"Se han escrito ríos de tinta (y de bits) sobre ese distópico sistema de crédito social chino, que puntúa incluso opiniones políticas, y en base a la puntuación con la que se cataloga a los ciudadanos
de aquel país incluso se les impide viajar por el país, acceder a una
promoción laboral, o conseguir el colegio que querían para sus hijos.
Igualmente, luego viene el sistema de crédito social chino a las empresas, por el cual ponen trabas y «castigan» a empresas internacionales que no sigan los dictados polítcos
del gigante comunista, habiendo llegado por ejemplo a forzar a las
compañías aéreas que la denominada por Pekín «isla rebelde» de Taiwan
aparezca en los mapas de determinada manera, y promete con hacer lo
propio con innumerables designios tan arbitrarios como cualquier poder
político (también el comunista).
Pero como una nueva demostración
del talante no sólo crítico de estas líneas, sino también profundamente
auto-crítico, hoy les analizamos cómo en Occidente ya tenemos igualmente a día de hoy una suerte de sistema de crédito social
occidental. Y sí, lo estamos sufriendo ya desde hace algún tiempo en
primera persona, aunque no acabemos de ser conscientes de ello.
Realmente, este sistema de crédito social occidental no es nada nuevo
Por
ponerles en antecedentes, este nuevo sistema de crédito social
occidental es algo que les venimos anticipando desde hace años desde
estas líneas. De hecho, el advenimiento de un sistema de castas a la occidental es un riesgo sobre el que les advertimos, y que ya está finalmente aquí.
Según lo previsible, este
sistema nos está segmentando comercialmente con diferencias ostensibles
a nivel «marketiniano» y socioeconómico entre los más favorecidos y los
menos.
Es otra forma de tomar cuerpo esa plutocracia que da más poder socioeconómico al que más tiene, y sobre la que también les advertimos hace otros tantos años.
Pero más allá de predicciones a futuro, la llegada de esta distópica
realidad a Occidente no ha sido algo súbito ni repentino. En realidad,
la realidad a cuyo nacimiento asistimos ha sido fruto de un largo
proceso de adopcion, que tuvo como origen de todo la llegada de la economía del dato.
Pero
el tema es todo que lo que esa economía del dato ha acabado resultando
ser en la práctica, y lo que en última instancia representa a nivel
socioeconómico, ante la (casi) total inacción de buena parte de las
autoridades competentes. La que podía haber sido una auténtica «economía del dato» en su máximo esplendor y para beneficio de todos, ha degenerado en un auténtico sistema de «mercadeo del dato», por el que somos más un producto que ciudadanos que articulan un nuevo tejido socioeconómico ejerciendo los derechos sobre los que, al fin y al cabo, son sus datos, muchas veces hasta personales y en una dimensión que realmente desconocen.
Pero ahora Occidente va un significativo paso más allá, y todos pasamos a estar «fichados» por el sistema
Ante
todo lo analizado en los enlaces anteriores, era cuestión de tiempo que
acabase emergiendo ya ese auténtico Gran Hermano comercial y del
marketing que hace tiempo que les anticipamos. Efectivamente, un
paso más allá ha sido el poder generar y tener acceso al perfil y a la
puntuación ad-hoc sobre un individuo concreto y bajo petición según
publica el New York Times.
Esto supone un preocupante nuevo salto
cualitativo que bien nos debe hacer reflexionar profundamente sobre el
hecho de que, muy probablemente, en Occidente ya tenemos nuestro propio sistema de crédito social,
aunque debemos matizar que no es menos cierto que (por ahora) lleva por
segundo apellido un «comercial», lo cual marca una significativa
diferencia con respecto a esos otros sistema de marcados tintes
políticos e ideológicos.
Como podrán leer y como les decíamos al
principio de este artículo, esto no son futuribles, sino que ya a día de
hoy hay unas cuántas empresas de primer nivel, y muy conocidas por
todos, que utilizan ese sistema para catalogar y segmentar a sus
clientes. Entre ellas están Airbnb, Yelp, Coinbase y otras
tantas, que además alimentan el sistema con los propios datos de sus
usuarios y clientes.
Y las consecuencias ni son pocas ni son
poco importantes. Así, como explicaba el New York Times, por ejemplo,
cuando uno llama a uno de los call centers de estas compañías, el tiempo
de espera viene determinado por esa puntuación social que cada uno de
sus clientes tenemos asignada. Igualmente se utiliza esta puntuación
personal para determinar el servicio que nos dispensarán, o qué podemos y
qué no podemos devolver en los puntos de venta. Vamos, no sólo es
diferenciación a nivel individual y con una granularidad nunca antes
vistas, es literalmente una segregación de los derechos que tenemos como
consumidores.
Hemos pasado del «tanto tienes, tanto vales» al «tanto vales, tantos derechos tienes en el sistema».
Vamos, lo que les decía hace años: un sistema de castas a la occidental
en toda regla. Y un grado de gravedad añadida no es sólo el
desconocimiento de lo que ocurre entre bastidores por parte del público
en general, sino que el propio sistema es mayormente de una
transparencia que brilla por su ausencia, y que es mayormente una
invisibilidad, en la cual toman parte los siempre existentes intereses
creados, que (por ahora) son empresariales.
Pues bien, sepan que desde
hace unos meses, ustedes mismos pueden acceder al perfilado que han
hecho sobre los usuarios y clientes de sus empresas asociadas (el New
York Times enumeraba algunos de los servicios disponibles para tal
efecto). Y resulta bastante chocante comprobar de primera mano hasta qué
punto pueden saber cosas de (casi) todos nosotros, y para lo que las
están acabando por utilizar.
Las comparaciones son odiosas, pero a veces son muy procedentes
Pero
a pesar de lo intranquilizador que para cualquier occidental que valore
su privacidad puede resultar el que inexorablemente vayamos perdiendo
intimidad y democracia digital, el hecho incuestionable es que aquí hay
ya sistemas de crédito social prácticamente en todas las superpotencias.
La diferencia real estriba en para qué lo acaba utilizando cada
una, lo cual revela la naturaleza de fondo de cada una de estas
superpotencias. En última instancia, en Occidente lo utilizan
(por ahora) para que compremos el máximo posible, mientras que en otros
lugares los usan para que no se les ocurra ni opinar sobre democracia, y
con castigos infinitamente más severos.
Personalmente, y puestos a evaluar perjuicios resignándose a ponerse en el caso «menos peor»,
un servidor ve menos dramático que a uno le hagan esperar más en un
call center por no tener mucho poder adquisitivo a que, como en China, a
uno ni le dejen viajar por el país, le impidan una promoción en el
trabajo, o le denieguen el colegio de sus hijos por el mero hecho de
haber reclamado derechos democráticos básicos.
Pero ahora bien,
tengan en cuenta que el sistema de crédito social occidental está ya
creado, establecido y en funcionamiento. Es efectivamente una simple
herramienta, y como toda herramienta su impacto socioeconómico último
depende del uso que se le dé. Y el hecho es que no sabemos para qué
puede acabar siendo utilizado en un futuro una vez instaurada, máxime en
un entorno de socioeconomías occidentales con valores democráticos en franco retroceso.
En temas de futuro, tengan en cuenta que la realidad siempre acaba superando a la ficción, y el que gobierna a los ciudadanos.
Las herramientas de las que disponga para ello, determinarán nuestros
derechos y libertades en un futuro que, más que distopía, ya es
realidad." (Maestroviejo, 10/12/19; fuente: El blog salmón)
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