"Dejemos algunas cosas claras desde el principio, ¿vale? No trabajas
para nosotros, trabajas con nosotros (…) No vas a tener salario sino
ingresos (…) Eres dueño de tu destino, Ricky, ¿serás capaz?”.
A los
miembros de la ciclomensajería La Pájara, las palabras que escucha
Ricky, el personaje principal de la recién estrenada película de Ken
Loach, Sorry We Missed You, les suenan familiares. En la
primera escena de la película de Loach, el encargado de almacén de una
plataforma de reparto a domicilio entrevista al atribulado Ricky (Kris
Hitchen), que asiste a la reunión empujado por su desesperada situación
laboral, que no para de empeorar desde la crisis financiera de 2008.
“Esto (el dispositivo con la aplicación de la plataforma) decide quién
vive y quién muere (…) Haz que esté contento”, le aconseja el encargado.
En un cine del centro de Madrid, Kike “el flamenco”, Martino “el búho”,
Antonio “la garza” y Joaquín “águila calva”, los miembros de La Pájara,
posan junto al cartel de la película de Loach. Han sido invitados a una
proyección-coloquio y deciden hacerse una foto para que la
distribuidora se la haga llegar al director británico.
La imagen de los riders de
La Pájara, sonrientes junto a sus bicicletas, representa esa luz de
esperanza que no asoma en la tormentosa historia hilvanada por Loach y
su inseparable guionista, Paul Laverty. Sorry We Missed You es
un fogonazo de realidad sin anestesia que pone al descubierto los
atributos de una mal llamada economía colaborativa: precariedad,
explotación soterrada, fomento de una competitividad descarnada,
desprotección laboral, el mantra de la “flexibilidad”, etc.
Características que en la era de la globalización se replican en todas
partes casi con idéntico patrón. Las cuitas de un obrero precarizado de
la economía digital son hoy similares en Newcastle (donde está
ambientada la película), Madrid o Sao Paulo.
Pero esa demoledora
realidad es capaz también de generar movimientos de resistencia por
parte de aquellos que la sufren; experiencias alternativas que,
valiéndose también de las nuevas tecnologías, pero aplicándolas con un
sentido ético, emergen como pequeños destellos en el horizonte de las
relaciones laborales del siglo XXI. Y en ese camino, algunos riders corren que vuelan.
Como si se tratara de un personaje de ciencia-ficción, a Martino
Correggiari lo desconectaron de Deliveroo en agosto de 2017. Había
empezado a trabajar en febrero de ese año para esta plataforma de
reparto de comida fundada hace seis años en Reino Unido por William Shu y
Greg Orlowski, e instalada en España desde 2015. Amante de la
bicicleta, este italiano de 33 años se había propuesto vivir como
repartidor.
Pero no tardó en darse cuenta de que no le iba a ser fácil
llegar a fin de mes con los ingresos que obtenía realizando pedidos para
Deliveroo. Junto a Kike Medina y otros cuatro compañeros, fundó La Pájara Ciclomensajería en
septiembre de 2018. Los cuatro integrantes actuales de la cooperativa
han logrado en este año fidelizar a una pequeña clientela (cuentan con
unos 500 usuarios de su aplicación) y a un puñado de restaurantes
(muchos de ellos veganos) comprometidos con el consumo responsable y el
comercio de proximidad.
“Nosotros surgimos del conflicto que hubo con las grandes plataformas
–explica Kike en un bar cercano al cine donde se va a proyectar la
película de Loach–. Venimos de esa lucha. Comenzamos a auto-organizarnos
en 2018. Queríamos construir un proyecto nuevo basado en derechos
laborales dignos con la pretensión de generar en un futuro una oferta de
empleo digna y así profesionalizar el sector (del reparto de comida y
la mensajería). Ahora se vulneran mucho los derechos de los trabajadores
en ese sector porque hay una alta temporalidad”.
En septiembre del año
pasado las aves urbanas ya estaban pedaleando bajo el impulso de Mares
Madrid, un programa del Ayuntamiento madrileño, con apoyo de la Unión
Europea, que promueve proyectos relacionados con la economía social.
Gracias a ImpulsaCoop, una suerte de incubadora de cooperativas, han
estado un año testando si su idea es viable. Y hace un par de semanas se
establecieron ya definitivamente como cooperativa sin fines de lucro.
