"Nancy MacLean se encontró un tesoro por casualidad. La
prestigiosa historiadora americana, profesora de Historia y Políticas
Públicas en la Universidad de Duke, buceaba en un oscuro archivo de la
Universidad George Mason, en Virginia, cuando dio con la hoja de ruta de
la Revolución Conservadora en Estados Unidos.
MacLean es una
historiadora ecléctica: en su primer libro, Behind the Mask of Chivalry
(1994), exploraba la formación y auge del Ku Kux Klan a principios del
siglo XX a través de su discurso no sólo racista sino también anti
establishment y pro familia. Su segundo libro, Freedom is not Enough
(2006), compone un valiente trabajo sobre la lucha por la igualdad a
partir de los años 50, principalmente en los puestos de trabajo de las
mujeres, los afroamericanos y las comunidades latinas.
Siguiendo esa
línea de demarcación que atravesaba la raza, el género, el trabajo y los
movimientos sociales, MacLean publicó en 2017 un volumen explosivo que
mezcla la historia con el análisis económico y el periodismo de
investigación. En Democracy in Chains cristalizan, en
el fondo, todas sus preocupaciones sobre la derecha reaccionaria, que
ataca desde su raíz misma. A través de la figura del premio Nobel de
Economía James M. Buchanan, en cuyo archivo secreto terminó MacLean casi
por accidente, el libro despliega con brillantez el tablero de juego
del conservadurismo moderno y su estrategia desde la posguerra.
MacLean
alerta no solo sobre su astuta propaganda, sino también sobre secretas
maniobras antidemocráticas de las élites libertarias que han armado
ideológicamente el conservadurismo anti establishment del partido
republicano, y así hasta la victoria de Donald Trump. Lo que parece una
anomalía a brocha gorda, mirado con los ojos de McLean se revela como
resultado de una estrategia de décadas. Siempre ganan los hermanos Koch.
Su exploración de la derecha estadounidense empieza con un
repaso a la historia reciente de ataques militantes de la derecha contra
los sindicatos y el estado de bienestar en Estados Unidos. Hubo muchos,
dentro y fuera de EE.UU., que vieron la victoria de Trump como una
suerte de anomalía y se preguntaban entonces: “¿De dónde sale todo este
vigor ideológico de la derecha?” ¿Podría hacer un repaso a esa historia
reciente de lo que viene ocurriendo en Estados Unidos?
Muchos estadounidenses no empezaron a tomarse en serio todo esto
hasta que Trump salió elegido, lo cual les sumió en un tremendo shock.
Ahora le prestan más atención a la política. Veo a Trump como el
síntoma, mórbido si se me permite, de un problema que lleva cociéndose
mucho tiempo.
Es inconcebible que Trump pudiera haber alcanzado la
presidencia sin el trabajo previo de toda una serie de intelectuales y
de una red de financiación bien urdida durante muchos años para
transformar las instituciones de Estados Unidos.
Incluso si hablamos en concreto de la elección de Trump, toda esta
red preparó el terreno al presentar tenaz y concienzudamente al Estado
como una ciénaga que había que limpiar, al hacer que fuese tomando peso
la idea de que no hay nada que merezca ser preservado en Washington,
nuestra capital, y que los grupos de interés campan a sus anchas allí,
desangrando al contribuyente.
Por supuesto que hay muchísimas
corporaciones, pero esta red ha trabajado duro para, precisamente, abrir
el grifo del dinero corporativo y que este pueda inundar la política,
así que estamos hablando de algo completamente diferente.
Para entender ese proyecto, menciona como clave la vida y
obra del economista James McGill Buchanan. ¿Quién fue Buchanan? ¿Qué
importancia tiene su figura dentro del forjamiento de la derecha
neoliberal?
Quizá haya oído hablar de la Sociedad Mont Pelerin, que promovió este
pensamiento radical de libre mercado. Yo lo defino como el proyecto
supremacista de los propietarios o supremacista del capital. La Sociedad
Mont Pelerin se fundó en 1947, cuando Buchanan estaba terminando sus
estudios en la Universidad de Chicago, al albur de los fundadores del
proyecto, Friedrich Hayek, Milton Friedman, Frank Knight y algunos
otros. Buchanan formaba parte sin duda de ese proyecto radical de libre
mercado, pero era una figura mucho más oscura que, por ejemplo,
Friedman. Pienso en ellos como el ying y el yang de esta causa.
