17/2/11

El duelo de la gente tras el atentado del 11-M

"¿Estaba usted en Madrid cuando los trenes estallaron?
Me enteré al llegar a la sede del CSIC en Medinaceli (el Centro de Humanidades), muy cerca de Atocha. Recuerdo el silencio de todo el mundo. Estábamos conectados con la radio, el shock… llegaban compañeros que venían de Atocha. Y me acuerdo que en ese momento no sabía lo que hacer.

La gente comenzó a poner velas en los lugares. ¿Fue algo instantáneo?

Debió ocurrir casi de inmediato, sobre las propias vías. Decidimos empezar el proyecto un par de días después de los atentados. Cuando llegamos, ya había muchas ofrendas. Se movían de un lugar a otro. Empezaban en pequeños círculos, primero en los andenes.

Altares espontáneos. ¿En qué consistían?

Había de todo. Velas, flores, muchos mensajes, tanto a los fallecidos como a los terroristas. Mensajes religiosos y políticos. Y muchísima poesía. La investigadora Paloma Díaz Mas estudió la parte literaria, donde la parte oral se mezcla con la literatura. En un momento de crisis, de muerte sentida socialmente como algo traumático, lo que cuenta es la palabra, el papel de la poesía. La presencia poética en los 70.000 documentos resulta apabullante.

¿Con qué se puede comparar este memorial del duelo?

En Génova hubo una serie de manifestaciones contra el grupo de los G-8 por la muerte de Carlo Giuliani (en referencia a un activista que murió por un disparo en una manifestación del 20 de julio de 2001). En el sitio del fallecimiento se produjo una estética parecida. O el asesinato de Theo van Gogh en Ámsterdam (un director de cine holandés muerto a manos de un islamista en 2004).

Y por supuesto, están los atentados del 11-S de Nueva York. O bien se trata de gente anónima que muere, y que socialmente se siente como propia, en el sentido de que cualquiera podría haber sido, o bien personalidades mediáticas que producen una reacción social similar.

Este tipo de muertes producen una expresión pública del duelo, y no en los espacios sancionados socialmente, como la Iglesia, el cementerio o un Ayuntamiento. Ocurre en lugares donde no hay una institución detrás que le diga a uno, "ahí hay que ir".

Recuerda un poco a las flores que se renuevan en un punto de una carretera donde alguien murió por un accidente de tráfico. ¿Cual es la diferencia?

Las cruces de la carretera son la memoria de una muerte trágica, que pide una acción concreta. Tienen una tradición muy antigua. No solo se recuerda al fallecido. Su muerte ha sido inútil. Pero hay una relación entre la persona que deposita esas ofrendas y el fallecido.

De lo que hablamos ahora es un duelo de segunda generación. No conocemos a los que han fallecido, pero la gente acude a esos lugares.

Es algo que va unido a los medios de comunicación de masas. No hemos detectado fenómenos así en África o Asia, aunque sí en la isla de Bali, con los atentados que se cometieron. Las ofrendas las hicieron los turistas para los turistas muertos. Se trata de un concepto occidental.

Publicaremos en este año un libro en el que analizamos la reacción de la población local de Bali, que no quería que hubiera memoriales, no deseaban que la gente depositase ofrendas. A los dioses había que apaciguarlos, y ante un atentado así, había que acudir a sus templos, y no al lugar de la masacre.

Hubo un conflicto ante las diferentes formas de entender esa manifestación pública del duelo. Con la muerte de la princesa Diana se produjo un giro. Si ahora hay una muerte traumática, una masacre donde fallecen gente anónima, o personas muy mediáticas, se espera que en el lugar del fallecimiento se produzca este ritual del duelo. Y esto no ocurría hace treinta años.

¿Qué diferencias halló entre el duelo masivo por los atentados de las Torres Gemelas y las bombas de los trenes en Madrid?

En Estados Unidos la gente se aglutinó con la nación, el patriotismo, la bandera norteamericana estaba en todos lados, era monocorde. Aquí los vínculos fueron más locales. Todos somos Madrid, o todos somos ese tren.

¿Hubo algún mensaje que le emocionara en particular de entre aquellos altares espontáneos?

Muchísimos. Los mensajes partían del corazón y llegaban al corazón. Los mensajes (pausa) … los dibujos. Los dibujos de los niños. Más que palabras, había una gran cantidad de dibujos, el dolor visto a través de los niños. Es algo que impacta.

¿Se le quedó enganchada alguna de esas imágenes en particular?

