"Yoani Sánchez no representa un consenso básico constructivo entre
cubanos, sino el cambio de régimen que se ha venido promoviendo para
Cuba desde 1959. Por eso se la aúpa.
Confieso que acudí escéptico pero curioso a la intervención que Yoani
Sánchez, una “periodista independiente” cubana, ofreció el 8 de mayo en
el Instituto Cervantes de Berlín, un acto organizado por el diario
local Die Tageszeitung.
Sánchez es una joven despierta, bien parecida y de verbo afilado.
Describió la situación en su país en términos muy extremos. Habló de la
isla como de una “perversa jaula” y de su gobierno como “dictadura de un
clan familiar”. Explicó la estabilidad del régimen cubano por “el
miedo” que atribuye a su población.
Definió la economía cubana como,
“capitalismo de una familia” y consideró que el sistema cubano “es
irreformable”. Sánchez, que se presenta como una “persona puente”
dispuesta a dialogar con todos, dejó claro que es una abogada de lo que
se llama “cambio de régimen”.
Su popularidad mediática es enorme. Su blog está traducido a
muchísimas lenguas y goza de apoyos logísticos extraordinarios. Ella
reclama su derecho a criticar. No le discuto a Sánchez el derecho a
poner a caldo a quien quiera, ni a hablar de lo que quiera. Lo que
discuto es el papel que se le atribuye, desde la derechona global, como
representante de algo nuevo e incluso como conciencia del pueblo cubano.
Cuba, ahora junto con Venezuela, es el país que concentra la mayor
atención mediática de América Latina en materia de derechos humanos.
Asuntos que en otros lugares pasan desapercibidos, en Cuba son
focalizados y frecuentemente manipulados para presentarlos en su peor
luz. Pero si uno repasa con un poco de mesura la situación de los
derechos humanos en el mundo y en América Latina, constatará que la
situación de Cuba está muy lejos de las peores. (véase, por ejemplo: Cuba and the rhetoric of human rights).
Eso no impide que cualquier asunto, por ejemplo el suicidio carcelario
del preso Orlando Zapata en febrero de 2010, tenga un impacto y reciba
una atención siempre superior a cualquier otro hecho similar o más grave
en otros países, por ejemplo el descubrimiento, un mes antes del caso
Zapata, de 2000 cadáveres de sindicalistas y activistas de derechos
humanos asesinados por el ejército colombiano.
El maltrato de un cubano por motivos políticos siempre será mucho más
noticiable y denunciable, para el mundo mediático occidental que el
asesinato de decenas de activistas políticos en países amigos como
Filipinas, con 56 periodistas asesinados en veinte años, como Colombia,
cuya cuenta de eliminación de adversarios es inabarcable, y como muchos
otros. Latinoamérica aporta centenares de ejemplos.
“Que en otros países las cosas estén mal o peor no es motivo para no
criticar a Cuba”, dice Sánchez. Naturalmente que no, pero no es ese el
asunto. Se trata de la política de derechos humanos (no confundir con la
defensa universal de los derechos humanos), es decir de la utilización
política y mediática de los derechos humanos para castigar a adversarios
de la que tanto uso se hace en Occidente.
Sánchez ha sido aupada por el establishment occidental, desde
Washington hasta Madrid, en ese contexto. Y por esa razón se le dan
todos los altavoces, es recibida por los acostumbrados ministros y se le
entregan los habituales premios. También en Berlín ha sido así.
Sánchez, que es una persona inteligente e incluso brillante, no puede
ignorar que el papel que se le hace representar no es más que la
continuación, actualizada, de la vieja campaña imperial contra el
gobierno de su país.
Ella tiene todo el derecho a posicionarse contra su
gobierno, pero no tiene derecho a ser un recurso propagandístico de ese
imperio que lleva 54 años intentando derrocar al sistema cubano por
todos los medios ilícitos y criminales conocidos. La simple realidad es
que Sánchez forma parte de ese esfuerzo.
El imperio no puede tolerar que a 90 millas de su territorio haya una
república independiente de sus designios. Esa anomalía dura desde 1959 y
ha pagado, y paga, un alto precio por existir. Durante 54 años el
gobierno de la República de Cuba ha sufrido todo tipo de presiones y
agresiones, desde una invasión militar en toda regla, hasta terrorismo
de todo tipo para arruinar su economía y matar a sus ciudadanos con
plagas inducidas por la guerra química y biológica, pasando por el
asesinato de sus dirigentes, la subvención del cisma de su población en
bandos irreconciliables y una obstrucción implacable y sistemática en la
arena internacional.
