"La historia de Europa, la de los pueblos, ha ignorado, incluso
ocultado y tergiversado, si no siempre, al menos desde hace siglos, la
de uno de sus componentes, el pueblo gitano. Gitanos, tsiganes, romanichels, zíngaros, gypsies, nómadas, el único nombre que los gitanos se dan a sí mismos es el de rom, que significa «hombre» en hindi.
El término gitano y el inglés gypsy
proceden del siglo XIX, de la llegada de este pueblo a Grecia para
establecerse al pie del Monte Gype. Todos estos nombres, con sus
infinitas variantes en cada país, reflejan, más que la dificultad de
asumir una identidad común, la voluntad más o menos consciente de
ocultar esa identidad, de marginarlos.
¿Marginarlos de qué? De una
Europa cuna de la civilización occidental, de la modernidad y el
progreso. De una Europa en la que se construyen las naciones, con su
corolario de ostracismo y rechazo. El problema es viejo, pero también
actual.
Recordemos la expulsión de los roma llevada a cabo en Francia a
pesar de las leyes europeas sobre libre circulación de personas en
Europa, los diversos atentados contra sus libertades y sus derechos, la
degradante situación de los roma en Rumanía y los zíngaros en Hungría,
la precariedad y la hostilidad que con frecuencia acompañan la vida de
los gitanos en España.
El artículo publicado en la revista alemana Eurozine por
Klaus-Michael Bogdal, profesor de Ciencia literaria en la Universidad de
Bielfeld, que resume su libro Europa erfindet die Zigeuner. Die dunkle Seite der Moderne
[Europa inventa los gitanos.
El lado oscuro de la modernidad]
(Suhrkamp, 2011), analiza las diferentes políticas por siglos y por
regiones y los enfoques científicos, sociológicos, antropológicos y
etnológicos del tema, que resume en el subtítulo de su libro: El lado
oscuro de la modernidad.
El primer problema, al interesarse por la historia de los gitanos, es
que se trata de una historia escrita por otros. Pasó a primer plano por
el genocidio nazi, pero en realidad se extiende a lo largo de 600 años
de historia europea. Los gitanos, la mayor parte del tiempo nómadas, sin
literatura ni cultura escrita, no han escrito su propia historia.
Su
cultura y sus costumbres, sus identidades múltiples --más o menos
cambiantes según los países--, incluso su propia pluralidad de nombres,
son atributos descritos o incluso asignados por otros. «Inventados»,
dice el profesor Bogdal : «La invención del gypsy es la otra cara de la autoinvención del sujeto cultural europeo como agente del progreso civilizador en el mundo».
Llegados alrededor de 1400 a una Europa repartida entre los germanos,
los galos, los sajones y los romanos, es decir, grupos relativamente
definidos por su origen y sus mitos fundacionales, los roma no
explicaron ni su origen territorial (¿tal vez Egipto, como parece evocar
el nombre gypsy?) ni sus raíces lingüísticas, que fueron
durante mucho tiempo un misterio, ni los motivos de su vida nómada.
Su
religión tampoco estaba clara: cristianos sin sacerdotes ni iglesias,
con frecuencia se les acusó de duplicidad y de estar dispuestos, según
Martín Lutero, a recibir varios bautismos distintos, en función de los
intereses y la situación de cada momento. De ahí a acusarlos de magia,
ritos satánicos e incluso canibalismo...
Por otra parte, como nunca
tuvieron un territorio definido, estos «vagabundos», estas gentes de
ninguna parte, que llegaban de no se sabía dónde y desaparecían con el
mismo misterio, turbaban y siguen turbando a los ciudadanos anclados en
su tierra y sus sólidas convicciones.
Las mujeres, en especial, han suscitado numerosas fantasías sexuales
en la cultura de los distintos países de acogida. El Romanticismo supo
presentar una versión del erotismo y la sexualidad que fuera aceptable
para la burguesía utilizando los rasgos de la mujer gitana y sus danzas
desenfrenadas. La gitanilla de Cervantes, con sus cantos, sus bailes y
su feminidad «salvaje», y la popular Carmen de Bizet, hechizan a los
hombres y son objeto de brutal deseo.
Pero las bellas gitanas nunca se
casarán con los hombres del país. Y esa no es la mejor manera de
contribuir a su integración. «Pronto predominó un romanticismo gitano
pseudofolklórico, y sus iconos, el violinista húngaro y el flamenco
andaluz, se convirtieron en un fructífero tema de investigación»,
escribe el autor.
Su imagen fue relativamente valorada por los antropólogos del Siglo
de las Luces, para quienes su posible origen indio, es decir,
indogermánico, era señal de que tenían raíces arias.
Se intentó
sedentarizarlos, por medios más o menos brutales, con intención de
integrarlos, a costa de perder su lengua, que, conservada desde hacía
siglos pero jamás escrita, siempre fue objeto de desprecio por ser una
«hija degenerada del sánscrito», del mismo modo que se sospechaba que
los roma procedían de una de las castas más bajas de la India, tal vez
incluso la de los intocables.
El fracaso del proyecto de integración y
su consecuencia de ostracismo hizo que, siempre con esas mismas buenas
intenciones, la sociedad de la Ilustración considerase que los gitanos
eran incapaces de tener un auténtico desarrollo.
Con el ascenso de los nacionalismos en toda Europa en el siglo XIX,
los etnólogos apasionados por la organización social abordaron esta
sociedad oral más como una tribu que como un pueblo. «Una sociedad
tribal, no ya pre-moderna sino pre-civilizacional, que vivía en un
estado natural, como los indios y los afroamericanos».
Empujados a la periferia de las ciudades y los pueblos, a menudo en
descampados insalubres y carentes de agua, a los márgenes de las
autopistas y bajo los puentes, perseguidos y rechazados, en general, por
alcaldes y responsables regionales, sin autorización para trabajar
dentro de la organización económica del país (todavía hoy, en Francia y
algunos otros países europeos), estos nómadas no tienen ninguna
posibilidad de integrarse en los lugares en los que viven.
Las cifras
son incontestables: solo el 40% de los hijos de los 10 millones de roma
que viven en Europa está escolarizado (frente al 97% de media general).
La etnología de la época creó, pues, «un pueblo marginal en las
periferias de la alta cultura europea». Es lo que el autor llama la
«segunda deseuropeización de los roma», después de la primera, la de la
antropología de la Ilustración. Fue la reducción definitiva del pueblo
nómada a la condición de Otro.
«La ciencia caracterizó la presencia
física, el pensamiento y el comportamiento de los roma de tal manera que
su ‘singularidad’ adquirió perfiles aterradores. En Europa no había
sitio para ellos. La limpieza étnica empieza siempre sobre el papel»,
escribe Bogdal. Que es el paso que dieron los nazis. «No cabe la menor
duda de que el destino de los gitanos en Europa cuadra con la definición
de la ONU sobre la Prevención y Castigo del Crimen de Genocidio». (
Nicole Muchnik
, El País, 12 MAY 2012)
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