"(...) A veces la condena de la memoria no logra del todo sus propósitos.
Así sucedió en las figuras del Palatium en San Apolinar Nuovo de Ravena,
donde la sustitución obligada de mosaicos deja ver las sombras de los
personajes eliminados y sobre todo persisten las imágenes de sus manos
sobre las columnas.
La larga noche de la posguerra ofreció entre
nosotros un panorama semejante. Los vencidos ocultaban con frecuencia su
vida política pre-39 a los propios familiares: llegabas a conocer que
tu padre formó parte del comité ugetista de socialización de la Bolsa de
Madrid por la investigación de unos alumnos.
Desde los años sesenta, la cortina fue siendo rasgada y, como era de
esperar, y según sucediera en la Armenia turca, la tercera generación
asumió la tarea de abordar ese rescate del pasado.
Por desgracia, la
eventual responsabilidad de los familiares franquistas, incluso más allá
de la guerra, y la larga sombra de la victoria, suscitaron el rechazo
violento de capas conservadoras, que gracias a ella habían disfrutado de
una prolongada dominación política y social. No hubo, como auspiciara
Ian Gibson, la auténtica reconciliación, fruto de la verdad histórica.
El rechazo total a admitir que la sublevación franquista fuese un
genocidio, cuando se dan todos los requisitos fijados por Lemkin
—ideología de aniquilamiento de la Antiespaña, conspiración militar,
práctica de exterminio antes y después de la guerra, voluntad de
extirpar la cultura de los vencidos— tiene por contrapunto que desde la
izquierda es olvidado que en la España republicana, aunque sin
responsabilidad del Gobierno, se cometieron crímenes contra la humanidad
(Paracuellos, chekas, patrullas de control de la FAI en Cataluña).
Unos fueron diablos, pero entre los antifranquistas tampoco faltaron.
Sin aclarar este punto, no cabe esperar una conciencia democrática, y
sí una eclosión de sectarismo y odio. Una reciente participación en la
Cátedra de la Memoria de la Complutense me confirma en esta idea: la
justa pretensión de recuperar la memoria de los perseguidos y
represaliados de 1936 a 1975 va unida al rechazo tajante de reconocer
los propios actos de barbarie. “Hay que recuperar solo la memoria
silenciada”, postuló el profesor Clavero.
Conviene recordarlo cuando las nuevas Administraciones anuncian la
intención de limpiar el callejero de residuos fascistas y, en el caso de
Madrid, de construir un Museo de la Memoria. Lo primero parece de todo
punto necesario, por lo que toca a la pléyade de generales golpistas y
evocaciones lamentables.
Solo cabe exigir ponderación y no eliminar a un
buen escritor por su militancia franquista, sin convertir tampoco en
referencias de la memoria a políticos de izquierda siniestros.
Otro tanto cabe decir del museo, que debería mostrar la cultura y la
resistencia antifranquistas, y también los puntos negros registrados en
ese trayecto histórico. “Es necesario contar lo ocurrido”, advierte
Todorov en un luminoso artículo de Letras Libres." (Antonio Elorza
, El País, 3 AGO 2015)
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