"(...)Vamos
a empezar identificando las cambiantes áreas y regiones implicadas en
la construcción del imperio estadounidense desde mediados de los setenta
hasta la actualidad. Luego examinaremos los métodos, las fuerzas
impulsoras y los resultados de la expansión imperial.
A continuación
pasaremos a describir el actual mapa geopolítico de la construcción
imperial y el carácter variado de la resistencia antiimperialista.
Concluiremos examinando el porqué y el cómo de la construcción del
imperio y, más concretamente, las consecuencias y los resultados de
medio siglo de expansión imperial estadounidense.
Imperialismo en el periodo post Vietnam: guerras por poderes en América Central, Afganistán y el sur de África
La derrota del imperialismo estadounidense en Indochina marca el final
de una fase de construcción del imperio y el comienzo de otra: el paso
de invasiones territoriales a guerras por poderes. A partir de las
presidencias de Gerald Ford y James Carter, el estado imperialista
estadounidense empezó a recurrir cada vez más a apoderados.
Reclutó,
financió y armó ejércitos por poderes para destruir una gran variedad de
regímenes y movimientos nacionalistas y social-revolucionarios en tres
continentes. Con el apoyo logístico del ejército y las agencias de
inteligencia paquistaníes, y con el respaldo económico de Arabia
Saudita, Washington financió y armó fuerzas extremistas islámicas en
todo el mundo para invadir y destrozar el régimen afgano, laico,
progresista y apoyado por la Unión Soviética.
La segunda intervención por poderes tuvo lugar en el sur de África,
donde el estado imperial estadounidense, aliado con Sudáfrica, financió y
armó ejércitos por poderes contra los regímenes antiimperialistas de
Angola y Mozambique.
La tercera ocurrió en América Central, donde Estados Unidos financió,
armó y entrenó escuadrones de la muerte en Nicaragua, El Salvador,
Guatemala y Honduras para acabar con los movimientos populares y las
insurgencias armadas, causando más de 300.000 civiles muertos.
La "estrategia de guerra por poderes" del estado imperial de Estados
Unidos se extendió a América del Sur: la CIA y el Pentágono apoyaron
golpes de Estado en Uruguay (general Álvarez), Chile (general Pinochet),
Argentina (general Videla), Bolivia (general Banzer) y Perú (general
Morales). La construcción del imperio por poderes se hizo en gran medida
a instancias de las multinacionales estadounidenses, que durante ese
periodo tuvieron un papel destacado a la hora de establecer las
prioridades del estado imperial.
Las guerras por poderes estuvieron acompañadas por invasiones militares
directas: la diminuta isla de Granada (1983) y Panamá (1989) bajo los
presidentes Reagan y Bush padre. Blancos fáciles, con pocas víctimas y
pocos gastos militares: ensayos generales para relanzar importantes
operaciones militares en un futuro cercano.
Lo que sorprende de las "guerras por poderes" son sus resultados
contrapuestos. En América Central, Afganistán y África esas guerras no
desembocaron en prósperas neo-colonias ni resultaron lucrativas para las
corporaciones estadounidenses. En cambio, los golpes de Estado por
poderes en América del Sur se tradujeron en extensas privatizaciones y
abultados beneficios para las multinacionales estadounidenses.
La guerra por poderes en Afganistán trajo consigo el ascenso y la
consolidación del "régimen islámico" talibán, que se oponía tanto a la
influencia soviética como a la expansión imperial estadounidense. Con el
tiempo el ascenso y la consolidación del nacionalismo islámico
desafiaría a los aliados de Estados Unidos en el sur de Asia y en la
región del Golfo, y conduciría a la invasión militar estadounidense de
2001 y a una larga guerra (15 años) que aún no ha terminado, y que
probablemente supondrá la derrota y retirada militar de Estados Unidos.
Los principales beneficiarios desde el punto de vista económico fueron
los clientes políticos afganos de Washington, los "contratistas"
mercenarios estadounidenses, los funcionarios militares responsables de
adquisiciones y los administradores coloniales que saquearon cientos de
miles de millones de dólares del Tesoro estadounidense a través de
transacciones ilegales o fraudulentas.
Las multinacionales no-militares no se beneficiaron en absoluto del
saqueo del Tesoro de Estados Unidos. De hecho, la guerra y el movimiento
de resistencia dificultaron la entrada de capital privado
estadounidense a largo plazo en Afganistán y las regiones fronterizas
limítrofes de Pakistán.
La guerra por poderes en el sur de África arrasó las economías locales,
especialmente las economías agrícolas nacionales, desarraigó a millones
de trabajadores y campesinos e impidió la entrada de las empresas
petrolíferas estadounidenses durante más de dos décadas.
