"(...) ¿Qué es el hambre en lo que tú en el ensayo nombras como el “OtroMundo” y el hambre en nuestras sociedades occidentales?
Aquí nos parece que conocemos el hambre. Tenemos hambre dos o tres
veces por día, y lo decimos: “Ay, qué hambre tengo”. Eso no tiene nada
que ver con la sensación de no saber si vas a poder conseguir comida
mañana, que es lo que le pasa a novecientos millones de personas en el
mundo, ni con la situación de pobreza y marginación donde esto se
produce.
Hablas de muchos
condicionantes de la pobreza: la falta de higiene, la violencia… pero,
¿hay algo que la defina más que el hambre?
No. Es la forma más extrema de la pobreza. Es la más extrema porque es
la más insoportable: muchas otras son intolerables en términos éticos
pero puedes vivir sufriéndolas. En cambio, el hambre se te hace muy
difícil seguir viviendo con él.
En España, hace cinco o seis años nadie
hubiese dicho que había personas pasando hambre. Haz una prueba: pon en
Google “España hambre” y la mayor cantidad de resultados son páginas en
las que puedes donar dinero para paliar el hambre en Nigeria o la India.
El Estado español sigue hoy con la misma actitud para con la
desnutrición de sus ciudadanos. Si te fijas, no hay estadísticas. Se
hace muy difícil encontrar cifras sobre la desnutrición en este país: el
Gobierno sigue haciéndose el tonto, pero por lo menos hay más consenso
que hace cinco o seis años de que en España hay gente que tiene
problemas para comer todos los días.
El lexico perverso sobre el hambre:
“subdesarrollados” en lugar de miserables, “villas” en lugar de barrios
de chabolas… ¿Crees que este lenguaje está estratégicamente diseñado o
lo vamos creando de forma inconsciente para que, de alguna forma, el
hambre no esté presente en nuestras vidas?
Hay de todo. Por un lado hay miles de funcionarios, de políticos… que
intentan crear lenguajes que no digan lo que deberían decir.
“Inseguridad alimentaria” para llamar al hambre es un ejemplo clarísimo.
Pero al mismo tiempo, si ese lenguaje prospera, es porque hay muchas
personas que prefieren no escuchar. Entonces se produce una alianza
perfecta entre quienes no quieren decir y quienes no quieren escuchar. (...)
En los escenarios del hambre a los
que has ido (India, África, Argentina, USA) siempre preguntas “¿Y Dios
qué tiene que ver en esto?”.
Digo bastante
que no me he encontrado hambrientos ateos porque da la sensación de que,
cuando uno está muy jodido, necesita creer que hay algún orden que
produce esa desolación, esa miseria. Para que tenga algún sentido, para
que uno no tenga del todo la culpa, porque es lo que le han dicho…
Las
religiones siempre han servido para justificar ese tipo de situaciones y
aplacar a los hambrientos. Hay una cita en “El Hambre” de la Madre
Teresa que habla de la belleza de ver a los pobres sufrir su suerte. Me
parece, como dicen los abogados en las series americanas, “I rest my
case”. (...)
Eso sí, al menos en el cristianismo si eres pobre tienes un sitio en el
Reino de los Cielos, en cambio en el hinduismo, como cuentas, la idea
del karma es terrible, a pesar de que ha sido trasladada a Occidente con
este rollo “new age” y buenrrollista.
Lo
del hinduismo es increíble. Te dice que si estás pasándolas canutas es
porque anteriormente hiciste algo muy malvado y, ahora, catorce
encarnaciones más adelante, lo estás pagando. Esto es de una
perversidad… si te mueres de hambre es porque te lo has buscado.
Un dilema del libro: la caridad. La caridad como idea puede ser
criticada pero en el día a día práctico, sí da de comer a mucha gente.
No tengo respuesta a eso. Como medida de intervención yo la condenaría
en la medida en que lo que hace es ayudar a que se sostenga un sistema
injusto. Yo preferiría una forma de organización en la que nadie
necesitase la caridad y entonces estuviese destinada a desaparecer. Al
mismo tiempo, mientras esto no ocurra, es mejor que la haya a que no la
haya porque eso hace la diferencia entre la vida y la muerte para muchas
personas.
Frase de café que te
puede decir cualquier cuñado neoliberal: “El capitalismo será malo pero
nunca ningún otro sistema ha dado de comer a tanta gente”. Esto choca
con algo que dices en el libro, “estoy a favor de lo impensable”,
¿existe algún otro sistema?
La frase del
inicio de pregunta se podría decir, a lo largo de la Historia, de cada
uno de los sucesivos sistemas. Lo curioso es que cuando uno estudia la
Historia, lo primero que ve es que ha habido desde hace tres o cuatro
mil años una sucesión de sistemas de organización social, económica y
política que, cada uno de los cuales, estaba convencido de que no podría
haber otro. Si en el siglo XVI hubieses salido a la calle y dicho
“¿Reyes? ¿Para qué necesitamos reyes? Tenemos que votar”, pensarían que
estabas loco. (...)
“Que tantos consigan comer todos
los días es un milagro, que tantos no lo consigan es una canallada”,
escribes. Ya sé que tú no la tienes pero, ¿hay alguna solución?
Sí, hay soluciones y son claramente políticas. Insisto en que el hambre
contemporánea es el más canalla porque, por primera vez en la Historia,
hay comida para todos. Ya no vale la coartada de que no alcanza:
algunos concentran tanto que otros no tienen lo que necesitan. Eso solo
puede solucionarse a través de decisiones políticas que hagan que se
establezca lo que yo llamo en el libro “una forma moral de la economía”,
en la que todos tengan suficiente y
ninguno tenga demasiado. El
problema es que no sabemos cuál es la forma política que podría llevarlo
a cabo.
Te plagio la última pregunta de una que te repites en tu libro, “¿Cómo conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas?”.
Lo conseguimos de muchas maneras: la más habitual y eficaz consiste en
mirar hacia otro lado. Hay muchos lugares donde mirar que nos permiten
olvidar que pasan estas cosas, sobre todo en la medida que estas cosas
les pasan a otros. El hambre es el menos igualitario de los problemas
que sufrimos.
Así como se supone que las amenazas ecológicas son
igualitarias porque a todos se nos van a joder los pulmones si el aire
está poluido, en cambio, sabemos que la miseria y el hambre la van a
pasar otros.
No seremos ni nosotros, ni nuestros parientes, ni nuestros
amigos. Eso facilita mucho seguir viviendo. También hay otros
mecanismos: la religión, las ideologías, la creencia en el mercado… que
hacen que nos digamos que, finalmente, esto es lo mejor que podemos
conseguir.
Si esto es lo mejor que podemos conseguir, estamos como
Aisha, la mujer africana que abre el libro, que, cuando el mago le
ofrecía cualquier cosa, a ella lo más osado que se le ocurría pedir eran
dos vacas. Nosotros deberíamos poder pedir algo más que dos vacas, por
lo menos, que todos podamos comer bien." (Entevista a Martín Caparrós sobre su libro "El hambre", Edu Galán , El diario.es, en Rebelión, 09/06/2015)
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