"Esta pasada primavera, la revista trimestral de la extrema derecha nativista, The Social Contract, dedicó un número al legado del difunto Garrett Hardin, el polémico ecologista y escritor conocido por su ensayo La tragedia de los [bienes] comunes, que Science
publicó en 1968.
Junto a reimpresiones de una antigua entrevista con
Hardin y nuevas valoraciones de personalidades como el exgobernador de
Colorado, Richard D. Lamm, figuraba el contenido habitual de la revista,
con artículos titulados “La loca violencia de los extranjeros ilegales”
y “’Periodista’ de Fronteras Abiertas ataca a Warren Buffett”.
The Social Contract ha ocupado un lugar marginal
dentro del movimiento conservador a lo largo de toda su historia. La
revista, que edita un racista que también es miembro de un grupo
segregacionista sin porvenir alguno, arremete desde hace tiempo contra
los “invasores”, la delincuencia de los inmigrantes y el
multiculturalismo.
Aunque publican a intelectuales influyentes con
inclinaciones paleoconservadoras, también han publicado burdas
invectivas en un tono amenazante advirtiendo del eclipse de la
civilización occidental a manos de una creciente ola de color.
Por eso
resulta significativo lo rápido que algunas de las ideas que se
articulan en The Social Contract, o que han sido desarrolladas
en políticas y reciben el apoyo de grupos antiinmigración de su órbita
cercana, se escuchen ahora en las más altas esferas del Gobierno de
EE.UU. al amparo del Ejecutivo de Trump. Sin embargo, en este increíble
logro de la derecha nativista está ausente uno de los frentes de la
lucha antiinmigración que encarnaba Hardin: la conservación del medio
ambiente.
El negacionismo climático sigue estando profundamente arraigado entre la derecha estadounidense, aunque los glaciares estén empezando a retroceder
Durante décadas, Hardin fue un titán del movimiento
nativista y un cercano colaborador de John Tanton, un ferviente
conservacionista y fundador de una red de instituciones antiinmigrantes
radicales, entre las cuales está The Social Contract, que reimprimió La tragedia de los comunes
en su número inaugural. Fue en una carta a Hardin que Tanton escribió,
de forma un tanto infame: “He llegado a la conclusión de que para que
perdure la sociedad y la cultura europeo-estadounidenses es necesaria
una mayoría europeo-estadounidense y una que sea clara en ese sentido”.
Tanton y el editor de The Social Contract fueron los fundadores
de The Garrett Hardin Society, un archivo online de los escritos y
entrevistas de Hardin.
Lo que Hardin aportó al movimiento nativista fue
su pedigrí de ecologista famoso, que utilizó para promover una lógica
neomaltusiana que defendía posturas antiinmigratorias. El fantasma del
crecimiento demográfico sin control en los países desarrollados, que
fomentan los ingenuos programas alimentarios de la ONU, estaba
conduciendo al planeta a la ruina, sostenía Hardin.
Y permitir que los
inmigrantes pobres entraran en los países ricos creaba las condiciones
para que aumentara aún más el crecimiento demográfico e hiciera que se
sobrepasara la “capacidad de carga” de los países. Este argumento
“verde” contra la inmigración fue tremendamente seductor entre el
movimiento medioambiental dominante de la década de 1970, la era de “La
explosión demográfica”, y solo se prescindió de él a finales de las
décadas de 1990 y 2000, para gran amargura de los nativistas que
pensaban que tenían una causa común.
La reciente celebración de Hardin en The Social Contract
llega en un momento sombrío. El 15 de marzo, un supremacista blanco de
Christchurch, Nueva Zelanda, asesinó a 51 fieles en una mezquita. En un
extenso manifiesto, el asesino se identificaba como “ecofascista” y su
objetivo era “demostrarle a los invasores que nuestras tierras nunca
serán sus tierras”. Menos de seis meses después, otro hombre que aunaba
en su manifiesto rencores contra la degradación medioambiental y la
población inmigrante entró con una escopeta en un supermercado Walmart
en El Paso, Texas, y mató a 22 personas, muchas de las cuales eran
latinas. “Los invasores”, escribió el asesino, “tienen la tasa de
natalidad más alta de todas las etnias de Estados Unidos”.