Friedman
era el tipo afable y dicharachero al que le gustaba hablar de las
grandes virtudes del libre mercado y de cómo a todos nos iría mejor si
tuviéramos la libertad de escoger, etcétera. Siempre estaba en la esfera
pública. Buchanan era una figura que se movía mucho más en las sombras,
contento con trabajar en el mundo académico, entre bambalinas, lidiando
con compañías, grandes donantes de la derecha y demás. Quería cambiar
la manera de pensar de la gente respecto del Estado. Quería demostrar el
fracaso del Estado. Estaba decidido a desenmascarar a figuras públicas y
probar que no les movía el bien común o los intereses de los
ciudadanos.
Hay algo que une a la gente como el multimillonario Charles Koch, que
tiene una empresa multinacional y los agentes políticos a los que paga,
la red de donantes que gestiona, instituciones como el CATO Institute,
la Heritage Foundation, la Atlas Network y los académicos juristas,
economistas y científicos políticos a los que financia: no tienen ningún
respeto a la Historia.
De modo que dejaron abandonado un enorme archivo con documentos y
pruebas de todas sus campañas estratégicas.
Se mudaron de la Universidad
George Mason a un edificio moderno de cristal más cerca de Washington y
dejaron todo eso. Yo había descubierto, en otro proyecto de
investigación, cosas sobre Buchanan en el contexto de la época de la
batalla por los derechos civiles en Virginia que me habían dejado tan
helada.
Me dejaba estupefacta que la gente que decía estar a favor de
una sociedad libre fuera cómplice de fuerzas archi-segregacionistas sin
inmutarse. Y este proyecto se alineaba perfectamente con aquel. Así que
no pude dejarlo de lado. Llegar a aquel archivo y descubrir todo aquello
fue como una bomba… Todo lo que sospechaba se confirmó.
Describe en su trabajo como el multimillonario financiador de
campañas conservadoras Charles Koch encontró en Buchanan el sistema de
ideas que llevaba tanto tiempo buscando para transformar América. Parece
que Koch, más allá de su propio interés de clase, cree de verdad en
esas ideas. ¿Cómo forjaron Koch y Buchanan una alianza para desarrollar
una estrategia para lo que usted define como “salvar permanentemente al
capitalismo de la democracia”? ¿Mediante qué instituciones o redes
trabajaron juntos para hacer realidad ese proyecto?
Creo que Charles Koch ha sido subestimado sumamente por sus críticos.
Estamos ante alguien que ha sido capaz de tejer una red de donantes
para campañas, que tiene la audaz ambición de transformar no sólo la
política estadounidense, sino también la de otros países del mundo. Ha
incrementado el tamaño de la empresa que heredó de su padre entre un mil
y un cinco mil porciento. Ahora opera en sesenta países.
Tiene tres
títulos de ingeniería del MIT, la universidad de élite tecnológica del
país. Es un hombre muy inteligente, al que no deberíamos subestimar, que
siempre ha sabido jugar a largo plazo. Mucha gente de izquierdas,
desgraciadamente, piensa en lo que dijo no sé quién ayer y que sale hoy
en las noticias, pero no a diez, veinte, treinta años vista. Koch sí lo
hace.
A finales de los 60, empezó a financiar el trabajo de intelectuales y
académicos que, pensaba, podrían ayudarle a abrir camino con sus ideas.
Cuando donó sus primeros diez millones de dólares a la Universidad
George Mason, donde estaba Buchanan, dijo que llevaba tres décadas
financiando a toda una serie de intelectuales, en busca de la
“tecnología” que necesitaba. Cuando hablaba de tecnología –hay que
recordar que se trata de un hombre con tres títulos del MIT— se refería
al poder transformador de las ideas.
