"Paul Iano, estadounidense, trabajó durante tres meses
para Glovo en País Vasco. Lo hizo para conocer desde dentro las
condiciones laborales de un tipo de empresa con una forma de
funcionamiento ya habitual en Estados Unidos en el que se externalizan
los costes y se quedan solo con el beneficio.
Estoy esperando en la puerta de un elegante restaurante de hamburguesas
fumando un cigarrillo. Reviso mi teléfono una y otra vez, observando
cómo el reloj avanza constantemente. Llevo aquí ya una hora y me pagan
cinco céntimos por cada minuto que espero a que un par de hamburguesas
salgan de la cocina en una bolsa de papel marrón, momento en el que seré
libre para hacer la única cosa que disfruto de este trabajo: montar en
bici a una velocidad temeraria de noche por la ciudad.
Esta es la segunda vez que he estado aquí esta noche.
Después, cuando haga un recuento rápido, me encontraré con que solo he
pasado 70 de un total de 200 minutos haciendo mi trabajo: ir en bici e
interactuar con los clientes. Los otros 130 minutos se han ido así,
esperando comida. Esta ha resultado ser la parte principal de trabajar
para Glovo: la espera.
Funciona así. Unos días antes te registras para hacer
las horas que quieras esa semana. Si eres nuevo, solo vas a tener turnos
de tarde, y la mayoría de ellos en fin de semana. Una vez que comienza
el turno, esperas un pedido, lo que puede llevar un rato. Después, vas
en bici al sitio. Y esperas a que preparen la comida, normalmente entre
10 minutos y una hora, dependiendo de la hora, del día y del
restaurante.
Una vez que la comida llega, le haces una foto a la factura
y te pones en marcha hacia la casa del cliente, a menudo atravesando
gran parte de la ciudad. Cuando llegas, el cliente firma en la
aplicación que tienes en el móvil con su dedo, le das la comida y
vuelves a la calle para esperar el siguiente pedido. Si no es un horario
de mucha demanda, lo más seguro es que acabes llegando al centro antes
de que te toque otro encargo, ya que los pedidos se reparten en base a
la proximidad al lugar de recogida.
En teoría, puedes elegir “libremente” las horas de
trabajo, y no hay consecuencias si cambias de opinión, incluso a mitad
de turno. Pero, en realidad, casi lo único que hacemos es entregar
comida y la gente solo quiere que se le entregue comida a determinadas
horas. Por definición, esto significa que las horas de trabajo están más
o menos predeterminadas, y son aquellas en las que preferirías estar
relajándote con los amigos.
Aunque es verdad que puedes cambiar de
opinión, si lo haces muy a menudo tu “puntuación de excelencia” comienza
a decaer, algo que afecta a la cantidad de horas que puedes trabajar y a
la probabilidad de que recibas pedidos durante tu turno.
Dicen que podemos aceptar o rechazar pedidos, pero
hacen todo lo posible para que activemos el “asignación automática”. Si
elegimos no activar esta función, rápidamente perderemos puntos en
nuestra puntuación de excelencia. Los pedidos solo aparecen en horas de
alta demanda, y parece que los pedidos se le aparecen primero a quienes
tienen activada la “asignación automática”.
Por otro lado, si la
activas, los pedidos fácilmente aparecen en tu teléfono, y, por alguna
razón, los peores pedidos, con los tiempos de espera más largos, siempre
parecen que llegan cuando tu turno está por terminar. Más que libertad,
es una cuestión de elección; la elección de hacer exactamente lo que la
empresa quiere, o perder tiempo y dinero. Pero el término libertad
suena mucho mejor desde una perspectiva de marketing.
Incluso teniendo en cuenta todo esto, hasta ahora
había sido sorprendentemente feliz con este trabajo. Me había inscrito
como "colaborador" de Glovo para investigar la realidad de ser un
trabajador a pedido en una de las empresas de más rápido crecimiento en
España. Pero, como me gusta montar en bici y no lo había hecho mucho
últimamente, resultó que me lo pasé realmente bien.
Al mismo tiempo, me
costó entender cómo mis nuevos compañeros se lo montaban para llegar a
fin de mes con este sistema. Yo no tengo una familia que mantener, ni
una hipoteca que pagar, y trabajando todos los días de la semana en un
trabajo físicamente exigente no me llegaba para cobrar mucho más que en
mi trabajo anterior, enseñando inglés a tiempo parcial. Parecía una
manera difícil de ganarse la vida, incluso aunque este trabajo te
permita ahorrarte el gimnasio.
