"El ateísmo, propiamente, no es una filosofía del ser
o de la vida, no es tampoco una concepción global del mundo. No es ni
siquiera una opinión metafísica sobre la existencia o atributos de la
realidad. Es, en palabras de Sam Harris, una protesta manifestada por la
gente razonable en presencia del dogma religioso. O, simplemente, un
signo de racionalidad.
No puedo imaginar a un Dios que recompense y castigue a
sus criaturas, o que tenga una voluntad parecida a la que
experimentamos dentro de nosotros mismos. Ni puedo ni querría imaginar
que el individuo sobreviva a su muerte física […] Yo me doy por
satisfecho con el misterio de la eternidad de la vida y con la
conciencia de un vislumbre de la estructura maravillosa del mundo real,
junto con el esfuerzo decidido por abarcar una parte, aunque sea muy
pequeña, de la Razón que se manifiesta en la naturaleza.
ALBERT EINSTEIN (1934), El mundo tal como yo lo veo.
Pistas y creencias
Los asuntos teológicos pueden ser un buen material
para excelentes bromas filosóficas. Un ejemplo. Cuando a Bertrand
Russell, el autor de Por qué no soy cristiano,
le preguntaron qué le diría al Altísimo si se lo encontrase cara a cara
en las puertas del paraíso, respondió con admirable rigor metodológico:
“Oh, Señor, ¿por qué no nos diste más pistas?”
Sin embargo, no toda la temática religiosa presenta
aristas tan amables. Aunque la desolación ocasionada fue probablemente
mayor y la respuesta de la Administración Bush fue seguramente aún más
inepta y clasista de lo que suele afirmarse, el huracán Katrina provocó
la muerte de más de 1.000 personas, decenas de miles de ciudadanos
perdieron todos sus bienes y más de un millón tuvieron que ser
desplazados.
Una encuesta del Washington Post,
realizada poco después del desastre, revelaba que el 80% de los
supervivientes afirmaban que lo sucedido no solo no había disminuido su
creencia en Dios, sino que, milagrosamente, la había reforzado.
Otros datos complementarios en ningún modo
incoherentes con el anterior: El 22% de los ciudadanos norteamericanos
está convencido de que Jesucristo volverá a la Tierra algún día de los
próximos 50 años; otro 23% cree que el retorno de Jesús no es seguro
pero que es, en cambio, muy probable.
Un 44% cree literalmente que Dios
prometió la tierra de Israel a los judíos. Solo un 28% acepta la teoría
de la evolución y un 68% cree en la existencia de Satán. Unos 120
millones de estadounidenses sostienen, sin espacio para la metáfora, que
Dios creó a Adán del barro hace 10.000 años.
Las estimaciones tienen sus derivadas culturales y
electorales. El 87% de los ciudadanos norteamericanos afirman no dudar
jamás de la existencia de Dios y más del 50% tiene una opinión negativa o
muy negativa de las personas que no creen en Dios.
El 70% cree que es
muy importante que los candidatos a la presidencia de USA sean personas
firmemente religiosas. Según una encuesta de Newsweek, sólo el 37% de la
ciudadanía norteamericana votaría a favor de una persona que fuera atea
para la presidencia de su país, y menos del 10% de los estadounidenses
se identificarían públicamente como ateos.
Estas
asentadas creencias religiosas no tienen traducción inmediata en el
ámbito de la caridad, la austeridad o la lucha contra la pobreza o la
desigualdad extrema. En Estados Unidos, donde además el 83% de la
ciudadanía cree que Jesús resucitó entre los muertos, la diferencia de
salarios no ya entre grandes ejecutivos y trabajadores industriales o de
servicios, sino entre aquéllos y el salario de los empleados medios es
de 475 a 1. En la era de la codicia, la diferencia sigue incrementándose
de forma acelerada.
Veamos la situación en España. Según un estudio del
CIS de 2002, el 80% de los ciudadanos españoles seguía declarándose
católico y sólo un 12% se declaraba no creyente. El 42% creía firmemente
en la existencia de Dios y un 31% creía igualmente pero con menos
intensidad. El 64% seguía prefiriendo el matrimonio católico.
Un 56%
pensaba que la enseñanza de la religión era algo importante para la
educación de sus hijos y un 80% los bautizaría. Eso sí, el 75% de las
personas nacidas a partir de 1970 se declaraban poco o nada religiosas1.
