"(...) El reciente libro de Branko Milanovic (Capitalism alone, Harvard University Press, 2019) va en una dirección similar, que comparte a su vez con la última entrega del propio Piketty (Capital e ideología, Deusto, 2019) y de Joseph Stiglitz (Capitalismo progresista,
Taurus, 2020), con un mensaje claro y común: sólo con buenas palabras,
con buenas intenciones, sin la intervención de una política económica
pública efectiva, no se podrán corregir las grandes dislocaciones del
sistema económico.
Es
importante tener en cuenta, en este punto, que se trata de reformar el
capitalismo –Stiglitz nos habla de un capitalismo “progresista”, y lo
justifica atendiendo a las reformas de calado que necesita–, preservando
las conquistas sociales y económicas y encarando los nuevos retos que
se presentan, protagonizados de manera esencial por los impactos
ecológicos del crecimiento.
El capitalismo no está agonizante, como a
veces se afirma (los trabajos de David Harvey, Samir Amin, Giovanni
Arrighi e Immanuel Wallerstein, digamos que ya clásicos, están en esa
tesis). Por el contrario, tiene enormes capacidades de mutación para
seguir auto-reproduciéndose (como indican Rolando Astarita y Anwar
Shaikh en sus investigaciones más recientes, aunque con perspectivas
distintas).
Ese proceso de cambio hace pensar en una nueva “gran
transformación” en el sentido que propuso Karl Polanyi en 1944.
Recuérdese: que el avance de la economía liberal, en el momento en que
escribía Polanyi, auspiciado por las revoluciones industriales
sustentadas en nuevos vectores energéticos –carbón, petróleo– provocaba
enormes dislocaciones sociales y ambientales. ¿Nos hallamos ahora mismo
en esta encrucijada? ¿Debemos repensar el capitalismo? Probablemente.
Por varios motivos, siendo uno de los más relevantes la necesidad de un cambio crucial en el modelo energético. (...)
La causa central de esta situación
radica en la energía utilizada para el desarrollo capitalista entre 1780
y la actualidad, basada en combustibles fósiles; y en las pautas de
consumo existentes. El fuego prometeico. La urgencia en cambiar el
modelo energético es crucial: las nuevas revoluciones industriales que
se preconizan y teorizan –ya se habla hasta de una quinta revolución
industrial– se edifican sobre transformaciones en los sectores
productivos, con predominio de los productos derivados de la
nanotecnología, el internet de las cosas y la robótica.
Estas son, con
algunos matices internos, las tesis que defienden Jeremy Ryfkin (tercera
revolución industrial) y Klaus Schwab (cuarta revolución industrial),
con diferencias sustanciales en el modelo energético: Ryfkin lo ve
descentralizado, a partir de baterías de hidrógeno y de una mayor
autonomía individual; Schwab lo interpreta más centralizado, sin
opciones a la autogestión.
Pero, en ambos casos, la ecuación que no se
resuelve es: ¿cómo realizar la transición hacia otra path energética, cuando en ambos casos el concurso de los combustibles fósiles seguirá siendo determinante?
Los grandes procesos de transformación requieren de costes de
transición. Ahora bien, éstos pueden suponer beneficios en el medio y
largo plazo, si atendemos a las prospectivas que se están realizando. La
actual pauta energética puede generar una contracción del PIB cercana
al 25% hacia el año 2100, en el caso de que la temperatura se mantenga
estable a los niveles actuales; pero un incremento de la misma aumentará
a su vez ese porcentaje de pérdida de riqueza agregada.
Esta tesis se
ha publicado en Nature (núm. 557: https://www.nature.com/articles/s41586-018-0071-9,
2018) por Marshall Burke, W. Matthew Davis y Noah S. Diffenbaugh. Para
estos autores, los costes de transición que se deberían aplicar serían
inferiores a los beneficios que se obtendrían: un ahorro estimado en
cerca de 20 billones de euros si se disminuyera medio grado –de 2 a 1,5–
la temperatura del planeta.
Estos costes de transición deberían canalizarse, se asevera, hacia la
inversión en energías renovables: lo que se ha bautizado como el New Green Deal,
émulo del original rooseveltiano. Se ha hablado de la urgente
canalización de recursos económicos hacia ese gran ámbito productivo.
Sin embargo, las alternativas que se plantean también tienen problemas
de sostenibilidad.
En un novedoso trabajo publicado por el Club de Roma,
Antonio Valero ha señalado que existen límites materiales para las
energías limpias, para la movilidad alternativa, para la digitalización,
para la alimentación (“Materiales: más allá del cambio climático”, Come on!,
Deusto, 2019).