Algunas cosas influyeron en mi decisión de investigar
Glovo. Vengo de Estados Unidos, pero me fui de allí hace unos ocho años.
Fui parte de la primera generación de un “mundo feliz” de niños
tecnológicos. Vimos cómo Facebook se convirtió en una marca conocida,
cómo los Apple Ipods se transformaron en Iphones y cómo Netflix
reemplazó a la televisión de la sala de estar.
Pero me fui antes de que
la cobertura de datos móviles y los teléfonos inteligentes cada vez más
sofisticados permitieran que echaran raíces en la sociedad todas las
posibilidades de un estilo de vida basado en las aplicaciones. Cuando
era pequeño, internet era una nueva y sofisticada forma de buscar ayuda
con las tareas de la escuela secundaria y jugar gratis en línea.
Para
cuando me fui, los primeros signos de una transformación en el tejido
social y laboral estadounidense habían comenzado a hacerse visibles. Los
cambios destructivos precipitados y alentados por las compañías
tecnológicas y la gig economy son factores
importantes en la calidad de vida decreciente que elegí dejar atrás, y
su ausencia aquí es parte de lo que protege la impresionante calidad de
vida de la que disfruto ahora.
Viviendo aquí, en el País Vasco, me siento obligado a
llamar la atención sobre Glovo y sus similares. Aquí hay un fuerte
sentido de la excepcionalidad y no siempre un gran entendimiento de las
tendencias internacionales, lo que hace que la gente realmente se
sorprenda cuando describo algunas de las condiciones de vida en los
Estados Unidos modernos: altos costos, 60 horas de trabajo a la semana y
una generalmente miserable calidad de vida.
En la tierra de las
oportunidades, los maestros de escuelas primarias y secundarias necesitan un segundo y tercer empleo para pagar el alquiler, las personas con enfermedad mental no reciben tratamiento —ya que millones de personas carecen de cualquier tipo de cobertura médica— y los asegurados pagan al menos 500 dólares al mes por pólizas familiares que apenas cubren lo básico. Las vacaciones y la jubilación son prácticamente desconocidos, se espera que los empleados respondan correos electrónicos y llamadas laborales a cualquier hora, las familias con empleo completo no pueden pagar el cuidado infantil y la educación superior cuesta entre 20.000 y 40.000 dólares al año
de media.
En las áreas o regiones rurales aisladas, a las que la
economía ha dejado atrás a medida que el trabajo tecnológico reemplazaba
a las fábricas, no suele haber trabajo. En las zonas urbanas ricas
donde el dinero de la tecnología se congrega, hay mucha oferta de
trabajo, pero las condiciones impuestas a la clase trabajadora suelen
ser sombrías o absurdas, e incluso con salarios altos, largas horas y
múltiples empleos no se llega para mantener el ritmo de las crecientes
rentas.
En el País Vasco, sin embargo, los sindicatos y la
mano de obra especializada han retrasado mucho este proceso. Desde aquí
puede ser difícil ver el peligro planteado por un grupo de bicicleteros
con mochilas amarillas. Pero los grandes cambios siempre comienzan con
pasos pequeños, casi imperceptibles, que lentamente normalizan un nuevo
estatus quo. Como estadounidense que vive en el País Vasco, decidí que
no me sentía cómodo cuando estas fuerzas ganaron terreno aquí.
Así que, para luchar contra Glovo, decidí convertirme
en uno de ellos. Asistí a reuniones de dos horas de duración y configuré
mi nuevo estado de contratista con una empresa que procesa el papeleo
de los empleados. Fui inmediatamente contratado sin ningún proceso de
selección. Durante todo el “proceso de entrevista” solo me hicieron una
pregunta: “¿Bicicleta o motocicleta?”.
En mi primera noche estaba nervioso y emocionado.
Esperando fuera de mi casa, encaramado nervioso en mi bicicleta, después
de unos 20 minutos que me parecieron que no tenían fin, tuve un pedido y
me apresuré a comenzar mi turno. Divertido y frustrado, pasé la
siguiente hora intentando que la aplicación y el equipo de soporte
recibieran la foto que había tomado de la factura. Después de eso,
finalmente, agonizante, logrando demostrar que había encontrado la bolsa
de alimentos correcta, se agotaron mis datos de móvil de todo el mes.