En España hemos tenido como ministros en épocas
recientes a miembros activos de organizaciones religiosas sectarias y
fundamentalistas; la futura autoridad máxima de un Estado
constitucionalmente aconfesional convirtió un asunto privado en
acontecimiento público, contrayendo matrimonio en y por la Iglesia
Católica; las recientes declaraciones de algunos obispos y arzobispos
hielan la sangre democrática, por diluida que ésta sea, lanzando desde
su emisora proclamas conspirativas de extremísima derecha movilizada, y
las presiones, manipulaciones y engaños sobre la enseñanza de la
religión católica en nuestras escuelas e institutos, y su lucha sin
techo visible para lograr una mayor financiación pública de sus asuntos
privados, y un mayor trato de privilegio en asuntos impositivos, merecen
un lugar destacado en la historia universal del despropósito.
En la
parte opuesta, silenciosamente, habría que señalar una claudicación
civil, a todas luces excesiva, en frecuentes ocasiones. La excesiva
prudencia ha causado mermas en nuestro necesario coraje.
Existencias y argumentos
A pesar de todo ello, parece razonable pensar, como ha
señalado Daniel Dennett, que el papel de Dios en la explicación global
de la existencia humana, en los grandes cambios históricos o en la misma
formación y origen del Universo se ha visto empequeñecido a lo largo de
los siglos en una parte considerable de las comunidades humanas.
De la
inicial afirmación de un Dios directamente creador de Adán, y de Eva a
partir de una costilla adánica (o explicaciones similares), se ha pasado
a sostener que el verdadero y casi único papel de Dios fue haber puesto
en marcha el largo proceso de la evolución. Pero, comentaba el autor de
La peligrosa idea de Darwin, “ahora ni siquiera necesitamos a este Dios
–el dador de la ley–, porque si tomamos estas ideas de la cosmología
seriamente, entonces hay otros sitios y otras leyes, y la vida
evoluciona donde puede”.
¿Está demostrada, pues, la inexistencia de Dios? ¿Se
impone el ateísmo a toda persona que pretenda guiarse, conducirse y
construirse racional y espiritualmente, sin prejuicios o con el menor
número de ellos, con información contrastada y sin cultivo acrítico de
una tradición inalterable? Aceptemos que las creencias, también las
religiosas, no pueden ser objeto de demostraciones asentadas e
indiscutidas para siempre.
Si lo fueran, si pudieran serlo, no existiría
debate, lucha cultural o política en torno a ellas. Pero ello no es
obstáculo para que existan numerosas razones que justifiquen la
racionalidad del ateísmo y acaso éste no sea un mal momento para dar
nuevas vueltas sobre ellas.
El ateísmo, propiamente, no es una filosofía del ser o
de la vida, no es tampoco una concepción global del mundo. No es ni
siquiera una opinión metafísica sobre la existencia o atributos de la
realidad. Es, en palabras de Sam Harris2, una
posición en torno a las creencias humanas que rechaza negar lo que, en
su opinión fundamentada, cree evidente.
“El ateísmo no es más que la
protesta manifestada por la gente razonable en presencia del dogma
religioso”. Bien mirado, todos los seres humanos bordeamos el ateísmo.
Lo somos respecto a la mayoría de las otras religiones que existen o han
existido. Como ha apuntado Richard Dawkins, casi todos los seres
humanos niegan hoy la existencia de Zeus y Thor. Son, por tanto, ateos
respecto a estas creencias.
Pero, ¿existe alguna demostración convincente del ateísmo? ¿Existe alguna prueba inapelable de su racionalidad?
No es necesaria una justificación de ese tipo. Como señaló Manuel Sacristán en un reconocido paso3,
siguiendo en este punto observaciones de Bertrand Russell, diversas
vulgarizaciones del marxismo y, en general, de concepciones filosóficas
materialistas amigas de la ciencia han usado laxamente conceptos como
demostrar, probar y refutar para referirse a las argumentaciones
plausibles propias de las concepciones filosófico- políticas.
Sacristán
se quejaba de la errónea frase de que la marcha de la ciencia había
demostrado la inexistencia de Dios. La ciencia no puede demostrar ni
probar nada referente al universo como un todo.
Las ciencias empíricas
no pueden probar la existencia de un ser llamado Abracadabra
abracadabrante (el ejemplo es del propio Sacristán), pues ante cualquier
informe positivo que declarase no haberse topado con tal entidad,
cabría siempre la respuesta de que el ser abracadabrante está por
completo fuera del alcance de nuestros instrumentos de experimentación, o
incluso que no es perceptible en absoluto.
