"(...) Siempre he sostenido que la larga existencia del terrorismo en la España democrática
ha sido un factor determinante en la historia de nuestros últimos
cincuenta años. En todos los sentidos. Su existencia ha atravesado todo
el tejido social, político, educativo, condicionando, influyendo o
modificándolo perversamente.
La Comunidad Autónoma Vasca, Euskadi, ha sido un laboratorio para
España. Un laboratorio en el que se han puesto a prueba las más
delicadas actitudes políticas, sociales, ideológicas y, llevadas al
extremo, las actitudes cívicas.
La falta de racionalidad, coherencia y
pensamiento crítico, la merma del sentido de la autoridad, del
compromiso o de la concienciación social y el asentamiento del
sectarismo, el relativismo y la fascinación por lo identitario, crearon
corrientes de comportamiento de efectos contagiosos que se extendieron
geográficamente al resto de España y aún hoy perduran.
Los políticos, los artistas, los profesionales, los profesores, la
policía, el ciudadano, la derecha y la izquierda, ricos y menos ricos,
todos nos vimos envueltos en situaciones críticas, en tomas de
decisiones marcadas por el miedo, por el oportunismo o la confusión.
España sufrió un continuo examen en profundidad a sus valores
provocado por una actitud violenta envuelta en una ideología extremista a
la que no ha sabido responder de la misma manera que a otra a la que sí
se empeñó en eliminar y lo consiguió, a la de extrema derecha.
La impaciencia política
La impaciencia política ligada a la tendencia a la baja del mantenimiento de los grandes valores democráticos llevaron a repetidos intentos negociadores, a la búsqueda de atajos, cuyo resultado no sólo no sirvió para su bienintencionado propósito sino que fue socavando los cimientos de una sociedad que pretendía hacerse madura y sólida democráticamente.
La impaciencia condujo a continuas cesiones a los nacionalismos
porque se dio por bueno el argumento de que a más autonomía menos
violencia, y a pesar de haberse revelado como tenazmente falso, se
consiguió crear una injusta rutina política que premiaba cualquier
solicitud nacionalista respecto a las demás.
Este ha sido un país en el que se admitía como opinión respetable que
tras un asesinato se acusara al gobierno de turno en vez de únicamente a
los asesinos.
La política actual es el resultado de las respuestas que
se dieron y de las que no se dieron a tantos años de terrorismo ultranacionalista,
de la blanda actitud ante tantas provocaciones, de las concesiones o
ambigüedades respecto a la ideología que inspiraba a los asesinos, de la
atención desbocada por sus pretensiones, por integrarles en la sociedad
en lugar de perseguirles con la fuerza de la ley, de la injusta actitud
frente a las víctimas que iban dejando año tras año.
Ahora se va
recogiendo el destilado de todo ese tiempo oscuro de actitudes poco
defendibles.
¿Qué queremos?
¿Qué queremos si, mientras unos morían otros, en su mismo partido se forraban, si mientras unos morían, su mismo partido negociaba con los asesinos, si se premiaba a una comunidad cuyo partido contemporizaba con los asesinos?
¿Qué queremos si
a los (no muchos) que se la jugaron plantándose en primera fila contra
el terror, se les recuerda como reaccionarios, si a los
que dieron la cara en ayuntamientos, universidades, foros cívicos,
parece que se les ha premiado únicamente con su supervivencia?
¿Qué queremos si se ha permitido a los simpatizantes de los
terroristas que nos den sus mismos discursos de siempre desde las
tribunas públicas?
España es como es, los españoles somos como somos por cómo nos
comportamos frente a ese gran problema que nos tocó en suerte: la lucha
contra el terrorismo de corte nacionalista y la gestión de sus víctimas.
Eso puso a prueba todo y a todos.
Los españoles somos como somos hoy
por la despreocupación con que se pensó que Euskadi estaba lejos y que
sería difícil que a otros les tocara de cerca, que aquello terminaría
enseguida, tras cualquier mesa de negociación, tras unas pocas cesiones y silenciando a las víctimas.
Lo que podría haber dado como resultado el asentamiento de valores
como la solidaridad, la piedad, la justicia, generó un agujero propicio
para el relativismo, el infantilismo y el vicio de mirar para otro lado. (...)" (Iñaki Arteta, Libertad digital, 21/03/16)
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