"En un programa televisivo dedicado al fútbol hay un pequeño espacio titulado 90 minutos en 90 segundos,
es decir, un resumen de minuto y medio de todo un partido.
Aquí nos
encontramos en una situación aún más dramática: 100 líneas para explicar
1.000 páginas que dan cuenta de 500 años de la historia de España e
incluso de muchos más si incluimos las amplias referencias no solo a los
visigodos, a los musulmanes y a los cristianos de la Edad Media, sino
también a la “España celtibérica” o a la Hispania romana. Y además
cuando se trata de un texto extremadamente rico, lleno de contenidos
sugerentes y discutidos arropados por centenares de referencias
bibliográficas.
Para aliviar la dificultad de la tarea, nos encontramos por fortuna
con un ensayo histórico (y no con una convulsa construcción ideológica)
muy bien documentado a base de una copiosa aportación de datos y
opiniones que se usan de modo económico para evitar un desbordamiento de
la letra impresa.
También podemos identificar un tema central: la
demostración de la pervivencia de una serie de estereotipos sobre la
historia de España (no sobre su “esencia” porque, como muy acertadamente
se afirma, la “verdadera España” no existe) mucho más allá de que
algunos de los elementos que constituyen estos tópicos pudieran haber
tenido que ver con la realidad en tiempos pasados. Finalmente, por un
proceso de reducción para hacer inteligible el desarrollo del argumento,
estos estereotipos se pueden resumir en dos: el español militante (y
apasionado) y el español indolente (y decadente).
Sin embargo, lo más importante es que los estereotipos no se crean de
la nada (el hecho, como es lógico, precede al prejuicio, a la
construcción), sino que hunden sus raíces en la realidad y, por tanto,
tienen una vida: nacimiento, desarrollo y supervivencia más allá del
desvanecimiento o incluso la muerte de la causa que le dio origen. Es
decir, los estereotipos hay que tratarlos como hechos históricos, que
nacen en un momento dado y cambian de aspecto y desaparecen (o no) a lo
largo del tiempo.
En este sentido, nada más oportuno que leer la primera de las cuatro
partes en que se divide el libro, el momento de la aparición y
consolidación de la imagen del español militante, en el siglo XVI o, si
se quiere, durante el Siglo de Oro.
Es un momento de excepcional expansión y creatividad que todo el mundo
conoce y que se impone a tirios y troyanos: el crecimiento económico, el
dinamismo social, el progreso de la organización política, la expansión
fuera de las fronteras (favorecida por la herencia de Carlos V), las
grandes hazañas ultramarinas (del descubrimiento del Nuevo Mundo a la primera circunnavegación,
de la ocupación de América a la exploración del Pacífico) y, sobre
todo, la eclosión de la cultura en todos los terrenos, desde el
pensamiento económico hasta la floración de las letras, de las artes
plásticas, de la música. Una cultura que se expande por toda Europa y
concita la admiración de todas las naciones europeas, como resumió el
malogrado Carlos Gómez-Centurión: “La hegemonía cultural española era
aceptada de hecho por la mayoría: su lengua era conocida por las élites
cultas de cada nación, su literatura se consumía ávidamente, y las modas
y hábitos culturales que emanaban de la corte de Madrid imponían un
seguidismo devoto”.
Ahora bien, este éxito tenía su precio, que no es otro sino la imagen
negativa que fueron creando sus enemigos, como bien sintetiza Ricardo
García Cárcel: “La leyenda negra no fue más que la expresión de una
oposición a un poder que todo el mundo temía”. Y en su espléndido
trabajo sobre los Siglos de Oro de España, los grandes hispanistas
franceses Bartolomé Bennassar (recientemente desaparecido) y Bernard
Vincent pueden concluir: “La leyenda negra insistió mucho en los
procesos de la Inquisición y en la suerte reservada a los indios de
América. Esta visión era a todas luces injusta si tenemos en cuenta que
España fue el único país que debatió y cuestionó el proceso de
colonización durante el siglo XVI. Pero era el precio que había que
pagar por un dominio implacable”.
Tras hacer suyos implícita o explícitamente estos argumentos, José
Varela prosigue su relato por los siglos XVII y XVIII, sin apartarse de
su propósito de rastrear los orígenes de los estereotipos, ahora del
tópico del español indolente (y decadente), de señalar los supuestos de
los que parten y de identificar a los más conspicuos representantes de
la propaganda antiespañola, cuando “África empezaba en los Pirineos” o
cuando los españoles saltaban ante la requisitoria de Nicolas Masson de Morvilliers en la Encyclopédie méthodique
(“¿Qué ha hecho España por Europa?”), o cuando se pronunciaban
vehementemente contra el abate Guillaume-Thomas Raynal y su difundida Histoire philosophique et politique des établissements dans les deux Indes,
justamente en el momento en que la monarquía hispánica y lo mejor de la
intelectualidad española estaban abrazando los postulados de la
Ilustración.
La tercera parte del libro, igualmente elocuente y bien fundamentada, se
lee posiblemente de un modo más distendido, porque en ella se abordan
los tópicos más conocidos de la imagen romántica de España, cuando todo
el país tendía a confundirse a los ojos de los extranjeros con Andalucía
y cuando se fantaseaba con los guerrilleros, los “toreadores” y los
bandoleros, por un lado, o cuando el modelo de la mujer española pasaba a
ser la universalmente conocida Carmen, en la visión de Prosper Mérimée
retocada por los libretistas de Georges Bizet.
Para terminar, hay que decir que José Varela nos ha regalado un
sobresaliente ensayo histórico, que culmina con la afirmación de que la
transición desde la siniestra dictadura franquista a la democracia ha
tenido como uno de sus benéficos efectos, con un cierto retraso (porque
los estereotipos son resistentes: como ya dijera Fernand Braudel,
“las mentalidades son prisiones de larga duración”), el de permitir que
la imagen tópica de España pierda definitivamente terreno ante la
realidad de un país que se integra perfectamente en una Europa a la
resolución de cuyos problemas actuales puede y debe contribuir como uno
de sus socios preferentes." (Carlos Martínez Shaw, El País, 05/10/19)
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