"El ideólogo de la Economía del Bien Común, Christian Felber
(Salzburg, 1972), habla desde la calma, meditando mucho lo que dice y
matizando bien sus palabras para que el mensaje, en perfecto castellano,
llegue de forma nítida.
Felber es investigador asociado del Instituto IASS de Berlín-Potsdam,
tras impartir clases en otras siete universidades austríacas y
alemanas. Adora España donde cursó buena parte de sus estudios de
Filología Hispánica, Psicología, Ciencias Políticas o Sociología y
siempre ha compaginado su trabajo de investigación y de divulgación con
la danza contemporánea.
Es un buen ejemplo del Humanismo de este siglo
XXI, y por eso le habría gustado ser “todólogo”, estudiar Ciencias Universales. Pero hasta que esa carrera exista, se conforma con sentirse ciudadano del mundo y trabajar por una cooperación global
que permita controlar el sistema económico, regular la acumulación de
capital y redistribuir la riqueza con una herramienta sencilla que ya
aplican más de 700 empresas: el Balance del Bien Común. Para él la clave está en recuperar la soberanía democrática. Hasta el Papa Francisco le sigue.
Antes de la entrevista ha hecho su rutina diaria de nadar en el
Danubio que atraviesa su ciudad, Viena. Ha arreglado un árbol y ha hecho
yoga, por lo que afirma estar bien física y mentalmente. Desde un confinamiento cada vez más moderado responde a nuestras preguntas.
Señor Felber, ¿cómo están las cosas en Viena?
Es un día de primavera, y la noticia positiva es que se aligeran poco
a poco las restricciones. No descartan volver a la normalidad en mayo
porque aquí en Austria están cayendo las cifras de contagios.
¿Cómo se está manejando esta pandemia?
No me atrevo a juzgar aún porque no tenemos suficientes datos y los
que hay se contradicen abismalmente. Por ejemplo, tenemos un auto-test
de un pueblo del norte de Italia donde un 50% de la población muestra
inmunidad mientras aquí en Austria las conjeturas oficiales apuntan a
menos de un 1% de población inmunizada. Así que nos faltan datos fiables
para valorar las medidas adoptadas por los gobiernos. Sí es interesante
mirar a países que no practican el toque de queda como Suecia y Hong
Kong, que no tienen cifras alarmantes.
Eso nos hace pensar si el
confinamiento indiscriminado es la mejor medida contra la crisis. Yo
mismo he recabado testimonios de una veintena de científicos que se
muestran contrarios a estas medidas. Lo que sí puedo afirmar es que los
niños no deberían estar confinados porque eso entraña peligros aún
mayores. Creo que debemos buscar un camino intermedio para proteger a
los grupos de alto riesgo, pero no confinar por mucho tiempo a toda la
población porque esta medida puede tener consecuencias más graves que
las de la COVID-19.
¿Qué rumbo cree que puede tomar la Unión Europea a partir de ahora?
Yo no soy europeísta, soy mundialista. Como autodenominación política
me considero habitante de la tierra, creo que formo parte de la
comunidad de la vida como todos. Pero sí estoy a favor de una Unión
Europea más democrática, sostenible y más orientada a la cohesión social
y a la justicia. Así que preferiría otra Unión Europea diferente de la
que tenemos ahora.
¿Debemos caminar hacia una gobernanza global?
No veo otra alternativa que la cooperación global. Sería bueno tener
otro tipo de gobernanza mundial diferente de la actual. Pero todo
empieza por una economía global más cooperativa, en lugar de la vigente
basada en una excesiva competitividad y el afán de muchos países por
forrarse a costa de otros. La economía mundial solo debería complementar
a unas economías locales y regionales más fortalecidas y más
resilientes que las actuales.
Me refiero a que muchas regiones son capaces de producir lo esencial
para sí mismas y no necesitan importar tanto; solo algunos productos
complementarios podrían venir de otras partes del mundo, pero no los
esenciales. Esta es la única vía para lograr que una crisis puntual en
cualquier lugar del mundo no afecte al resto de regiones.
¿Cómo entiende la cooperación internacional?
Como compromiso de todos los países en la conservación de los
ecosistemas y de los límites ecológicos del planeta. Sabemos que la
falta de biodiversidad y la enorme presión que ejercemos los humanos
sobre el mundo salvaje y los animales no puede continuar, por eso el
coronavirus ha podido saltar de animales a humanos, por la presión sobre
sus hábitats naturales.
