"Mientras el debate laboral continúa a buen ritmo sobre cuestiones insignificantes, la realidad corre mucho más rápido hacia una inexorable interrupción de la capacidad de los trabajadores para generar ingresos, para ellos y sus familias.
Hasta hace poco, hemos vivido en el mito del empleo "estable" que puede garantizar el bienestar económico, sin demasiadas exigencias.
Ahora estamos en la fase de anquilosamiento, aquella en la que todos, en mayor o menor medida, nos hemos dado cuenta de que el empleo va perdiendo sus dos atributos de "estabilidad" y "bienestar".
Sin entender el porqué, no tiene sentido discutir cuál es la alternativa.
Como explico detalladamente en mi investigación en el libro "La lucha de clases en el siglo XXI", las razones están básicamente relacionadas con la deriva del sistema capitalista globalista, que conduce inevitablemente a conflictos entre superpotencias, cuyas consecuencias podemos empezar a ver ahora con el peligroso aumento del coste de la vida debido a la guerra energética.
La vuelta al trabajo tecnológico al estilo fordista
Por un lado, la tecnología ha mejorado indudablemente ciertos procesos de trabajo y la calidad de vida en general en muchos aspectos, pero por otro lado está perjudicando gravemente el bienestar de los trabajadores al volver a proponer modelos de organización del trabajo cada vez más parecidos a las cadenas de montaje de los siglos XIX y XX: tiempos de trabajo estandarizados por máquinas "virtuales", resultados cada vez más basados en la mera capacidad de los trabajadores de procesar papeles en el menor tiempo posible sin una aportación significativa de conocimientos, que en cambio se incorporan directamente al software de las máquinas en uso.
Muchos las llaman apps, pero en contextos más técnicos se las denomina más genéricamente software o aplicaciones, que no son más que engranajes de una compleja infraestructura tecnológica a través de la cual es posible procesar de forma estandarizada y altamente controlable los servicios realizados por los empleados, llamados a realizar tareas cada vez más repetitivas, que por tanto suelen requerir menos conocimientos técnicos que en el pasado, que en cambio son "adquiridos" por las máquinas, o mejor dicho por el gran cerebro "virtual", del que el trabajador es el último eslabón de la cadena.
Esta es la verdad desnuda: la tecnología dejada al uso y consumo del capital ha hecho que los trabajadores sean altamente reemplazables, incluso con trabajadores extranjeros que cobran una décima parte de lo que cobran los trabajadores italianos.
Sin ir más lejos, la intercambiabilidad puede tener lugar incluso sin cruzar las fronteras nacionales, con trabajadores contratados por empresas de externalización que compiten entre sí, lo que puede garantizar una reducción rápida y poco conflictiva de los costes laborales.
En los albores del siglo XXI, se pensaba que esta forma de precarización inducida por la tecnología era un fenómeno limitado a ciertos trabajos considerados marginales, como los realizados en los centros de llamadas.
De hecho, hoy en día casi todos los empleos se caracterizan por esta deriva en la relación entre el trabajo, la tecnología y el capital.
La consecuencia inevitable de esta involución es que el poder de negociación de los trabajadores disminuye.
"La flexibilidad, traducida en precariedad en nombre de la tecnología y de la renovación del mercado, se ha experimentado efectivamente a gran escala en sectores como el de la atención al cliente, que hoy representa un enorme negocio en todo el mundo. Con la ilusión de que sentarse frente a un monitor en vez de frente a un papel significaría realizar quién sabe qué función, los trabajadores pioneros de esta nueva realidad pronto se dieron cuenta de que era algo parecido a las cadenas de montaje de las grandes industrias que producen bienes materiales. Horarios de trabajo puntuados por sistemas de aplicación, formas de ejecutar el trabajo rígidamente predeterminadas y muy estandarizadas, y así durante toda la jornada laboral y las siguientes. Los trabajadores se convierten en meros ejecutores de una máquina tecnológica que guarda para sí el conocimiento del oficio, y detrás de la cual, por supuesto, se encuentra el equipo directivo que da entrada al sistema". (cit. La lucha de clases en el siglo XXI).
La política ha destruido las normas laborales para satisfacer las exigencias de beneficios de las grandes empresas
No es sólo una cuestión de tecnología y sistemas organizativos, el trabajo ya no es lo que era también porque la política no ha hecho otra cosa que destruir las leyes de protección laboral, que precisamente por la reproposición del trabajo fabril "virtual", podrían haber seguido desempeñando un papel muy eficaz contra las pretensiones del capitalismo global.
El ataque se produjo en dos frentes: el de las normas que consagran los derechos individuales de los trabajadores, como las normas sobre despidos, y el de la negociación colectiva. Las consignas han sido, y siguen siendo, la competitividad y la productividad. Términos utilizados con tanta facilidad (explico sus paradojas en el libro), detrás de los cuales está la arbitrariedad del gran capital al poder reducir los costes laborales a voluntad, con sistemas de control antes inimaginables. Por eso he definido el capitalismo del siglo XXI como la apoteosis del capitalismo del siglo XIX. Marx, después de todo, nos advirtió.
