"En las últimas décadas, especialmente desde los años noventa del
siglo pasado hasta aquí, el eje izquierda-derecha, como forma de
explicar los posicionamientos políticos, ha entrado en crisis y ello se
ha producido, fundamentalmente, a causa de la crisis de uno de sus
polos: la izquierda.
Nuevas fuerzas políticas herederas de la izquierda histórica han
tendido a sustituir el eje izquierda-derecha por el eje abajo-arriba de
matriz populista.
Ello ha provocado que la izquierda pierda uno de sus
rasgos esenciales: encarnaba el futuro y hoy ya no lo hace. La
protección de los de abajo, de las clases populares, frente a los
ataques de la derecha política, socio-económica y cultural no es un
proyecto de futuro, es sólo un conjunto de movimientos reactivos y a la
defensiva.
Por todo ello, actualmente las dos derechas hegemónicas, la
neoliberal y la populista, se están apropiando de las categorías
históricas que habían sido de la izquierda y por ello la izquierda, al
disociar la representación de las clases populares de la conquista de un
nuevo futuro para la humanidad, se está quedando ideológicamente
estéril e inerme.
La sustitución de “izquierda” por “abajo”
Los discursos demoliberales, mediáticos, políticos y académicos, han
tendido a reemplazar la oposición izquierda-derecha por una nueva
oposición, aquella que distingue entre los partidos democráticos y los
partidos populistas. Esta dicotomía se ha presentado interesadamente
como una oposición entre los partidos centrados, moderados y serios y
los partidos extremistas, radicales y demagogos que han aparecido a
izquierda y derecha del espectro político en Europa, en Estados Unidos,
en América Latina, etc.
El eje centro-extremos no es más que un intento
de los partidos políticos clásicos por situar a los nuevos partidos,
calificados como populistas, en los márgenes de los mapas mentales de
los ciudadanos sobre las ubicaciones políticas y para identificar a la
extrema-derecha con las nuevas izquierdas y generar confusión.
Los llamados partidos populistas de izquierdas y muchos de
extrema-derecha han introducido una nueva metáfora espacial, aquella que
ubica a las fuerzas políticas según la dicotomía arriba-abajo. A partir
de este eje, habría fuerzas políticas que defienden los intereses de
las élites, los de arriba, mientras que otras defienden los intereses
del pueblo, los de abajo.
En función de si el partido populista nace de la tradición de la
derecha o de la izquierda, la élite-arriba y el pueblo-abajo, se definen
de diferentes formas y su antagonismo se explica por diferentes
razones.
Por ejemplo, para los populistas de derecha el pueblo está compuesto
por todos los ciudadanos nativos-nacionales “normalizados” y se excluye a
los inmigrantes y las minorías nacionales, étnicas, religiosas,
culturales, sexuales, etc. Las élites serían élites políticas, liberales
y socialistas, y también las élites mediáticas, culturales y académicas
que han traicionado al pueblo nacional. Para los populistas de
izquierda el pueblo se identificaría con los sectores sociales de
ingresos medios y bajos y las élites serían, sobre todo, las élites
socioeconómicas y las élites políticas que defienden los intereses de
aquellas.
Algunos nuevos partidos y movimientos políticos de izquierda en
Europa y en Estados Unidos como, por ejemplo, Podemos, La France
Insoumise o Occupy Wall Street, han pasado a privilegiar el eje
arriba-abajo. Sin embargo, cuando aparece un fenómeno de este tipo,
surge una pregunta: ¿la izquierda histórica no significaba ya la defensa
de las clases trabajadoras y las otras clases populares y, por lo
tanto, no se ha identificado siempre con los de “abajo” frente a la
derecha que se identificaba con los de “arriba”? Según esta percepción,
los ejes izquierda-derecha y abajo-arriba serían equivalentes. Pero no
lo son. La diferencia consiste en la inclusión de una nueva oposición:
delante-detrás.
El futuro deja de ser de izquierdas
La metáfora espacial delante-detrás remite al eje temporal
futuro-pasado. El futuro es delante mientras que el pasado es detrás.
Una definición tradicional de la izquierda es que las fuerzas políticas e
ideologías que se situaban en esta posición, hacían avanzar a las
sociedades y a la humanidad en su conjunto hacia una realidad más
positiva que se situaba en el futuro.
