"La conversación telefónica entre Iker Casillas y Xavi Hernández, para
reconducir las tensiones generadas por las trifulcas que fomentó el
entrenador madridista en los cuatro partidos jugados en dieciocho días
en abril de 2011, dinamitó el proyecto empresarial de Florentino Pérez
en tándem con José Mourinho.
La Roja se transformó en un escollo insalvable para la marca Real Madrid.
Llegar a Sudáfrica con la selección nacional de fútbol rota por el
espinazo no estaba en los planes de nadie con dos dedos de frente. Pero
se trataba de un asunto que no entraba en los cálculos de Mourinho, un
entrenador que se debe hasta las últimas consecuencias a la empresa que
le paga y con la que hace negocios, mientras dure el contrato, y ni un
día más. Sea el Oporto, el Inter, el Madrid o el Chelsea. Cualquier
iniciativa al margen de él, es deslealtad con la empresa.
Su demostrada capacidad profesional en sentido clásico como
entrenador de grandes equipos, consistente en cobrar una pasta por
dirigir los entrenamientos, hacer las alineaciones, gestionar el
vestuario e influir en los fichajes, se complementa de forma excepcional
con su faceta posmoderna de gestor por objetivos a corto plazo, que
persigue conseguir los resultados inmediatos convenidos en el contrato.
Resultados que permitan que la empresa endeudada sea rentable.
Florentino Pérez, que no es propietario del Real Madrid pero ejerce
un sorprendente control de la masa social del club, coincide con otros,
que sí lo son, en la transformación de sus clubes respectivos en
empresas globales cuyo negocio central es el espectáculo futbolístico.
El énfasis casi obsesivo en la Champions se explica, en buena medida, en
la apuesta por transformar la Copa de Europa en una Liga Europea de los
grandes, incluido el Real Madrid.
El modelo empresarial de Florentino Pérez requiere de una permanente
presencia mediática. Al considerar los partidos como productos
televisivos, da prioridad al consumidor global antes que al hincha que
asiste al campo. Este se transforma en la pantalla en parte del
decorado, cuando no en actor ocasional por el barrido de las cámaras.
Siempre me pareció que la mayoría de los madridistas que van al
estadio Santiago Bernabeu lo hacen como si fueran a las Ventas; si el
equipo no divierte y gana se le pita y si alguno se repite en el error
individual se le pita también. Sólo si la faena fué de vuelta al ruedo,
ruge la tribuna al final de un triunfo que los incondicionales daban
por seguro antes de comenzar.
El intolerante y subvencionado “fondo sur” era una anomalía
anacrónica que ya ha sido abordada por la Directiva mediante un diseño
de espectadores que son parte del espectáculo programado.
Y es aquí, en la realidad televisiva, donde encajan con naturalidad dos cualidades histriónicas de José Mourinho.
Antes se decía que el jugador número 12 era la hinchada que llevaba
en volandas al equipo con su incansable animación (siempre nos quedará
la hinchada del Athletic!). Hoy, los gestos de Mourinho en la banda son
el jugador número 12 para el consumidor global. No es la comunión entre
jugadores y tribuna; es el espectáculo televisivo.
Antes los partidos duraban 90 minutos y sus circunstanciales
prórrogas. Hoy, el partido se inicia en la rueda de prensa previa y
termina al final de la rueda de prensa posterior, y Mourinho es el mejor
interprete de esta suerte del espectáculo.
Los escandalosos fichajes actuales son la antítesis de los partidos de homenaje de antaño.
En tiempos, cuando un joven de la cantera llegaba a ser una estrella
en el primer equipo era una obligación despedirlo con un partido en su
estadio ante rival de postín para que se llevara la recaudación como
compensación económica de sus bajos sueldos iniciales. Con su
trayectoria y fidelidad se había ganado con creces el derecho a ser
resarcido.
Hoy, jugadores en formación son fichados por cantidades más que
millonarias y se les exige que las amorticen desde el minuto uno de
juego porque para eso se les está pagando y no se sabe cuánto van a
durar. Y taponan el desarrollo de las jóvenes promesas de la cantera que
tienen que irse fuera del club para madurar futbolísticamente y
reproducir el ciclo en caso de retornar. A Butragueño se le recompensó
por los goles metidos; a Bale se le han pagado por anticipado los goles
que sugiere su contrato que debe meter. O el gol aislado que de un
título, porque así también se garantizan los retornos financieros
previstos.
El marketing del Real Madrid, que supuso en la temporada 2013-2014
junto a los derechos televisivos el 62% de sus ingresos, ayuda a
explicar ciertos fichajes y las obligaciones que estos imponen a los
entrenadores a la hora de decidir las alineaciones. Porque para vender
camisetas hay que alinear al jugador fichado, que si no era un ídolo en
su país, lo será habida cuenta de lo que se ha pagado por él.
Gestionar las alineaciones con el condicionamiento de hacer jugar si o
si a algunos y conseguir conformar un equipo de geometría variable pero
compacto requiere de una gran maestría profesional. Algunos
entrenadores han demostrado que la tienen; Mourinho le agrega una enorme
capacidad dialéctica para tirar balones fuera cuando las cosas no salen
bien. Su destreza para generar polémicas insustanciales pero de
interminable portada periodística le asegura la incondicionalidad de los
medios deportivos que tienen portada impactante todos los días de la
semana y no sólo los lunes siguientes a los partidos.
Preparar bien una pretemporada es otra de las cualidades de un buen
entrenador. Si la empresa le obliga a realizar una gira mundial para
instalar la marca, jugando partidos irrelevantes pero de impacto
mediático por la escasez de otras noticias deportivas estivales, hay que
tener unas tragaderas sólo posibles si se asume el papel de temporero
incondicional del proyecto de negocios.
El contacto con el mundo de los intermediarios y sus comisiones,
ensalzando a unos jugadores y devaluando a otros, es otra pata
importante de un negocio que te puede pillar en cualquier lugar del
mundo y que funciona como un tio vivo permanente de fichajes estelares.
El éxito de esta simbiosis entre dos grandes gestores del negocio
futbolístico estaría asegurado si no fuera porque en el fútbol, quizá
más que en ningún otro deporte, hay un imponderable que destroza los más
racionales cálculos de rendimiento: el gol.
Hace falta un juego como el baloncesto o el béisbol para generar la
cantidad de estadísticas que permiten racionalizar el rendimiento
individual y remunerarlo en consonacia con los objetivos de
rentabilidad. En el fútbol se puede ganar o perder por un golpe de
suerte no contrarrestado o por un error de arbitraje determinante.
De
ahí cierta sensación de superficialidad cuando se ven las estadísticas
de un partido de futbol (bien saben los aficionados de la importancia de
los tiros de esquina, de la irrelevancia de los tiempos de posesión del
balón y de lo inútil del hat trick cuando ganas 6 a 0) y cuando oimos
la paradógica conclusión que sacan muchos madridistas para explicar los
fracasos de su equipo en estos últimos 12 años: no ven un problema de
gestión empresarial; es que les tocó convivir con Messi. Olvidan que un
gol excepcional de Zinedine Zidane les encarriló la novena y otro in
extremis de Sergio Ramos, la décima.
Unos pocos goles menos a lo largo de la temporada y el resultado es haber cambiado 10 entrenadores en 14 años.
¿Por qué comparto estas notas? Porque me inquieta la deriva del
fútbol infantil local hacia el simbolismo y las reglas mercantiles del
actual fútbol profesional global." (Daniel Vila Garda, Attac Madrid, 11/06/2015)
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