"Cuando Madrid está a punto de estrenar una valiente, pionera y amplia restricción del tráfico privado al centro de la ciudad, entrevistamos al ecólogo urbano Salvador Rueda,
que se ha empeñado en rediseñar las ciudades para evitar el fin del
mundo.
Su receta: las supermanzanas. Licenciado en ciencias biológicas y
psicología, las clases de su maestro, el ecólogo Ramón Margalef, le hicieron ver las tramas urbanas como los más complejos ecosistemas que ha creado la especie humana.
Su novedosa visión científica está empezando a aplicarse en las grandes
urbes de todo el mundo en un intento por entenderlas, estructurarlas y
equilibrarlas, pues en ese equilibrio está la habitabilidad, lo más cercano a la felicidad. Además tiene algo claro: “Hay que cambiar el uso del coche en la ciudad. No es necesario cuando hay alternativas. Es posible moverse de otro modo”.
Director de la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona, el famoso ecólogo urbano propone agrupar los barrios en supermanzanas a modo de grandes células donde el tráfico motorizado se reduzca al máximo y los espacios públicos crezcan.
Un modelo urbano pensado para las personas.
Más ecológico, social, abierto, interconectado, sostenible, basado en
el equilibrio ecosistémico, el mismo que rige en la naturaleza.
Urgentemente replicable si de verdad tenemos interés por el futuro
porque, advierte, nos queda poco tiempo.
¿Cómo podemos hacer las ciudades más ecológicas?
Acabo de presentar una carta [Carta para la planificación ecosistémica de las ciudades y metrópolis]
que quiere poner las bases para el diseño de los nuevos desarrollos y
la regeneración de lo ya existente. Las ciudades son las principales
responsables del actual desaguisado ambiental del Planeta. Producen más
del 70% de los gases de efecto invernadero, son las que más suelo ocupan
en el territorio y las que demandan la mayor parte de los recursos. Las
ciudades son la clave. Y las tenemos que repensar.
¿Son el problema o la solución?
Hoy son el problema, mañana tienen que ser la solución
si queremos reducir las incertidumbres actuales y mejorar nuestra
capacidad de anticipación. La posibilidad de asegurar el futuro vendrá
de las ciudades o no vendrá.
¿Nos están matando las ciudades?
Ahora nos están matando. Son causantes de los mayores
impactos en el globo. Se ha extendido la degradación fruto del mal
funcionamiento de las ciudades, el mal diseño y organización de las
mismas, y necesitamos repensarlas profundamente para volvernos a adherir
a las leyes de la naturaleza.
El problema es que la sociedad industrial
quiso jugar a ser dios, modificando las reglas de juego que tiene el
planeta. Y la naturaleza nos ha respondido que, cuando se agoten los
límites, nos vamos a enterar. Nos va a dar una respuesta contundente de
lo que representa que suba el nivel de las aguas, que se deserticen
ciertas áreas, que las temperaturas suban hasta extremos insospechados. Y
eso solo hablando de los efectos del cambio climático, pero podemos
hablar de otras variables que también han sobrepasado la línea roja.
¿Es un problema de diseño de las ciudades o de concepto?
De las dos cosas. La sociedad industrial se ha hecho
una sociedad urbana. Ahora vivimos en las ciudades el 50 % [de la
población mundial], pero dentro de unos años, hacia 2050, se espera que
el 75 % de los seres humanos sean habitantes de las ciudades. Una
sociedad eminentemente urbana. En la ciudad está el problema, pero
también la solución.
Tenemos que incorporar visiones ecosistémicas que
permitan enlazar aquello que proponemos en la planificación y en la
ejecución de la misma, para no sobrepasar aquellos límites que hacen que
los procesos se hagan irreversibles. Pero que nos permitan, de algún
modo, acomodarnos a esas leyes sin que ello suponga ninguna merma de
servicios.
¿Qué cambiaría de las ciudades?
Tenemos que cambiar su morfología, su funcionalidad y
modelos de movilidad, las condiciones de habitabilidad de nuestro
espacio público. Tenemos que saber cuál es la pieza clave en el
desarrollo de la organización urbana, de la mezcla de usos. Debemos
cambiar las reglas de convivencia para que nuestras ciudades estén más
cohesionadas socialmente. Esas son las claves.
¿Cambiarlo todo para que nada cambie?
Esa es una muy buena pregunta. Pero es así.
Necesitamos incorporar la inteligencia, e incluso la sabiduría,
entendiendo que la sabiduría es la inteligencia con memoria y con
sentido común. Cuando incorporas las tres piezas, la resultante son
soluciones que a alguien le pueden parecer tibias, pero que si están
bien planteadas son revolucionarias.
Póngame un ejemplo.