El negacionismo climático sigue estando profundamente
arraigado entre la derecha estadounidense, aunque los glaciares estén
empezando a retroceder. Algunas encuestas recientes muestran una
creciente inquietud por la crisis climática en todo el espectro
político, principalmente entre los jóvenes.
A medida que empeora la
crisis, muy probablemente el negacionismo se extinga y se abra la
posibilidad de que se creen nuevas configuraciones políticas como
respuesta a la pregunta de qué se puede hacer al respecto. Esto ya está
sucediendo en muchos países europeos, donde los jóvenes activistas de
los partidos de extrema derecha (los que tendrán que vivir con los
efectos cada vez más graves del cambio climático) están haciendo campaña
para frenar el monopolio de los partidos verdes sobre el asunto con la
estrategia de vincularlo a sus llamamientos contra la inmigración.
***********
Cincuenta años después de que se escribiera, La tragedia
de Hardin (la parábola de un prado compartido que se ve inexorablemente
desbordado por el interés personal de cada uno de los pastores) sigue
siendo citado, enseñado e incluido en antologías. Según el Open Syllabus
Project, fue uno de los ensayos más utilizados en los planes de
estudios universitarios en los últimos diez años. También se puede
encontrar en YouTube, donde TED-Ed y Khan Academy cuentan con vídeos
animados de corta duración sobre el tema para el estudiante curioso.
La
primera vez que me topé con el artículo fue durante mi último año de
instituto en una institución pública alternativa que se centraba en
ciencias medioambientales. Hardin, junto con los escritos de Paul
Ehrlich, se utilizaron durante una unidad de invierno que estaba
dedicada a comprender los efectos de la población humana en el medio
ambiente. Hasta hoy, sigo sintiendo el impulso moral de no tener más de
dos hijos; y cuando reflexiono sobre cómo llegué a esa conclusión, se
entremezcla con recuerdos de la puerta del instituto y su cafetería.
Sin lugar a dudas, estudiar el impacto que tiene la
población humana en el medio ambiente no es intrínsecamente racista,
pero sigue siendo importante responder por qué uno de los artículos más
difundidos sobre el tema proviene de un pensador tan comprometido con el
racismo. Además, el estatus del ensayo como sabiduría popular sugiere
que la lógica medioambiental que caracteriza la obra de Hardin podría
hacerse de nuevo un lugar en la política dominante con facilidad.
Hardin abrazó creencias eugenistas desde el principio, mucho antes de que La tragedia de los comunes
alcanzara su glorificado estatus. A comienzos de su carrera
profesional, cuatro años después del final de la II Guerra Mundial,
publicó un libro de texto universitario: Biology: Its Human Implications [La
biología: sus consecuencias humanas]. En su mayor parte, se ocupaba de
los fundamentos de la biología, pero en el capítulo final, titulado “El
hombre: evolución en el futuro”, Hardin proporcionaba a los
universitarios una completa argumentación sobre la eugenesia positiva y
negativa, y argumentaba a favor de ambas para prevenir un futuro
disgénico:
“En todos los casos, los estudios indican que si continúan
nuestras actuales organizaciones sociales, se seguirá observando una
tendencia descendente, lenta pero continua, de la inteligencia media… Se
ha observado una oposición a la esterilización de los deficientes
mentales por diferentes motivos. Uno de los motivos principales ha sido
la sensación de que interfiere de algún modo con los “derechos” del
individuo. A la hora de discutir sobre este punto, hay que hacer
hincapié en primer lugar en que la esterilización altera a un individuo
en un único aspecto: impide que tenga hijos”.