Más que un texto o un dibujo en concreto, lo que más me emocionó fue la necesidad de comunicarnos, de buscar espacios de comunicación. Un niño dejaba un dibujo, y otro que pasaba por allí escribía su comentario, y el siguiente añadía algo más.

Recuerdo una imagen, dos torres unidas por un tren. O mensajes, que ponían en árabe y en castellano, los inmigrantes no tienen la culpa. Y uno me conmovió mucho, era de Alcalá de Henares. Se trataba de una ficha de descripción bibliográfica sobre un compañero bibliotecario que había fallecido en el tren. En vez del título del libro, el autor, se hacía referencia a esta persona, a la pérdida que habían sufrido.

Encontramos un paquete de kleenex y pensamos que era basura, que se había colado ahí. Y vimos que estaba cuidadosamente pegado a un trozo de papel para simbolizar los pañuelos usados durante ese día. Poesías mecanografiadas cuando ya no se utilizan máquinas de escribir. El libro El Principito, dejado como ofrenda.

O cortinas arrancadas utilizadas para escribir o pegar cosas. Hubo una gran cantidad de mensajes electrónicos dejados en las máquinas de Renfe. Algo que puede acabar en la basura se convierte en un patrimonio, y eso depende de la decisión de diferentes actores sociales.

Si cerrara usted los ojos, ¿que radiografía surge en su mente después de contemplar estas manifestaciones públicas de dolor?

La variedad. Las múltiples voces que surgen de esos 70.000 documentos. Voces que están unidas por la necesidad de comunicarse, de buscar esos espacios, la necesidad de actuar. Los mensajes que tienen que ver con el conflicto y el odio, los xenófobos, son minoritarios.

La mayor parte de los mensajes tenían que ver con la construcción de un mundo diferente, términos como la paz, que parece que han perdido su vinculación con lo ocurrido con el transcurso de los años. Las industrias del miedo se articularon de forma diferente en Estados Unidos que aquí.

El miedo, explica esta antropóloga, es la gran herramienta de control. Ya lo advertía el filósofo y psicólogo Michel Foucault. La forma más sublime del miedo como control es cuando se hace invisible, se pega al cuerpo.

La gente está atemorizada sin que haya una causa externa palpable, de manera que cada persona se convierte en su propio censor. De las 70.000 ofrendas dejadas tras los atentados de Madrid, el miedo está mucho más ausente que en otras manifestaciones similares.

Sánchez-Carretero aclara en este punto que no ha investigado este aspecto concreto en el duelo público que surgió tras el 11 de septiembre. Su impresión es que el miedo mostrado tras aquella masacre era más explícito.

Los informativos norteamericanos suelen hacerse eco de un código de colores inventado por el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos cuando hablan de niveles de riesgos de ataques terroristas. El pasado diciembre ondeaba el amarillo: riesgo elevado.

El miedo se ejercita a cara descubierta. "Las industrias del miedo ni siquiera se esconden, son muy eficaces. En España las tenemos, pero están más escondidas. Sería interesantísimo diseñar una línea de investigación sobre las industrias del miedo.

Los ciudadanos somos más libres si podemos objetivar esos miedos y localizarlos socialmente". Casi como encontrar los focos de una epidemia. Si la crisis actual se deslindara del miedo, asegura esta antropóloga, estaríamos en otra situación. Habría más libertad de acción. (...)

Lo habitual es que la gente no exteriorice su dolor por vergüenza. No está bien visto. A alguien que llora por la muerte de un ser querido seis meses después se le dice que tendría que haberlo superado. Y, sin embargo, y especialmente en los informativos de la televisión, nos bombardean con noticias de asesinatos. ¿No le parece contradictorio este consumo del dolor ajeno?

Hay un distanciamiento entre lo que es el duelo propio y el dolor que puedan sentir los demás. Y este último se consume con toda alegría. Dejamos el nuestro en manos de los profesionales del duelo, los tanatorios… y ante las pérdidas personales se forman unos círculos muy pequeños.

Antes, todo el pueblo iba con la familia al cementerio, el acompañamiento social era mucho más amplio. Y ahora, lo que encontramos es que la muerte se destierra al consumo de la muerte ajena. Hay un desfase. La muerte, en todas las culturas, es una parte integral de cómo nos relacionamos unos con otros. Y no hay que esconderla." (Cristina Sánchez-Carretero: "Un buen etnólogo debe sentir como propio lo de los demás". El País, Semanal, 02/01/2011, p. 30/4)

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