Por ejemplo, la movilidad y el espacio público. La
propuesta de reordenar la circulación con la intención de liberar el 70%
del espacio público que hoy ocupa la movilidad. Es factible hacerlo con
una reducción, en el caso de Barcelona, de solo un 13% menos de coches
circulando. Con lo cual la podemos hacer habitable. Muchísimo más
habitable.
En el momento en que reducimos el 13% [de coches], quiere
decir que las condiciones de vida de esas personas que vivan en la
periferia de esas supermanzanas serán las mismas que tienen hoy o
similares. Pero hemos de ir más allá o no lograremos reducir la
contaminación atmosférica a los niveles que necesitamos.
Y en el caso de
Barcelona ponemos como meta un 21% en lugar de un 13%. De esta forma
los niveles de contaminación atmosférica estarán por debajo de los que
marca la legislación europea. Y eso supondrá que las condiciones
ambientales y urbanas de las personas que vivan en la periferia con un
21% menos de coches serán mucho mejores que las que tienen ahora.
¿Y cómo se consigue algo así? ¿Apostando por el transporte público?
No. Se consigue con una panoplia de propuestas, pero
la principal es la redefinición de una red ortogonal de vías en donde se
generan unas células de unos 400 por 400 metros en cuyo interior se
libera el espacio para usos distintos al de la movilidad, que se
restringe fundamentalmente a las periferias de esas células. Y eso con
un coste en el cambio relativamente pequeño, porque reduciendo un 13% de
coches conseguimos un mismo servicio de tráfico. Garantizamos la
funcionalidad. Garantizamos la organización urbana. Pero liberamos el
70% del espacio. Parece como magia, ¿no?
Es lo que usted llama “supermanzanas”. ¿Pero es algo posible o tan solo es una teoría?
Eso es posible mañana en Barcelona. En Madrid no sé
cuál es el porcentaje. En Vitoria es el 8% [menos de coches]. Y
conseguimos lo mismo. Conseguimos que la ciudad sea para el ciudadano.
Ahora mismo, todos los que planifican hablan de crear áreas peatonales,
sin darse cuenta de que el peatón es un modo de transporte.
Necesitamos
que sean ciudadanos y no solo peatones. Que puedan utilizar el espacio
para el entretenimiento, ver a los niños jugando en la calle sin
peligro. Que el ciego, la persona que no ve, pueda andar y deambular sin
miedo, porque las velocidades internas de las supermanzanas no pueden
sobrepasar los 10 kilómetros por hora; velocidad que hace compatible el
conjunto de usos y de intereses. Necesitamos garantizar los derechos de
intercambio. El mercado es el que hace ciudad en gran medida. Pero no
solo es la venta de frutas y verduras. Hay millones de cosas para
intercambiar en la ciudad, desde cromos hasta el pan o el hecho de
tomarte una cerveza en una terraza.
Garantizar el derecho a la cultura,
al arte y al conocimiento en el espacio público. Y el derecho a la
democracia, de nuevo al ágora, a la posibilidad de expresarse la gente. A
todo eso tenemos derecho y, además, a movimientos alternativos a pie y
en bicicleta. Funciona porque garantizas la funcionalidad del sistema.
¿Lo están aplicando ya en Barcelona?
En Barcelona hemos hecho una nueva red de transporte
público, pero fundamentalmente hemos cambiado toda la red de autobuses.
Pasamos de 84 a 28 líneas, con frecuencias de cuatro a cinco minutos en
toda la ciudad y una espera media de dos minutos, pero como el reloj
mental de una espera es de dos minutos, en realidad no esperas. La
distancia desde cualquier punto a las paradas se ha reducido.
Todo el
mundo tiene ahora mejor acceso a esta red, 30.000 personas más. Y eso
permite que, vivas donde vivas, tienes el mismo servicio. También es
básico contar con una nueva red de bicicletas que sea completa para toda
la ciudad. Cuando tú tienes todas las alternativas, luego puedes pedir
sacrificios a la población, pero si no las tienes no puedes.
¿Es rentable ese nuevo modelo?
Una medida que es clave en cualquier proceso de
planificación es entender que el órgano más sensible de la especie
humana es su bolsillo. [Se ríe]. Con unos pocos céntimos somos capaces
de reducir un número brutal de vehículos circulando cuando los aplicamos
al aparcamiento. Brutales. No hay medida mejor. La gente se va
acomodando a estos cambios, poco a poco. Y al final consigues cambiarlo
todo sin que parezca que hayas cambiado nada.
Suena un
poco ingenuo pensar que un buen diseño puede cambiar el mundo cuando no
se cambian también las estructuras económicas y de poder.
El tema está claro. Esto es una guerra de intereses.
Yo soy un servidor público. A mí me interesa la ciudad. Cuando a mí me
contratan para trabajar en una ciudad, yo les digo a los políticos que
no trabajo para ellos. Yo trabajo para los ciudadanos. Para los que les
han votado y para los otros también.
