las nuevas revoluciones industriales que se preconizan y teorizan –ya se habla hasta de una quinta revolución industrial– se edifican sobre transformaciones en los sectores productivos, con predominio de los productos derivados de la nanotecnología, el internet de las cosas y la robótica. 

Estas son, con algunos matices internos, las tesis que defienden Jeremy Ryfkin (tercera revolución industrial) y Klaus Schwab (cuarta revolución industrial), con diferencias sustanciales en el modelo energético: Ryfkin lo ve descentralizado, a partir de baterías de hidrógeno y de una mayor autonomía individual; Schwab lo interpreta más centralizado, sin opciones a la autogestión. 

Pero, en ambos casos, la ecuación que no se resuelve es: ¿cómo realizar la transición hacia otra path energética, cuando en ambos casos el concurso de los combustibles fósiles seguirá siendo determinante?

            Los grandes procesos de transformación requieren de costes de transición. Ahora bien, éstos pueden suponer beneficios en el medio y largo plazo, si atendemos a las prospectivas que se están realizando. La actual pauta energética puede generar una contracción del PIB cercana al 25% hacia el año 2100, en el caso de que la temperatura se mantenga estable a los niveles actuales; pero un incremento de la misma aumentará a su vez ese porcentaje de pérdida de riqueza agregada. 

Esta tesis se ha publicado en Nature (núm. 557: https://www.nature.com/articles/s41586-018-0071-9, 2018) por Marshall Burke, W. Matthew Davis y Noah S. Diffenbaugh. Para estos autores, los costes de transición que se deberían aplicar serían inferiores a los beneficios que se obtendrían: un ahorro estimado en cerca de 20 billones de euros si se disminuyera medio grado –de 2 a 1,5– la temperatura del planeta.

            Estos costes de transición deberían canalizarse, se asevera, hacia la inversión en energías renovables: lo que se ha bautizado como el New Green Deal, émulo del original rooseveltiano. Se ha hablado de la urgente canalización de recursos económicos hacia ese gran ámbito productivo. Sin embargo, las alternativas que se plantean también tienen problemas de sostenibilidad. 

En un novedoso trabajo publicado por el Club de Roma, Antonio Valero ha señalado que existen límites materiales para las energías limpias, para la movilidad alternativa, para la digitalización, para la alimentación (“Materiales: más allá del cambio climático”, Come on!, Deusto, 2019). 

Los elementos escasos como neodimio, disprosio, indio, galio, selenio, teluro, cadmio, esenciales para las energías renovables, son escasos en la naturaleza. A todo esto, cabe tener en cuenta que la construcción de baterías para almacenar energía –la tesis central de Ryfkin–, impone una alta demanda de litio, cobalto, grafito, manganeso, níquel y aluminio, que son igualmente poco frecuentes. 

En otras palabras: a los límites de los propios vectores energéticos más primarios –los combustibles fósiles–, se suma la constricción de algunos metales básicos para la génesis de infraestructuras energéticas alternativas o de productos de consumo de fabricación distinta y más sostenibles, como los coches eléctricos. 

El reto tecnológico es inmenso, y su relación con otra forma de consumir se traduce en una agenda clave para el futuro inmediato. Lo material acaba por limitar el propio desarrollo del capitalismo: el fuego de Prometeo no se aviva en la dimensión que se esperaba, y los procesos económicos están regidos por la segunda ley de la termodinámica, un principio que nadie, absolutamente nadie, puede abolir. Y que aboca ahora a un “mundo lleno” de residuos y “vacío” de recursos, siguiendo la terminología de Daly. 

No estamos hablando de un problema de costes: la energía solar es la más barata para procurar energía alternativa, incluso en Estados Unidos. Así las cosas, los propios mercados financieros consideran la electricidad que proviene del carbón como activos ya amortizados… ¡en Estados Unidos! Los problemas provienen, como decíamos antes, de los límites materiales.  (...)

El Foro de Davos, palestra de medidas mainstream por antonomasia, se plantea en la presente edición de 2020 la cuestión de repensar el capitalismo. El tema ya forma parte del nuevo pensamiento económico instalado en las instituciones más ortodoxas. El temor a una degradación planetaria, de dimensiones inconmensurables, está promoviendo reacciones al respecto. 

Las cúpulas de los think tank conservadores y liberales están ya asimilando que el problema de la escasez de recursos energéticos, de la falta de esenciales metales diversos y de los efectos de la contaminación y del cambio climático, no son renglones que atañen únicamente a movimientos alternativos o las escuelas económicas heterodoxas. La ciencia está demostrando, día a día, que la situación de emergencia climática es real y no constituye un invento interesado. Sólo los necios defienden lo contrario. De ahí que se alcen voces nada sospechosas para llamar la atención sobre la urgente necesidad en proponer otras rutas de crecimiento, con un objetivo medular: consolidar la reproducción del propio sistema. (...)

Para ello, se piensa en correctivos que provienen de la propia economía, mecanismos de mitigación que corrijan externalidades. Urge encadenar a Prometeo. Y esto pasa, entre otras posibles medidas, por hacer más costosas las emisiones de gases de efecto invernadero, un objetivo básico que afecta a empresas y hogares. 

Pero, ¿cuál es el precio de las emisiones? Este interrogante está obteniendo respuestas del Fondo Monetario Internacional, lo cual proporciona una idea fehaciente de la inquietud existente entre los economistas mainstream. Según el FMI, las emisiones de CO2 se deberían situar entre 45 y 90 dólares por tonelada en el horizonte 2030: el de la Agenda de las Naciones Unidas. 

Un precio medio entorno a unos 70 dólares por tonelada para los países del G-20 limitaría el calentamiento global por debajo de la frontera de 2 grados (sobre todo esto: Joseph Stiglitz-Nicholas Stern et alter, Report of the high-level comission on carbon prices, https://static1.squarespace.com/static/54ff9c5ce4b0a53decccfb4c/t/59b7f2409f8dce5316811916/1505227332748/CarbonPricing_FullReport.pdf, 2017; Fondo Monetario Internacional, Fiscal Monitor: how to mitigate climate change, https://www.imf.org/en/Publications/FM/Issues/2019/09/12/fiscal-monitor-october-2019, 2019. Un mayor desarrollo en Roser Ferrer, “¿Cómo actuar ante el cambio climático? Acciones y políticas para mitigarlo”, CaixaBank Research, noviembre de 2019).

¿Será suficiente con medidas estrictamente crematísticas? Probablemente no. La ciencia económica, y no sólo ella, deberá imponerse líneas de investigación colaborativas con otras ciencias, en clave holística, para repensar modelos de crecimiento que sean compatibles con una moderación en los consumos que sean excesivamente lesivos con el entorno, mejoras tecnológicas con énfasis preciso en los campos energéticos, reestructuración de los sistemas financieros, políticas de inversión que abracen la preservación de los servicios, en definitiva, una nueva agenda de trabajo para un sistema económico que se encuentra en la encrucijada básica de los materiales y de los vectores de la energía convencional.(...)"                    (Carles Manera, Economistas frente a la crisis, 24/01/20)

No hay comentarios: