"'The Age of Surveillance Capitalism' (La era del capitalismo de vigilancia), el voluminoso libro de Shoshana Zuboff, profesora emérita de la Harvard Business School, suscitó numerosos debates
en el tiempo de su publicación.
Sus análisis acerca de la acción de las
empresas tecnológicas, del modelo de mercado que están construyendo y
de las consecuencias que provocarán, alimentaron la reflexión tanto en
los medios de comunicación anglosajones como en algunos sectores del
mercado, preocupados por el auge de las Big Tech. El texto está en la mesa de lecturas de Ana Botín, y tiene su lógica.
La
descripción que hace Zuboff de lo que nos espera no es nada halagüeña.
Cifra el punto de partida de este nuevo capitalismo en 2001, cuando
Google comenzó a recoger información de sus usuarios para afinar la
publicidad. De esos datos utilizaba solo una parte, aquella que le era
funcional, y desechaba el resto, hasta que sus directivos se
apercibieron de que lo descartado también podía ser útil, ya que ofrecía
numerosos rastros de las actividades cotidianas y del comportamiento de
las personas que usaban el buscador.
El siguiente paso fue el salto de Google a Facebook de Sheryl Sandberg,
que demostró que ese modelo de negocio podía funcionar en otros
ámbitos. A partir de entonces, se extendió a sectores como los seguros,
las empresas médicas, las finanzas, la educación, el transporte o la
venta de productos culturales.
Una red total
En la actualidad, estas firmas han desarrollado toda una serie de instrumentos que permiten conocer con bastante precisión qué hacemos en nuestra vida cotidiana, los lugares que visitamos, nuestras preferencias de consumo,
nuestro estado financiero, la salud de la que gozamos, las relaciones
afectivas que mantenemos y muchos más aspectos de nuestra privacidad.
Cualquier dispositivo con acceso a Internet forma parte de una red de
transmisión de información que cada vez será más amplia, ya que tales
instrumentos van a estar más presentes en muchos más lugares, desde los
hogares hasta numerosos espacios públicos.
La recolección de esa información y su tratamiento informático no
solo concede un gran conocimiento sobre nuestra vida, sino que ofrece
muchísimas probabilidades de saber qué haremos en el futuro. Ese es el centro del negocio de estas compañías, afirma Zuboff: los seres humanos nos hemos convertido en productos de predicción.
La desaparición de la incertidumbre
El capitalismo actual se basa en la medición y la auditoría y, a través de ellas, en la reducción de los riesgos.
El modelo de la vigilancia da un paso más en ese camino, ya que el
conocimiento exhaustivo de las acciones humanas y su tratamiento a
través de algoritmos provocará (o eso se afirma) la desaparición de la
incertidumbre. Las empresas sabrán con un elevado nivel de precisión
cómo vamos a actuar y, por tanto, podrán realizar inversiones
sustanciales con beneficios asegurados.
Esta conversión de la experiencia humana
en materia prima gratuita, avisa Zuboff, genera un par de problemas
graves. En cierta medida, la profesora estadounidense reproduce la
teoría marxista sustituyendo el trabajo por los datos como nueva fuente
de plusvalía, lo que llevaría a que nos convirtiésemos, según ese
esquema, en productores pasivos de beneficio para las grandes empresas.
Pero advierte de algo más, ya que el peligro reside en el siguiente paso, el de la conversión de nuestras sociedades en conductistas:
las empresas no solo predecirían nuestro comportamiento, sino que
podrían alterarlo, y la irrupción de Cambridge Analytica en el Brexit es
un buen ejemplo de cómo influir radicalmente en las decisiones
individuales. Las intenciones de fondo del capitalismo de la vigilancia
no son ideológicas, subraya Zuboff, sino lucrativas: la pretensión es
dirigir nuestra voluntad hacia gasto y consumos inducidos.
El final de la democracia
El
segundo gran problema es político. Si ese conocimiento tan amplio de la
privacidad y la mentalidad de cada ser humano, así como la capacidad de
influir en nuestros comportamientos y decisiones, es empleado con fines
de control ideológico, nos dirigiremos a un escenario nada democrático,
en el que las estadísticas y los algoritmos sustituirán a los
representantes elegidos y las instituciones que conocemos se
desvanecerán bajo el peso de la inteligencia artificial. Zuboff advierte de esta nueva forma de absolutismo como un horizonte nada descartable y algunas señales en este sentido se están produciendo en China.
El problema es cómo evitar que estos graves peligros se desarrollen. La propuesta de Zuboff es la de la regulación, y es optimista en ese sentido, porque espera que una vez revelado cómo opera el capitalismo de la vigilancia, las instituciones sepan dar una respuesta legislativa al problema. La democracia suele ir por detrás del mercado, pero siempre reacciona, y este caso no será diferente.
Las malas noticias
Sin
embargo, hay dos malas noticias para esa postura optimista, y están
relacionadas. Tomar conciencia de un problema y promulgar normas para
solucionarlo no arregla por sí mismo las cosas. Hay asuntos
recientes (sin ir más lejos, el cambio climático) que nos demuestran que
es necesario algo más que la voluntad legislativa para enderezar un mal
rumbo. En segundo lugar, centrarse en la regulación de los datos es necesario, pero no suficiente, porque el núcleo del problema está en otra parte.
En última instancia, no es una cuestión de la tecnología y de su uso
indebido, sino de poder. Las Big Tech son grandes antes que
tecnológicas: son en primer lugar monopolios, el modelo de negocio
preferido por Silicon Valley y por los fondos de inversión. Esa posición dominante les permite una grandísima libertad de acción
que utilizan para dominar a sus competidores, para crecer más rápido y
externalizar sus costes, pero también para extraer más rentabilidad de
sus usuarios y clientes, y para todo ello poseen una libertad de medios
amplísima. En este sentido, la regulación siempre llega por detrás de
las prácticas, y a menudo no hace más que limitar de un modo
insuficiente su capacidad de acción.
Una partida de poder
Por
lo tanto, la regulación de los datos es una acción que deberá
acometerse de un modo decidido, sin duda, pero el problema está en otra
parte. Y, probablemente, quienes mejor hayan entendido qué acciones institucionales deben realizarse no hayan sido los nuevos especialistas en tecnología, sino los viejos expertos 'antitrust'. Lo que se juega es una partida de poder y nos afecta a todos.
Y, desde luego, a los bancos, por lo que es natural que la presidenta
del Banco Santander esté interesada en saber cómo funciona la
competencia. Las grandes tecnológicas no solamente cuentan con una
posición privilegiada para dominar o eliminar a los rivales de su
sector, sino que poseen el poder suficiente como para abordar sectores que no les eran propios y arrebatarles buena parte de su negocio. La banca es uno de ellos.
El músculo financiero de las Big Tech, las nuevas posibilidades que
abren la recolección de datos y su tratamiento, el respaldo de sus
países (las grandes tecnológicas son estadounidenses o chinas), su
fuerza para hacer 'lobby' y la capacidad de innovar en medios técnicos
hacen de estas empresas rivales demasiado poderosos para la banca
europea.
Cuando Jaime Guardiola, consejero delegado de Banco Sabadell, aseguraba que
"en Europa hemos sido muy torpes" al abrir los datos de un sector clave
como la banca a sus rivales y que a él también le gustaría acceder a
los datos de Amazon, no hacía más que poner de manifiesto esta debilidad estructural. Las endebles recomendaciones de flexibilidad y agilidad a la hora de competir de la Autoridad Bancaria Europea son una muestra más de quién tiene mayor fuerza, ya que son los consejos típicos que se dan a la parte perdedora.
Combatir el tamaño con el tamaño
Las Big Tech están entrando ya en parcelas del sector bancario, como los medios de pago o los préstamos personalizados, en los que la rentabilidad es mayor.
Y todo esto en un instante en que las firmas europeas sufren la
competencia en un mundo global de las entidades estadounidenses y
chinas, bastante más fuertes.
La opción más probable, al igual que ocurrió en otros sectores, es la
de combatir el tamaño con el tamaño. Las recomendaciones de impulsar la
concentración bancaria para crear entidades europeas más grandes son
muy frecuentes. De ocurrir así, las nuevas entidades ganarían en poder
de resistencia y tratarían de aumentar su rentabilidad a través de su
capacidad de intermediación. Lo cual, a su vez, generaría distorsiones para los intermediados, y particularmente para los consumidores y clientes, que cargarían sobre sus espaldas las pérdidas que las Big Tech ocasionan a los bancos.
Cómo cambiar el escenario
Este
es un ejemplo más, en un sector que se creía poco vulnerable, de la
recomposición del mercado que las tecnológicas están llevando a cabo.
Para afrontar sus notables efectos negativos, la mirada de Zuboff es
útil solo parcialmente. Los datos son una más de las manifestaciones,
particularmente importante pero no nuclear, de esta nueva clase de
poder. La solución puede estar mucho más en el creciente movimiento
antimonopolio, que trata de asegurar otro tipo de funcionamiento del
mercado, que en la simple regulación de los datos.
En la medida en que
el poder se concentra, también lo hacen los instrumentos a su
disposición, así como aumentan sus efectos. En ese escenario, el pez grande está en disposición de comerse todo lo que encuentra a su paso. Quizá sea hora de plantearse cómo cambiar el escenario." (Esteban Hernández, El Confidencial, 29/09/19)
No hay comentarios:
Publicar un comentario