El resultado
"positivo" fue la des-radicalización de la elite nacionalista
revolucionaria. Sin embargo, la conversión política de los
"revolucionarios" del sur de África al neoliberalismo no benefició
demasiado a las multinacionales estadounidenses, pues los nuevos
gobernantes se volvieron oligarcas cleptócratas y pusieron en marcha
regímenes patrimoniales asociándose con diversas multinacionales, sobre
todo asiáticas y europeas.
Las guerras por poderes en América Central también tuvieron resultados
contrapuestos. En Nicaragua la revolución sandinista derrotó al régimen
de Somoza apoyado conjuntamente por Estados Unidos e Israel, pero
inmediatamente después tuvo que enfrentarse a un ejército mercenario
contrarrevolucionario financiado, armado y entrenado por Estados Unidos
("la contra") con base en Honduras.
La guerra estadounidense destrozó
muchos proyectos económicos progresistas, socavó la economía y
eventualmente derivó en la victoria electoral de Violeta Chamorro, que
contó con el patrocinio y el respaldo de Estados Unidos. Dos décadas más
tarde los apoderados de Estados Unidos fueron derrotados por una
coalición política liderada por sandinistas des-radicalizados.
En El Salvador, Guatemala y Honduras, las guerras por poderes
estadounidenses terminaron consolidando regímenes clientelistas que se
encargaron de destruir la economía productiva y provocaron la huida de
millones de refugiados de guerra hacia Estados Unidos. El dominio
imperial estadounidense erosionó las bases del mercado laboral
productivo y engendró bandas asesinas de narcotraficantes.
En resumen, en la mayoría de los casos las guerras por poderes de
Estados Unidos lograron evitar el ascenso de regímenes nacionalistas de
izquierdas, pero también condujeron a la destrucción de las bases
económicas y políticas de un imperio neocolonial próspero y estable.
El imperialismo estadounidense en América Latina: estructura variable, contingencias internas y externas, prioridades cambiantes y restricciones globales
Para entender las operaciones, la estructura y la actuación del
imperialismo estadounidense en América Latina es necesario reconocer la
constelación de fuerzas rivales que ha moldeado las políticas del estado
imperial. A diferencia de lo que ha ocurrido en Oriente Medio, donde la
facción militarista-sionista ha establecido su hegemonía, en América
Latina las multinacionales han jugado un papel fundamental dirigiendo la
política del estado imperial.
En América Latina, los militaristas
desempeñaron un papel mucho menos destacado, limitado por (1) el poder
de las multinacionales, (2) el giro del poder político de la derecha a
la centro-izquierda, y (3) el impacto de la crisis económica y el auge
de las materias primas.
Al contrario que en Oriente Medio, la configuración del poder sionista
ha tenido poca influencia en la política del estado imperial en esta
región, ya que los intereses israelíes se concentran en Oriente Medio y,
con la posible excepción de Argentina, América Latina no es una
prioridad.
Durante más de un siglo y medio, las multinacionales y los bancos
estadounidenses dominaron y dictaron la política imperial de Estados
Unidos hacia América Latina. Las fuerzas armadas estadounidenses y la
CIA fueron instrumentos del imperialismo económico mediante la
intervención directa (invasiones), "golpes militares" por poderes, o la
combinación de ambos.
El poder económico imperial estadounidense en América Latina alcanzó su
punto más alto entre 1975 y 1999. Por medio de golpes militares por
poderes, invasiones militares directas (República Dominicana, Panamá,
Granada) y elecciones controladas civil y militarmente se crearon
estados vasallos y se impusieron nuevos gobernantes clientelistas.
Los resultados fueron el desmantelamiento del estado de bienestar y la
imposición de políticas neoliberales. El estado imperial dirigido por
las multinacionales, y sus apéndices financieros internacionales (FMI,
BM, BID) se encargaron de privatizar sectores económicos estratégicos
muy lucrativos, se hicieron con el control del comercio y proyectaron un
plan de integración regional que afianzó el dominio imperial de Estados
Unidos.
La expansión económica imperial en América Latina no fue simplemente el
resultado de las estructuras y las dinámicas internas de las
multinacionales, sino que dependió de (1) la receptividad del país
"anfitrión" o, más exactamente, de la correlación interna de las fuerzas
de clase en América Latina, las cuales a su vez giraban en torno al (2)
desempeño de la economía: su crecimiento o su susceptibilidad a las
crisis.
América Latina demuestra que contingencias como la desaparición de los
regímenes clientelistas y de las clases colaboradoras pueden tener un
impacto negativo enorme en las dinámicas del imperialismo, socavando el
poder del estado imperial y revirtiendo el avance económico de las
multinacionales.
El avance del imperialismo económico de Estados Unidos durante el
periodo que va desde 1975 hasta el año 2000 quedó patente en la adopción
de políticas neoliberales, el saqueo de los recursos nacionales, el
incremento de deudas ilícitas y la transferencia de miles de millones de
dólares al exterior.