"La importancia del tiempo de trabajo crece en la medida en que la organización productiva, gracias a la tecnología, logra crear sistemas estandarizados de gestión del trabajo controlados en tiempo real por máquinas que transmiten los insumos al gerente de turno encargado de controlar a los trabajadores, amplificando lo que Marx sostenía en la relación entre los empleados y los medios de producción: "Ya no es el trabajador el que utiliza los medios de producción; son los medios de producción los que utilizan al trabajador"". (cit. La lucha de clases en el siglo XXI).
El encarecimiento de la energía y el aumento exponencial del coste de la vida son un aviso
Ahora bien, no hace falta que venga el experto a decirnos que el poder adquisitivo de los trabajadores y los pensionistas está a punto de verse gravemente comprometido. Por tanto, lo que debemos preguntarnos ahora es cuánto durará y hasta dónde llegará.
Por desgracia, no es posible hacer predicciones más o menos precisas. Depende de las relaciones con Rusia, de lo bueno que sea el próximo gobierno en el manejo de esta crisis (el de Draghi fue un desastre), del posible compromiso energético con Rusia y otros países proveedores.
Está claro que cuanto más se prolongue esta situación, mayores serán los perjuicios para los empresarios y los trabajadores.
Aunque ya existen formas de indexación salarial, que en cualquier caso siguen siendo una miseria, actualmente no hay ninguna propuesta sobre la mesa para frenar la diferencia entre el crecimiento de los salarios y la inflación.
Con el coco de la espiral inflacionista de los años 70, la gente probablemente optará por soluciones extemporáneas, como las primas, la paga extra y luego ya veremos, y cosas parecidas a las limosnas, con la esperanza de que la crisis energética se revierta en poco tiempo (desde luego, no la pueden resolver los que la han generado).
En cualquier caso, no habrá una cobertura efectiva de esta brecha, por lo que la pérdida de poder adquisitivo debe considerarse como un hecho cierto, sólo queda cuantificar el daño (esto también es difícil por las razones de incertidumbre antes expuestas), que obviamente no será igual para todos, sino que dependerá del tipo de contrato, del tipo de actividad y de otros factores.
Todo esto debe ser visto como una advertencia, un anticipo de lo que está por venir: la hambruna y la privación de los derechos básicos.
De hecho, parece que alguien ha lanzado la hipótesis de más cierres (léase toques de queda) para permitir el ahorro de energía, como cerrar los locales por la noche a las 23 horas, reducir el alumbrado público, etc.
A estas alturas el sistema se está derrumbando, fuentes autorizadas hablan del fin de la globalización, así que es una pérdida de tiempo preciosa pensar que una vez que esta crisis energética termine (si es que termina) todo volverá a ser como antes. Nada será igual que antes, y cualquier cambio sólo será en sentido negativo. Al racionamiento energético podría seguirle el racionamiento de alimentos (que ya con la subida de precios la gente está empezando a hacer por sí misma), y quién sabe qué más.
Reaccionar y no esperar
Hemos vivido décadas con el privilegio de la espera, de la ilusión del salvador de la patria. Ahora debemos reaccionar. La crisis laboral está estrechamente vinculada a la expansión incontrolada del capitalismo globalizado. La única manera de evitar lo peor es tomar medidas concretas para contrarrestarlo, primero socialmente y luego políticamente.
La vuelta al conflicto es inevitable.
EL MANIFIESTO DE LA LUCHA DE CLASES EN EL SIGLO XXI
(extracto del libro La lucha de clases en el siglo XXI)
La lucha. La capacidad de lucha de los hombres, es un patrimonio de la humanidad, siempre ha sido el medio utilizado por los seres humanos para evolucionar, para mejorar. Desgraciadamente, el valor de la lucha se ha desvirtuado y degradado hasta quedar aprisionado en la idea de la violencia, la violencia por sí misma.
Abandono de la lógica de la post-ideología.El primer paso es el abandono de la post-ideología, es decir, el vacío ideológico debido al abandono de las ideologías, que es la savia del engaño de la paz social: como ya no hay conflicto entre el capital y el trabajo, ya no hay necesidad de ideas, de post-ideología precisamente.
Se ha olvidado, pero todo el orden democrático y constitucional, en Italia y en muchas partes del mundo, se ha construido sobre el valor de la conflictividad como elemento clave para garantizar el equilibrio entre los más fuertes y los más débiles. El reconocimiento del derecho de huelga en los sistemas constitucionales es la máxima expresión de ello.
III. Superar la idea falsa de un estado mínimo pro-capitalista y un estado de bienestar neoliberal. A menudo se piensa erróneamente que el capital quiere eliminar los derechos sociales, de cualquier orden y naturaleza, en verdad necesita un estado de bienestar mínimo para poder mantener un equilibrio sostenible y evitar la rebelión de las masas. Así que debemos aspirar a un verdadero estado de bienestar que no sea para el uso y consumo del capital.