Este esquema se derivaba de la
idea propia de la modernidad según la cual la historia tenía un sentido y
una dirección y progresaba lineal e inexorablemente hacia un mundo
mejor. Por ello, había fuerzas progresistas, reformistas o
revolucionarias que hacían avanzar la historia, fuerzas de izquierda; y
fuerzas conservadoras o reaccionarias que se oponían a este progreso y
lo retardaban, fuerzas de derecha.
Por tanto, la izquierda articulaba dos posiciones: abajo-delante,
clases populares-futuro. Esta articulación definía una narrativa
particular: en los proyectos políticos relacionados con las clases
trabajadoras y populares se concretaba un futuro mejor para toda la
humanidad. Frente a ello, la derecha se definía por la articulación
arriba-detrás, élites económicas-pasado: las élites económicas se
aferraban a un pasado que significaba para ellas la conservación de sus
privilegios.
La posición de la izquierda, delante-abajo, clases populares-futuro,
ha sido históricamente una posición muy particular que ha tenido
vigencia desde la Revolución Francesa hasta nuestros días.
La actual disociación de la articulación abajo-delante, clases
populares-futuro, ha supuesto la dislocación de la izquierda y lleva a
su desaparición. Las clases populares, en la ideología hegemónica que
este momento recorre todos los sectores y grupos socioeconómicos,
políticos e intelectuales, ya no se ven como portadoras de un proyecto
de futuro. La izquierda tiende a abandonar esta posición y se concibe a
sí misma como un actor de resistencia frente a un futuro fatídico,
liderado por la derecha neoliberal, que, inexorablemente, está llegando.
El mito del progreso de la historia propio de la Modernidad ha
entrado en una crisis profunda y ello ha generado la realidad cultural
de la Posmodernidad. La crisis más relevante del mito del progreso
continuo se ha dado con la toma de conciencia de los límites físicos del
planeta para permitir un progreso indefinido basado en un crecimiento
económico sin fin. Aunque ello se olvide con demasiada frecuencia, este
sueño desarrollista truncado no sólo es un sueño del capitalismo
liberal, sino que también lo ha sido del socialismo. Porque tanto el
liberalismo como el socialismo son hijos de los mitos de la Modernidad.
De la oposición derecha-izquierda a la oposición derecha neoliberal-derecha populista
Las nuevas fuerzas políticas de izquierda, al sustituir la
confrontación política sobre el eje izquierda-derecha por otra sobre el
eje arriba-abajo, están abandonando una de sus señas ideológicas de
identidad fundamental y además, al desarticular el binomio
abajo-adelante, clases populares-futuro, está permitiendo que la derecha
se apropie de cada uno de los términos del binomio que se ha
desarticulado.
La crisis de la izquierda ha facilitado que la derecha se haya
desdoblado en dos tipos de fuerzas políticas que le disputan claramente y
con ventaja las posiciones abajo y delante, clases populares y futuro.
Por un lado, la derecha neoliberal ha articulado una posición
arriba-delante, élites-futuro, un futuro liderado por las élites. Por
otro lado, la derecha populista ha construido una posición abajo-detrás,
clases populares-pasado, unas clases populares a las que hay que
proteger volviendo al pasado.
La derecha neoliberal, arriba-adelante, claramente hegemónica a nivel
ideológico entre los sectores empresariales y profesionales, sobre todo
entre aquellos que se han integrado en los procesos de globalización,
ha logrado conformar una visión según la cual el progreso de la
humanidad se construye a través de la alianza de las grandes
corporaciones empresariales, el emprendimiento individual y la
innovación tecnológica. Todo ello dentro de un sistema de mercado libre y
desregulado y liderado por actores sociales que se sitúan en la cúspide
de la pirámide socio-económica, gerencial y técnico-científica.
La derecha populista, abajo-detrás, que comienza a ser hegemónica
entre sectores tradicionales de la clase obrera y otros sectores de
trabajadores de baja cualificación, defiende una visión proteccionista
de estos grupos sociales, una protección basada en el fortalecimiento de
la madre patria como hogar común y benefactor y en un regreso a una
época en la que cada patria estaba limpia de impurezas humanas y
culturales llegadas del exterior y de aperturas a lo considerado ajeno,
minoritario, anormal o extravagante.