Y al dar con Buchanan, supo que la
había encontrado. De modo que cuando dio su primer donativo, dijo:
“Quiero dar rienda suelta al tipo de fuerzas que impulsaron a Colón
hasta sus descubrimientos”. También se ha comparado a sí mismo con
Martín Lutero. La relación, el conocimiento, se remonta bastante más,
pero la verdadera conexión arranca en todo su esplendor a finales de los
90.
Hemos hablado bastante sobre cuestiones raciales y
educativas, pero también cabe resaltar la importancia los sindicatos en
esta historia. ¿Qué papel jugaron los sindicatos en el desarrollo de las
ideas de Buchanan y en el impulso de Koch y el resto de donantes de su
investigación? ¿Cómo de explícito fue su empeño en derrotar a los
sindicatos? ¿Y cómo de exitoso?
Para Buchanan, los sindicatos no fueron un uno de los elementos
centrales de su trabajo. Al haberse centrado en finanzas públicas, se
fijaba más en cuestiones de ingresos estatales, de cargas impositivas y
gasto público. Pero siempre fue muy anti sindicatos. Hay que recordar
que los sindicatos estadounidenses de mitad de siglo eran muy poderosos.
Consiguieron amasar suficiente poder como para marcar la agenda pública
y hacer que los empresarios, o por lo menos los grandes empresarios,
tuvieran que cambiar su comportamiento. Establecieron un suelo salarial.
Dieron más poder a la gente. Y Buchanan y sus centros de estudios
entendían eso y se oponían férreamente a los sindicatos.
A partir de los años setenta, llegó a decir en un buen número de
contextos que los empleados públicos no deberían tener derecho al voto,
porque eso afectaría las condiciones de su trabajo. Por supuesto, no
defiende que los directores ejecutivos de las empresas pierdan el
derecho al voto, porque eso afecta a las operaciones de sus empresas. Es
un argumento con el que solo apunta a la izquierda.
Ha hecho alusión a la inconsistencia argumental de ser muy
partidarios de la “libertad económica”, como la llaman, pero a la vez no
tener problema alguno en apoyar regímenes o políticas autoritarias. Hay
un par de episodios especialmente significativos a este respecto: la
represión a los movimientos estudiantiles de los sesenta, liderados,
entre otros, por Angela Davis en California y la relación del movimiento
con el Chile de Pinochet. ¿Qué demuestran para usted estos episodios?
Lo que he aprendido investigando este asunto es que el tipo de
libertad que más les importa a los arquitectos de esta causa son, en
realidad, una serie muy concreta de libertades económicas de ciertos
actores. Invertir, consumir, producir, ser libre del yugo de los
impuestos. Pero la mayoría de libertades que nos importan a los seres
humanos, como la libertad política, o el derecho de organizarnos, esas
no les conciernen.
Buchanan lo dejó muy claro en su reacción a las revueltas
estudiantiles de los sesenta. En sus archivos, lo encontré aconsejando a
los líderes universitarios que utilizaran la violencia contra los
manifestantes y recriminándoles que no demostrasen “coraje estratégico”.
Tenían que ser mucho más represivos; castigar a los manifestantes.
Ensañarse con gente como Angela Davis.
Se ha escrito mucho sobre los viajes de Milton Friedman a Chile en
1975, apenas dos años después del golpe. Para entonces ya llegaban las
noticias horribles sobre lo que allí sucedía. Chile se estaba
convirtiendo en un paria por culpa de las violaciones de derechos
humanos de la dictadura. Pero Buchanan fue en 1980.
Después de que se
purgasen las universidades y de toda una infinidad de barbaridades sobre
las que Buchanan tuvo que hacer la vista gorda. Todo para cumplir su
sueño de asesorar a la dictadura y sus aliados civiles sobre cómo
solidificar las reformas posteriores al golpe con una constitución que
los hiciera irrevocables.
En su trabajo se detalla cómo el de Koch-Buchanan es en
realidad un proyecto revolucionario que, siendo minoritario, necesitaba
anclarse tanto en el conservadurismo tradicional estadounidense como en
la derecha religiosa. ¿Cómo emergió dicha alianza y qué enseñanzas
podemos extraer de ellas para el presente?
