"Durante los 6 últimos años he advertido sobre la división entre los estadounidenses y denunciando el ascenso de la intolerancia en Estados Unidos. Pronostique que es posible el estallido de una guerra civil en ese país y la disolución del Estado federal.
En la práctica, estamos viendo cómo aparecen y se agravan nuevas formas de segregación. En poco tiempo, hemos visto en Estados Unidos una elección presidencial opaca, la toma del Capitolio de Washington y un registro realizado en la residencia de un ex presidente. ¿Ha muerto la democracia estadounidense? ¿Qué otros acontecimientos provocarán ese fenómeno de fondo?
LA DEMOCRACIA ESTADOUNIDENSE
En primer lugar, es fundamental el cambio demográfico y sociológico que se ha producido en Estados Unidos. La cantidad de personas que vive allí ha pasado de 252 millones –en el momento de la disolución de la URSS– a 311 millones, casi un tercio más que antes, 79 millones para ser exactos. Pero, la clase media estadounidense ha sufrido una reducción constante. Al final de la Segunda Guerra Mundial, el 70% de los estadounidenses eran clase media. Aunque hoy ya no existe un consenso en cuanto a los criterios estadísticos, la clase media ya es sólo un 45% de la población estadounidense. Pero la cantidad de multimillonarios se ha multiplicado por 6 desde 1991, mientras que la riqueza media en dólares constantes ha progresado muy poco.
Las instituciones estadounidenses se basan en el principio de la separación de poderes, enunciado por Montesquieu para equilibrar las decisiones distinguiendo el Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo y el Poder Judicial. Ese sistema funciona sólo si el conjunto de actores que toman las decisiones comparte los mismos intereses. Pero eso ya no sucede desde que se inició la globalización, o sea desde que comenzaron la deslocalización industrial hacia Asia y la desaparición de la clase media, consecuencia de ese proceso.
Debido a lo anterior, las condiciones sociológicas ya no permiten el funcionamiento del sistema democrático.
Los estadounidenses están conscientes de esos cambios ya que –desde el movimiento llamado Occupy Wall Street, en 2011– son numerosos los discursos políticos que se interrogan sobre el poder que ejerce el 1%, los más ricos de la sociedad, aquellos cuyos ingresos anuales son 5 veces superiores a los del estadounidense promedio.
Durante la elección presidencial de 2020 se vio un problema fundamental. Al menos una tercera parte de los electores piensan hoy que los resultados anunciados no reflejan la voluntad popular. Ambos bandos no dejan de insultarse, basándose en cifras, pero el problema no reside en el conteo de los sufragios, sino en la opacidad del proceso. Un principio fundamental de la democracia es la transparencia de las elecciones. Pero hace tiempo que los ciudadanos estadounidenses no participan en el conteo de los votos, que ni siquiera se realiza ya en público. El conteo de los sufragios está ahora en manos de funcionarios, o de empresas privadas contratadas para ello. En 2020, el conteo fue realizado por máquinas y, a menudo, bajo control de funcionarios y a puertas cerradas.
En cuanto al fin de la separación de poderes, lo más sorprendente fueron los procedimientos de destitución (impeachments) contra el jefe del Poder Ejecutivo –el presidente–, procedimientos que el Poder Legislativo inició basándose en acusaciones de traición hoy invalidadas. Pero, como el fracaso de aquellos impeachments no resolvió el problema sociológico, ahora vemos que se ordena un registro manu militari en la residencia del ahora ex presidente y se trata –otra vez– de acusarlo de traición.
Ahora es el Poder Judicial el que agita una interpretación aberrante de la ley para perseguir a la persona que tenía el poder de desclasificar lo que quisiera por haber olvidado desclasificar ciertos papeles personales. El resultado es que la naturaleza evidentemente descabellada de todos esos “casos” no escapa al ciudadano de a pie, y lo lleva a alejarse de las instituciones que alguna vez fueron democráticas.
El derrumbe de la democracia estadounidense se evidenció el 6 de enero de 2021, cuando una multitud irritada por la reacción policial tomó por asalto el Capitolio de Washington. Hoy se sabe que los manifestantes no tenían intenciones de derrocar el Congreso sino que la policía –comportándose como el brazo armado de una dictadura– reprimió a los ciudadanos que protestaban. Sólo después que la policía provocó la muerte de un manifestante que escalaba la fachada del Capitolio – haciéndolo caer de varios pisos de altura – la multitud exasperada se lanzó al asalto de la sede del Congreso.
¿CONTINUARÁ ESE FENÓMENO?
No hay razón para que se interrumpa ese fenómeno si se mantiene la actual composición sociológica de Estados Unidos. Los escándalos de corrupción demuestran que, al contrario, el fenómeno va a amplificarse. El problema es que ya no se trata de altos funcionarios que abusan de su poder sino que quienes acaparan poderes más importantes que los de un senador son individuos no electos y ni siquiera nombrados por el poder. (...)
EL DEBILITAMIENTO DEL ESTADO FEDERAL ESTADOUNIDENSE
En las diferentes regiones del mundo el debilitamiento de Estados Unidos se ve de diferentes maneras.
Los rusos, que han vivido varias revoluciones y la disolución de la URSS, estiman que las incomprensiones entre los estadounidenses llevarán a mediano plazo a una guerra civil, que a su vez conducirá a una división de Estados Unidos en países independientes más o menos étnicamente homogéneos.
Los chinos, que han pasado por periodos de debilitamiento de su propia nación, estiman, al contrario, que Estados Unidos puede perdurar pero que se sumirá en una forma de anarquía ya que los Estados que hoy lo componen dejarán de obedecer al Estado federal y se harán autónomos.
En todo caso, los europeos son los únicos que siguen creyendo que
Estados Unidos todavía es una democracia y que seguirá siéndolo. " (THIERRY MEYSSAN, Observatorio de la crisis, 07/09/22)
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