“Aunque todavía tenemos unos ingresos precarios, trabajamos por y para
nosotros sin tener a una persona del monopolio encima. Y somos los
dueños de nuestras herramientas digitales. Eso es una gran diferencia”,
explica este licenciado en Bellas Artes de 33 años que ha abrazado
también la subcultura rider. La herramienta a la que se refiere
se llama CoopCycle. Y no hace falta mantenerla “contenta”.
Al contrario
que las aplicaciones utilizadas por las grandes plataformas como
Deliveroo o Glovo, en las que se penaliza a los riders que no
cumplen con determinadas expectativas de entrega o la aceptación de
pedidos por medio de unos diabólicos algoritmos, quién sabe si con el
concurso de alguna aviesa mano, CoopCycle es una aplicación de código
abierto creada por una federación de ciclomensajería francesa que
mantiene una filosofía del trabajo similar a la de La Pájara.
La
herramienta digital puede ser utilizada por cualquier cooperativa de
reparto en bicicleta. Es de uso libre y está en constante desarrollo
gracias a las aportaciones de todos sus copropietarios.
Uberización del empleo
Martino ha llegado con traje de faena al local de la Plaza de l@s
Comunes, en el madrileño barrio de la Arganzuela, donde la organización
Paz y Dignidad ha organizado una charla-debate sobre la “uberización”
del empleo, el nuevo rostro digital del capitalismo. Aparca su
estrambótica bicicleta de carga enfrente del local y se apresta a
escuchar a los ponentes, entre ellos a su compañero Felipe Corredor, un
exrepartidor colombiano de Deliveroo, doctor en Investigación Social por
la Universidad Autónoma de Barcelona y miembro del colectivo Riders X
Derechos, azote de las grandes plataformas.
Felipe también sufrió una
“desconexión” por parte de Deliveroo. El eufemismo se las trae. La
economía digital está resignificando los conceptos clásicos de las
relaciones laborales. En un futuro próximo, la palabra “despido” podría
desaparecer de nuestro vocabulario laboral. Y con ella la palabra
“indemnización”, la palabra “protección”, la palabra “huelga”… La cuarta
revolución industrial ha generado un robot con alma medieval.
Corredor
lo sintetiza así: “Lo que se nos vende como algo nuevo es la
sofisticación de la explotación. Ahora ya no se ve al jefe físicamente,
antes sí, y ya no hay contacto cara a cara con los compañeros (en
plataformas como Deliveroo). Aflora el individualismo, la competitividad
interna, se pierden derechos y se dinamitan los vínculos sociales por
la alta rotación en los trabajos y la movilidad constante”. Para
Corredor, la narrativa impuesta por la economía digital que representan
Deliveroo, Glovo, Uber Eats y otras plataformas de reparto va calando en
la conciencia de los trabajadores. Flexibilidad es uno de los términos
favoritos de ese glosario digital.
Lo primero que le dijeron a Felipe en
la charla de formación de Deliveroo fue, como al resto de interesados,
que podría elegir sus propios horarios. Para estimular a los no
iniciados, nada mejor que recordarles la historia de éxito de Shu y
Orlowski, dos espíritus emprendedores, otra expresión de obligada
asimilación. Porque la cuarta revolución industrial adiestra ya a un
ejército de emprendedores. Seremos, por fin, dueños de nuestro destino
(¿serás capaz, Ricky?). Y, a la vez, esclavos de una despiadada
aplicación digital. “La nueva disciplina funciona mejor que el látigo
–reflexiona Felipe–; ahora, el látigo que impone el rendimiento laboral
lo lleva encima el propio trabajador”.
Martino comenzó a trabajar en Deliveroo en febrero de 2017, dos meses
después de llegar a España. Antes había hecho algunos trabajos
relacionados con su profesión –arquitectura–, en los que también se
sentía explotado: “No quería quedarme horas y horas en casa frente al
ordenador y vi que era fácil entrar en esa plataforma. Te dan una
charlita, te hablan de que tú escoges las horas, te das de alta como
autónomo y ya está. Después me di cuenta de que era muy difícil escoger
horas para que se convirtiera en un trabajo rentable, no ya seguro,
porque es un trabajo de alto riesgo.