Murray Rothbard, el economista de la escuela austríaca, le insistió a
Charles Koch en que leyera a Lenin para entender cómo una minoría podía
lograr llevar a cabo una revolución sin necesidad de la mayoría. Y Koch
cita a Lenin en uno de sus libros como un autor que ha influido en su
pensamiento. Está claro que, para ellos, no iba a ser una revolución
violenta, porque tienen tanto dinero que no les hace falta.
Pueden
hacerla por otros medios. Pero, sin duda, es un proyecto revolucionario.
Creo que han transformado el Partido Republicano en una especie de
Partido Leninista Libertario de Derechas, en el que la disciplina es
extraordinaria en asuntos como el cambio climático o la sanidad. No hay
duda en que es revolucionario.
Sobre la derecha religiosa, lo interesante es que es lo que les
permite avanzar políticamente con su proyecto. Los libertarios de
derecha representan sólo el tres o el cuatro por ciento del electorado
estadounidense, algo absolutamente inerme. Pero la derecha religiosa, en
especial la derecha evangélica protestante, es eminentemente fácil de
cooptar. Sus líderes, al menos, lo han sido. Se han movido con mucha
astucia.
Koch sabe que hay ciertas concesiones que estos grupos buscan
de un gobierno de derechas, incluidas las que ahora vemos que aprueba
Trump: financiación para colegios cristianos, exenciones de cumplir con
ciertas normas en base a valores cristianos. Saben perfectamente cómo
capturar a esos votantes religiosos. Lo hacen de muchísimas maneras. En
el fondo, es la misma estrategia que seguía Buchanan y su grupo en
Virginia en los 60.
Él estuvo dispuesto a usar el supremacismo blanco
para hacer valer su proyecto de supremacía de los dueños del capital.
Hoy en día se cierra el círculo cuando vemos que la gente está dispuesta
a usar los prejuicios contra las lesbianas, los gays, los transexuales o
los inmigrantes para solidificar la misma
agenda.
Si hay una palabra que une a toda la gente que describe es la libertad. ¿Qué significa para ellos, en su opinión?
La respuesta breve es que su libertad extinguiría las libertades de la mayoría de nosotros. En inglés, liberty, a diferencia de freedom,
se utiliza en el sentido en el que la empleaba John C. Calhoun, para
defender la esclavitud, o para defender los derechos de propiedad por
encima de la libertad, pongamos, de los trabajadores para organizarse
colectivamente. O de la gente transexual para utilizar el baño que
corresponde con su género. Nuestras libertades, han concluido,
interfieren con su libertad; su libertad económica.
Si uno lee su libro, escrito antes de las elecciones de 2016,
podría pensar que el presidente de Estados Unidos a finales de la
década de los 2010 es Jeb Bush o Ted Cruz. ¿Cómo lee la elección de
Trump en este contexto? O el hecho de que Trump lograse la nominación
del Partido Republicano en primera instancia, que es incluso más
sorprendente que su elección, a la luz de su trabajo.
No es concebible que Donald Trump hubiera llegado a la Casa Blanca
sin el trabajo previo de esta causa. Ellos sentaron los cimientos en un
sinfín de maneras, a través del cinismo prevalente y tóxico que
cultivaron en la opinión pública sobre el Estado, cómo funciona y a qué
intereses responde. Pero también es cierto que la Red de Financiación
Koch había trabajado con tanto ahínco dentro del Partido Republicano
para hacerlo el vehículo de entrega de estas ideas que habían preparado a
todos los otros favoritos en las primarias para esta causa y se habían
asegurado de su obediencia, en contradicción directa con lo que quiere
la mayor parte del electorado.
Los votantes republicanos vieron a todos
los favoritos por un lado y por otro, a Trump, que decía: “Estas son
marionetas de los Koch. Están a su servicio”. Y eligieron a Trump.
Ahora bien, desde que fue elegido, Trump se ha demostrado decidido a
impulsar la agenda de los donantes de la red Koch, dejando de lado lo
que le prometió a la gente. El 70% de sus nombramientos vienen de la Red
Koch.