Sin embargo, la concentración de riqueza y
propiedad desencadenó una profunda crisis socioeconómica en toda la
región, la cual eventualmente condujo al derrocamiento o destitución de
los colaboradores imperiales en Ecuador, Bolivia, Venezuela, Argentina,
Brasil, Uruguay, Paraguay y Nicaragua.
En Brasil y en los países andinos
surgieron poderosos movimientos sociales antiimperialistas, sobre todo
en el campo. En las ciudades, los movimientos de trabajadores
desempleados y los sindicatos de empleados públicos de Argentina y
Uruguay encabezaron cambios electorales, instalando en el poder
gobiernos de centro-izquierda que "re-negociaron" las relaciones con el
estado imperial estadounidense.
La influencia de las multinacionales estadounidenses en América Latina
se fue debilitando. Ya no podían contar con la batería completa de
recursos militares del estado imperial para intervenir e imponer de
nuevo presidentes clientelistas neoliberales, pues sus prioridades
militares estaban en otra parte: Oriente Medio, el sur de Asia y el
norte de África.
A diferencia del pasado, las multinacionales estadounidenses en América
Latina no contaron con dos puntales esenciales del poder: el pleno
respaldo de las fuerzas armadas estadounidenses y los poderosos
regímenes cívico-militares clientelistas de Estados Unidos en América
Latina.
El plan de las multinacionales estadounidenses de una integración en
torno a Estados Unidos fue rechazado por los gobiernos de
centro-izquierda. El estado imperial recurrió entonces a los acuerdos de
libre comercio con México, Chile, Colombia, Panamá y Perú. Como
resultado de la crisis económica y del colapso de la mayoría de las
economías latinoamericanas, el "neoliberalismo", la ideología de la
penetración económica imperial, quedó desacreditado y sus partidarios
fueron marginados.
Los cambios en la economía mundial tuvieron un impacto profundo en las
relaciones comerciales y de inversión entre Estados Unidos y América
Latina. El crecimiento dinámico de China, el subsiguiente auge de la
demanda y el aumento de los precios de las materias primas condujo a un
considerable debilitamiento del dominio estadounidense en los mercados
latinoamericanos.
Los países latinoamericanos diversificaron el comercio, buscaron y
encontraron nuevos mercados exteriores, especialmente China. El
incremento de los ingresos de las exportaciones se tradujo en una mayor
capacidad de autofinanciación. Y tanto el FMI, como el BM y el BID, los
instrumentos económicos que sirvieron para impulsar las imposiciones
económicas de Estados Unidos ("condicionalidad"), fueron orillados.
El estado imperial estadounidense se enfrentó a regímenes
latinoamericanos que adoptaron opciones económicas, mercados y medidas
de financiamiento muy diversas. Con considerable apoyo popular en sus
países y los mandos civil y militar unificados, América Latina fue
saliendo tímidamente de la esfera estadounidense de dominación
imperialista.
El estado imperial y sus multinacionales, enormemente inspirados por los
"éxitos" cosechados en los noventa, respondieron al debilitamiento de
su influencia utilizando el método de "ensayo y error" para enfrentar
los nuevos obstáculos del siglo XXI. Los responsables de la política
estadounidense, con el respaldo de las multinacionales, continuaron
apoyando a los fracasados regímenes neoliberales, perdiendo toda
credibilidad en América Latina.
El estado imperial no supo adaptarse a
los cambios, lo que hizo que aumentara la oposición popular y de los
gobiernos de centro-izquierda a los "mercados libres" y la desregulación
bancaria. A diferencia de las reformas sociales promovidas por el
presidente Kennedy vía la "Alianza para el Progreso" para contrarrestar
el impacto generado por la revolución cubana, esta vez no se diseñaron
programas de ayuda económica a gran escala para imponerse a la
centro-izquierda, quizás debido a las restricciones presupuestarias
derivadas de las costosas guerras en otros lugares.
La desaparición de los regímenes neoliberales, el pegamento que mantuvo
unidas a las diferentes facciones del estado imperial, dio lugar a
propuestas rivales de cómo recuperar el dominio. La "facción
militarista" recurrió a (y revivió) la fórmula del golpe militar para
llevar a cabo la restauración: se organizaron golpes de Estado en
Venezuela, Ecuador, Bolivia, Honduras y Paraguay; salvo los dos últimos,
todos fracasaron.
La derrota de los representantes de Estados Unidos
consolidó los regímenes independientes y antiimperialistas de
centro-izquierda. Incluso el "éxito" del golpe estadounidense en
Honduras tuvo como consecuencia una importante derrota diplomática: los
gobiernos latinoamericanos condenaron el golpe de Estado y el papel de
Estados Unidos, lo que terminó aislando a Washington todavía más.
