10/6/20

El fin de la corporación como paradigma capitalista

"El Instituto Federal de Tecnología de Zúrich descubrió en 2011 que sólo 1.318 corporaciones de gran tamaño controlan el 80% de las ganancias empresariales. Estas corporaciones son, a su vez, propiedad de unos pocos: el 10% más rico de la población de Estados Unidos posee el 84% de las acciones de empresas que cotizan en Bolsa. El mismo estudio mostró que 147 empresas controlan el 40% de la riqueza total de la red.  

Resulta claro que pretender controlar el enorme poder de las corporaciones aprobando regulaciones, pero manteniendo intacto su objetivo de maximización de beneficios, no ha funcionado. Lo que debe cambiar es el diseño estructural y la propiedad de la propia corporación. Mientras la estructura corporativa se mantenga intacta no hay suficiente retórica o regulación externa que pueda alejar a las empresas de su objetivo actual: crear más riqueza para los ricos, a la mayor velocidad posible. 

En el delicado contexto actual, en el que acecha la emergencia climática y la desigualdad, es hora de hacer obsoleta la corporación maximizadora de ganancias y controlada por los accionistas. Necesitamos crear un concepto completamente nuevo de compañía, una empresa justa, diseñada de adentro hacia afuera con un nuevo mandato: servir al bienestar general.

Un nuevo paradigma

Para que nuestra civilización pueda vivir de manera segura con bienestar dentro de los límites planetarios se necesitarán procesos más democráticos de toma de decisiones económicas. En el epicentro de este cambio aparecen nuevos tipos de propiedad empresarial guiados por criterios de justicia. Una empresa es justa si tiene una propiedad amplia y ha evolucionado más allá de la norma de maximizar la ganancia para unos pocos hacia la incorporación de una nueva norma de servicio para la mayoría.

El propósito de la economía es satisfacer las necesidades humanas. Cuando las empresas existen únicamente para generar ganancias para el capital, la sociedad está en peligro. Hoy nos encontramos en una economía del 1%, por el 1%, para el 1%. Una economía de, por y para las personas requiere un nuevo arquetipo de empresa. Como señalé en Owning Our Future, el diseño empresarial se define a través de cinco elementos centrales: propósito, propiedad, gobernanza interna, capital y redes. Externamente, por encima y alrededor de ello está la relación de la empresa con el gobierno. Internamente, el diseño empresarial potencia el liderazgo ético o el liderazgo de extracción con la intención de acumular riqueza privada.

A diferencia del monocultivo de la empresa controlada por el capital, se puede vislumbrar un nuevo modelo con una rica diversidad de diseños que incluyen cooperativas, empresas propiedad de los empleados, bancos comunitarios, cooperativas de crédito, empresas sociales, bancos estatales, empresas públicas y comunidades, entre otros. En ellos, la propiedad y el control no están en manos de la economía de casino, sino de las personas con un interés natural en las comunidades y ecosistemas saludables. Los diversos modelos actuales muestran que la arquitectura de propiedad define el propósito del negocio y determina en gran medida si las empresas operan teniendo en cuenta el bien común. 

Dichas empresas son precursoras de un modelo emergente que puede convertirse en nuestro guía hasta que podamos enfrentar el gran desafío de rediseñar las corporaciones. La generación emergente de empresas aún requieren capital, pero como su socio, no como su amo. Redes éticas como las redes mundiales de cooperativas respaldan a estas empresas. La mayoría de ellas generan ganancias, pero no las maximizan. Buscan equilibrar el beneficio con la misión.

Las empresas sociales también incorporan un claro propósito público y utilizan métodos empresariales para abordar problemas sociales, por ejemplo las creadas para contratar a los desempleados de larga duración. Tech Dump en Minneapolis, por ejemplo, entrena a exreclusos en el reciclaje de productos electrónicos.

Cabe destacar el contraste con las empresas controladas por el capital, donde sólo los accionistas –propietarios del capital– son considerados miembros. Los empleados de las empresas tradicionales no son miembros. Están marginados y desposeídos, no tienen derecho a reclamar los beneficios que contribuyen a crear y carecen de voz en el gobierno, ganando poder sólo a través de la afiliación sindical. Pero en una empresa propiedad de los empleados como JLP, la plantilla no está conceptualmente fuera de la empresa. Ellos son la firma.

El tipo de empresas alternativas más antiguo y extenso es el sector cooperativo –negocios propiedad de las personas a las que sirven– que incluye, entre otras, cooperativas de crédito propiedad de los depositantes, cooperativas agrícolas y cooperativas de consumidores.

También resulta vital para nuestro futuro quién posee el sistema bancario, un tipo de servicio que proporciona un bien público, y, por tanto, apropiado para que sea de titularidad pública. La Unión Europea (UE) tiene más de 200 bancos públicos y semipúblicos, con más de 80 agencias de financiación, que engloban el 20% de todos los activos bancarios. Las 413 cajas de ahorro municipales de propiedad pública de Alemania, Sparkassen, poseen más de 1,1 billones de euros en activos. Durante la crisis financiera mundial, estos bancos se mantuvieron al servicio del público, libres de las demandas de los especuladores que llevaron a otras entidades financieras a malas prácticas que casi hundieron la economía mundial. 

Nuestra sociedad se encuentra en un punto de ruptura, pero también en un momento de profunda innovación y rediseño. Estos modelos de propiedad alternativa tienen mucho que enseñarnos sobre lo que vendrá después: cómo se pueden aplicar sus lecciones de diseño al gran desafío de la corporación moderna.