Ha llenado las agencias gubernamentales y secretarías de Estado
de gente que viene de esa red, en especial la Agencia de Protección
Medioambiental, pero también el Departamento de Trabajo, el de Interior,
y otros lugares estratégicos en los que los Koch y sus donantes tienen
agentes nombrados por Trump.
Aunque perdieron, terminaron ganando.
Ni siquiera tengo tan claro que perdieran. Creo que queda mucho por
saber sobre cómo Trump llegó a la Casa Blanca. Pero aunque no lo
quisieran ni tuvieran nada que ver con ello, lo que importa es que se
han ajustado perfectamente y lo han rodeado de sus aliados, empezando
por Pence.
Como ha dicho, Trump aún candidato insistía una y otra vez en
que él no necesitaba el dinero de grandes empresas para su campaña. Eso
parece romper con el modelo de los Koch. ¿En qué medida cree que Trump
representa una ruptura con el conservadurismo “tradicional”?
Seamos claros sobre dos asuntos: en primer lugar, Donald Trump no
tenía cómo movilizar el voto en la jornada electoral. Nunca hubiera sido
elegido sin que el grupo de los Koch, Americans for Prosperity,
asegurase la movilización de las bases republicanas y su red de donantes
inyectase de dinero las campañas para el Congreso o cargos secundarios,
surtiéndoles de la base de datos de votantes más sofisticada que
existe, la llamada i360.
En segundo lugar, Charles Koch no es en absoluto un conservador
“tradicional”. Es un radical libertario, un reaccionario cuya red está
financiando un aparato para deshacer un siglo de victorias populares
democráticas. No se puede entender la crisis de la democracia
estadounidense que vivimos si seguimos pensando en que el
conservadurismo o el Partido Republicano son lo que un día fueron.
La
elección de Trump es fruto de una ofensiva desbocada durante décadas –en
especial desde 2010— de las ideas de Buchanan. Buchanan llamaba a la
mayoría de votantes “parásitos” que “toman como presa” a los demás. Y
esta noción es ahora mayoritaria en la derecha. Pero eso es sólo una
parte de cómo el proyecto Buchanan-Koch nos trajo a Trump.
La otra parte
es que la red de financieros de los Koch impuso su agenda en el Partido
Republicano tan insaciablemente que Trump se convirtió en el único
candidato al que los votantes republicanos leales podían apoyar si no
querían los cambios radicales en Seguridad Social, atención sanitaria,
educación y demás a los que se habían plegado el resto de favoritos,
bajo presión de la red Koch.
Seguimos creyendo, como país, que existe un Partido Republicano, con
sus propias tradiciones, su toma de decisiones interna y su rendición de
cuentas a los votantes. Pero eso se acabó. Ya no hay nada del Grand Old Party,
el Partido Republicano de toda nuestra historia. Ese partido lo ha
tomado por asalto la derecha libertaria, financiada por
multimillonarios.
En torno a la guerra comercial declarada a China por parte
del presidente o los eventos recientes han llevado a muchos a sugerir un
conflicto entre Trump y los Koch. ¿Qué les une y qué les separa?
¿Podrían llegar a ser los Koch arquitectos del derrocamiento de Trump?
Charles Koch expresó su desdén personal hacia Trump en 2016,
llegándole a llamar “un monstruo”. Dudo que le invitase a cenar jamás.
Pero, en lo sustantivo, Koch se ha felicitado en dos en cumbres de
donantes de lo muchísimo que han progresado a la hora de aprobar su
agenda, en especial en el último año, área por área, desde terminar con
las políticas de acción contra el cambio climático hasta el diseño de
una ley fiscal al más puro estilo Buchanan.
Así que están logrando, quizá, el noventa por ciento de lo que
quieren. Eso pone la cuestión del comercio en perspectiva. Creo que
deberíamos prestar atención al juego a largo plazo de la derecha
liderada por los Koch, y no distraernos con cuestiones que, desde el
punto de vista de la Historia, serán pequeñas trifulcas comparadas con
la gran narrativa." (Entrevista a Nancy K. Maclean / Historiadora, CTXT, 12/12/18)
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