La derrota de la estrategia militarista reforzó la facción
político-diplomática del estado imperial. Con propuestas positivas hacia
los en apariencia "regímenes de centro-izquierda", esta facción ganó
influencia diplomática, mantuvo los vínculos militares y contribuyó a la
expansión de las multinacionales en Uruguay, Brasil, Chile y Perú. Con
los dos últimos países la facción económica del estado imperial
consolidó acuerdos bilaterales de libre comercio.
Una tercera facción corporativo-militar, que se solapa con las otras
dos, combinó cambios diplomático-políticos hacia Cuba con una estrategia
muy agresiva de desestabilización política dirigida al "cambio de
régimen" (golpe de Estado) en Venezuela.
La heterogeneidad de las facciones del estado imperial y sus
orientaciones enfrentadas refleja la complejidad de los intereses
implicados en la construcción del imperio en América Latina y tiene como
consecuencia políticas aparentemente contradictorias, un fenómeno que
resulta menos evidente en Oriente Medio, donde la configuración del
poder militarista-sionista domina la formulación de políticas
imperiales.
Por ejemplo, el aumento de las bases militares y las operaciones
contrainsurgentes en Colombia (una prioridad de la facción militarista)
se acompaña de acuerdos bilaterales de libre comercio y negociaciones de
paz entre el gobierno de Santos y la insurgencia armada de las FARC
(una prioridad de la facción de las multinacionales).
Recuperar el dominio imperial en Argentina supone (1) maximizar las
posibilidades electorales del jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos
Aires, el neoliberal Mauricio Macri; (2) apoyar al conglomerado
mediático imperial, Clarín, enfrentando la legislación que desconcentra
el monopolio mediático; (3) explotar la muerte del fiscal Alberto
Nisman, colaborador de la CIA y el Mossad, para desacreditar al gobierno
de Kirchner-Fernández; y (4) respaldar a los fondos de inversión
especuladores (buitres) en Nueva York para exigir el pago de intereses
desorbitados y, con la ayuda de resoluciones judiciales cuestionables,
bloquear el acceso de Argentina a los mercados internacionales.
Tanto la facción militarista como la de las multinacionales del estado
imperial coinciden en apoyar una estrategia electoral y golpista con
múltiples flancos, la cual busca restaurar el poder de un régimen
neoliberal controlado por Estados Unidos.
Las contingencias que evitaron la recuperación del poder imperial
durante la pasada década actúan ahora a la inversa. La caída del precio
de las materias primas ha debilitado a los gobiernos posneoliberales en
Venezuela, Argentina y Ecuador. La decadencia de los movimientos
antiimperialistas a consecuencia de las tácticas de cooptación de
centro-izquierda ha reforzado las protestas y a los movimientos de
derechas apoyados por el estado imperial.
El menor crecimiento de China
ha afectado a las estrategias de diversificación del mercado
latinoamericano. El equilibrio interno de las fuerzas de clase se ha
desplazado hacia la derecha, hacia los clientes políticos de Estados
Unidos en Brasil, Argentina, Perú y Paraguay.
Reflexiones teóricas sobre la construcción del imperio en América Latina
La construcción del imperio estadounidense en América Latina es un
proceso cíclico que refleja los cambios estructurales registrados en el
poder político y la reestructuración de la economía mundial: fuerzas y
factores que "ignoran" el estado imperial y la tendencia del capital a
acumularse. La acumulación y expansión del capital no dependen
simplemente de las fuerzas impersonales "del mercado", pues las
relaciones sociales bajo las cuales funciona el "mercado" operan dentro
de los límites de la lucha de clase.
La pieza central de las acciones del estado imperial, a saber, las
largas guerras territoriales en Oriente Medio, están ausentes en América
Latina. Lo que mueve la política del estado imperial estadounidense es
la búsqueda de recursos (agro-mineros), fuerza de trabajo (empleados por
cuenta propia con bajos ingresos) y mercados (tamaño y poder
adquisitivo de 600 millones de consumidores). Detrás de la expansión
imperial se hallan los intereses económicos de las multinacionales.
Aun cuando en este caso se hubiera podido sacar partido de una posición
geoestratégica ventajosa –el Caribe, América Central y América del Sur
están situados más cerca de Estados Unidos– predominan los objetivos
económicos, no los militares.
Sin embargo, la facción militarista-sionista del estado imperial ignora
estos motivos económicos tradicionales y deliberadamente opta por actuar
teniendo en cuenta otras prioridades: el control de las zonas
productoras de petróleo, la destrucción de las naciones o los
movimientos islámicos, o simplemente acabar con los adversarios
antiimperialistas.
La facción militarista-sionista consideró que los
"beneficios" para Israel, su supremacía militar en Oriente Medio, eran
más importantes que asegurar la supremacía económica de Estados Unidos
en América Latina. Este hecho se observa claramente si analizamos las
prioridades imperiales en función de los recursos estatales utilizados
para fines políticos.
