“Si eres rubio, perteneces a la mejor gente de este mundo. Pero
todo se terminará contigo. Tus antepasados han cometido el pecado de
mezclarse con las razas inferiores del sur. Como resultado, las mejores
cualidades de los rubios, pertenecientes a la raza creadora de la mejor
cultura, se ha ido corrompiendo, sobre todo aquí, en Estados Unidos”.
Así comienza el New York Times su artículo destacado del 22 de octubre de 1916 basado en el nuevo libro de Madison Grant The Passing of the Great Race (El final de la Gran Raza) quien, “en palabras mucho más científicas”, alerta
del fin de la raza rubia a manos de los blancos de pelo castaño y,
peor, de los de pelo castaño de piel oscura. Según el autor, el problema
de los nórdicos era que no disfrutaban del frío y preferían el calor y
la calidez soleada del sur, pero sólo podían subsistir en estas regiones
tropicales como dueños de las tierras sin tener que trabajarlas.
Los
habitantes de India hablan la lengua aria pero su sangre ha perdido la
calidad del conquistador. El autor, en una de sus conclusiones más
moderadas, descubre que la solución está en las prácticas del pasado. “Ninguna conquista puede ser completa si no se extermina a las razas inferiores y los vencedores llevan a sus mujeres con ellos… Por
estas razones, los países al sur del cinturón negro de Estados Unidos, y
hasta los estados al sur de Mississippi deben ser abandonados, es
decir, libres, dejados a la suerte de los negros”.
Las ideas de superioridad de la raza blanca para explicar y
justificar el imperialismo moderno fueron moneda común durante el siglo
XIX en ambos lados del Atlántico, generaciones antes que apareciera la
excusa del comunismo. En Estados Unidos, las justificaciones científicas
eran necesarias para mantener a su numerosa población negra (primero
como esclavos y luego como ciudadanos segregados) en el lugar que
supuestamente les correspondía según las reglas del orden, la
civilización y el progreso.
Ya avanzado el siglo XX, los memorandos y los informes de diferentes
políticos, senadores y embajadores continuaron con esa tradición. El
jefe para América Latina y eventual embajador, Francis White, durante
décadas escribió reportes y dio conferencias a futuros diplomáticos
explicando que “con algunas excepciones, los gobiernos de América
latina, sobre todo aquellos en los trópicos, poseen muy poca sangre
blanca pura y mucha deshonestidad”.
Para White, Ecuador era un país retrógrado porque tenía “apenas cinco por ciento de sangre blanca; el resto son indios o mestizos”.
Su consejo a los futuros cónsules y embajadores que lo escuchaban en
una conferencia en 1922 fue: si les toca un país de indios, sepan que “la estabilidad política está en proporción directa a la cantidad de blancos puros que ese país posea”.
Según Grant, y según muchos otros, la raza blanca ha sobrevivido en
Canadá, en Argentina y en Australia gracias a que ha exterminado a las
razas nativas. Si la raza superior no extermina a la inferior, la
inferior vencerá. “Por mucho tiempo, América se ha beneficiado de la
inmigración de la raza nórdica, pero lamentablemente, en los últimos
tiempos también ha recibido gente de las razas débiles y corruptas del
sur de Europa. Estos nuevos inmigrantes ahora hablan el idioma de la
raza nórdica, usan la misma ropa, han robado sus nombres y hasta
comienzan a aprovecharse de nuestras mujeres, aunque apenas entienden
nuestra religión y nuestras ideas.
The Passing of the Great Race no se convirtió en un best seller inmediato,
pero sí en uno de los clásicos del racismo científico del siglo XX que
encontrará eco fácil en las élites económicas y en sus aspirantes pobres
de raza blanca. Entre sus ávidos lectores se contarán Theodore
Roosevelt y Henry Ford, futuro admirador y colaborador de Adolf Hitler, a
quien se lo recomendará. The Boston Transcript publicará que
todas las personas pensantes (es decir, blancas) deberían leerlo.
El
libro produjo un fuerte impacto en la clase dirigente y ayudó a definir
las categorías que los elegidos usaron luego para redactar las leyes de
inmigración en Estados Unidos en 1924: arriba se ubica la raza nórdica,
más abajo los judíos, españoles, italianos e irlandeses y, aún más
abajo, todo el resto de apariencia oscura. Según el autor, “la
capacidad intelectual de las razas varía como varían los aspectos
físicos de cada una… A los estadounidenses les ha llevado cincuenta años
para comprender que hablar inglés, usar buena ropa, asistir a la
escuela y a la iglesia no transforma a un negro en un blanco”.
El autor no aclara si los racistas procedentes de las razas
superiores no son las inevitables excepciones a la regla, ya que es bien
sabido que entre los blancos también existen los integrantes con aguda
discapacidad mental que, por obvias razones, no se consideran como tal y
son los primeros en adoptar esta teoría de la superioridad por
asociación que no requiere méritos individuales.
Unos años después, en 1924, del otro lado del Atlántico, un soldado
en su celda llamado Adolf Hitler leerá con pasión el libro de Madison
Grant y comenzará a escribir Mi lucha. Hitler reconocerá The Passing of the Great Race
como su biblia. Cuando Hitler se convierta en el líder de la Alemania
nazi, su ministro de propaganda, Joseph Goebbels, leerá con la misma
pasión el libro Propaganda, del estadounidense judío, doble sobrino de Sigmund Freud, Edward Bernays. Berneys no inventará las fake news
pero las elevará a la categoría de ciencia. Diferente a su tío Freud,
probará que estaba en lo cierto cuando, en 1954, por pedido de la CIA,
logre hacer creer al mundo que el nuevo presidente de Guatemala no era
un demócrata sino un comunista. Como consecuencia de esta manipulación
mediática, cientos de miles de muertos alfombrarán los suelos de
Guatemala en las siguientes décadas.
El soldado Adolf Hitler no tenía ideas radicales. Tampoco era un
pensador radical, sino todo lo contrario: sus ideas y su pensamiento
eran de uso común en su época, sobre todo del otro lado del Atlántico.
En Estados Unidos, la idea de una gloriosa raza teutónica y aria
amenazada de extinción por las razas inferiores eran moneda en curso
durante el siglo XIX, desde los encapuchados del Ku Klux Klan hasta para
presidentes como Theodore Roosevelt, pasando por marines y voluntarios
que cazaban negros por deporte, violaban a sus mujeres y se divertían
justifiando las violaciones como forma de mejorar la raza de las islas
tropicales. Es muy probable que el nazismo hunda algunas de sus raíces
en el sur de Estados Unidos, mucho antes de perder la memoria durante la
Segunda guerra mundial.
Diez años más tarde el zoólogo de la Universidad de Berkeley Samuel
Holmes propondrá la esterilización forzada de los mexicanos en Estados
Unidos (de la misma forma que se había esterilizado a diez mil personas
con discapacidades sólo en California) para resolver el serio problema
racial que significaba disminuir la calidad de la raza estadounidense. “Los hijos de los trabajadores de hoy serán ciudadanos mañana”, afirmaba Holmes.
En artículos sucesivos, repetirá la advertencia hecha por Theodore Roosevelt sobre el “suicidio racial”
que encontrará eco no sólo en los miembros del Ku Klux Klan sino en una
vasta masa de ciudadanos anglosajones, la que derivará, durante la Gran
Depresión, en la persecusión de mexicanos y en la deportación de medio
millón de ciudadanos estadounidenses con aspecto de mestizos." (Jorge Magfud, Rebelión, 08/06/20)
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