"El Instituto Federal de Tecnología de
Zúrich descubrió en 2011 que sólo 1.318 corporaciones de gran tamaño
controlan el 80% de las ganancias empresariales. Estas corporaciones
son, a su vez, propiedad de unos pocos: el 10% más rico de la población
de Estados Unidos posee el 84% de las acciones de empresas que cotizan
en Bolsa. El mismo estudio mostró que 147 empresas controlan el 40% de
la riqueza total de la red.
Resulta claro que pretender controlar el enorme poder de las
corporaciones aprobando regulaciones, pero manteniendo intacto su
objetivo de maximización de beneficios, no ha funcionado. Lo que debe
cambiar es el diseño estructural y la propiedad de la propia
corporación. Mientras la estructura corporativa se mantenga intacta no
hay suficiente retórica o regulación externa que pueda alejar a las
empresas de su objetivo actual: crear más riqueza para los ricos, a la
mayor velocidad posible.
En el delicado contexto actual, en el que acecha la emergencia
climática y la desigualdad, es hora de hacer obsoleta la corporación
maximizadora de ganancias y controlada por los accionistas. Necesitamos
crear un concepto completamente nuevo de compañía, una empresa justa,
diseñada de adentro hacia afuera con un nuevo mandato: servir al
bienestar general.
Un nuevo paradigma
Para que nuestra civilización pueda vivir de manera segura con
bienestar dentro de los límites planetarios se necesitarán procesos más
democráticos de toma de decisiones económicas. En el epicentro de este
cambio aparecen nuevos tipos de propiedad empresarial guiados por
criterios de justicia. Una empresa es justa si tiene una propiedad
amplia y ha evolucionado más allá de la norma de maximizar la ganancia
para unos pocos hacia la incorporación de una nueva norma de servicio
para la mayoría.
El propósito de la economía es satisfacer las necesidades humanas.
Cuando las empresas existen únicamente para generar ganancias para el
capital, la sociedad está en peligro. Hoy nos encontramos en una
economía del 1%, por el 1%, para el 1%. Una economía de, por y para las
personas requiere un nuevo arquetipo de empresa. Como señalé en Owning Our Future,
el diseño empresarial se define a través de cinco elementos centrales:
propósito, propiedad, gobernanza interna, capital y redes. Externamente,
por encima y alrededor de ello está la relación de la empresa con el
gobierno. Internamente, el diseño empresarial potencia el liderazgo
ético o el liderazgo de extracción con la intención de acumular riqueza
privada.
A diferencia del monocultivo de la empresa controlada por el capital,
se puede vislumbrar un nuevo modelo con una rica diversidad de diseños
que incluyen cooperativas, empresas propiedad de los empleados, bancos
comunitarios, cooperativas de crédito, empresas sociales, bancos
estatales, empresas públicas y comunidades, entre otros. En ellos, la
propiedad y el control no están en manos de la economía de casino, sino
de las personas con un interés natural en las comunidades y ecosistemas
saludables. Los diversos modelos actuales muestran que la arquitectura
de propiedad define el propósito del negocio y determina en gran medida
si las empresas operan teniendo en cuenta el bien común.
Dichas empresas
son precursoras de un modelo emergente que puede convertirse en nuestro
guía hasta que podamos enfrentar el gran desafío de rediseñar las
corporaciones. La generación emergente de empresas aún requieren
capital, pero como su socio, no como su amo. Redes éticas como las redes
mundiales de cooperativas respaldan a estas empresas. La mayoría de
ellas generan ganancias, pero no las maximizan. Buscan equilibrar el
beneficio con la misión.
Las empresas sociales también incorporan un claro propósito público y
utilizan métodos empresariales para abordar problemas sociales, por
ejemplo las creadas para contratar a los desempleados de larga
duración. Tech Dump en Minneapolis, por ejemplo, entrena a exreclusos en el reciclaje de productos electrónicos.
Cabe destacar el contraste con las empresas controladas por el
capital, donde sólo los accionistas –propietarios del capital– son
considerados miembros. Los empleados de las empresas tradicionales no
son miembros. Están marginados y desposeídos, no tienen derecho a
reclamar los beneficios que contribuyen a crear y carecen de voz en el
gobierno, ganando poder sólo a través de la afiliación sindical. Pero en
una empresa propiedad de los empleados como JLP, la plantilla no está
conceptualmente fuera de la empresa. Ellos son la firma.
El tipo de empresas alternativas más antiguo y extenso es el sector
cooperativo –negocios propiedad de las personas a las que sirven– que
incluye, entre otras, cooperativas de crédito propiedad de los
depositantes, cooperativas agrícolas y cooperativas de consumidores.
También resulta vital para nuestro futuro quién posee el sistema
bancario, un tipo de servicio que proporciona un bien público, y, por
tanto, apropiado para que sea de titularidad pública. La Unión Europea
(UE) tiene más de 200 bancos públicos y semipúblicos, con más de 80
agencias de financiación, que engloban el 20% de todos los activos
bancarios. Las 413 cajas de ahorro municipales de propiedad pública de
Alemania, Sparkassen, poseen más de 1,1 billones de euros en activos.
Durante la crisis financiera mundial, estos bancos se mantuvieron al
servicio del público, libres de las demandas de los especuladores que
llevaron a otras entidades financieras a malas prácticas que casi
hundieron la economía mundial.
Nuestra sociedad se encuentra en un punto de ruptura, pero también en
un momento de profunda innovación y rediseño. Estos modelos de
propiedad alternativa tienen mucho que enseñarnos sobre lo que vendrá
después: cómo se pueden aplicar sus lecciones de diseño al gran desafío
de la corporación moderna.
De la regulación al diseño institucional
En un momento en que el planeta está al borde del abismo, millones de
personas viven en la ansiedad económica y la extrema derecha crece en
todas partes, es evidente que las viejas formas de regular el
capitalismo ya no son adecuadas para enfrentar los problemas actuales.
La economía contemporánea centrada en el capital está comenzando a
resultar insostenible incluso para sí misma; es un sistema programado
para su propia implosión. La comunidad financiera habla de la “burbuja
de todo”, el aumento insostenible en el valor de las acciones, los
bienes raíces y otros activos.
Diez años después de la crisis financiera mundial, lo que ha cambiado
es que los jóvenes se están movilizando de una forma que no se veía
desde la década de 1960, y las ideas políticas radicales están sobre la
mesa como nunca antes.
Es posible que nos estemos acercando a un punto de inflexión en el que se vislumbra un cambio histórico importante.
Una vez que un sistema pierde legitimidad, no importa cuán fuerte
parezca, finalmente caerá. El sistema capitalista ya ha perdido gran
parte de su legitimidad y este proceso puede profundizarse a medida que
más gente vea cómo y por qué el sistema está fallando a la gran
mayoría.
Lo que a menudo mantiene en pie un sistema político-económico
agonizante es el fracaso de la imaginación. Pero los principales
pensadores y activistas de hoy están perforando la aparente
invencibilidad del capitalismo con propuestas y enfoques audaces. Por
ejemplo, en Estados Unidos, mi colega de The Democracy Collaborative,
Thomas Hanna, ha propuesto que en la siguiente crisis financiera los
bancos que quiebran deberían hacerse de titularidad pública. Sería una
forma de desfinanciarizar nuestra economía, fragmentar grandes
concentraciones de capital y proporcionar los fondos necesarios para
prioridades como la energía verde.
Algo similar puede aplicarse al sector energético. Tanto en el Reino
Unido como en Estados Unidos, está ganando impulso el compromiso con un
sistema de energía renovable justo y controlado por la comunidad. En los
últimos años, ha habido un aumento de las campañas de adquisición de
servicios públicos, incluida la campaña Switched On London y la campaña
#NationalizeGrid contra National Grid, una compañía británica con fines
de lucro que opera tanto en Nueva Inglaterra como en el Reino Unido.
Otro sector donde se necesitan empresas de nueva generación es el de
salud, particularmente el sector farmacéutico, en el que la escalada de
precios, la escasez recurrente, los problemas de seguridad posteriores a
la comercialización y el aumento de la financiarización son resultados
naturales de las empresas diseñadas para maximizar ganancias. Mi colega Dana Brown ha propuesto desarrollar un sector farmacéutico público para
los Estados Unidos, como un enfoque sistémico que reemplace la
necesidad de reformas poco sistemáticas que luego podrían ser
revertidas.
Además de las estrategias sectoriales, se pueden promover empresas de
nueva generación a través de la propiedad de los empleados, una opción
ya madura para aplicarse a gran escala. En Italia, por ejemplo, los
trabajadores cuyas empresas cierran tienen el derecho prioritario de
unirse a sus compañeros y adquirir la empresa, de conformidad con la Ley
Marcora. El Partido Laborista ha propuesto un derecho similar en el
Reino Unido, y Bernie Sanders hizo lo propio en los Estados Unidos.
También se necesitarán nuevos modelos en el sector de la tecnología.
Existe un movimiento a favor de las cooperativas de plataformas
propiedad de los trabajadores, como alternativas a las empresas de alta
tecnología propiedad de multimillonarios. Un exejecutivo de Microsoft
sugirió un modelo de “capital de usuario final”, en el que los usuarios
obtienen capital en empresas como Facebook, ya que los datos de los
usuarios agregan valor. Una start-up llamada Driver’s Seat
ayuda a los conductores de viajes en automóvil a agregar y capturar el
valor de sus datos, en lugar de que lo extraigan empresas como Uber. En
estos variados enfoques podemos ver cómo se podría promover un nuevo
paradigma de la empresa justa.
Reconceptualizar la empresa, rediseñarla, desplazar a la corporación
tal como la conocemos es una tarea tan enorme como la eliminación de las
emisiones de carbono, pero ambas son igualmente necesarias. La
diferencia es que si bien el desafío climático está mucho más avanzado
conceptualmente y es ampliamente aceptado como esencial, la tarea de
rediseñar la corporación apenas se reconoce y sigue siendo muy poco
teorizada. En todo esto, los movimientos sociales y ambientales tienen
un importante papel que desempeñar. También son vitales los teóricos y
los estudiosos del derecho, necesarios para avanzar en las teorías
académicas de la empresa justa.
El bien común debe formar parte del ADN de las instituciones y sus
prácticas económicas. Si podemos lograr tal transformación, significará
que el bienestar económico de la comunidad y los trabajadores ya no
dependerá de los caprichos legislativos o presidenciales en un momento
determinado, sino que estará respaldado por un cambio duradero en la
arquitectura subyacente del poder económico: el diseño de la propiedad y
el control. Necesitamos pasar a un nuevo tipo de sistema económico
eficiente, sostenible desde el punto de vista político y ecológico: una
economía política moral y democrática diseñada para el bienestar de
todas las personas.
Las corporaciones siguen teniendo el control con el único objetivo de
generar ganancias a corto plazo. Es hora de comenzar juntos a imaginar
el diseño de la empresa de la próxima generación."
(Marjorie Kelly es investigadora superior y
vicepresidenta ejecutiva de The Democracy Collaborative (TDC) y
destacada teórica en “diseño empresarial de próxima generación”. CTXT, 27/05/20)
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