Incluso si tenemos en cuenta el objetivo de la "seguridad nacional" y lo
interpretamos en su sentido más amplio de garantizar la seguridad de
los territorios nacionales del imperio, el ataque militar estadounidense
a países islámicos impulsado por la ideología islamofóbica
concomitante, los asesinatos masivos y el desarraigo de millones de
musulmanes resultantes han producido el efecto contrario: terrorismo
recíproco. Las "guerras totales" de Estados Unidos contra civiles han
provocado ataques islamistas contra ciudadanos occidentales.
Los países latinoamericanos a los que apunta el imperialismo económico
son menos beligerantes que los países de Oriente Medio que están en la
mira de los militaristas estadounidenses. Un análisis coste/beneficio
demostraría el carácter absolutamente "irracional" de la estrategia
militarista.
Sin embargo, si tenemos en cuenta la composición y los
intereses concretos que mueven individualmente a los responsables de las
políticas del estado imperial, vemos que existe algo así como una
perversa "racionalidad". Los militaristas defienden la "racionalidad" de
costosas e interminables guerras esgrimiendo las ventajas de adueñarse
de "las puertas al petróleo" mientras que los sionistas esgrimen el
mayor poder regional alcanzado por Israel.
Si bien durante más de un siglo América Latina fue un objetivo
prioritario de la conquista económica imperial, en el siglo XXI ha
perdido su primacía a favor de Oriente Medio.
La desaparición de la URSS y la conversión de China al capitalismo
El mayor impulso hacia la exitosa expansión imperial de Estados Unidos
no se lo dieron las guerras por poderes ni las invasiones militares. Más
bien, el imperio estadounidense logró su mayor crecimiento y conquista
con la ayuda de líderes políticos clientelistas, organizaciones y
estados vasallos en la URSS, Europa del Este, los estados bálticos, los
Balcanes y el Cáucaso. La estrategia de penetración política y
financiación a gran escala y a largo plazo que llevaron a cabo Estados
Unidos y la Unión Europea contribuyó de manera exitosa al derrumbe de
los regímenes colectivistas de Rusia y la URSS y a la aparición de
estados vasallos.
Estos pronto estarían a disposición de la OTAN y
serían incorporados a la Unión Europea. Bonn se anexionó Alemania
Oriental y dominó los mercados de Polonia, la República Checa y otros
estados de Europa Central. Los banqueros de Estados Unidos y Londres
colaboraron con los mafiosos oligarcas ruso-israelíes en actividades
conjuntas para llevar a cabo el expolio de recursos, industrias, bienes
inmuebles y fondos de pensiones.
La Unión Europea explotó a decenas de
millones de científicos, ingenieros y trabajadores altamente
cualificados importándolos, o bien despojándolos de los derechos
laborales y las prestaciones del estado de bienestar y sirviéndose de
ellos como mano de obra barata en sus propios países.
El "imperialismo por invitación" avalado por el régimen vasallo de
Yeltsin se apropió muy fácilmente de la riqueza rusa. Las fuerzas
militares del Pacto de Varsovia entraron a formar parte de una legión
extranjera en las guerras imperiales de Estados Unidos en Afganistán,
Iraq y Siria. Sus instalaciones militares fueron convertidas en bases
militares y emplazamientos de misiles para cercar a Rusia.
La conquista imperial estadounidense del Este creó un "mundo unipolar",
en el cual los responsables de la toma de decisiones y estrategas de
Washington creyeron que, como potencia mundial suprema, podrían
intervenir impunemente.
El alcance y la profundidad del imperio mundial estadounidense se
ampliaron con la incorporación de China al capitalismo y la invitación
de su gobierno a las multinacionales de Estados Unidos y la Unión
Europea a entrar y explotar la mano de obra barata del país.
La
expansión global del imperio estadounidense reforzó la sensación de
poder ilimitado, alentando a sus gobernantes a ejercer dicho poder
contra cualquier adversario o competidor.
Entre 1990 y 2000, Estados Unidos llevó sus bases militares hasta la
frontera de Rusia. Las multinacionales estadounidenses fortalecieron su
posición en China e Indochina. Los regímenes clientelistas de Estados
Unidos en América Latina desmantelaron sus economías nacionales,
privatizando y desnacionalizando más de cinco mil empresas públicas de
sectores estratégicos lucrativas. Todos los sectores se vieron
afectados: recursos naturales, transportes, telecomunicaciones y
finanzas.
A lo largo de los años noventa, Estados Unidos siguió expandiéndose
mediante la estrategia de la penetración política y la fuerza militar.
El presidente George H. W. Bush emprendió una guerra contra Iraq.
