"Octubre de 2008. La FAO, la Organización para la Alimentación y la
Agricultura (el traductor de Ernesto Guevara en su periplo europeo fue
su coordinador en algún momento) informaba que el hambre afectaba a unos
mil millones de seres humanos.
En sus cálculos reconocidos, con 30 mil
millones de dólares USA anuales bastaba para superar la situación, para
salvar todas esas vidas afectadas por el hambre, la miseria y la muerte.
En ese mismo momento, la acción concertada de seis bancos
centrales, los de EEUU, UE, Japón, Canadá, Gran Bretaña y Suiza, derivó
180 mil millones de dolares al mercado financiero: ¡era necesario salvar
a los grandes bancos privados que estaban hundiéndose!
Yanis
Varoufakis describió así la situación: “En 1929 el total de los créditos
pendientes de pago en EEUU era del 160% del PIB. En 1932, conforme las
deudas se acumulaban y el PIB caía, había subido hasta el 260%. En
contraste, EEUU entró en el crash de 2008 con un total de créditos
pendientes de pago del 365% del PIB.
Dos años más tarde, en 2010, se
había elevado hasta un formidable 540% del PIB (Y esta cifra no se
incluye los derivados, cuyo valor nominal pendiente de pago es de al
menos cuatro veces el PIB)” [3]
Poco después de la primera
inyección financiera, el Senado USA aprobó una partida adicional de 700
mil millones. Dos semanas más tarde, otra de 850 mil millones. El
paquete de “ayuda” continuó creciendo y creciendo. Hasta el infinito y
más allá. Se calcula que en septiembre de 2009 alcanzó los 17 billones
(millones de millones) de dólares. USA por supuesto.
Ante una
situación así, señala Manfred Max-Neef, tenemos dos alternativas: ser
demagogos o realistas. ¿Demagogos, realistas? ¿En qué sentido, qué
acepción usamos? En este: “si… aceptamos que es más urgente, más
necesario y más conveniente y rentable para todos evitar que una empresa
de seguros o un banco vayan a la bancarrota que alimentar a millones de
niños, o brindar ayuda a las víctimas de un huracán, o curar el dengue,
seremos calificados de realistas.”
¿O no es el caso? Si, por el
contrario, proponemos un referéndum para preguntar a la ciudadanía si
prefiere usar sus recursos monetarios para salvar vidas o bancos,
seremos acusados de ser unos demagogos. Con razón. Y unos
irresponsables.
Durante tiempo se dijo y repitió, señala
Max-Neef (se sigue repitiendo la misma letanía), que nada se podía
hacer, que no había dinero suficiente. Surgió de repente, una verdadera y
teológicamente pura creatio ex nihilo.
De las mejores, nunca superada
hasta el momento. “Nunca hay suficiente para quienes no tienen nada pero
siempre hay suficiente para quienes lo tienen todo” comenta el
economista chileno-germano.
Mediados de 2014, ¿a cuánto ha
podido subir el dinero global del rescate? ¿Exagero si hablo en 25
billones (millones de millones) de dólares? Exagero. Vale, de acuerdo.
Lo dejamos en 20 billones.
Dividamos esa cantidad entre los 30 mil
millones necesarios (supongamos la misma cantidad, no es un disparate)
para superar el hambre en el mundo. Resultado-cociente de la operación
(con residuo insignificante): 666, ¡medio milenio, un siglo y medio más,
una década y media sumada y un año añadido: un mundo humano sin hambre!
¿666? ¿No era 666 la marca de la Bestia en el Nuevo
Testamento, en las Revelaciones de San Juan? “ El que tiene
entendimiento, cuente el número de la bestia, pues es número de hombre. Y
su número es seiscientos sesenta y seis.”
Pues eso: contra la paradoja de la Bestia." (Salvador López Arnal, Rebelión, 02/08/2014)
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