Tras deducir el IVA, hice ocho euros en tres horas.
La noche siguiente conseguí un pedido en los primeros
30 minutos, pero se me pinchó la rueda y tuve que pasar la siguiente
hora y media caminando desde el centro de la ciudad hasta la ubicación
del cliente, y de nuevo a la ciudad. El día después de eso, el nuevo
tubo para mi bici que había comprado resultó ser defectuoso, y no pude
hacer nada excepto tratar de arreglar mi bicicleta. Fue una primera
semana estresante, e hice un total de alrededor de 30 euros que pagaron
aproximadamente la mitad de lo que Glovo me cobró por la mochila.
Pero, después de arreglar mis neumáticos, solucionar
el problema de la aplicación, prepararme con herramientas de emergencia
para reparar la bicicleta, salí nuevamente la semana siguiente.
Sorprendentemente, salió bien. Pasé un total de alrededor de 33 horas
trabajando para Glovo, no se me pinchó ninguna rueda y gané 271,23
euros, antes de restar el 21% de IVA en lo que luego supe que fue una
semana inusualmente buena.
Pero más interesante, resultó que me había
estado perdiendo la emoción de ir en bicicleta, la sensación de
confianza que tengo en las dos ruedas. Después de décadas de esquivar el
tráfico, puedo ver casi el futuro, sabiendo dónde se abrirá un espacio
en el tráfico antes de que exista. Mientras vuelo por las calles
oscuras, solo y rodeado por una sociedad que se consuela en comidas
familiares y reuniones amistosas, me deleito en mi capacidad de conocer
los flujos de los semáforos y los hábitos de los peatones, lo que me
permite no reducir la velocidad en las intersecciones más complejas.
Siento el viento en la cara, la quemazón de mis muslos sobrecargados de
trabajo y empujo hacia mi próximo destino, todo al servicio de la
industria de alimentos a pedido.
Es posible confundir mi entusiasmo por el ciclismo con
la razón para promocionar Glovo, pero el problema con Glovo no es que
el trabajo se haga en bici. Deliveroo y Glovo a menudo intentan excusar
sus condiciones de trabajo al afirmar que los empleados consideran que
su trabajo es “divertido”.
Pero es una peligrosa combinación de afición y
necesidad. Solo porque me gusta enseñar inglés no significa que deba
tener problemas para pagar mi renta. Lo mismo pasa con Glovo. De hecho,
los mensajeros han existido durante décadas. Estoy lejos de ser el
primer punk anarquista en encontrar una sensación de libertad al navegar
una ciudad sobre dos ruedas. Pero en el pasado, estas habilidades
fueron recompensadas con altos salarios y estatus de empleado.
El problema con Glovo es el modelo que está tratando
de normalizar en la sociedad y la economía, solo por accidente
relacionado con el ciclismo urbano. Después de todo, Glovo no es la
única compañía que está “revolucionando” una industria, son parte de una
tendencia global encabezada por Uber, Airbnb, Amazon Flex, WeWork y
docenas más como ellos.
Estas empresas forman parte de una nueva
tendencia, en la que los trabajadores son contratados como autónomos en
lugar de empleados, y son administrados por una aplicación en lugar de
un jefe. Son parte de una nueva evolución del capitalismo que se ha
convertido en la tendencia de negocios de más rápido crecimiento en
Estados Unidos. Allí, este tipo de “plataformas” funcionan en casi todos
los sectores imaginables. Camioneros, servicios de limpieza, taxi,
compras de comestibles y casi cualquier cosa que pueda imaginar ahora se
hace usando estos servicios.
Estas empresas han encontrado un vacío legal que crea
una dinámica de poder totalmente unilateral entre ellos y sus
trabajadores. En los trabajos tradicionales, la fuerza laboral
disfrutaba de una cierta cantidad de poder de negociación, un poder que
fluía naturalmente de las cualidades fundamentales de las empresas que
generaban su propio valor.
Las industrias mejor sindicadas han sido
aquellas en las que los empleados se congregaron en lugares específicos,
se beneficiaron del recurso legal de las leyes de negociación colectiva
y, lo que es más importante, compartieron fuertes lazos sociales fuera
del lugar de trabajo que incentivaron el comportamiento cooperativo.