Clinton bombardeó Yugoslavia, y Alemania y la Unión Europea se unieron a
Estados Unidos para dividir Yugoslavia en "mini-estados".
El crucial año 2000: la cima y el declive del imperio
El rápido y amplio proceso de expansión imperial, entre 1989 y 1999, las
conquistas fáciles y el expolio concomitante crearon las condiciones
para el declive del imperio de Estados Unidos.
El saqueo y empobrecimiento de Rusia condujo a la aparición de un nuevo
liderazgo bajo el presidente Putin, que estaba decidido a reconstruir el
estado y la economía y poner fin al vasallaje.
El liderazgo chino aprovechó su dependencia del capital y la tecnología
de Occidente para crear una poderosa economía exportadora e impulsar el
crecimiento de un dinámico complejo industrial nacional público-privado.
Los centros financieros imperiales que habían florecido al calor de una
regulación excesivamente laxa quebraron. Los cimientos domésticos del
imperio se estremecieron. La máquina de guerra imperial tuvo que
competir con el sector financiero por las partidas presupuestarias y los
subsidios federales.
El crecimiento fácil condujo a la expansión excesiva del imperio. Las
zonas de conflicto se multiplicaron en todo el mundo, reflejo del
resentimiento y la hostilidad ante la destrucción provocada por los
bombardeos y las invasiones. Los gobernantes clientelistas, estrechos
colaboradores del imperio, vieron debilitado su poder.
El imperio
mundial superó la capacidad de Estados Unidos para controlar
satisfactoriamente a sus nuevos estados vasallos. Los puestos avanzados
coloniales reclamaron nuevos envíos de tropas y armas y nuevas
inyecciones de dinero, en un momento en el que contrarrestar las
tensiones internas exigía el recorte y el repliegue.
Todas las conquistas recientes –fuera de Europa– fueron muy costosas. La
sensación de invencibilidad e impunidad llevó a los diseñadores del
imperio a sobrestimar su capacidad de expandirse, de mantener el control
y de contener la inevitable resistencia antiimperialista.
Las crisis y el colapso de los estados vasallos neoliberales en América
Latina se aceleraron. Las revueltas antiimperialistas se extendieron
desde Venezuela (1999) hasta Argentina (2001), Ecuador (2000-2005) y
Bolivia (2003-2005). Surgieron regímenes de centro-izquierda en Brasil,
Uruguay y Honduras.
Los movimientos de masas conformados por comunidades
indígenas y mineras tomaron un nuevo impulso en las zonas rurales. Los
planes imperiales que se habían elaborado para garantizar la integración
centrada en Estados Unidos fueron rechazados. En su lugar proliferaron
múltiples acuerdos regionales que excluían a Estados Unidos: ALBA,
UNASUR, CELAC.
La rebelión interna de América Latina coincidió con el
ascenso económico de China. Un prolongado auge de las materias primas
debilitó seriamente la supremacía imperial estadounidense. Estados
Unidos tenía pocos aliados locales en América Latina y compromisos
excesivamente ambiciosos para controlar Oriente Medio, el sur de Asia y
el norte de África.
Washington perdió su mayoría automática en América Latina: su apoyo a
los golpes de Estado en Honduras y Paraguay, su intervención en
Venezuela (2001) y el embargo en contra de Cuba fueron repudiados por
todos los gobiernos, incluso por los aliados conservadores.
Washington se dio cuenta de que resultaba mucho menos sencillo defender
un imperio global que establecerlo. Los estrategas imperiales en
Washington vieron las guerras de Oriente Medio a través del prisma de
las prioridades militares israelíes, ignorando los intereses económicos
globales de las multinacionales.
Los estrategas militares imperiales sobrestimaron la capacidad militar
de vasallos y clientes, a los que Estados Unidos preparó muy mal para
gobernar en países con movimientos armados de resistencia nacional.
Aumentaron las guerras, las invasiones y las ocupaciones militares. A
Iraq y Afganistán se sumaron Yemen, Somalia, Libia, Siria y Paquistán.
Los gastos del estado imperial estadounidense excedieron con mucho
cualquier transferencia de riqueza desde los países ocupados.
Cientos de miles de millones de dólares del Tesoro estadounidense fueron
saqueados por una enorme burocracia mercenaria civil y militar.
El papel central de las guerras de conquista destrozó la infraestructura
institucional y las bases económicas necesarias para que las
multinacionales pudieran instalarse y ganar dinero.
Aferrado a las ideas estratégicas militares de imperio, el liderazgo
militar-político del estado imperial diseñó una ideología global para
justificar y fundamentar una política de guerra permanente y múltiple.
La doctrina de la "guerra al terror" justificó la guerra en todas partes
y en ninguna. La doctrina era "elástica", se podía adaptar a cada zona
de conflicto e invitaba a nuevos compromisos militares: Afganistán,
Libia, Irán y el Líbano fueron designados como zonas de guerra.
