21/3/11

"El que no tiene nada no puede decir que no y quien no puede decir que no no es libre"

"Parece haberse creído en serio (laizquierda) la cantinela de renovar "los principios". El innegable fracaso de muchos de sus proyectos lo ha tomado como el fracaso de los principios que los inspiraron y, como el otro Marx, ha decidido cambiar de principios.

Para ello ha acudido a un conjunto de materiales que, bien mirados, no son más que versiones varias veces recicladas de pensamiento reaccionario. Reaccionario en sentido estricto, de los que reaccionaron frente a la Revolución francesa: del historicismo alemán y su Zeitgeist.

Eso sí, como la decoración importa, ha cambiado la presentación y la gastada idea tiene nuevas rotulaciones: multiculturalismo, diferencia, diversidad, comunitarismo.

En lo esencial, la operación ha consistido en sustituir las políticas redistributivas y bienestaristas, inspiradas en unos principios universales de justicia que actúan como pautas de modificación social, por una multiplicidad de derechos particulares, asociados a distintos segmentos sociales, a distintas "minorías" supuestamente interesadas en preservar su particular identidad de grupo.

El resultado ha sido inequívoco: la dignificación de tesis ajenas a su mejor herencia. Mencionaré solo tres.

La primera: una equiparación a priori de las "diversas culturas", bien porque se las juzga igualmente valiosas, bien porque se las considera incomparables. Una equiparación que, bien pensada, impediría la denuncia de injusticias y opresiones, que requiere baremos para calibrar el mundo.

La segunda: una disposición a otorgar prioridad a las comunidades sobre las instituciones públicas a la hora de abordar los problemas colectivos. Una elección que debilita las posibilidades de emancipación de los individuos -y en particular de las mujeres-- y la crítica de las diversas formas de despotismo, de dominación arbitraria que se dan dentro de los grupos culturales.

La tercera: la ignorancia de la raíz material de muchas desigualdades, y, por ende, de que, una modificación de las condiciones económicas es el paso obligado para acabar con muchas fuentes de discriminación. Vamos, que la vida de los árabes de Marbella tiene poco que ver con la de los árabes de los suburbios de París.

La consecuencia condensada de la "renovación" ha sido la quiebra de lo que hasta ayer mismo constituía el nervio programático de la izquierda: el vínculo entre emancipación, entre libertad, y justicia social.

La izquierda arrancó con un diagnóstico: las desigualdades de acceso a la riqueza -o lo que se entendía como lo mismo: a la propiedad-estaban en el origen de desigualdades de poder incompatibles con el ideal de autogobierno, de democracia y de libertad. Y aquí las palabras tienen un exacto sentido.

Democracia quiere decir igual posibilidad de influencia política, de poder, la que, por ejemplo, cristaliza en el lema "un hombre, un voto". Y libertad, no sometimiento a ninguna forma de poder arbitrario, empezando por la voluntad de los otros. En una y otra cosa, los desposeídos puntuaban bajo.

El que no tiene nada no puede decir que no y quien no puede decir que no no es libre. Antes de conquistar los derechos sociales, los trabajadores no podían decir que no a condiciones laborales que convertían a las empresas en territorios de despotismo, de autoridad sin razones.

En las decisiones políticas, en las decisiones sobre la vida de todos, la única voz que contaba era la de quienes podían amenazar con su disgusto y como únicamente su disgusto contaba, estaban en condiciones de convertir sus problemas en los problemas de la sociedad.

La izquierda entendió siempre que la democracia podía cambiar esas circunstancias. En la Revolución Francesa, los situados a la izquierda en la Asamblea Constituyente defendían la abolición del veto real, la legislatura unicameral, una judicatura elegida, la supremacía del poder legislativo y el sufragio democrático.

Y la tributación progresiva. La justicia social se anudaba a la libertad y a ampliación de la democracia. Quien depende materialmente no está en condiciones de elegir con plena autonomía sobre su propia vida, de decir que no y de ejercer plenamente sus derechos.

Con esa convicción reclamaron y consiguieron el sufragio universal, la ampliación de las libertades civiles y los derechos sociales. Esa alianza entre libertad e igualdad es la que se ha quebrado. (...)

Andamos bien lejos del mito de la sociedad abierta, del mundo idealizado de leyes que enmarcan mercados descentralizados, en competencia, en donde nadie está en condiciones de imponer su voluntad. La realidad es bien otra.

Es la de unos procesos económicos, imprecisamente designados como globalización, en donde poderes con capacidad de decisión muy superior a la de muchos estados, no se ven sometidos a controles jurídicos reales, en donde, llanamente, no hay lugar para las decisiones políticas. El camino de vuelta de la ilustración, del gobierno de las leyes, en lugar de los hombres.

El camino que la izquierda quiso recorrer hasta el final, cuando aspiró que la política, el control democrático, hiciera imposible que la desigual fortuna económica se convirtiera en desigual influencia política, en poder de unos sobre otros." (Las viejas ideas de las nuevas izquierdas, de Félix Ovejero Lucas, La Insignia*. España, febrero del 2008)

No hay comentarios: