4/2/21

Los seguidores de las teorías conspiranoicas se sienten especiales arropados y heroicos y no dejarán que la realidad les estropee todo un sistema de creencias

 "La ciudad entera iba a ser arrasada por una inundación divina. Esa era la profecía que se cumpliría el 21 de diciembre de 1954 y que había llevado a los más devotos creyentes de la secta a vender sus posesiones y a esperar que los platillos volantes los rescataran. 

Un grupo de psicólogos, comandados por Leon Festinger, vieron una oportunidad dorada de analizar cuál sería la reacción del grupo cuando las naves no llegaran y se infiltraron en él. Tenían una intuición: al llegar la gran decepción, los más fervientes no dejarían de creer e incluso reafirmarían sus dogmas. En efecto: llegado el momento, y tras la confusión inicial, se convencieron de que la divinidad se había conmovido por sus rezos y había detenido el castigo. 

A partir de aquí se desarrolló el concepto de la disonancia cognitiva: cuando el cerebro se enfrenta a una contradicción de ese calibre entre los hechos y las creencias, o niega los unos, o corrige las otras. Era imposible no recordar el libro de Festinger Cuando las profecías fallan al ver a los miembros de QAnon llorar y lamentarse durante la toma de posesión de Joe Biden como presidente de EE UU. Estaban esperando el arresto de todos los demócratas, pero esos platillos volantes nunca llegaron.

QAnon tiene todos los elementos para ser la primera teoría de la conspiración surgida de las redes que se convierte casi en una religión o un culto sectario, saltando desde los foros más exaltados de Internet hasta familias más convencionales por todo EE UU. Según los especialistas, el éxito no depende de que se cumplan o no las profecías, sino de la sensación de comunidad y el propósito idealista: se sienten arropados y heroicos. 

En un entorno de incertidumbre descontrolada y tras años de promoción desde las élites de los “hechos alternativos”, los seguidores de QAnon son víctimas de esta explicación simplista que apacigua la inquietud de sus cerebros y que se han propagado sin control en redes y medios. “Viven en su propia “burbuja epistémica que se realimenta, en un narcisismo colectivo de quienes se creen en posesión de la verdad”, según José Manuel Sabucedo, catedrático de Psicología Social de la Universidad de Santiago de Compostela. 

Y añade: “Se sienten los elegidos, pero al mismo tiempo víctimas de un enemigo que les niega ese reconocimiento que merecen”. Para Carol Galais, investigadora sobre movimientos sociales de la Universitat Autònoma de Barcelona, “hay un elemento emocional muy relevante y diferenciador: la ira, el enfado”. “Se orienta hacia un actor político y hace más probable la coordinación para una acción política, aunque sea tan descabellada como los eventos del Capitolio”, indica Galais.

En un estudio reciente se analizaron los datos de 56 grupos de teorías de la conspiración en Reddit (un foro de Internet) y observaron que el factor determinante para la captación de un nuevo miembro del grupo se da cuando mantiene diálogos con un creyente y vive cierta marginación fuera de estos foros. En ese aspecto, el paralelismo con las sectas es claro: se rompe con la familia al discutir sobre la existencia de Q, por ejemplo, y se sufre un ostracismo que en tiempos de pandemia es especialmente fácil de lograr.

 “Un factor clave que permite a las sectas aferrarse a sus creencias ante la clara evidencia de que están equivocadas es el apoyo social”, escribe el psicólogo social Jay Van Bavel, de la Universidad de Nueva York. Desde su perspectiva, es poco probable que un solo creyente aislado pueda insistir en sus falsas creencias sobre Q, pero un grupo de seguidores “pueden apoyarse mutuamente y reforzarlas”. Y añade una advertencia: “Las burlas de los no creyentes solo hacen que sea mucho más difícil para los adeptos retirarse del movimiento y admitir que estaban equivocados”.