Este compromiso ideológico iba a durar toda una vida. Décadas después, el libro que publicó Hardin en 1993, Living Within Limits [Vivir
dentro de unos límites], agradecía al fundador proeugenesia el Pioneer
Fund. Asimismo, Hardin colaboró con la académica racista Virginia
Abernethy, quien más tarde se describió como una separatista étnica y
fue la candidata a la vicepresidencia de un oscuro partido político
nacionalista blanco en 2012. Siete años antes de morir, invitaron a
Hardin a una conferencia sobre eugenesia junto con varios destacados
científicos racistas más, entre los que estaban J. Philippe Rushton,
Arthur Jensen y Richard Lynn, y el grupo fundó una organización llamada
la Sociedad para al Avance de la Educación Genética. Según informó otro
orgulloso eugenista que asistió al encuentro: “La organización nació
muerta porque el recientemente elegido presidente se dio cuenta al poco
tiempo de que si se involucraba con la eugenesia, su obra
antiinmigración se vería afectada”. Ese presidente era John Tanton.
El principio sostiene que en un entorno de recursos finitos, dos poblaciones diferentes que estén luchando por los mismos recursos no pueden coexistir de manera estable; una triunfará sobre la otra
Sin embargo, más insidioso aún que sus muchos contactos
privados con el movimiento eugenésico fue el éxito que tuvo Hardin a la
hora de popularizar conceptos biológicos al servicio de los argumentos
eugénicos. En 1960 escribió sobre el principio de exclusión competitiva
en la revista Science, un ensayo que más tarde se incluyó en su colección Stalking The Wild Taboo [Acechando
el tabú salvaje].
El principio sostiene que en un entorno de recursos
finitos, dos poblaciones diferentes que estén luchando por los mismos
recursos no pueden coexistir de manera estable; una triunfará sobre la
otra. Al igual que sucede en los comunes, estas ideas abstractas, pero
que parecen de sentido común, se presentan como si fueran leyes
inamovibles de la naturaleza. (En ese ensayo, Hardin argumenta que el
principio de exclusión competitiva no estaba “sujeto a demostraciones
para corroborar o desmentir su validez a través de datos, en el sentido
habitual de los mismos”).
Treinta años después, es fácil ver por qué el concepto era
tan importante para él. En efecto, Harding daba a entender que el
principio de exclusión competitiva aplicado a países como el Reino Unido
o Estados Unidos sugería que la inmigración descontrolada podría
resultar en un genocidio (supuestamente blanco):
“Si dos culturas compiten por el mismo trozo de terreno
(entorno), y una de las poblaciones aumenta más rápido que la otra,
entonces año a año la población que se reproduce más rápido superará
cada vez más en número a la más lenta. Si, ‘los demás factores
mantenidos idénticos’, ser numeroso tiene ventajas; entonces, con el
tiempo, la población que se reproduce más despacio será desplazada por
la rápida. Esto es un genocidio pasivo. Puede que no se asesine nunca a
nadie, pero los genes de un grupo sustituirán a los genes del otro. Eso
es genocidio”.
Igualmente revelador es cómo los que comparten las
creencias políticas de Hardin han expresado sus ideas. Un escritor de la
publicación nacionalista blanca Occidental Observer citó a
Hardin el año pasado cuando escribió que “las raíces del principio
político del apartheid se encuentran en la biología y la ecología”. “La
lógica del apartheid está implícita en el principio de exclusión
competitiva”, prosiguió, para defender el régimen del apartheid
sudafricano, que constituye uno de los más importantes casos prácticos
del pensamiento supremacista blanco moderno sobre el control político
blanco.
