"Después de cada atentado, hay una serie de prácticas y de afirmaciones que se repiten insistentemente.
Una de ellas, quizá la más perturbadora, y lleva ocurriendo así desde el 11-S, es que quienes cometieron los atentados estaban bajo el radar de los servicios de inteligencia
y de seguridad. Había alertas evidentes de que eran personas
potencialmente peligrosas, y aun así no se las investigó o no se las
sometió a vigilancia.
Los atentados, por más que sean frecuentes,
siempre resultan traumáticos. Para lidiar con ese estado anímico, los
gobernantes, que deben dar respuesta ante una población alarmada, tienen
una fórmula invariable: insisten en la unidad y en que no nos vencerán, organizan actos de homenaje y prometen ser firmes contra las amenazas futuras.
May
no ha hecho algo distinto, pero ha añadido que, en esa necesidad de
protección frente a un peligro demasiado frecuente, hay que hacer más
cosas, fundamentalmente endurecer la legislación y ser mucho menos
tolerantes con los extremistas y la difusión de sus ideas, lo cual suele
llevar no a controlar a los radicales sino a poner el foco en la
mayoría de la población, con los riesgos que conlleva.
Esta es otra de las cosas típicas, como es poner el acento en los
lugares equivocados. El problema en el Reino Unido no es de legislación,
como tampoco lo es en España. Con el tipo de atentados que están
ocurriendo, ¿qué legislación se quiere implantar para impedir que tres
personas cojan una furgoneta y acuchillen a quienes encuentran a su
paso? ¿Qué clase de peso coercitivo van a tener las leyes respecto de gente que ha decidido inmolarse?
El terrorista, hoy
Este
es un punto crucial, porque la tipología del terrorista ha cambiado
también, lo que hace más difícil anticipar los atentados, máxime cuando
el bajo coste de los mismos les permite autofinanciarse.
Según 'La
evolución del perfil del yihadista en Europa', documento
del Instituto Español de Estudios Estratégicos, la gran mayoría de
quienes llevan a cabo estos actos criminales son europeos, hijos de
emigrantes, cuyos padres suelen ser oriundos de Marruecos, Argelia,
Túnez, Malí o Somalia. Pertenecen a la clase media baja, y abandonaron
pronto los estudios, o si llegaron a la universidad, se marcharon antes
de licenciarse.
A menudo están vinculados a la delincuencia y al consumo y tráfico de drogas.
O tienen trabajos precarios o se ganan la vida trapicheando. La
desestructuración familiar, una de las causas supuestas de esta clase de
violencia, no está presente en su perfil, y tampoco las enfermedades
mentales. Son personas que se radicalizan tras su paso por la cárcel, en
las mezquitas o simplemente a través de las redes.
Pero a estas características se suma una novedosa, que Enzensberger atisbó
en 'El perdedor radical', y que alude a una especie de resentimiento
acumulado que encuentra salida en esta violencia indiscriminada. Pero
esto no es exclusivo del terrorismo yihadista, y lo vemos en otras
sociedades, por ejemplo en la estadounidense.
El pasado martes, cinco personas fueron asesinadas en Orlando: un antiguo trabajador de la empresa regresó armado y disparó
al que se encontró por allí. Este tipo de actos son bastante frecuentes
en la sociedad americana: pueden ocurrir en colegios, universidades,
centros de trabajo o en discotecas. Todavía no se han encontrado
explicaciones satisfactorias, y menos aún formas de preverlos en un
mundo donde las armas de fuego están al alcance de cualquiera.
No es retórica
La
frustración, la ira o el deseo de venganza son elementos que siempre
salen a relucir, pero que todavía no nos permiten entender bien qué
ocurre. Son actos sorpresivos que parecen anclarse en un punto
nihilista: como si alguien no aguantase más y decidiera que lo mejor es
acabar con todo el que se cruce en su camino.
Ese sentimiento que lleva a
que te dé todo igual, esa expresión tan típica de “me hacen eso y me llevo a 15 por delante”
que tantas veces hemos oído en conversaciones informales, es lo que
hace especialmente difícil prever los atentados terroristas. Solo que,
en estos casos, dejan de ser amenazas retóricas.
La violencia terrorista de los últimos tiempos tiene mucho que ver
con esto, solo que esa rabia existencial encuentra además una
justificación. Son hijos de una clase media baja que han tenido muchas
menos opciones de las que sus padres les dieron a entender, que van
acumulando resentimiento, y que encuentran una explicación en esta
separación radical entre ellos y nosotros que los radicales forjan.
De pronto son conscientes de que hay un mundo perverso y pervertido,
el de los occidentales, que justifica las acciones de venganza: ellos,
que tienen dinero y viven bien gracias a nuestro sufrimiento, tienen una
cuenta que pagar.
El extremismo religioso les ofrece un sentido y una
justificación para llevarlas a cabo que excede de lo personal, como si
el vengador estadounidense encontrase una bandera con la que arroparse.
Son estos perfiles los que hacen mucho más complicado prever los
atentados futuros, además de que son baratos y fáciles de llevar a cabo.
Cuando la vida se agota rápido
Desde
luego, hay que ser más intolerante con los discursos del yihadismo y
con las personas que los difunden, pero mucho más con el contexto que
los produce. Una situación en que la gente tiene escasas opciones de
futuro lleva a una violencia en la que la vida se agota rápido.
Puede ser como en Latinoamérica,
donde las bandas ligadas a la droga han tomado el papel del Estado en
muchos territorios, como en muchos países africanos, donde la pobreza es
la primera causa del auge de los yihadistas, en las ciudades
estadounidenses cuyos barrios están despoblados, o en la Europa de los
sin futuro. En el fondo, todo es un poco lo mismo: ante la ausencia de
futuro, se escoge la vía de la violencia, ya sea para tener más bienes
materiales o simplemente como acto de venganza.
La paradoja final
es que el mismo contexto de falta de recursos y de precariedad, que
desestructura ciudades y países, y que es el abono esencial de ese
nihilismo, impide también que las fuerzas de inteligencia hagan su trabajo de forma eficiente.
Casi todos los terroristas estaban bajo el radar de los servicios de
inteligencia y de las fuerzas de orden público.
Y el caso británico es
ejemplar, porque después de haber sido denunciados por personas que iban
con ellos a la mezquita, su caso no fue seguido. La explicación ha sido
sencilla: si hay 3.000 radicales sospechosos, solo tienen personal y
recursos para poner el foco en 300. Los recortes son así, y afectan en
todas direcciones.
De modo que, además de querer prohibir por ley que la
gente se inmole, no estaría de más llevar a cabo otro tipo de políticas
que generen mejores expectativas vitales. Eso haría no solo que el
nihilismo fuese menos frecuente, sino que la sociedad estuviera mucho
más cohesionada frente a quienes tratan de desestructurarla." (Esteban Hernández, El Confidencial, 07/06/17)
No hay comentarios:
Publicar un comentario