¿Qué ocurre? Que los intereses
económicos, por su propia definición, son intereses privados. Y por lo
tanto no tienen en su ADN la necesidad de incorporar los criterios, los
principios y los objetivos de lo público. Van a ganar dinero. Lo público
está, precisamente, para que ganando ellos dinero, no suponga una merma
de la calidad urbana y de vida de sus habitantes. Yo hoy no estoy
diciendo que no se hagan coches.
Mañana no lo sé, pero hoy lo que estoy
diciendo es que hay que cambiar el uso del coche en la ciudad. Que no es
necesario cuando hay alternativas. Que es posible moverse de otro modo
de una forma competitiva respecto al uso del coche. Pero hay que poner
la infraestructura y diseñar los elementos que permitan que eso sea así.
Y hay que hacer una apuesta pública por lo que es público, que es el
derecho de todas las personas a acceder a la ciudad.
Usted ha sido discípulo de Ramón Margalef. Como ecólogo, ¿cree que la ciencia puede ayudarnos a mejorar las ciudades?
Entendiendo que una buena teoría es la mejor
práctica, tiene que venir sobre bases a ser posible científicas. No por
nada, sino porque la ciencia lo que busca es conocer las regularidades
que se producen de un determinado fenómeno, y define el sistema de
clasificación que nos permite encajar todas las piezas y poder avanzar
en el proceso de conocimiento cuando alguna pieza no encaja y se generan
nuevos paradigmas.
Mi inicio teórico empieza con la ecología académica.
Cuando necesitas tener marcos de referencia que te permitan ligar las
variables, y en el caso de la ecología, ligarlas de manera integrada.
Porque la ecología es la ciencia que estudia los ecosistemas. Y fuera de
los sistemas no hay nada. La ciudad es el ecosistema más complejo que
ha creado la especie humana.
A pesar
de toda la información que maneja, o precisamente por eso mismo, usted
se declara un pesimista activo. ¿Ve muy negro el futuro?
Muy mal. Yo soy un optimista redomado en la acción,
pero la información que tengo solo me permite ser pesimista a partir de
la constatación y la evolución de las variables que he ido siguiendo a
lo largo de 40 años. Creo y espero que reaccionemos ante una catástrofe,
pero la catástrofe viene sí o sí. Fruto de los impactos que generamos
en la Tierra, esa catástrofe vendrá por la mucha gente que tendrá que
moverse de lugar. Migraciones que no serán como las de hoy: serán
masivas. Y ese movimiento generará cortocircuitos de materiales y de
energía. Y la primera víctima será la organización.
Suena terrible…
Creo que estamos en una situación de riesgo muy
elevada, y que la solución está en buena medida en cómo diseñemos las
ciudades del futuro. En el caso de África se espera que en 20 años
crezca la población en 2.000 millones de personas. Mi pregunta es dónde
van a ir esas personas si no hay organización, no hay ciudad para
acogerlas.
Pero tienen que sobrevivir. No podemos levantar muros.
Tenemos que empezar a rediseñar las ciudades, a construir aquellas
ciudades que permitan que esas personas puedan vivir en buenas
condiciones en ellas. Y estoy hablando de 20 años. Si eso no es
incierto, que venga Dios y lo vea.
¿A qué esperamos para tomarnos todo esto en serio?
Que nadie crea que si no se repiensan las ciudades
hay futuro. No lo hay. Aunque se pongan las naciones de acuerdo ¿Para
hacer qué? La gente tiene que vivir. ¿Y dónde vive? ¿Cuáles son los
flujos, los recursos? Tiene que ser en ciudades. ¿Y qué ciudades? Esa es
la cuestión. No hay más vuelta de hoja.
Con la Carta para la planificación ecosistémica de las ciudades y metrópolis
que en mayo pasado presenté en Barcelona, propongo crear una comunidad
que desde abajo vaya sumando apoyos. Y que esa suma sea tan potente,
genere tantos instrumentos, metodologías, soluciones de carácter legal y
académico, que permita aflorar desde abajo lo que los políticos nunca
van a aprobar porque están al servicio de los intereses económicos. Y
como he dicho al principio, nunca van a apostar, digo nunca es nunca,
por el bien común.
Aunque lo vistan como quieran y le pongan la etiqueta
de ecológico, de sostenible, de verde. No sé cuál será la próxima
palabra que se van a inventar, me parece que será la resiliencia. Es
igual. Al final nos querrán vender la moto para beneficiar intereses
espurios. Y lo que nos estamos jugando es bastante más serio que esa
puesta en escena del mundo económico por la ecología." (Entrevista al ecólogo Salvador Rueda, Publico, 20/11/18)
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