El ensayo de 1974 de Hardin, Lifeboat Ethics [Ética salvavidas] sigue siendo influyente entre la extrema derecha. En un antología que recopiló Hardin y que tituló Managing the Commons [Gestionando los comunes], una nota a pie de página del ensayo, que se publicó con el título Living on a Lifeboat [Viviendo en un bote salvavidas], se quejaba de que el título original era simplemente Lifeboat Ethics [Ética salvavidas] y que un redactor de Psychology Today
había añadido el “incendiario” subtítulo de “El argumento en contra de
ayudar a los pobres”. Sin embargo, Hardin se mostró coherente en cuanto a
centrarse en la amenaza que representaban los que viven en la miseria y
los guardianes del legado de Hardin han subrayado la importancia de
esta amenaza. Su metáfora (que el planeta finito es un salvavidas con
una capacidad de carga limitada que necesita que se tomen decisiones
difíciles sobre los pobres que están en el agua) ha encontrado su
expresión directa en la crisis migratoria europea, que ve cómo
embarcaciones de refugiados siguen cruzando el Mediterráneo en busca de
asilo, y muchos se ahogan en el intento.
Harding daba a entender que el principio de exclusión competitiva aplicado a países como el Reino Unido o Estados Unidos sugería que la inmigración descontrolada podría resultar en un genocidio
En medio de todo esto, un escritor supremacista blanco citó el ensayo en un artículo de VDare,
y escribió que “Las recetas de Hardin para evitar la catástrofe
maltusiana (que incluían eugenesia, finalizar con las prestaciones
sociales y la ayuda exterior, y dejar que las hambrunas siguieran su
curso) eran demasiado fuertes para la mayoría de las personas”. Otro
artículo que recurría a Hardin para hablar de frenar la “invasión de
refugiados”, y que fue escrito por un nativista canadiense, fue
republicado en la página web neonazi The Daily Stormer, en la
que ahora figura una cuenta atrás demográfica. En una ocasión, el
ecofascista finlandés Pentti Linkola refinó el argumento de la metáfora
de Hardin al escribir: “¿Qué se puede hacer cuando un barco con 100
personas vuelca de repente y solo hay un único bote salvavidas? Cuando
el bote está lleno, los que odian la vida intentarán que suba más gente y
se hundirán todos. Los que aman y respetan la vida cogerán el hacha del
barco y cortarán las manos extra que se aferran a los lados”.
Donde más se abraza el legado de Hardin en la actualidad,
aunque la referencia no sea explícita, es en la frontera. En una carta
de 1997 escrita a la ACLU para denunciar a la organización de derechos
civiles por defender la definición de ciudadanía de la decimocuarta
enmienda, Hardin escribió sobre “hacer frente a diario a hordas de
mexicanas en avanzado estado de gestación que cruzan la frontera en el
último minuto y tienen sus hijos en hospitales estadounidenses, a
expensas de los estadounidenses”, y anticipó la creciente importancia
del tema del “niño ancla” de los nativistas en casi una década, y la
masacre de El Paso en dos.
**********
A finales del año pasado, un escritor británico de la
página web nacionalista blanca Counter-Currents escribió una reseña de
un libro titulada “Ambientalismo y nacionalismo blanco: un destino
compartido”, y sostenía que:
“[…] los medioambientalistas y los ‘nacionalistas blancos’
[…] son claros y convincentes a la hora de entender uno de los
principales problemas del mundo, pero incompetentes y poco convincentes a
la hora de ofrecer métodos para afrontar los retos que describen,
porque cada uno es tuerto de un ojo. Los medioambientalistas son
alérgicos […] a cualquier cosa que huela a diferenciación racial
(“racismo”), mientras que aquellos que se preocupan por el racismo
adoptan una pose por lo general poco sincera (sin sustancia o seriedad)
sobre el tema del medio ambiente. […] La degradación medioambiental y la
explosión demográfica constituyen las dos caras del mismo desafío y
catástrofe. Ya es hora de unir los puntos”.