Glovo —y compañías de este tipo— ha creado una
situación en la que ninguno de esos factores existe. En lugar de
lamentarnos juntos sobre nuestros trabajos, a mis compañeros de trabajo y
a mí nos incentivan a competir unos con otros a través de puntuaciones
que dictan cuándo podemos trabajar y cuánto trabajo tenemos durante
nuestros turnos de trabajo.
Como mi jefe nos dijo a mí y a otro posible
mensajero de Glovo: “Sois compañeros de trabajo, claro, pero también
sois competidores”, una filosofía que invade todos los aspectos de
nuestro trabajo. Para empeorar las cosas, no tenemos un lugar de reunión
central. Los compañeros de trabajo solo se encuentran en las áreas de
espera de los restaurantes que no pueden hacer una hamburguesa en menos
de una hora.
En la gig economy, las personas
que ya están aisladas se ven obligadas por necesidad a un trabajo aún
más aislado. El idioma, el estatus legal u otras desventajas pueden ser
una barrera tanto para conseguir un buen trabajo como para organizase.
Aquellos que disfrutan de un lugar social y financiero seguro pueden
permitirse afirmar sus intereses y pueden optar por alejarse de una mala
opción.
Pero para los trabajadores en situación precaria, poner en
peligro un trabajo que es difícil de adquirir se convierte en un riesgo
demasiado grande a asumir. En Glovo, la mayoría de nosotros no tenemos
otro trabajo al que recurrir, y algunos de mis compañeros de trabajo
llevaban desempleados tres años antes de convertirse en mensajeros. A
nivel estatal, antes de encontrar su trabajo actual, uno de cada cinco
empleados de la gig economy había sufrido un largo período de desempleo.
Cuando también se considera que casi no tenemos
recursos legales debido a nuestro tipo de contrato, las cosas comienzan a
parecer bastante feas. Trabajamos en un mundo donde nuestros lazos
sociales son frágiles y fugaces; donde, si nos lastimamos, podemos
esperar poca o ninguna ayuda, y es difícil no ver a nuestros compañeros
de trabajo como obstáculos para obtener otro pedido. Esto se traduce en
un entorno de trabajo que nos enfrenta entre sí de una nueva y eficiente
manera, impulsado por las posibilidades de geolocalización, teléfonos
inteligentes y una población precaria desesperada por cualquier tipo de
trabajo sin importar las condiciones.
Al mismo tiempo, compañías como
Glovo han tenido éxito en eliminar todos los elementos estructurales del
empleo anterior que unieron a los trabajadores y les permitió trabajar
hacia mejores condiciones. Somos una clase de inmigrantes inadvertidos y
mal pagados, con pocas opciones, y esto diezma las posibilidades de
poder de los trabajadores. Dado todo esto, ¿a quién le puede sorprender
que ganemos en promedio entre un 62% y un 43% menos que los trabajadores
de la economía tradicional?
Estos factores se combinan para formar una relación
con Glovo completamente desigual. No tenemos una oficina de recursos
humanos para resolver problemas, solo una dirección de correo
electrónico y un administrador que solo está disponible durante seis
horas a la semana. Estamos solos y encallados en la oscuridad y la
lluvia, con solo una función de chat lenta e inútil para ayudarnos
durante nuestras entregas. Y dado que no nos pagan por hora, la empresa
no pierde dinero si la aplicación tiene errores, la dirección es
imposible de encontrar o si la comida no sale de la cocina.
Cada vez que
no nos pagan el extra por la lluvia, debemos pasar tiempo en casa
escribiendo correos electrónicos para tratar de recibir nuestro pago.
Cada vez que la aplicación no carga una firma, somos nosotros los que
perdemos tiempo y dinero. Si una máquina no funciona correctamente en
una oficina o fábrica tradicional, la compañía hará lo posible para
repararla y que los trabajadores puedan volver al trabajo por el que se
les está pagando.
En Glovo, cualquier avería en la aplicación, nuestro
transporte, cualquier problema con los clientes o los restaurantes, da
como resultado que los mensajeros sufran las consecuencias. Glovo no
pierde dinero ni clientes, y por lo tanto, no tiene interés en evitar
estos problemas.
Esto es parte de un cambio a gran escala en las
posibilidades de los negocios internacionales, que ha sido acelerado por
estas tecnologías de plataforma. Una de las mejores maneras de ganar
dinero en un negocio es externalizar sus costes y privatizar sus
ganancias. Uno podría decir que este es el objetivo central del
capitalismo. Un ejemplo simple podría ser arrojar desechos tóxicos a un
lago en lugar de pagar por una eliminación segura. Los costos se
externalizan al ecosistema, a quienes usan el lago o beben su agua y,
finalmente, a la entidad financiada con fondos públicos que tendrá que
limpiar el lago algún día. Pero este ejemplo es tan antiguo como el
tiempo.
Podría echar sus desechos en un río, pero aún tenía que pagar
por la fábrica, por los empleados o por las materias primas. Todos estos
costos son una barrera para obtener ganancias cada vez mayores. Para
Glovo y todas las demás empresas basadas en aplicaciones, casi no hay
costes reales. Después de realizar la aplicación, Glovo solo necesita
unas pocas ubicaciones físicas dispersas. Ha externalizado su fuerza de
trabajo para evitar el pago de seguridad social, no posee motocicletas,
bicicletas o automóviles. Glovo no paga impuestos por un gran edificio
de oficinas en el centro de mi ciudad, ni siquiera por la electricidad
que carga mi teléfono.
Glovo, en cierto sentido, no existe en el mundo
real. Glovo es un tipo de fantasma etéreo sin presencia física real,
imposible de tocar o comunicarse, que extrae el aire del aire.
Todos los gastos que una vez fueron asumidos por una
empresa de entrega con una ubicación física y empleados remunerados
ahora son asumidos por la fuerza laboral contratada, o la sociedad en su
conjunto. Si mi bicicleta se rompe, debo pagar para arreglarla.
Si un
automóvil me atropella, sin un seguro real, el sistema de salud pública
debe pagar mi atención. Si me enfermo o tengo un hijo, Glovo no tiene la
responsabilidad de concederme un tiempo libre pagado. Glovo ha
externalizado todos los gastos asociados con el traslado de alimentos de
un lugar a otro, solo paga por su aplicación, sus servidores de datos y
los pedidos completados. Todos los demás gastos se cargan en su fuerza
laboral y la sociedad. Pero las ganancias son solo para Glovo.
Esta noche es domingo y estoy acelerando por una
carretera conocida, una vía principal entre un centro comercial y el
centro de la ciudad. He trabajando nueve horas hasta ahora, y mi mente
está empezando a volverse borrosa. Pasé el día de ayer celebrando los
cumpleaños de mi pareja y un amigo, y necesitaba recuperar las horas si
quería terminar el mes con un cheque de pago decente. A las 22h comencé a
ver peatones en mi camino, solo para echar un segundo vistazo y darme
cuenta de que se habían transformado en parquímetros.
Cuando llevaba
cerca de ocho horas, mi mareé y casi vomité sobre mi manubrio, pero me
las arreglé para aguantar. Tampoco soy un jinete del fin de semana. He
realizado viajes de bicicleta de un mes, recorrí 300 kilómetros en un
día y todavía soy joven y estoy relativamente en forma. Pero después de
un día entero con el teléfono sonando con urgencia, los coches
desviándose dentro y fuera de tu camino, y peatones felices que no se
molestan en mirar al cruzar carriles para bicicletas, el estrés de la
conciencia constante y total tiene su efecto en el mejor de nosotros.
Cuando salgo de una rotonda, escucho el inconfundible
sonido del metal en el pavimento detrás de mí. Me doy la vuelta y veo
una motocicleta sobre un hombre en medio de un paso de peatones mal
iluminado, con una caja de pizza azul de Domino en la parte posterior.
Hago un giro brusco y paro mi bicicleta, esperando que mis nuevas y
caras luces de bicicleta la atención de los conductores antes de
empeorar la situación. Me inclino y miro. La motocicleta no está tocando
la pierna del hombre, pero le pido que me lo asegure.
Él solo gime. Lo
miro a los ojos y repito en voz alta: “¿Está la moto tocando tu
pierna?”. Sacude la cabeza. “Entonces, puedo mover con seguridad la
moto. ¿Quieres que mueva la motocicleta?”. Él asiente. Para entonces, ya
han llegado varias personas, pero también parecen estar en shock. Elijo
a un tipo de aspecto fuerte y le pido que me ayude a levantar la moto.
Mientras regresamos, los otros peatones han decidido mover al motorista.
Es demasiado tarde para detenerlos, y por lo que vi del accidente, él
no debería tener ninguna lesión interna, pero deberían asegurarse.