De la regulación al diseño institucional

En un momento en que el planeta está al borde del abismo, millones de personas viven en la ansiedad económica y la extrema derecha crece en todas partes, es evidente que las viejas formas de regular el capitalismo ya no son adecuadas para enfrentar los problemas actuales. 

La economía contemporánea centrada en el capital está comenzando a resultar insostenible incluso para sí misma; es un sistema programado para su propia implosión. La comunidad financiera habla de la “burbuja de todo”, el aumento insostenible en el valor de las acciones, los bienes raíces y otros activos. 

Diez años después de la crisis financiera mundial, lo que ha cambiado es que los jóvenes se están movilizando de una forma que no se veía desde la década de 1960, y las ideas políticas radicales están sobre la mesa como nunca antes. 

Es posible que nos estemos acercando a un punto de inflexión en el que se vislumbra un cambio histórico importante. 

Una vez que un sistema pierde legitimidad, no importa cuán fuerte parezca, finalmente caerá. El sistema capitalista ya ha perdido gran parte de su legitimidad y este proceso puede profundizarse a medida que más gente vea cómo y por qué el sistema está fallando a la gran mayoría. 

Lo que a menudo mantiene en pie un sistema político-económico agonizante es el fracaso de la imaginación. Pero los principales pensadores y activistas de hoy están perforando la aparente invencibilidad del capitalismo con propuestas y enfoques audaces. Por ejemplo, en Estados Unidos, mi colega de The Democracy Collaborative, Thomas Hanna, ha propuesto que en la siguiente crisis financiera los bancos que quiebran deberían hacerse de titularidad pública. Sería una forma de desfinanciarizar nuestra economía, fragmentar grandes concentraciones de capital y proporcionar los fondos necesarios para prioridades como la energía verde.

Algo similar puede aplicarse al sector energético. Tanto en el Reino Unido como en Estados Unidos, está ganando impulso el compromiso con un sistema de energía renovable justo y controlado por la comunidad. En los últimos años, ha habido un aumento de las campañas de adquisición de servicios públicos, incluida la campaña Switched On London y la campaña #NationalizeGrid contra National Grid, una compañía británica con fines de lucro que opera tanto en Nueva Inglaterra como en el Reino Unido.

Otro sector donde se necesitan empresas de nueva generación es el de salud, particularmente el sector farmacéutico, en el que la escalada de precios, la escasez recurrente, los problemas de seguridad posteriores a la comercialización y el aumento de la financiarización son resultados naturales de las empresas diseñadas para maximizar ganancias. Mi colega Dana Brown ha propuesto desarrollar un sector farmacéutico público para los Estados Unidos, como un enfoque sistémico que reemplace la necesidad de reformas poco sistemáticas que luego podrían ser revertidas.

Además de las estrategias sectoriales, se pueden promover empresas de nueva generación a través de la propiedad de los empleados, una opción ya madura para aplicarse a gran escala. En Italia, por ejemplo, los trabajadores cuyas empresas cierran tienen el derecho prioritario de unirse a sus compañeros y adquirir la empresa, de conformidad con la Ley Marcora. El Partido Laborista ha propuesto un derecho similar en el Reino Unido, y Bernie Sanders hizo lo propio en los Estados Unidos.

También se necesitarán nuevos modelos en el sector de la tecnología. Existe un movimiento a favor de las cooperativas de plataformas propiedad de los trabajadores, como alternativas a las empresas de alta tecnología propiedad de multimillonarios. Un exejecutivo de Microsoft sugirió un modelo de “capital de usuario final”, en el que los usuarios obtienen capital en empresas como Facebook, ya que los datos de los usuarios agregan valor. Una start-up llamada Driver’s Seat ayuda a los conductores de viajes en automóvil a agregar y capturar el valor de sus datos, en lugar de que lo extraigan empresas como Uber. En estos variados enfoques podemos ver cómo se podría promover un nuevo paradigma de la empresa justa.

Reconceptualizar la empresa, rediseñarla, desplazar a la corporación tal como la conocemos es una tarea tan enorme como la eliminación de las emisiones de carbono, pero ambas son igualmente necesarias. La diferencia es que si bien el desafío climático está mucho más avanzado conceptualmente y es ampliamente aceptado como esencial, la tarea de rediseñar la corporación apenas se reconoce y sigue siendo muy poco teorizada. En todo esto, los movimientos sociales y ambientales tienen un importante papel que desempeñar. También son vitales los teóricos y los estudiosos del derecho, necesarios para avanzar en las teorías académicas de la empresa justa.

El bien común debe formar parte del ADN de las instituciones y sus prácticas económicas. Si podemos lograr tal transformación, significará que el bienestar económico de la comunidad y los trabajadores ya no dependerá de los caprichos legislativos o presidenciales en un momento determinado, sino que estará respaldado por un cambio duradero en la arquitectura subyacente del poder económico: el diseño de la propiedad y el control. Necesitamos pasar a un nuevo tipo de sistema económico eficiente, sostenible desde el punto de vista político y ecológico: una economía política moral y democrática diseñada para el bienestar de todas las personas.

Las corporaciones siguen teniendo el control con el único objetivo de generar ganancias a corto plazo. Es hora de comenzar juntos a imaginar el diseño de la empresa de la próxima generación."

(Marjorie Kelly es investigadora superior y vicepresidenta ejecutiva de The Democracy Collaborative (TDC) y destacada teórica en “diseño empresarial de próxima generación”. CTXT, 27/05/20)

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