Los miembros de la secta que analizó Festinger encontraron una forma de huir hacia delante, y los de QAnon también darán con la forma de resolver sus disonancias cognitivas. “El Elegido ha fallado”, resume Galais. “Previsiblemente, los creyentes se dividirán entre los que seguirán siendo fieles a Trump, al menos un tiempo, y los que dejen caer esta creencia en concreto para salvar la mayor parte del resto del esquema mental Q”, sugiere. Y a la larga, opina, esta será la estrategia hegemónica: Trump no era el elegido. 

 “Pueden sacrificar este elemento de la profecía y salvaguardar su sentimiento de identidad común, así como el resto de creencias”, señala. Sabucedo cree que la idea predominante será la de que lo que hicieron “funciona”, algo que les animará a mantenerse activos, quizá ligados a otros grupos extremistas: “Estuvimos cerca’, pensarán, ‘esta vez no pudo ser porque nos falló el vicepresidente o quien sea, pero no éramos nadie y casi lo conseguimos”.            (Javier Salas, El País, 31/01/21)

 

 "Historia de la ‘conspiranoia’ que llevó al asalto del Capitolio. Así funciona QAnon.

 Una de las historias más populares en QAnon, un movimiento informe que agrupa un sinfín de teorías conspirativas en Estados Unidos, es en realidad más antigua que el grupo en sí. Trata de una supuesta red pedófila comandada por los popes del Partido Demócrata —con Hillary Clinton y su jefe de campaña, John Podesta, a la cabeza— que opera en una conocida pizzería de Washington llamada Comet Ping Pong. Absurdo para la mayor parte de la población, el bulo se convirtió en una obsesión para un padre de familia de Carolina del Norte, Edgar Maddison Welch, que el 4 de diciembre de 2016 agarró el coche, un fusil AR-15, una pistola, 29 rondas de munición y se presentó en el local para “investigar por sí mismo” —según dijo a la policía— la trama Pizzagate. Abrió fuego y, por suerte, no hirió a nadie. Cuando revisó el restaurante vio que no había niños esclavos por ninguna parte, sino familias aterrorizadas por su presencia; y se entregó.

Pero el relato de los abusos a menores por parte de los políticos progresistas de la capital siguió vivo gracias, en buena parte, a movimientos como QAnon. Si no era en la pizzería donde ocurrían esas tropelías, sería en otro lugar. La primera publicación detectada de “Q”, el ser misterioso detrás del movimiento, es del 28 de octubre de 2017. Aquel día, publicó en la plataforma 4chan —habitual de matones digitales y agitadores extremistas— que iban a arrestar a Clinton. Y, aunque nada de eso ocurrió, la idea de que disponía de buena información se afianzó en las redes. Lo mismo servía para agitar el bulo de los abusos como para denunciar a los satanistas que rondaban las agencias federales o para acusar a Barack Obama de espiar a Donald Trump.

Las mentiras de QAnon fueron esparciéndose como una mancha de aceite y en este 2020 tan insólito, propicio para la irrealidad, apretaron el acelerador con un bulo idóneo, ya que el fraude electoral es un temor recurrente entre los conservadores, con un apóstol de lujo: el propio presidente de Estados Unidos. Cuando el 6 de enero una turba trumpista asaltó el Capitolio con el fin de boicotear la confirmación de la victoria electoral del demócrata Joe Biden, muchas miradas se volvieron hacia QAnon. Algunos de sus miembros, como Jacob Chansley, más conocido como Jake Angel o el chamán de QAnon (con la cara pintada y cuernos en las imágenes), formaron parte de la revuelta. Ahora, con la justicia persiguiendo a los insurrectos, la sangre derramada de cinco personas y con Trump rendido, algunos de los promotores empiezan a plegar velas. La pregunta que surge es qué ocurrirá ahora.

“El movimiento de QAnon en sí ni es grande ni está creciendo, es uno de esos fenómenos que están captando más atención mediática de la que merecen”, advierte Joseph Uscinski, un profesor de Políticas de la Universidad de Miami, especializado en el estudio de movimientos conspirativos. “Se trata, en realidad, de un movimiento que agrupa todas esas teorías conspirativas que ya llevaban rondando tiempo —la del 5G, la de los antivacunas…—, pero las historias sí las creen grandes grupos de población, es algo que ha sucedido a lo largo de la historia”.