Alguien llama a la policía, y me doy cuenta de que no
hay nada más que pueda hacer. Mi punto de entrega está a unos cien
metros. Estoy perdiendo dinero. Tengo trabajo que hacer. Vuelvo a mi
bicicleta y pedaleo. Después de que termine de sonreír y agradecer a
otro cliente que no me ha dado ninguna propina, paso por el accidente de
nuevo. Dos coches de policía y una ambulancia llegan, bloquean la calle
y ponen al hombre en una camilla.
A medida que avanzo a mi siguiente
pedido, no puedo evitar pensar en los próximos días en la vida de este
hombre. Esperemos que tenga papeles para trabajar legalmente, o estará
completamente jodido. Con el sistema público de atención de salud aquí,
no tendrá que ir a la quiebra por sus gastos de atención médica, pero no
irá en moto por un tiempo.
Domino's no tiene compensación laboral, y
solo paga cinco euros por hora, y este hombre se quedará sin trabajo.
Para las personas en posiciones precarias, este tipo de pequeños golpes
son más difíciles de superar, convirtiendo pequeños riesgos en problemas
reales que pueden salirse de control. Mientras pedaleo a través de la
noche, espero que al menos tenga algunos ahorros que le ayudan a,
literalmente, ponerse de pie.
Es duro pensar que todo esto es lo que vale una pizza.
Durante mi tiempo en Glovo, mi experiencia en los
Estados Unidos ha dado para un poco de conversación. Casi todos los que
trabajan en Glovo son inmigrantes, y casi todos han estado brevemente en
EE UU. O desean ir allí desesperadamente. No es difícil de entender Si
el contexto cultural de alguien son los esquemas de riqueza y éxito que
ofrece la televisión en cuanto al Sueño Americano, romperse una pierna
por cinco euros por hora en el País Vasco no parece increíblemente
atractivo.
El capitalismo estadounidense se basa en la competencia y una
mirada hacia arriba, identificándose con aquellos que están por encima
en la jerarquía corporativa y demostrando su valía en competencia ante
tus pares. Desafortunadamente, estas son ideas —no realidades— que solo
pueden ser derribadas a través de una dura experiencia personal. Y así,
una y otra vez, me encuentro en la situación de atenuar las ilusiones de
los compañeros de trabajo sobre el Tío Sam y la oportunidad, luchando
por encontrar palabras y metáforas que puedan transmitir la lucha diaria
de un ciudadano promedio de los Estados Unidos.
Si bien es cierto que el trabajador promedio de
Estados Unidos gana más en dólares nominales que el trabajador promedio
aquí, este simple hecho envuelve una verdad mucho más oscura. Tomemos,
por ejemplo, lo que sé de los estudiantes que se graduaron de la
universidad conmigo hace unos años. Hay dos categorías.
La primera son
aquellos que provienen de un entorno de clase media, consiguieron
algunas becas, tuvieron padres que invirtieron una cantidad
significativa de sus escasos ahorros en la educación de sus hijos y
luego sumaron alrededor de 100.000-200.000 dólares en deuda para pagar
el resto de tasas escolares, libros, y alquiler.
Cada uno de ellos está
ahora en un trabajo equivalente a Starbucks, ganando el salario mínimo
en una semana laboral de 40 o 50 horas, apenas para subsistir. La otra
categoría son aquellos que nunca tuvieron que preocuparse por los
préstamos porque sus padres tenían suficiente dinero para pagar la
matrícula anual de 60.000 dólares, el alquiler anual de 15.000 dólares y
otros miles de dólares en gastos diarios y libros. Estos estudiantes,
los que yo conozco, están trabajando en el sector bancario en compañías
como Goldman Sachs.
Estos perturbadores resultados económicos incluso para
los jóvenes norteamericanos más educados ilustran crudamente la nueva
normalidad de la economía estadounidense. Las tendencias en los datos
cuentan la historia, y no es bonita. Desde la crisis de 2008, el
crecimiento del PIB se ha recuperado y superado sus récords anteriores.
Sin embargo, en 2015 todavía había un 5% menos de empleos que en 2007.
Los empleos perdidos en 2008 eran de la misma categoría que los que se
han ido erosionando gradualmente desde la década de 1980: empleos
permanentes, a tiempo completo, fuertemente sindicalizados de por vida
con generosos beneficios, paquetes de atención médica, baja rotación de
empleados y potencial de promoción, ahorro y jubilación. Los nuevos
trabajos son temporales, mal pagados, a menudo a tiempo parcial, y no
incluyen prestaciones, como los de Glovo.
