"No es difícil de entender. Ha habido grandes deportistas cuya superioridad radicaba en el físico. Verlos aparecer en la pista producía automáticamente lástima por sus contendientes, todos sabíamos quién iba a ganar. Sin embargo, aquí no estamos hablando de eso, ni de tratar como mujer a alguien que nos parece un hombre. En la cancha, la mujer trans tiene las ventajas de un macho, y la prueba es que no provocan este dilema hombres trans en las categorías masculinas.
Celebro la revolución de los derechos de los trans en lo que implica que sean tratados como iguales, pero el activismo debería hacerse más responsable de algunas consecuencias de sus logros. Cuando tocas algo tan estructural como la distinción por sexos en una sociedad, hay que estar atento a movimientos imprevistos o peligrosos. De lo contrario, alguien podrá acusarte de haber pensado mucho en tu colectivo y poco en el resto de la sociedad. Está el asunto de las terapias afirmativas y el riesgo que eso supone para niños y adolescentes que se autodiagnostican como transgénero y exigen el tratamiento irreversible, cuando les puede estar pasando otra cosa. Sin embargo, la presión del activismo casi hace imposible discutir ese tipo de enfoque, y tacha de "terapia de conversión" lo que no es sino buscar mejor diagnóstico a esos individuos.
Está también el asunto de las cárceles, los vestuarios, las subvenciones y ayudas sociales, y demás ámbitos en los que la segregación por sexos tiene implicaciones de seguridad, de justicia o de igualdad de oportunidades. Y está, por supuesto, digan lo que digan los más fanáticos activistas, el asunto del deporte. Lo de Lia Thomas se había previsto, se había advertido y se había denunciado desde ese feminismo radical tan demonizado por los activistas transgénero y los teóricos queer. Alguien tendría que ser humilde y decir: ¡vale, hablemos, teníais razón!
¿Queréis saber cuál es mi posición respecto a los roles de género? A mí me llamaban maricón en el colegio, sin ser gay, por un amaneramiento que sigo conservando. Tampoco mis intereses eran lo que se dice masculinos. Durante muchos años me llevé mejor con las chicas que con los chicos. Ni fútbol, ni motos, ni seducción cavernícola de las hembras en las discotecas: nada de esto era para mí. Yo no lo hubiera expresado con estas palabras entonces, porque no era una época de ensimismamiento identitario, pero no encajaba con algunos de los valores tradicionalmente masculinos. Sí, con otros. Pero mi rol de género no era igual al de los otros chicos. Esto no tuvo más consecuencia que sentirme un poco inadaptado en la niñez. Hay gente que llega a pasarlo muy mal: no fue mi caso.
¿Por qué digo esto? Porque entiendo que los roles de género son abiertos. Hay dos polos, Humprey Bogart y Marilyn Monroe, y un montón de gente que fluctúa en los territorios grises potencialmente infinitos entre el blanco y el negro. Sospecho que muchos hombres tienen algo de mujer, y muchas mujeres algo de hombre. Lo ha demostrado la literatura cuando autores han sido capaces de crear personajes del sexo opuesto tan creíbles como las personas reales. El sexo es una condición biológica y el género permite juegos e interpretaciones.
Desde mi punto de vista, Lia Thomas es una mujer trans, y como mujer la
trataría si me la encontrase. Mi respeto a su identidad es absoluto, y
además me trae sin cuidado, como mi propia identidad de género. Pero
también puedo decir, ya que la reconozco y respeto, lo mismo que diría
si no fuera trans: me parece una deportista deshonesta y tramposa. Si yo fuera ella, se me caería la cara de vergüenza por el peso de esas medallas." (Juan Soto Ivars , El Confidencial, 26/03/22)
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