Viendo a Tucker Carlson cualquier noche, o al propio
presidente de EE.UU., resulta evidente lo mucho que las ideas
nacionalistas se han infiltrado en la cultura popular. Por eso es
fundamental que la izquierda y los medioambientalistas no se pongan
demasiado cómodos con su dominio actual sobre el tema de luchar contra
la crisis climática. Escritores como Betsy Hartmann han escrito con
perspicacia sobre cómo la preocupación alarmista por los potenciales
inmigrantes climáticos podría en última instancia hacerle el juego a los
movimientos etnonacionalistas y a la seguridad nacional del Estado. Los
nacionalistas blancos estadounidenses han comenzado a difundir
propaganda con el eslogan “plantar árboles, salvar los mares, deportar
refugiados”.
Y el reciente tropiezo del senador Bernie Sanders en el
programa Climate Town Hall de la CNN ante una pregunta sobre población y
derechos abortivos (que formuló un miembro del público que denominó el
tema “tóxico para los políticos, pero […] imprescindible hacerle
frente”) pone de relieve que los liberales que defienden que “la ciencia
es real” no son los únicos que son propensos al “sentido común”
engañoso y hardinesco sobre el tema de la población. Las industrias con
altos índices de emisiones de carbono, y no la población pobre, son los
principales culpables de la crisis climática. Independientemente del
cambio climático, todas las mujeres deberían tener acceso a servicios
anticonceptivos y abortos en condiciones seguras.
Donde más se abraza el legado de Hardin en la actualidad, aunque la referencia no sea explícita, es en la frontera
Merece la pena destacar que la única crítica que recibió
Sanders por aceptar la premisa de que el planeta se enfrenta a un
problema de sobrepoblación provino de la derecha antiabortista, un
bloque que hace tiempo reconoció la verdadera naturaleza de la red de
Hardin y Tanton. Pero al imaginar un futuro en el que la crisis
climática ha transformado de manera fundamental la configuración
política de siempre, es posible observar cómo los conservadores
antiabortistas de línea dura podrían estar dispuestos a hacer
concesiones, como ya lo han hecho con los grupos vinculados a Tanton; al
fin y al cabo, incluso ahora no dan mucha guerra en general sobre la
separación familiar en la frontera o la detención y deportación de las
solicitantes de asilo embarazadas. Como sugirió hace poco el fanático
antiabortista y diputado nacionalista blanco Steve King, está bien que
la gente beba agua de la taza del wáter en los centros de detención; es
decir, si son los hijos de otra persona.
Un estudio publicado este verano encuestó a los profesores de sostenibilidad para determinar cómo de popular seguía siendo La tragedia
en los estudios universitarios, y cómo exactamente se estaba enseñando.
Los autores descubrieron que, extrañamente, un tercio de los
encuestados sigue considerando que Hardin representa el “pensamiento
principal” sobre la gobernanza de los bienes comunes, a pesar de décadas
de intervención académica e investigaciones empíricas. Pero un
porcentaje más alto enseñaba el artículo por la misma razón que Hardin
tenía cuando lo escribió: destacar la necesidad de una “intervención
externa” para evitar una tragedia de los bienes comunes.
Los gobiernos y los individuos tienen que actuar y hacerlo
urgentemente para prevenir las peores previsiones de nuestra madura
crisis climática. No se puede hacer sin una “intervención externa” en el
sistema capitalista que nos ha traído hasta este punto límite. Hardin
no estaba equivocado a la hora de insistir en los límites del
crecimiento económico, aunque sus medidas preferidas son harina de otro
costal: son autoritarias y son etnonacionalistas. El “tabú” que Hardin
“acechaba” cuando discutía sobre población y medio ambiente está
comenzando a abrirse camino de nuevo en las consideraciones de
escritores y activistas. Y es con el legado de Hardin con el que tienen
que lidiar. Por eso deberían ir con cuidado.
-----------------------
(Este artículo se publicó originalmente en inglés en The Baffler. Alex Amend es escritor y antiguo investigador de la derecha radical. En CTXT, 30/10/19)
No hay comentarios:
Publicar un comentario