Llegó mayo (de 2017) y veía que
trabajaba unas 25 horas semanales y no me daba para vivir, así que tuve
que compaginarlo con el trabajo para otras ciclomensajerías. En junio me
llegaron dos correos de Deliveroo en los que me informaban de que
habían cambiado las condiciones del contrato.
Proponían dos nuevos
tipos: uno de ellos el TRADE (trabajador autónomo económicamente
dependiente) y otro que cambiaba algunas condiciones del contrato
mercantil que yo había firmado en su momento con una duración de dos
años. La empresa eliminaba ahora el pago asegurado de dos pedidos por
hora y comenzaba a pagar solo por pedido realizado. Decidí no firmar”.
Después llegó la huelga de repartidores de julio de 2017 organizada
por Riders X Derechos. Martino fue parte activa de esa protesta de éxito
dispar: “A comienzos de agosto, recibí una comunicación. Deliveroo
prescindía de mis servicios”. Junto a otros dos compañeros, interpuso
una demanda individual contra la compañía y la justicia obligó después a
Deliveroo a indemnizarlos. Los juzgados se han llenado en los últimos
tiempos de denuncias relacionadas con los riders.
La cuestión de fondo es la categorización laboral. Para las empresas, los riders son
trabajadores autónomos. Para la Inspección de Trabajo de la Seguridad
Social, se trata de falsos autónomos que tienen una relación laboral con
esas empresas: Deliveroo, Glovo, Uber Eats, Stuart, etc.
Un juzgado de
Madrid entendió en julio pasado que esa era la premisa que prevalecía en
el macroproceso que sentó en el banquillo a Deliveroo frente a la
Seguridad Social. A falta de una legislación más clara, los jueces están
dando la razón en algunas ocasiones a los trabajadores (en demandas
colectivas, sobre todo) y en otras, a las empresas (ante reclamos
individuales, principalmente).
La sentencia del macrojuicio de Madrid emitida por el Juzgado de lo
Social número 19 da la razón a la Inspección de Trabajo de la Seguridad
Social y considera falsos autónomos, y por tanto asalariados, a 537
exrepartidores de Deliveroo. “Cabe concluir que en la prestación de
servicios de los repartidores afectados por el proceso (…) prevalecieron
las condiciones propias de la laboralidad”, subraya una sentencia que
ya ha sido recurrida por la plataforma ante el Tribunal Superior de
Justicia de Madrid.
Aunque Deliveroo argumentó que los trabajadores son
dueños de sus bicicletas y teléfonos móviles, el juez consideró más
relevantes aspectos como la organización del trabajo a cargo de la
empresa o la formación que reciben los repartidores. Pero, además, para
la justicia hay un factor determinante que demostraría la condición de
falsos autónomos de los riders: la aplicación digital,
propiedad de la compañía y utilizada por los repartidores. El timón de
los “dueños de su destino” estaría así en manos de un ente ajeno, ya sea
digital o de piel humana.
Un ente que “decide quién vive y quién
muere”. La polémica sobre la relación laboral de los repartidores viene
de lejos. La sentencia del juzgado de lo Social de Madrid se apoya en
parte en un fallo del Tribunal Supremo de febrero de 1986 en el que se
daba la razón a los motoristas de una compañía de mensajería y se
reconocía que había una “ajenidad patente” en su trabajo.
El reclamo de la “flexibilidad”
En el informe El trabajo de las plataformas digitales de reparto,
publicado en septiembre por el Servicio de Estudios de UGT, se detalla
cómo es el sistema de trabajo en las plataformas digitales de reparto:
“Después de registrarse en la web y reservar una sesión formativa en las
oficinas de la plataforma o en un coworking, el trabajador
debe acudir a una sesión formativa.
En esta reunión, es donde se le
invita a formar parte del equipo que está revolucionando el mundo con un
nuevo concepto. Se comienza por un vídeo corto donde, como píldoras,
van introduciendo la idea de trabajar cuando quieras, de ser libre a la
hora de elegir los horarios, el reclamo de la ‘flexibilidad’, cómo
convertir en dinero tu tiempo libre…. Cuando las luces se vuelven a
encender y el formador toma la palabra, empieza el proceso real de
seleccionar aquellos que necesitan ese trabajo. El formador se muestra
entonces agresivo, quiere gente que venga a ganar dinero y habla de
repartidores que han hecho muchos pedidos y que han ganado mucho dinero.