Si bien el ingreso promedio
del 1% superior de los asalariados se ha disparado más del 240% desde
1979, el poder adquisitivo de los trabajadores se ha estancado a medida
que el costo de vida de la clase trabajadora ha aumentado gradualmente. Hoy en día, el 47% de los estadounidenses informa que no pueden sacar 400 dólares
en caso de una emergencia inesperada.
Incluso en trabajos decentes, los
estadounidenses no tienen tiempo libre obligatorio por semana, no
tienen vacaciones anuales pagadas, no tienen permiso de maternidad o de
paternidad, y no tienen cobertura médica pública. El CEO medio
estadounidense de hoy gana 400-500 veces el salario de un trabajador típico.
Por comparar, en España esta proporción es de alrededor de 125 veces, y
he escuchado quejas de parte de los vascos sobre la decisión de la
Corporación Mondragón de aumentar esta proporción de tres veces a nueve.
Observo desde lejos, ya que la economía de Estados
Unidos se divide en dos, que una pequeña minoría se lleva casi todas las
ganancias y la gran mayoría recibe cada vez menos dinero por más y más
trabajo. Estamos viendo cómo desaparecen los empleos con beneficios e
ingresos disponibles y son reemplazados por “conciertos” como Uber o
Amazon Flex. Algunos se sorprenden con este cambio, pero dados los
cambios que socavan sistemáticamente el poder de los trabajadores, es
difícil ver qué es tan sorprendente.
Algunos ven la economía como un
juego de eficiencia y producción en el que las compañías exitosas
crearán una clase media adinerada. Otros, como yo, ven la economía como
una lucha a muerte entre las familias de la clase trabajadora y una
clase propietaria, una lucha en la que las mejoras en las condiciones y
el pago solo se ganan mediante el apalancamiento y el poder popular.
Sin ignorar las desigualdades y la explotación
inherentes a la economía colonialista del siglo XX, es importante notar
que algo nuevo y peligroso está sucediendo. En este nuevo mundo de
negocios de plataforma, solo hay dos tipos de trabajos. En Glovo, hay
personas que mueven alimentos por salarios que serían descaradamente
ilegales si fueran empleados, y quienes dirigen la empresa y desarrollan
su aplicación.
Glovo ha creado un duopolio, una compañía formada por
solo dos clases de trabajadores, aquellos con salarios reales,
beneficios, seguridad social y opciones de compra de acciones por valor
de cientos de miles o millones de euros, y los que no lo tienen.
Si nos fijamos en gigantes de la tecnología moderna
como Facebook, Google, Amazon, Twitter, Uber, etc., en comparación con
las empresas manufactureras anteriores al siglo XXI, parece que casi no
tienen empleados, no hay presencia física, excepto algunas oficinas
centrales en una ciudad costera de moda, y no crea ingresos fiscales.
Estas prácticas producen una proporción increíblemente alta de ganancias
en comparación con los gastos y, de hecho, este modelo de negocios no
parece tener ningún gasto en absoluto.
Al menos en España, la mayor “innovación” de Glovo en
la externalización es el estatus de trabajador por contrato que todos
tenemos que tener. En 2013, la cuota mensual para contratistas
independientes se cambió por una tasa fija a una escala. Ahora,
comienzas pagando solo 60 euros al mes. Una vez al año, si tu negocio
aún está abierto, esta tarifa asciende a más de 100 euros al mes, y el
tercer año se estabiliza a 364,22 euros.
En la entrevista de trabajo
para Glovo, pregunté por la cuota. Mi jefe, sin preguntar, comenzó a
decirme que casi todos los empleados renuncian después de un año, porque
no vale la pena financieramente pagar la cuota creciente mientras sus
ingresos permanecen constantes. En mi caso, la cuota completa se
llevaría casi la mitad de mi cheque de pago mensual, en lugar del 1/16
que se lleva ahora.
Esto significa que Glovo se aprovecha de un subsidio
del gobierno, destinado a fomentar el espíritu empresarial y las
empresas locales, y lo ha convertido en una excelente manera de evitar
pagar impuestos o seguridad social.
Dado que todos se retiran después de
un año, el Gobierno español está subsidiando accidentalmente el negocio
de Glovo en gran escala. Suponiendo que la cuota final es justa, Glovo
está ahorrándose 304,22 euros al mes por cada trabajador, y para tomar
una ciudad como ejemplo, en Valencia, con 200 “jinetes”, esto suma hasta
60.844 euros al mes. Para el país en su conjunto, debe sumar millones
cada año.