O incluso que ni siquiera es
pensable por la razón humana. Se trataría de otro tipo de entidad, de
otra forma de Ser.
¿Cuál es el papel entonces de los conocimientos
científicos, artísticos y afines en asuntos de creencias? Lo que la
ciencia y otros saberes contrastados pueden fundamentar es la afirmación
de que la suposición de la existencia de seres abracadabrantes “no
tiene función explicativa alguna de los fenómenos conocidos, ni está,
por tanto, sugerida por éstos”.
Por lo demás, la afirmación sobre la
demostración de la inexistencia de Dios presupone la tarea de demostrar o
probar inexistencias. Pero, como apuntaba Sacristán, las inexistencias
no se prueban, se prueban solo las existencias. La carga de la prueba
compete, efectivamente, al que afirma existencia, no al que duda o niega
tal posibilidad.
El malogrado Hanson Russell4
transitaba por camino afín en dos artículos clásicos. En su opinión,
solo hay dos posturas consistentes en estos asuntos. La del creyente,
que por diversas razones cree en la existencia de Dios o dioses, y la
del ateo que niega la validez y justificación de esa creencia de
existencias. Si el teísta, deísta o afín tiene un argumento convincente,
se impone la creencia en Dios; si no lo tiene, se infiere la no
creencia, el ateísmo.
No tiene sentido apelar aquí, en opinión de Hanson
Russell, a un agnosticismo vergonzante, no tiene sentido permanecer en
un supuesto e inexistente justo medio, sosteniendo que no existen
demostraciones convincentes de existencia pero tampoco de inexistencia.
En la misma línea, Luis Vega Reñón sostiene igualmente
que son las afirmaciones de existencia las que tienen la carga de la
prueba. La no existencia de una determinada entidad no puede
establecerse en términos razonables, salvo, claro está, que pueda
derivarse de una demostración de la imposibilidad de dicha existencia.
De este modo, la no existencia de un círculo cuadrado –y aquí sí que hay
demostración de inexistencia– se deriva de su imposibilidad interna.
Las cuestiones de imposibilidad son, pues, otra cosa. La imposibilidad
de que algo exista sí debería demostrarse, sí que hemos de lidiar
entonces con la carga de la prueba, por contraste con la creencia en la
no existencia, donde tal requisito no debería ser requerido.
De hecho, algunos autores sostienen esa posibilidad
demostrativa en asuntos teológicos: la no existencia de Dios estaría
probada porque Dios es una entidad imposible, y lo es porque la noción
que lo envuelve, si lo envuelve, la de un ser que reúne en grado sumo
todas las perfecciones, es tan inconsistente como la de un triángulo
equilátero con cuatro ángulos desiguales.
No es concebible racionalmente
que algo o alguien pueda ser a la vez omnipotente, omnisciente,
sumamente bueno, justo, compasivo y providencial respecto de los demás
seres libres. Vega apuntaba un posible, aunque por lo demás infrecuente,
desliz teológico: “¿No se les habrá ido la mano a los teólogos que
hablan de un Dios en términos absolutos y positivos, frente a los
místicos y teólogos negativos, que se limitan a negarle las
imperfecciones e impurezas del mundo e incluso las relaciones con él?”
Existen otros planos de aproximación crítica con más
relevancia moral, más anclados en la historia, en la inquietud
existencial, y, si se quiere, algo más laxos. Primo Levi, por ejemplo,
ha apuntado el siguiente. En conversación con Ferdinando Camon,
sostenía:
F.C.: Es decir, Auschwitz es la prueba de no existencia de Dios.
Levi: Existe Auschwitz, por lo tanto, no puede haber Dios.
En el texto mecanografiado de la entrevista, recordaba
Camon, Levi había agregado a lápiz: “No encuentro una solución al
dilema. La busco pero no la encuentro”.
Creación y diseño
Sin embargo, la situación de la creencia religiosa y
los modos de argumentar a su favor y el mismo papel político de la
creencia presentan nuevas y pujantes aristas. Recordemos algunos datos
de la situación en Estados Unidos.
Aun cuando la enseñanza religiosa está prohibida en
las escuelas públicas estadounidenses y en la Constitución americana se
postula una neta separación entre Iglesia y Estado, los creacionistas
convirtieron en una batalla política y constitucional la inclusión de lo
que denominan, en un impropio alarde de creación lingüística, “ciencia
de la creación”, en el currículum científico de las escuelas
norteamericanas.
El darwinismo es una teoría, sostienen, pero es una
teoría entre otras. No menos, admiten a regañadientes, pero tampoco más.