En marzo de 2020, una encuesta de Pew Research, el centro de referencia en estudios sociológicos en Estados Unidos, determinó que el 76% de los ciudadanos había oído hablar de QAnon, y en agosto de 2019, otro estudio de Emerson señaló que solo el 5% creía en sus teorías. En las manifestaciones de seguidores de Trump contra las supuestas “elecciones robadas”, muchos entrevistados o no habían oído hablar de QAnon o no seguían demasiado las redes, pero sí seguían a pies juntillas el bulo del fraude. De hecho, más de la mitad de los votantes de Trump —y fueron 74 millones— cree que Joe Biden ganó de forma ilegítima.

Lo que sí ha logrado QAnon, con su robusta red de redes y sus activos miembros, es aglutinar todo el submundo conspirativo bajo un mismo paraguas cada vez más notorio y que ha conseguido colocar a abiertas seguidoras y voceras —como Marjorie Taylor Greene, de Georgia, o Lauren Boebert, de Colorado— en la Cámara de Representantes. En una nota interna previa al ataque al Capitolio, el FBI clasificó a QAnon como una amenaza de terrorismo nacional. Independientemente del futuro, “sus seguidores seguirán creyendo todas estas conspiraciones pase lo que pase”, dice Uscinski.

Estados Unidos tiene un largo historial de teorías conspirativas, ya sea a cuenta del asesinato de John F. Kennedy o de los atentados del 11-S. La fascinación por ellas conecta con los movimientos populistas y antiestablishment porque se basa en la idea de manos negras moviendo los hilos del mundo de forma coordinada con intereses espurios. También responden a la necesidad humana de certezas existenciales. “Esas teorías tienden a florecer en tiempos de crisis, la gente busca explicaciones que les ayuden a sobrellevar la situación cuando se sienten inseguros e impotentes. También pueden estar buscando respuestas sencillas que les hagan sentir mejor, a pesar de que esto no funciona”, explica por correo electrónico Karen Douglas, profesora de Psicología Social en la Universidad de Kent, en el Reino Unido.

 El del fraude electoral, además, es un tipo de bulo lo suficientemente amplio y recurrente como para garantizar su éxito. La teoría del fraude masivo no apunta a una operación centralizada y personal fácil de identificar y, por tanto, desmentir, como una supuesta trama pedófila en una pizzería de Washington a cargo de los demócratas. En este caso, se señala un interminable cúmulo de irregularidades por el territorio estadounidense (votos tirados a la basura; otros, contados dos veces; papeletas de personas fallecidas coladas en las urnas…) que hace recaer la carga de la prueba en una masa informe de acusados. Además, hace referencia a un viejo y, por tanto, plausible temor, el de las irregularidades en las urnas. Y, por si fuera poco, decenas de legisladores en Washington le han dado pábulo, empezando por Trump.

Un informe del Network Contagion Research Institute, una entidad independiente sin ánimo de lucro, y la American University rastreó en mayo lo ocurrido con la etiqueta #subpoenaObama (la petición de citar a declarar a Obama por, supuestamente, haber espiado a Trump durante las elecciones de 2016) en Twitter y reveló un poder multiplicador asombroso. El 13 de mayo un usuario lo publicó por primera vez y animó a los seguidores de QAnon a reproducirlo. Durante aquel día y el siguiente se llegó a tuitear hasta 4.000 veces por hora. Algunas voces prominentes del mundo conservador y conspirativo, como Glenn Beck o las hermanas Diamond and Silk, se hicieron eco. El 14 de mayo, en la misma red social, Donald Trump instó al senador republicano Lindsey Graham a citar a declarar a Obama. El estudio, publicado escasas semanas antes del asalto al Capitolio, advertía sobre el potencial de este movimiento en el futuro más inmediato a cuenta de los bulos sobre fraude electoral.