Aunque, también, advierte que hay que trabajar mucho. Por último,
insiste en una idea constante: lo poco que cuesta ser autónomo”.
Una vez hecha la primera criba, aquellos que deciden continuar
tendrán que adelantar dinero para equiparse con una bolsa térmica,
prendas con la imagen de la empresa, una batería externa y un soporte
para sujetar el teléfono móvil al manillar del vehículo. Se adquieren en
forma de fianza a descontar de la primera factura.
El último paso es
conocer las funciones de la aplicación que establece los parámetros con
los que cada trabajador obtendrá una puntuación en función de la cual el
algoritmo le distribuirá más o menos trabajo en mejores o peores
horarios y zonas. Los más lentos o aquellos que no aceptan determinados
pedidos serán penalizados por el sistema.
Adigital, la patronal de las compañías de la economía digital, estimó
en 14.337 el número de trabajadores de las plataformas de reparto en
2017. De acuerdo a esta cifra, los técnicos de UGT llegaron a la
conclusión de que estas compañías (Deliveroo, Glovo, Ubereats, Stuart)
se ahorran cada año 168 millones de euros (unos 92 millones en salarios
no ajustados a convenio y otros 76 millones en cotizaciones que no pagan
a la Seguridad Social al considerar a los repartidores como autónomos).
Para la elaboración del estudio, el sindicato realizó una encuesta a
medio centenar de riders y examinó actas de la Inspección de
Trabajo. “Las plataformas digitales de reparto –subraya el informe–
pretenden favorecerse de un supuesto vacío legislativo para generar
situaciones de explotación laboral intolerables que crecen al ritmo que
se extiende este tipo de negocio”.
Integrada hoy como sección en la Intersindical Alternativa de
Cataluña, Riders X Derechos fue la respuesta de los repartidores a ese
“sistema de explotación” al que también se refiere Felipe Corredor. El
germen fue el intercambio de opiniones y experiencias entre los
trabajadores, que en un principio podían relacionarse fugazmente en los
centroides (puntos de control de Deliveroo donde los riders coincidían).
“Era un lugar para vernos las caras, socializar y organizar la
resistencia”, explica Felipe. Pero el primer pliego de peticiones
presentado a Deliveroo (sobre antigüedad, horas de trabajo semanal,
seguros, pluses por lluvia, etc.), obtuvo el silencio por respuesta y
Riders X Derechos (de cuyo riñón surgieron después La Pájara en Madrid y
Mensakas en Barcelona) convocó a una huelga. La compañía “desconectó” a
los promotores de la protesta y cerró los centroides. Se acabó la
socialización de los trabajadores, esa rémora heredada del fordismo que
la economía digital se ha empeñado en enterrar.
La empresa perdió una
demanda posterior –la primera colectiva– presentada por una decena de
trabajadores despedidos en Barcelona y tuvo que indemnizarlos y
readmitirlos (salvo en un caso de cese voluntario). “Lo que hicimos fue
un paso en la lucha en contra de la uberización de la economía.
Hoy estamos en medio de un casino judicial, esperando alguna decisión
del Tribunal Supremo al respecto”, recuerda Felipe.
¿Dueños de su destino?
No todos los riders están descontentos con su situación
laboral. Asoriders, una asociación sin ánimo de lucro, firmó el año
pasado un acuerdo con Deliveroo para mejorar las condiciones de trabajo
de sus asociados: extensión del seguro de baja laboral de 30 a 60 días,
descuentos en los materiales de Deliveroo o preferencia en la franja
para la selección de turnos de trabajo al regreso de las vacaciones.
Héctor Merino preside esta asociación creada en 2018: “Nosotros
agrupamos a más de 700 repartidores y defendemos el trabajo autónomo.
Tenemos flexibilidad, podemos escoger las horas de trabajo dentro de
unos horarios y seleccionar las zonas donde queremos trabajar”. Este
venezolano de 53 años, asentado en España desde 2016, aboga por una
legislación que les arrope y considera que si la Inspección de Trabajo
sigue ganando juicios, los principales perjudicados serán ellos. “Se
gana más como autónomo que como contratado –asegura Merino por
teléfono–. Estamos defendiendo nuestros ingresos. A mí me rinde más
así”.