La
"doctrina del terror", de alcance global, ofreció una justificación para
múltiples guerras y para la destrucción (no explotación) masiva de
sociedades y recursos económicos. Sobre todo, la "guerra contra el
terrorismo" justificó la tortura (Abu Ghraib), los campos de
concentración (Guantánamo) y los objetivos civiles (vía drones) en
cualquier parte. Las tropas fueron retiradas y enviadas de nuevo a
Afganistán e Iraq a medida que aumentaba la resistencia. Miles de
efectivos de las fuerzas especiales estuvieron en activo en montones de
países, sembrando el caos y la muerte.
Además, el violento desarraigo, la degradación y la estigmatización de
pueblos islámicos enteros propagó la violencia en los centros imperiales
de París, Nueva York, Londres, Madrid y Copenhague. La globalización
del terror del estado imperial se tradujo en terror individual.
El terror imperial dio lugar al terror al interior de los estados: el
primero de forma sostenida, abarcando civilizaciones enteras, conducido y
justificado por representantes políticos electos y autoridades
militares. El segundo mediante un grupo transversal de
"internacionalistas" que inmediatamente se identificaron con las
víctimas del terror del estado imperial.
El imperialismo contemporáneo: perspectivas presentes y futuras
Para entender el futuro del imperialismo estadounidense es importante
resumir y evaluar la experiencia y las políticas del último cuarto de
siglo.
Entre 1990 y 2015 observamos un declive económico, político e incluso
militar en la construcción del imperio estadounidense en la mayoría de
regiones del mundo, aunque el proceso no es lineal y probablemente
tampoco irreversible.
A pesar de que en Washington se ha hablado mucho de la necesidad de
reconfigurar las prioridades imperiales para tener en cuenta los
intereses económicos de las multinacionales, se ha conseguido muy
poco... La estrategia de Obama de "bascular hacia Asia" se ha concretado
en nuevos acuerdos militares con Japón, Australia y Filipinas alrededor
de China, y refleja la incapacidad de diseñar acuerdos de libre
comercio que excluyan a este país. Entre tanto, Estados Unidos ha
reanudado la guerra y ha vuelto a entrar en Iraq y Afganistán, además de
haber iniciado nuevas guerras en Siria y Ucrania. Está claro que la
primacía de la facción militarista sigue siendo el factor determinante
en el diseño de las políticas del estado imperial.
El motor militar imperial es aún más evidente en la intervención
estadounidense en apoyo del golpe de Estado en Ucrania y la decisión
subsiguiente de financiar y armar a la junta de Kiev. La ofensiva
imperial en Ucrania y los planes para incorporarla a la Unión Europea y
la OTAN constituyen una flagrante agresión militar: la extensión de las
bases, las instalaciones y las maniobras militares estadounidenses hasta
la frontera de Rusia, junto con la imposición de sanciones económicas,
han perjudicado duramente el comercio y las inversiones estadounidenses
en Rusia. La construcción del imperio estadounidense sigue dando
prioridad a la expansión militar incluso a costa de los intereses
económicos imperiales occidentales en Europa.
El bombardeo de Libia por parte de Estados Unidos y la Unión Europea
arruinó el floreciente comercio y los acuerdos de inversión entre las
multinacionales imperiales del petróleo y el gas y el gobierno de
Gadafi... Los ataques aéreos de la OTAN destrozaron la economía, la
sociedad y el orden político, convirtiendo Libia en un territorio
invadido por clanes enfrentados, bandas, terroristas y la violencia
armada.
Durante el último medio siglo, el liderazgo político y las estrategias
del estado imperial han cambiado drásticamente. En el periodo que va de
1975 hasta 1990 las multinacionales tuvieron un papel central marcando
la dirección de la política del estado imperial: aprovechando los
mercados asiáticos, negociando la apertura del mercado con China,
promoviendo y apoyando gobiernos neoliberales militares y civiles en
América Latina, e instalando y financiando gobiernos pro-capitalistas en
Rusia, Europa del Este, los Balcanes y los estados bálticos.
Incluso en
los casos donde el estado imperial recurrió a la intervención militar,
Yugoslavia e Iraq, los bombardeos crearon oportunidades económicas
favorables para las multinacionales estadounidenses. El gobierno de Bush
padre favoreció los intereses petroleros de Estados Unidos mediante el
programa "petróleo por comida" acordado con Sadam Husein en Iraq.
Por su parte, Clinton promovió gobiernos de libre comercio en los
mini-estados resultantes de la división de la Yugoslavia socialista
No obstante, el liderazgo y las políticas del estado imperial cambiaron
radicalmente desde finales de los noventa en adelante. El estado
imperial del presidente Clinton estaba formado por antiguos
representantes de las multinacionales, banqueros de Wall Street y
conocidos militaristas y sionistas recién ascendidos.