De hecho, en 1981, los Estados de Arkansas y Luisiana
aprobaron leyes para que ambas teorías, la evolucionista y la “teoría”
creacionista, recibieran un tratamiento horario idéntico. La “American
Civil Liberties Unión” emprendió una acción legal contra el consejo de
Educación de Arkansas que llegó al Tribunal Supremo.
El recientemente
fallecido Steven Jay Gould fue citado a declarar en el juicio en calidad
de experto: “Si el juez Scalia tuviera en cuenta nuestras definiciones y
nuestras prácticas, comprendería por qué el creacionismo no puede
acreditarse como ciencia. De paso, también percibiría la emoción de la
evolución y sus evidencias; ninguna persona sensata podría mantenerse
indiferente ante algo tan interesante”.
La sentencia final resolvió prohibir las enseñanzas
de todo tipo de ciencia de la creación o afín en las escuelas de
Arkansas financiadas con dinero público. Argumento central de la
resolución: el creacionismo es una concepción religiosa, no científica.
Desde entonces, muchos creacionistas han fundado escuelas e
instituciones donde poder impartir su “ciencia creativa”.
Pero de nuevo,
en agosto de 1999, el consejo de Educación de Kansas decidió convertir
la religión en una asignatura optativa de acuerdo con los criterios
establecidos para la enseñanza de las disciplinas científicas. La
evolución, por tanto, dejó de estar incluida en las pruebas de todos los
estudiantes de ese Estado. En Kentucky, se suprimió la palabra
“evolución” y se la sustituyó por la expresión “cambio a lo largo del
tiempo”.
Algo más tarde, el 20 de diciembre de 2005, el juez
federal John E. Jones III emitió una importante sentencia en donde
declaraba inconstitucional la decisión de un consejo escolar de Dover,
Pennsylvania, por la que los alumnos de una escuela pública de
secundaria deberían estudiar el “diseño inteligente”, en pie de igualdad
con la teoría de Darwin en las clases de Biología.
El juez recordó que
la Constitución norteamericana prohibía que el Estado hiciera militancia
religiosa. La “teoría” del “diseño inteligente” era asunto de fe, era
religión, y no debía ser enseñada en clases de ciencias.
La actual, masiva y neoconservadora apuesta por la
“teoría” del diseño inteligente presenta nuevos matices respecto a la
anterior oleada creacionista. No se pretende refutar la evolución en
términos generales, simplemente sugieren que algunos procesos biológicos
son demasiado complejos para haberse organizado del modo propuesto por
Darwin o por el darwinismo.
Se trata de un renacimiento, más o menos sofisticado,
del antiguo argumento de William Paley, un filósofo y teólogo
utilitarista británico que vivió en la segunda mitad del XVIII y murió
tres años después de la publicación en 1802 de su Teología Natural.
Su argumento central puede ser expuesto del modo siguiente. Cuando
inspeccionamos un reloj percibimos algo que no descubrimos en una
piedra; sus diversas partes están proyectadas y ensambladas con un
propósito, producir un movimiento regulado para señalar las horas del
día.
La deducción es inevitable: el reloj tiene que haber tenido un
artífice que le diera forma para servir al propósito para el que sirve.
Del mismo modo, las señales del diseño planificado son demasiado
evidentes en la Naturaleza para que puedan ser ignoradas.
Un ejemplo
entre muchos otros: el babirusa, un cerdo salvaje de las Indias
Orientales, señalaba Palley, tiene dos dientes curvados de casi medio
metro de longitud, que crecen hacia atrás, ésta es su singularidad,
desde la mandíbula superior. No tienen estos dientes una función
defensiva ya que ese servicio lo prestan dos colmillos que salen de su
mandíbula inferior.
Puesto que no los usa para defenderse, ¿son esos
dientes una superficialidad, un estorbo, un accidente? No. El babirusa
duerme de pie y para sostener su cabeza engancha sus colmillos
superiores en las ramas de los árboles. No son innecesarios, no son
ningún estorbo. El diseño natural se impone .
Otro ejemplo: Analicemos el desarrollo del ojo. ¿A
quién se le puede ocurrir, preguntan exitosos los “diseñadores”, que esa
maravilla ingenieril pueda ser producto de una serie de imperceptibles
pasos no planificados como sostiene el neodarwinismo? “Sólo un diseñador
inteligente puede haber sido capaz de crear la brillante disposición
adaptativa del cristalino, la apertura variable del iris y un tejido
sensible a la luz de una exquisita sensibilidad, todo eso ubicado,
encima, en una esfera capaz de cambiar de objetivo en una centésima de
segundo y de enviar megabites de información a la corteza visual cada
segundo, de manera continua y durante años”.