En segundo lugar, ningún país puede presionar desmesuradamente a otro
y aquí nos toca empezar a cambiar a los europeos y a Estados Unidos por
haber permitido el libre comercio mundial. En lugar de estar
compitiendo unos en contra de otros –qué infantil es esto–, debemos
cooperar empezando por tener balances comerciales equilibrados con mecanismos como el que propuso John Maynard Keynes.
Cada región debe aprovechar sus recursos y dejar de importar y exportar
sin medida como ocurre ahora. Es la única forma de establecer un
sistema económico mundial sano en lugar de desequilibrado en todos los
sentidos. Lo razonable es comerciar menos y de forma complementaria, en
vez de competitiva.
¿Cómo se pueden ir implementando medidas más enfocadas hacia el Bien Común?
Lo que observamos en la evolución de la vida es que cada vez es más
compleja, diversa e interdependiente. Lo mismo es la EBC, son muchas
medidas que se complementan perfectamente, aunque su implantación sea
compleja. Las empresas que ya operan con nuestro modelo, cuanto más
contribuyen, más atractivas se vuelven para empleados, clientes y
financiadores; y los municipios también miden el resultado de sus
políticas con los balances del Bien Común, desde la biodiversidad a la
cohesión social y la inclusión de los más desfavorecidos, pero hacen
falta otras medidas.
¿Cuáles son?
El establecimiento de una renta básica para las personas con menos recursos
es fundamental, como lo es respetar un salario mínimo; pero además hay
que limitar los ingresos máximos para evitar la creación de riquezas
privadas excesivas. Este salario máximo podría limitarse en 20 veces el
salario mínimo. Con esta medida, no hace falta limitar la propiedad
privada ni el derecho de herencia porque estas tributarían de manera
progresiva y moderada. La EBC también propone un límite de crecimiento a
las empresas y personas legales.
Seguimos proponiendo un control de las empresas y de las personas
legales poniendo un tope a su crecimiento, es decir no existiría un
Amazon, un Microsoft ni un gigante como Bayer que ahora son una amenaza y
un peligro para la libertad y la democracia debido a su excesiva
capacidad de influencia política.
Es tan sencillo como utilizar un
control de fusiones que establecería la ONU o incluso la OMC que evite
que se creen entes demasiado poderosos. Ninguna empresa podría ganar más
de, pongamos por ejemplo, un billón de euros al año solo podría crecer
más si logran un balance del Bien Común muy alto. Hay que limitar y
regular el poder de las empresas transnacionales.
¿Cómo participa la ciudadanía de forma activa en la Economía del Bien Común?
En 1964, se creó un mecanismo de participación como la UNCTAD,
la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo
(sostenible) en 77 países. Pero los países ricos se opusieron e
impulsaron los tratados de Libre Comercio que no respetan los derechos
de los trabajadores ni del medio ambiente. Son los gobiernos los que han
aceptado esas reglas, no los ciudadanos.
Este tipo de decisiones tenemos que tomarlas las personas. No imagino
a los ciudadanos de ningún país que elijan aceptar reglas fuera de las
Naciones Unidas y sus tratados internacionales, tratados que protegen
los derechos de las personas, del medio ambiente, la diversidad
cultural, etc., pero los gobiernos han seguido los criterios de
economistas que benefician a las transnacionales y su crecimiento
ilimitado. El derecho internacional no las regula y controla como
debería. Aquí haría falta la gobernanza global.
¿Cómo les va a las organizaciones que se han unido a la Economía del Bien Común?
Ya tenemos un primer estudio empírico realizado por la primera Cátedra del Bien Común de la Universidad de Valencia
que ha recabado datos muy interesantes y alentadores. Se han estudiado
206 empresas que han realizado Balances del Bien Común y comprobamos que
mejoran las condiciones éticas y medioambientales, sin que por ello
empeoren los resultados.
Si estuvieran operando en un marco del Bien
Común sistémico jugarían con una ventaja competitiva pero aún conviven
con circunstancias desfavorables que no les ofrecen ventajas y aun así
les va bien. Además les gusta mucho la herramienta en sí, les resultan
útiles las preguntas que se hacen.
El reto ahora es que las administraciones municipales y regionales
empiecen a premiarles por su gestión ética. Ya hay más de 700 empresas e
instituciones en todo el mundo que van trabajando a paso de hormiga y
cada vez se unen más municipios y ciudades que pueden procurar ayudas y
mejoras para todos los habitantes y para las empresas. Justo antes de la
llegada del coronavirus, en Alemania la EBC estaba teniendo un gran
apoyo. Pero hablamos de décadas para ver estos cambios hechos realidad
en toda su envergadura, tiene que ser poco a poco.