El resultado fue una política híbrida con la que el estado imperial
promovió de manera activa las oportunidades de las multinacionales bajo
los regímenes neoliberales de los países ex comunistas de Europa y de
América Latina, y amplió los lazos de éstas con China y Vietnam,
mientras llevaba a cabo devastadoras intervenciones militares en
Somalia, Yugoslavia e Iraq.
El "equilibrio de fuerzas" dentro del estado imperialista cambió
drásticamente, inclinándose a favor de la facción militarista-sionista, a
partir del 11 de septiembre de 2001: el ataque terrorista de origen
dudoso y las demoliciones de bandera falsa en Nueva York y Washington
sirvieron para afianzar a los militaristas que estaban al mando del
enorme aparato del estado imperial. Como consecuencia del 11 de
septiembre la facción militarista-sionista del estado imperial subordinó
los intereses de las multinacionales a su estrategia de guerras
totales.
Esto, a su vez, llevó a la invasión, ocupación y destrucción de
la infraestructura civil de Iraq y Afganistán (en lugar de aprovecharla
para la expansión de las multinacionales). El régimen colonial de
Estados Unidos desmanteló el estado iraquí (en lugar de reorganizarlo en
función de las necesidades de las multinacionales).
El asesinato y la
migración forzosa de millones de profesionales cualificados,
administradores y miembros del ejército y de la policía paralizaron
cualquier recuperación económica (en lugar de emplearlos al servicio del
estado colonial y las multinacionales)
La enorme influencia militarista-sionista en el estado imperial
introdujo importantes cambios en la política, la orientación, las
prioridades y el modus operandi del imperialismo estadounidense. La
ideología de la "guerra global al terror" sustituyó a la doctrina de las
multinacionales a favor de la "globalización económica".
Las guerras perpetuas (los "terroristas" no estaban circunscritos a
determinados lugares ni momentos) reemplazaron a las guerras limitadas y
a las intervenciones para abrir mercados o instalar regímenes
favorables a las políticas neoliberales que beneficiaran a las
multinacionales estadounidenses.
Las guerras en Oriente Medio, el sur de Asia y el norte de África
–contra países islámicos que se oponían a la expansión colonial de
Israel en Palestina, Siria, el Líbano y el resto– pasaron a ocupar el
centro de la actividad del estado imperial, desplazando a la estrategia
para explotar las oportunidades económicas en Asia, América Latina y los
países ex comunistas de Europa del Este.
La nueva concepción militarista de la construcción del imperio supuso
gastos billonarios y no tuvo en cuenta ni se preocupó por las ganancias
del capital privado. En cambio, bajo la hegemonía de las
multinacionales, el estado imperial intervino para garantizar
concesiones de petróleo, gas y minerales en América Latina y Oriente
Medio, y las ganancias de las multinacionales compensaron de sobra los
gastos de la conquista militar.
La configuración militarista del estado
imperial permitió el saqueo del Tesoro estadounidense para financiar sus
ocupaciones, gastando enormes sumas en un ejército de colaboradores
coloniales corruptos, en los "contratistas militares" privados, y en
funcionarios militares estadounidenses responsables de adquisiciones
(sic).
Anteriormente la expansión de las multinacionales en el exterior había
generado beneficios para el Tesoro de Estados Unidos por el pago de
impuestos directos y mediante los ingresos procedentes del comercio y la
transformación de materias primas.
En la última década y media los mayores y más estables beneficios de las
multinacionales se han producido en zonas y países donde la
participación del estado imperial militarizado ha sido mínima: China,
América Latina y Europa. Donde menos beneficios han obtenido y más han
perdido las multinacionales ha sido en las regiones donde la implicación
del estado imperial ha sido mayor.
Las "zonas de guerra" que se extienden desde Libia hasta Somalia, el
Líbano, Siria, Iraq, Ucrania, Irán, Afganistán y Paquistán son las
regiones donde las multinacionales imperiales han sufrido un mayor
deterioro y abandono.
Los principales "beneficiarios" de las actuales políticas del estado
imperial son los contratistas militares privados y el complejo
militar-industrial-securitario estadounidense. En el exterior, los
beneficiarios del estado incluyen a Israel y Arabia Saudita. Por otro
lado, los gobernantes clientelistas jordanos, egipcios, iraquíes,
afganos y paquistaníes han guardado decenas de miles de millones en
cuentas off-shore.
Entre los beneficiarios "no estatales" se encuentran los ejércitos
mercenarios por poderes. En Siria, Iraq, Libia, Somalia y Ucrania
también se han visto favorecidos decenas de miles de colaboradores en
las autodenominadas organizaciones "no gubernamentales". (James Petras, Jaque al neoliberalismo, 10/03/2015)
James Petras
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