De parecida opinión es la Asociación Autónoma de Riders (AAR). En un artículo publicado hace unos días en el diario La Razón, su presidente, el marroquí Badr Eddine, defendía la condición de autónomos de los riders para
adaptarse a un nuevo paradigma, “en el que la economía y la sociedad
evolucionan de forma imparable hacia modelos de trabajo económicamente
más rentables, más versátiles y más innovadores, como es el caso más
evidente de las plataformas digitales de reparto”.
Desde Riders X Derechos no han tardado en responder a esa visión de
las relaciones laborales: “¿Qué idea de rentabilidad persiguen cuando la
realidad es que hay que pasar el día entero en la calle para conseguir
un sueldo digno? ¿Versatilidad? no es otra cosa que (el hecho de que) la
empresa pueda organizarse sin compromiso con sus empleados y dar una
respuesta a un mercado ‘casualmente’ muy versátil.
E innovación es
aprovecharse de la precariedad de miles de riders, muchos de
ellos inmigrantes que no pueden permitirse reclamar unos derechos porque
lo que está en juego es la subsistencia de toda su familia. No hay nada
innovador en volver a formas de trabajo con tintes decimonónicos y
darles una apariencia tecnológica y sofisticada”, denuncia el colectivo
en un comunicado.
Para José Luis Zimmermann, director general de Adigital, lo más
acuciante es la regulación por ley del trabajo autónomo. El espejo donde
se mira la patronal es Francia, que ya introdujo hace años la figura
del denominado auto-entrepreneur y propone ahora una “carta
social” con una serie de derechos para estos trabajadores (cobertura por
accidentes, indemnización por cese de actividad, etc.) y de
salvaguardas para las empresas (mayor seguridad jurídica). Adigital
propone una reforma de la ley 20/2017 que regula el trabajo autónomo en
España y una adaptación de la figura del TRADE al entorno digital.
“Los
jueces –afirma Zimmermann por teléfono– están dando la razón a unos y a
otros. Los riders son la punta del iceberg de este fenómeno.
Como mínimo debería haber un debate, un diálogo. Hoy no hay una
respuesta normativa a la figura del trabajador independiente que puede
prestar servicios a varias plataformas, ni tampoco sobre quién es el
empleador. Las plataformas ponen en contacto oferta y demanda, plantean
este tipo de figuras, y es hora de discutir sobre nuevas figuras que lo
que hacen es complementar rentas”.
En su informe La contribución económica de las plataformas de delivery,
Adigital cuantifica la aportación a la economía española de estas
plataformas digitales en 643 millones de euros en 2017, un 0,1% del
Producto Interior Bruto. Mucho más modesta es la aportación al PIB de la
ciclomensajería La Pájara. Sus integrantes defienden, ante todo, la
promoción de una verdadera economía colaborativa.
“Queremos cuidar al
cliente y al trabajador, pero usando las nuevas herramientas digitales
–subraya Kike–. Es algo muy sencillo; es volver a lo que se hacía antes
pero con las herramientas de ahora”. Para seguir financiándose, acaban
de lanzar una campaña de micromecenazgo.
Kike compara su experiencia con una carrera de fondo, “con muchos
sacrificios, pero una carrera que va a merecer la pena”. “Es un estilo
de vida –remarca–, hay mucha sensibilización detrás, impartimos charlas
para parados, participamos en coloquios sobre el tema…”.
Se trata, en definitiva, de darle la vuelta al algoritmo.
Reprogramarlo para que la competitividad, el individualismo, la falsa
flexibilidad, puntúen bajo mínimos y el comercio responsable, la ética
laboral y el cooperativismo social ponderen al alza. Kike y Martino
sueñan con que dentro de unos años haya muchas “aves” en todas partes,
distintas y hermanadas a la vez. ¿Representa su experiencia y otras
similares una alternativa a las grandes plataformas digitales de
reparto? Martino tiene una respuesta esclarecedora: “Son opciones más
que alternativas. Es una forma de resistencia”. (César G. Calero, CTXT, 11/12/19)
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