"Ocurrió en 2010 tras el hundimiento de la banca. Un puñado de anarco surrealistas se hicieron con el gobierno municipal de Reikiavik
con desternillantes proclamas que abogaban por repartir toallas
gratuitas en las piscinas públicas, la adquisición de un oso polar para
el zoo de la ciudad o mantener el Parlamento limpio de drogas.
Lo que se
intuía un cataclismo político resultó ser un ejercicio de solvencia
democrática; en cuatro años habían saneado el presupuesto de la ciudad y
salvado de la quiebra a la principal compañía energética.
Más allá de la anécdota, el experimento
evidenció que no siempre la veteranía política es garante de una buena
gestión. El ensayista flamenco David Van Reybrouck se ha empeñado en su último ensayo Contra las elecciones. Cómo salvar la democracia
(Taurus) en sacar los colores a toda una élite política que parece no
enterarse muy bien de qué va la vaina.
“A veces me siento como si viera un tren que va a chocarse con otro en cámara lenta mientras buena parte de la clase política mira hacia otro lado y nos dice que todo va bien”. La “inminente” colisión, que Van Reybrouck augura para la próxima década, dará pie a una época de disturbios y turbulencias políticas que afectará a nuestra forma de entender la representación política.
“A veces me siento como si viera un tren que va a chocarse con otro en cámara lenta mientras buena parte de la clase política mira hacia otro lado y nos dice que todo va bien”. La “inminente” colisión, que Van Reybrouck augura para la próxima década, dará pie a una época de disturbios y turbulencias políticas que afectará a nuestra forma de entender la representación política.
Pregunta.- Por momentos parece que predice usted una suerte de “primavera europea”
Respuesta.- Más bien será un largo invierno…
Profecías apocalípticas al margen, la
propuesta de este joven filósofo no se queda en el mero vaticinio, quizá
lo más interesante del libro es el diagnóstico de lo que ha bautizado
como “síndrome de fatiga democrática”, afectación de sintomatología
diversa como la preocupante disminución de votantes —la abstención se
está convirtiendo en la tendencia política más importante de Occidente—,
un incremento de la fluctuación política —no sólo votan menos, sino que
son más volubles— o el descenso en el número de afiliados de los
partidos políticos.
Con todo, y aquí radica quizá una de las paradojas del libro, el anhelo democrático es cada día más fuerte. “Nunca hubo tanta hambre de democracia como hasta ahora, el problema es que la gente, en especial los más jóvenes, han dejado de creer en ella”.
Con todo, y aquí radica quizá una de las paradojas del libro, el anhelo democrático es cada día más fuerte. “Nunca hubo tanta hambre de democracia como hasta ahora, el problema es que la gente, en especial los más jóvenes, han dejado de creer en ella”.
Y
ahí es cuando surge lo que él llama el “fundamentalismo democrático”, o
lo que es lo mismo, entender que las elecciones redimen al sistema de
todos sus pecados. “El germen de las elecciones nunca fue democrático,
las elecciones las crea una élite para sustituir a otra élite y asegurar
que las masas no iban a crear el caos, para ellos democracia era igual a
caos.
No en vano, la palabra élite y elecciones tienen la misma raíz semántica”. En otras palabras, la democracia no es más que una pantomima pergeñada a finales del XVIII que urge actualizar.
No en vano, la palabra élite y elecciones tienen la misma raíz semántica”. En otras palabras, la democracia no es más que una pantomima pergeñada a finales del XVIII que urge actualizar.
“Empieza a ser
peligroso pensar que no hay alternativa a las elecciones dentro de la
democracia”, asegura Van Reybrouck.
Para ello, para actualizar el
procedimiento y dotarlo de mayor legitimidad el filósofo echa mano de
una solución que resulta un tanto provocativa cuando menos: introducir
la elección por sorteo de asambleas deliberativas que designen a los
responsables de la toma de decisiones. “Con las elecciones, pasamos
simplemente de una aristocracia a una aristocracia elegida, de modo que
tiene un origen elitista, el sorteo, en cambio, es el procedimiento de
la democracia”.
Consciente
de la singularidad de su propuesta, el filósofo se escuda en la
historia de la democracia para avalar lo que en un principio pudiera
parecer la típica extravagancia de académico con ínfulas de notoriedad.
“Atenas, Florencia, Venecia… la elección por sorteo, aunque de modos
completamente distintos, forma parte de la esencia de la democracia”,
una naturaleza sobre la que reflexionaron pensadores de la talla de Montesquieu o Rousseau
y de los que el autor se sirve para apoyar su tesis: “Ambos coinciden
en la idea de que el sorteo es más democrático que las elecciones,
entendieron el sorteo como lo que verdaderamente ponía en peligro a la
élite”.
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