Los elementos escasos como neodimio, disprosio, indio,
galio, selenio, teluro, cadmio, esenciales para las energías renovables,
son escasos en la naturaleza. A todo esto, cabe tener en cuenta que la
construcción de baterías para almacenar energía –la tesis central de
Ryfkin–, impone una alta demanda de litio, cobalto, grafito, manganeso,
níquel y aluminio, que son igualmente poco frecuentes.
En otras
palabras: a los límites de los propios vectores energéticos más
primarios –los combustibles fósiles–, se suma la constricción de algunos
metales básicos para la génesis de infraestructuras energéticas
alternativas o de productos de consumo de fabricación distinta y más
sostenibles, como los coches eléctricos.
El reto tecnológico es inmenso,
y su relación con otra forma de consumir se traduce en una agenda clave
para el futuro inmediato. Lo material acaba por limitar el propio
desarrollo del capitalismo: el fuego de Prometeo no se aviva en la
dimensión que se esperaba, y los procesos económicos están regidos por
la segunda ley de la termodinámica, un principio que nadie,
absolutamente nadie, puede abolir. Y que aboca ahora a un “mundo lleno”
de residuos y “vacío” de recursos, siguiendo la terminología de Daly.
No
estamos hablando de un problema de costes: la energía solar es la más
barata para procurar energía alternativa, incluso en Estados Unidos. Así
las cosas, los propios mercados financieros consideran la electricidad
que proviene del carbón como activos ya amortizados… ¡en Estados Unidos!
Los problemas provienen, como decíamos antes, de los límites
materiales. (...)
El Foro de Davos, palestra de medidas mainstream por
antonomasia, se plantea en la presente edición de 2020 la cuestión de
repensar el capitalismo. El tema ya forma parte del nuevo pensamiento
económico instalado en las instituciones más ortodoxas. El temor a una
degradación planetaria, de dimensiones inconmensurables, está
promoviendo reacciones al respecto.
Las cúpulas de los think tank
conservadores y liberales están ya asimilando que el problema de la
escasez de recursos energéticos, de la falta de esenciales metales
diversos y de los efectos de la contaminación y del cambio climático, no
son renglones que atañen únicamente a movimientos alternativos o las
escuelas económicas heterodoxas. La ciencia está demostrando, día a día,
que la situación de emergencia climática es real y no constituye un
invento interesado. Sólo los necios defienden lo contrario. De ahí que
se alcen voces nada sospechosas para llamar la atención sobre la urgente
necesidad en proponer otras rutas de crecimiento, con un objetivo
medular: consolidar la reproducción del propio sistema. (...)
Para ello, se piensa en correctivos que
provienen de la propia economía, mecanismos de mitigación que corrijan
externalidades. Urge encadenar a Prometeo. Y esto pasa, entre otras
posibles medidas, por hacer más costosas las emisiones de gases de
efecto invernadero, un objetivo básico que afecta a empresas y hogares.
Pero, ¿cuál es el precio de las emisiones? Este interrogante está
obteniendo respuestas del Fondo Monetario Internacional, lo cual
proporciona una idea fehaciente de la inquietud existente entre los
economistas mainstream. Según el FMI, las emisiones de CO2 se
deberían situar entre 45 y 90 dólares por tonelada en el horizonte 2030:
el de la Agenda de las Naciones Unidas.
Un precio medio entorno a unos
70 dólares por tonelada para los países del G-20 limitaría el
calentamiento global por debajo de la frontera de 2 grados (sobre todo
esto: Joseph Stiglitz-Nicholas Stern et alter, Report of the high-level comission on carbon prices, https://static1.squarespace.com/static/54ff9c5ce4b0a53decccfb4c/t/59b7f2409f8dce5316811916/1505227332748/CarbonPricing_FullReport.pdf, 2017; Fondo Monetario Internacional, Fiscal Monitor: how to mitigate climate change, https://www.imf.org/en/Publications/FM/Issues/2019/09/12/fiscal-monitor-october-2019, 2019. Un mayor desarrollo en Roser Ferrer, “¿Cómo actuar ante el cambio climático? Acciones y políticas para mitigarlo”, CaixaBank Research, noviembre de 2019).
¿Será
suficiente con medidas estrictamente crematísticas? Probablemente no.
La ciencia económica, y no sólo ella, deberá imponerse líneas de
investigación colaborativas con otras ciencias, en clave holística, para
repensar modelos de crecimiento que sean compatibles con una moderación
en los consumos que sean excesivamente lesivos con el entorno, mejoras
tecnológicas con énfasis preciso en los campos energéticos,
reestructuración de los sistemas financieros, políticas de inversión que
abracen la preservación de los servicios, en definitiva, una nueva
agenda de trabajo para un sistema económico que se encuentra en la
encrucijada básica de los materiales y de los vectores de la energía
convencional.(...)" (Carles Manera, Economistas frente a la crisis, 24/01/20)
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