Puede que esas circunstancias no justifiquen todos los defectos que
se atribuyen al régimen cubano, pero no hay duda de que explican muchos
de ellos. La revolución cubana, como por otra parte todas las
revoluciones que desafiaron al imperio, se vio obligada a vestir el
uniforme militar desde sus mismos orígenes, algo que siempre es difícil
de compaginar con una normalidad civil. Tuvo que mantener una férrea
vigilancia e incluso renunciar a parcelas de su independencia por su
alianza con la Unión Soviética.
Cuba pagó, sin duda, un fuerte peaje por aquella alianza que vino
impuesta por imperativos de supervivencia y cuya alternativa era,
simplemente, la rendición incondicional y perder toda su dignidad
nacional.
Pero, gracias a su lejanía geográfica de Moscú, gracias a la
existencia del Océano Atlántico, y también gracias a su propia
personalidad histórica y la de sus líderes, Cuba nunca fue un vasallo en
el bloque del Este, lejanamente comparable a sus socios del mundo
socialista. Cuba fue el único aliado de Moscú plenamente soberano e
independiente.
Muchos dirán que huyendo del fuego del imperio, la isla cayó en las
brasas de un sistema que devaluó gran parte de todo aquello que hizo
grande a la Revolución Cubana. Mi opinión es que, sin todo aquello que
le hizo perder parte de su genuino espíritu liberador inicial, Fidel
Castro y la Revolución Cubana habrían seguido el destino de Jacobo
Arbenz en Guatemala, de Allende en Chile y de tantos otros.
Por
desgracia la historia no se escribe sobre la ordenadas y simétricas
líneas de un cuaderno impoluto, sino sobre el caos y las contradicciones
más infames. Al final, con todos sus defectos, aún hay mucho rescatable
en la Cuba de hoy, mucho de lo que merece ser defendido frente a las
presiones y cercos de siempre.
Es legítimo que muchos observadores lejanos no estén de acuerdo con
este planteamiento general, pero, aparentemente, la mayoría del pueblo
cubano lo está, pues de lo contrario el actual gobierno no se mantendría
y habría sucumbido como auguraban las erradas profecías que siguieron
al derrumbe del bloque del Este en 1990. Cuba era, y es, algo más, mucho
más, que aquel “socialismo real” que se desmoronó en la Europa de
entonces. Por eso su desafío ha sobrevivido a la guerra fría en
condiciones mucho más difíciles que las de cualquier país del Este de
Europa.
Sánchez dijo en Berlín que llegó a la adolescencia, “en una época en
la que (en Cuba) no había mucho en lo que creer”, pero incluso desde ese
nihilismo no hay que perder el sentido de la decencia, especialmente
cuando se quiere ser rebelde.
En mi humilde caso, llegué a la
adolescencia en una época en la que estaba muy claro para la juventud
que al imperio le importan un rábano los derechos humanos.
Desgraciadamente eso sigue siendo así, y no podría ser de otra manera,
pues no hay nada más antihumanista que el propio imperio.
Lidiando con Cuba se trata, casi siempre y sobre todo, de ese pecado
original revolucionario. Claro que hay otros ámbitos, pero todos,
incluso las vergüenzas del régimen, están envueltas, impregnadas y
condicionadas en y por esa gran revancha histórica. Washington y
Bruselas (ésta como capital colectiva de la Europa neoimperial), se
cuentan entre los mayores violadores de derechos humanos y destructores
de vidas del mundo actual.
Aunque sea solo por su belicismo –y no se
trata solo de eso–. Hay que continuar castigando a la República
heredera de aquella revolución imperdonable, especialmente ahora cuando
su fatigado cuerpo está encontrando nuevos apoyos políticos en América
Latina capaces de darle nuevo oxígeno.
No seamos ingenuos, Sánchez no es
un producto nuevo. No representa ese necesario consenso básico
constructivo entre cubanos, sino el cambio de régimen que se ha venido
promoviendo para Cuba desde 1959. Y por eso se la aúpa." (Fuente: La Vanguardia] , Rafael Poch, Mientras tanto, 11/05/13)
No hay comentarios:
Publicar un comentario