En su último libro habla de “la voz interior”, relacionando
espiritualidad, libertad y bien común. Al final, ¿todo es cuestión de
responsabilidad personal?
A lo mejor todo se reduce a que primero cada persona tome la
responsabilidad de sus decisiones éticas por sí misma para después
convertirse en un elemento de la ciudadanía global. Hay decisiones
fundamentales que no se pueden delegar en los gobiernos y en los
parlamentos. Es nuestra responsabilidad escoger un estilo de vida más
ético, solidario y justo; solo así cada individuo más consciente de sí
mismo, se convierte en un elemento más activo de la soberanía global. No
podemos responsabilizar a los gobiernos y a los parlamentos de todas la
decisiones, tenemos que formar parte de ellas.
Esta co-responsabilidad conduce a la democracia 2.0, una democracia
más real en la que la ciudadanía ejerce sus derechos soberanos como un
solo cuerpo. Somos individuos que formamos parte de un todo mayor, se
llame Gaia –como organismo– que sería nuestro planeta; o lo llamemos
simplemente la comunidad democrática. La democracia 2.0 refleja esa
responsabilidad mayor para ejercer nuestros derechos soberanos. La gente
siempre dice que suena muy bien, pero que los gobiernos no lo van a
permitir.
De acuerdo, pero si controlamos más a los gobiernos y a los
parlamentos, retomaremos la batuta democrática de nuestra soberanía. Es
cuestión de cooperar; los chinos somos nosotros, los pangolines y los
murciélagos somos nosotros. Si buscamos enemigos y culpables no vamos a
conseguir nada, tenemos que cooperar, cooperar nos enriquece a todos.
Necesitamos un pensamiento más holístico, una ciencia más universal.
¿Qué tiene que ver el papa Francisco con todo esto?
El papa Francisco sigue la pista del Bien Común. En su encíclica
habló del BC veinticinco veces y se declaró habitante de la casa común;
eso es dar un paso hacia la ecología y por lo tanto cuestiona el
antropocentrismo. Le falta dar un paso hacia el feminismo, pero nos une
la apuesta por el Bien Común. La economía debe estar al servicio del
bien común y no de la riqueza.
¿Qué oportunidad nos está dando el confinamiento? ¿Podemos ser un poco optimistas?
Yo creo que sí, incluye riesgos, pero también oportunidades. En todo
caso, podemos sacar dos grandes lecciones: la primera es aprovechar el
silencio para mirar dentro de nosotros y utilizar la pausa para
averiguar lo que necesitamos o no necesitamos realmente, cuáles son
nuestras aspiraciones auténticas. Así podremos cambiar nuestros valores y
estilo de vida para buscar lo esencial.
La segunda gran lección es que sí es posible limitar las libertades
económicas. Yo no tengo nada en contra si esa libertad sirve al Bien
Común en lugar de destruirlo. El confinamiento nos está demostrando que
somos capaces de hacerlo por la salud, pero podemos aplicarlo al planeta
si nos comprometemos a consumir menos. Mi propuesta es limitar el
consumo personal a la 8.000 millonésima parte del regalo que nos da la
naturaleza cada año, puesto que somos 8.000 millones de humanos.
Si
disminuimos nuestro consumo y limitamos la libertad económica estaremos
protegiéndonos a nosotros, al planeta, a nuestros hijos. Es posible
reducir el consumo porque ya lo estamos haciendo en estos momentos. No
tenemos que frenar de forma tan brusca como ahora, de hecho este
confinamiento no puede prolongarse mucho más pero nos demuestra que sí
somos capaces de vivir con menos.
Pero en estos momentos todos estamos pensando en la seguridad
y la salud y no nos hemos opuesto a la falta de libertad que nos ha
dado el confinamiento.
Porque en el fondo somos solidarios y cooperativos. Lo estamos
haciendo para protegernos todos; hemos sido capaces de renunciar a
nuestra libertad por la salud pública que es un bien común mayor.
Esto
no disminuye nuestra felicidad, sino que la aumenta. Todos los estudios
científicos demuestran que cuando renunciamos al exceso de consumo
material para enfocarnos en la salud, en las relaciones, en la
naturaleza intacta o la participación política, somos más felices. Por
eso la renuncia material se convierte en mayor calidad de vida y en más
felicidad, consumiendo menos, ganamos más." (Entrevista a Christian Felber, La Marea, Chus García, 24/04/20)
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