Por tanto, se concluye, hay diseño. Todo diseño
presupone un diseñador; ese diseñador tiene que haber sido una poderosa
mente racional. Esa mente es Dios. Los partidarios del diseño o designio
inteligente sostienen que el Universo, la vida y el origen del hombre
son el resultado de acciones racionales emprendidas de forma deliberada
por uno o más agentes inteligentes. Se trata, afirman, de una propuesta
científica legítima, capaz de sustentar un programa de investigación
metodológicamente riguroso.
El debate, muy intenso en Estados Unidos, se ha
extendido a otros países a través de la influencia de iglesias
evangélicas y otros grupos fundamentalistas. La apuesta por el diseñador
natural también se ha convertido en una posición de creciente fuerza en
países latinoamericanos.
La posición mayoritaria defendida por la
Iglesia Católica parece respetar la autonomía de la ciencia y sus
hallazgos. Sin embargo, ha habido pronunciamientos que favorecen el
diseño inteligente por parte de figuras católicas nada marginales, como
el arzobispo de Viena. Para el monseñor vienés, cualquier modo de
pensamiento que niegue o busque desestimar la abrumadora evidencia en
favor del diseño en biología es ideología, no ciencia. ¡Un dirigente de
la Iglesia católica, apostólica y romana que acusa de ideológica, de
no-científica, a una concepción filosófica y metodológica crítica!
Noam Chomsky ha presentado una interesante variante,
el argumento del diseño maligno, que nos retrotrae a transitados pasajes
de Epicuro o del mismo Hume. A diferencia del diseño inteligente, para
el que, en opinión de Chomsky, la evidencia es nula, el diseño maligno
tiene a su favor toneladas de evidencia empírica. Su criterio se basa en
la crueldad del mundo: sólo un diseñador maligno puede haber organizado
un mundo así. Luego, Satán existe.
Creencias, poder eclesiástico y escuelas públicas
De todo lo anterior parece inferirse una tarea
razonable y racional: mantener la creencia en Dios y sus derivaciones
fuera de las instituciones públicas, especialmente en centros de
enseñanza cuya función básica es formar, informar, aprender a distinguir
entre teorías, hechos confirmados y pensamientos desiderativos, entre
tradición y conjeturas razonables, entre ensoñación, consuelos
comprensibles e hipótesis contrastadas.
Richard Dawkins, que ocupa una cátedra de divulgación científica en Oxford y es autor del reciente y exitoso The God Delusion,
ha creado una fundación con el fin de mantener a Dios fuera de las
aulas y evitar que las pseudociencias se hagan fuertes en los colegios.
La Fundación para la Razón y la Ciencia subvencionará libros y y DVDs
para combatir lo que Dawkins denomina un “escándalo educativo” ante el
aumento de “ideas irracionales”.
La fundación también pretende llevar a
cabo investigaciones psicosociológicas para averiguar qué hace que
algunas personas sean más susceptibles a las ideas religiosas que otras y
si estas últimas son además especialmente vulnerables ante determinadas
teorías.
El envite de Dawkins para contrarrestar lo que él
considera el adoctrinamiento religioso de los jóvenes británicos surge
en un momento en el que se ha sabido que docenas de colegios están
usando en las clases de ciencias unos materiales didácticos elaborados
por el grupo “Verdad en la ciencia” que promueven la alternativa
creacionista a la evolución darwinista, valorada por el gobierno
británico como “inadecuada dentro de los planes de estudios de
ciencias”.
Richard Buggs, un portavoz de Truth in Science, ha
declarado que el grupo no estaba atacando la enseñanza de la teoría de
Darwin. “Solamente decimos que también se deberían enseñar las críticas
que se hacen a la teoría de Darwin”. Según Buggs, el diseño inteligente
atiende a las pruebas empíricas en el mundo natural y afirma que eso es
prueba de un diseñador. Es cierto, admite, que si vamos más allá, el
razonamiento se vuelve religioso y el diseño inteligente tiene
implicaciones religiosas.
El Gobierno británico, en un infrecuente
alarde de sensatez, ha dejado claro que “ni el diseño inteligente ni el
creacionismo son teorías científicas reconocidas” y que, por tanto, se
opondrá a su difusión en las instituciones públicas de enseñanza." ( Salvador López Arnal , El Viejo Topo, 25/12/17)
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