Si observa detenidamente estas nuevas empresas, verás
una estrategia clara emergente. La clave que todos comparten es que sus
servicios son gratuitos o increíblemente baratos. Se podría suponer que
son malos para ganar dinero, pero lo que realmente está sucediendo es un
intento estratégico y hábil de monopolizar sectores enteros de la
economía ofreciendo precios que solo pueden existir debido a la
externalización exitosa de todos los gastos posibles asociados con el
negocio. Esta combinación de la externalización de costes y la
monopolización del mercado se usa luego para elevar los precios para los
consumidores, sin pagarles nada más a los empleados.
A medida que estas
empresas se expanden a nuevos mercados, convierten una industria con
una escala de ingresos y beneficios en un mercado laboral estéril de
conciertos que no pagan casi nada, no tienen prestaciones, a los que no
se pueden resistir trabajadores desesperados e individualizados, y no
pueden ser cuestionados por el público en general debido al espectáculo
global del progresivo cambio tecnológico progresivo.
Esta es la nueva norma en Estados Unidos, donde los
maestros ya no esperan tener un trabajo estable y se ven obligados a
comprar sus propios suministros para el aula, donde los reponedores de
almacén se ven obligados a trabajar cada vez más rápido sin más salario,
donde los limpiadores son despedidos y luego recontratados para hacer
los mismos trabajos por menos dinero y horarios inciertos, donde los
conductores de camiones ahora deben ser dueños de sus propios camiones y
asumir toda la responsabilidad que un empleador asumió anteriormente,
obligados a trabajar más de ocho horas al día solo para cubrir los
gastos financieros. Resulta que la mayor innovación de los gigantes de
la tecnología fue hacer que la fuerza laboral, de manera estratégica y
sistémica, se vuelva desesperada y precaria.
Esta innovación se puede
aplicar y se está aplicando a casi cualquier trabajo en el mundo que no
tenga una demanda extremadamente alta. Las tácticas de Glovo, diseñadas
para destruir cualquier esperanza de solidaridad y poder de la clase
trabajadora, se han exportado a industrias que no tienen nada que ver
con el mundo tecnológico, facilitadas por la alta tasa de desempleo que
deja a las personas con pocas opciones, y ninguna de ellas buena.
Me fui de Estados Unidos hace mucho tiempo. No planeo
regresar en bastante tiempo. Aquí, la gente encuentra esto sorprendente.
Tal vez porque la familia juega un papel tan importante en la sociedad
vasca, o tal vez porque todavía están confundidos en cuanto a por qué
estoy aquí en primer lugar.
Pero traté de regresar una vez, y no
funcionó. Recuerdo claramente que me di cuenta de que tendría que
trabajar cincuenta horas a la semana en un trabajo que odiaba, y aún así
no podría pagar el alquiler. Y eso dando por hecho que pudiera
conseguir un trabajo decente.
Recuerdo ver a mis viejos amigos de la
escuela secundaria trabajando como camareros en restaurantes por un
salario mínimo, endeudados y sin ningún tipo de carrera real hacia la
que mirar. Recuerdo que tuve que conducir para llegar a cualquier lugar,
incluido el bar, y me gasté más de cien dólares solo por salir con
amigos a pasar una tarde tranquila. Decidí volver.
No vine aquí porque encajara perfectamente o porque el
País Vasco fuera singularmente pintoresco. Elegí quedarme aquí porque
así no tengo que considerar qué me preocupa más, si recibir un disparo o
las decenas de miles de dólares en facturas de hospital que tendré
acumulados si sobrevivo. Puedo pagar el alquiler sin trabajar de 6h a
20h, y me queda algo de dinero.
Cuando voy a casa después de un arduo
día de trabajo, puedo relajarme y disfrutar de interacciones auténticas y
de ritmo lento con las personas que me importan sin tener que pensar en
mi teléfono y en mi jefe. Estos no son temas separados, se acumulan y
me permiten tener una vida, una que disfruto.
Decidí quedarme aquí y ver
cómo las elecciones que la generación de mis padres tomaron causaron
estragos en la economía, el entorno político y el tejido social de EE
UU. Y espero desesperadamente que aquí se puedan evitar esos errores." (Paul Iano, El Salto, 03/05/19)
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