1 - La conciencia política de la existencia de un orden jurídico de mercado es una de las mayores ilusiones de los últimos tiempos tras las que se ha atrincherado la política. No existe un orden natural de mercado, las reglas económicas son las establecidas por el hombre a través de las leyes, es por tanto mediante la elección de éstas que se crea una economía, una crisis o un crecimiento.La responsabilidad por tanto es siempre de la política.
2 - Reorganización de la comunidad internacional en clave antineoliberal y respetuosa con la soberanía y la democracia interna de los estados. Los estados deben revolucionar las relaciones con las organizaciones internacionales, no es posible, no es democrático que hoy sean las organizaciones económicas internacionales las que decidan las reformas, las que sometan a poblaciones enteras a las lógicas del poder económico y financiero.
3 - Redefinir la relación entre la política y los interlocutores sociales y cuestionar el interés superior. A pesar de ser históricamente la idea que subyace a los regímenes totalitarios, el interés superior de la nación o de Europa -a veces una crisis económica, a veces una emergencia sanitaria- sigue siendo la clave ideológica para silenciar la disidencia, para reprimir la protesta. Hay que preocuparse cuando la política desata el interés superior, hoy como en el pasado, el mismo método.
VII. Otro cambio de paradigma debe referirse a la forma en que se redistribuye la riqueza. El tan discutido método de la riqueza patrimonial, que actúa aguas abajo del sistema de producción, y en el que el pueblo no tiene ningún control porque requiere el filtro de la política, que le quita acciones que en todo caso son marginales al gran capital, con la promesa de redistribuirlas a las masas, es ineficaz y dispersivo. En cambio, habría que reconsiderar la idea de una redistribución ascendente, a través de un aumento del poder de negociación y económico de los trabajadores, para que el aumento de los salarios vaya inmediatamente a los trabajadores, lo que tendría entonces también una eficacia redistributiva mayor y más generalizada.
VIII. Reorganización interna del sindicato y su reposicionamiento ideológico.En esta revolución de las ideas, el sindicato es, o debería ser, el sujeto colectivo más importante, que debe necesariamente abandonar la inclinación a aceptar el interés superior para reabrir la temporada de la conflictividad.
1 - Relanzamiento y refuerzo de la no-derogación de la negociación colectiva a nivel nacional.Uno de los elementos clave a través de los cuales se ha debilitado el poder de los trabajadores ha sido la ampliación de los poderes de las empresas para decidir a nivel local y de cada empresa una reducción de los derechos de los trabajadores en sentido peyorativo.
2 - Contrarrestar la arbitrariedad del criterio de productividad en la fijación de los salarios.En concreto, la idea del interés superior de la nación o de Europa ha asumido el interés superior de la productividad de las empresas a la posibilidad de reducir los salarios, un juego demasiado fácil para el capital ya que dispone de tantas formas de desvincularlo artificialmente de los salarios.
3 - El reconocimiento del grupo empresarial como único ente empresarial con el que se puede negociar las condiciones de trabajo. Hay que oponerse al método de desarrollo de las multinacionales, mediante el cual logran tomar todo y dar sólo lo que creen conveniente. En este sentido, la subcontratación es una de las principales estrategias utilizadas por las grandes corporaciones y multinacionales para reducir los salarios, lo que hoy representa tal vez la mayor máquina de desigualdad social en el mundo.
XII. El lado oscuro de la tecnología ha llegado a considerar posible que los trabajadores que dependen absolutamente de las grandes empresas puedan ser considerados como autónomos, lo que supone una ganancia para el capital, ya que un trabajador autónomo cuesta menos que un empleado.
XIII. Reorganización interna de los partidos coherente con la vuelta al reconocimiento de la conflictividad. Los partidos, especialmente los de izquierda, deben cerrar la temporada de la paz social para devolver la dignidad política a la conflictividad que nos llevó a la era de los derechos.
XIV. Cuestionar la globalización y el capitalismo moderno en su forma actual mediante investigaciones específicas sobre el terreno. En contra de la creencia popular, la globalización puede ser un proceso reversible, pero se necesitan ideas para aplicarla.
1 - Para cuestionar la globalización para el uso y consumo del capital, hay que admitir que la tecnología se ha convertido en un instrumento de explotación laboral que está haciendo retroceder las manos de la historia.
XVI. Reconocimiento del papel del poder judicial en la investigación del capitalismo actual.El poder judicial en Italia y en todo el mundo está desempeñando un papel muy importante para desvelar las estrategias del capital.
XVII. Otras propuestas para regular la globalización, incluyendo así la expansión de las multinacionales, dentro de los límites democráticos y constitucionales. Las ideas, investigaciones y estudios realizados en este campo deben concretarse en leyes y normas para situar a las multinacionales dentro de los rangos constitucionales y democráticos. Propongo una nueva teoría económica sobre la expansión de las multinacionales, para regular un fenómeno que genera desigualdad. (...) (Lidia Undiemi, L'Antidiplomatico, 29/08/22)
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