Para algunos, ha sido incluso un negocio. David Hayes, un antiguo profesional sanitario de Arizona que se mueve en Internet con el nombre de PrayingMedic, ha llegado a acumular 300.000 seguidores en Twitter y otros tantos en su canal de YouTube, y en Amazon vendió un libro sobre la materia por 15 dólares (12,3 euros). El propio Trump recaudó 170 millones (140 millones de euros) durante el mes siguiente a las elecciones del 3 de noviembre tras pedir donaciones para su infructuosa batalla legal contra el escrutinio. El grueso de ese dinero se destinó a un comité que tiene como objetivo primordial financiar su actividad política posterior.

Tras el asalto y el asedio judicial, muchos promotores del gran bulo empiezan a plegar velas. Ron Watkins, exadministrador de la plataforma 8chan —una de las grandes pistas de aterrizaje de QAnon—, ejerció durante meses de teórico de referencia en las acusaciones infundadas de fraude, logrando retuits del propio presidente republicano y la atención de medios de su cuerda, como One America News Network. Se le ha señalado, además, como posible colaborador o autor de las publicaciones del misterioso “Q”. El 20 de enero, cuando Joe Biden juró el cargo, dio por liquidado el asunto: “Necesitamos volver a nuestras vidas lo mejor que podamos”, escribió en Telegram, “tenemos a un nuevo presidente y es nuestra responsabilidad como ciudadanos respetar la Constitución independientemente de si estamos de acuerdo o no con los nuevos cargos públicos”. “Ahora que entramos en la nueva Administración, por favor, recordad a los amigos y los buenos momentos de los últimos años”, remató.

Las redes sociales han apagado, además, muchos de los altavoces. Cinco días después del asalto al Capitolio, Twitter anunció que había eliminado hasta 70.000 cuentas que habían promovido las teorías de QAnon. Junto con Facebook, tomaron además la controvertida decisión de cerrar el perfil de Trump en sus últimos días de mandato.

¿Qué significa todo esto? ¿Es el principio del fin de QAnon o, pese a todo, esto solo acaba de empezar? El investigador de la organización Atlantic Council Jared Holt, que ha estudiado a este movimiento extremista, afirma que este episodio “ha puesto a prueba la fe de los creyentes de QAnon a un nivel que no había visto jamás”. “Para algunos, esta prueba ha significado un peso demasiado grande con el que cargar y están empezando a dudar de la verdad del movimiento, pero es improbable que QAnon desaparezca a corto plazo. Aunque la figura de ‘Q’ pase a un segundo plano, muchas de las teorías que promueve seguirán adelante. Probablemente lidiaremos con sus efectos residuales durante años”.

A congresistas como Marjorie Taylor Greene o Lauren Boebert les aguardan dos años en el Capitolio. Y otros muchos legisladores, si bien no se han significado tanto en las consignas específicas de este microcosmos, sí sostienen la teoría del fraude, como el senador Josh Hawley, de Misuri, que saludó a la turba puño en alto el día del asalto. “Me sorprendería que este fuera el final de la historia de QAnon”, considera la profesora Karen Douglas. “Yo creo que sus seguidores probablemente están esperando a que ocurra algo, como por ejemplo unas palabras del expresidente, para decidir qué es lo siguiente que hacen”.

Trump dio su último discurso como presidente la mañana del 20 de enero desde la base aérea Andrews (Maryland). Algunos seguidores del movimiento se percataron de que en el escenario ondeaban 17 banderas. Según publicó The Washington Post aquel día hubo quien vio una señal muy clara: la letra 17 del alfabeto es la Q. “¡17 banderas! Vamos, esto es una locura”, dijo alguien en uno de los foros habituales de los seguidores de esta teoría. “No sé cuántas señales más nos van a tener que enviar para que creamos en ‘el plan”, señaló otro. La excentricidad continuó durante unas horas, pero el republicano ya volaba junto a su esposa, Melania, rumbo a su mansión de Palm Beach, en Florida."          (Amanda mars, El País, 31/01/21)

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