Estas dos derechas, si nada cambia, serán claramente hegemónicas y
ocuparán dos espacios políticos opuestos y complementarios que se
presentarán, en las democracias liberales, como las alternativas por las
que los electores pueden optar. De hecho, esto ya ha ocurrido en países
tan emblemáticos como Estados Unidos, Clinton contra Trump, y como
Francia, Macron contra Le Pen. Incluso en un subcontinente como
Sudamérica, tan poco dado todavía a este tipo de alternativas y donde la
izquierda resiste, en las últimas elecciones presidenciales peruanas se
enfrentaron Kuczynski y Keiko Fujimori.
De la articulación abajo-delante, de la izquierda tradicional, la
derecha neoliberal se ha apropiado del delante-futuro, mientras que la
derecha populista se está quedando con el abajo-clases populares. Al
disociar la izquierda sus dos valores propios, clases populares y
futuro, estos han quedado libres y cada una de las dos derechas se ha
adueñado de cada uno de ellos. Así hoy nos encontramos con una izquierda
despojada de cualquier identidad reconocible y diferencial.
La izquierda debe imaginar un nuevo futuro
La crisis de la izquierda es muy profunda. El hecho de que los
referentes históricos de la izquierda, comunismo y socialdemocracia,
hayan abandonado los ejes ideológicos sobre los que la izquierda
constituía su identidad hace que la posición de la izquierda sea hoy
difusa e incoherente.
El hecho de que, en los restos de la tradición
estatal comunista, el Partido Comunista Chino sea en su país el promotor
del capitalismo desarrollista más salvaje y que la mayoría de los
partidos socialdemócratas defiendan políticas neoliberales cuando están
en el gobierno hace que la relación izquierda-clases populares posea
poca credibilidad. Además, en los dos casos mencionados, el futuro se
contempla indefectiblemente ligado al capitalismo neoliberal.
Sin embargo, el problema fundamental y más complejo hoy para las
nuevas izquierdas no es aparecer como defensoras de las clases
populares, aunque este sea también muy importante. Lo más complicado es
reconstruir un discurso a través del cual se pueda dar algún sentido a
la historia y al futuro, un discurso que sea una alternativa en positivo
al neoliberalismo. Un futuro que merezca la pena luchar por él.
La izquierda, actualmente, sobre el futuro solo tiene un discurso
reactivo y negativo: no al futuro desarrollista y neoliberal, no a la
desigualdad creciente, no a la globalización expoliadora, no al desastre
ecológico, etc. El problema es que el simple “no” induce a una vuelta
al pasado, a la defensa del Estado de bienestar que hace décadas parecía
insuficiente y a una visión pretérita de las clases trabajadoras, etc.
Ello imposibilita visualizar un futuro que genere ilusión y lleva a una
cierta superposición con los planteamientos de la derecha populista.
Por otro lado, si el proyecto de futuro se basa sólo en un terreno
identitario, donde lo identitario es fundamentalmente individualista, un
mundo de libertades en donde cada individuo puede elegir supuestamente
su identidad compleja y personal, superando normas y tradiciones en
cuestiones de género, sexualidad, raza, religión, creencias o estilo de
vida, la izquierda se encontrará con que la derecha liberal y
neoliberal, descargándose del fardo conservador histórico, estará mejor
posicionada y mejor pertrechada ideológicamente en este ámbito.
De
hecho, hoy se habla de un neoliberalismo progresista que articula un
programa económico neoliberal con una concepción según la cual los
individuos poseen un supuesto derecho para definir su identidad por
encima de cualquier predeterminación y vínculo social, porque, como
afirmaba Margaret Thatcher, la sociedad no existe.
En definitiva, el reto de la izquierda es la construcción de un
relato, para los pueblos y para la humanidad, que permita entender el
sentido de lo que propone, porque el sentido sólo se construye a través
de la narrativa. Poco sabemos sobre cómo debe ser este futuro por
imaginar. Lo único que podemos afirmar es que debe ser un futuro
compatible con nuestro hábitat ecológico y que debe aparecer como un
futuro inclusivo e integrador opuesto a un futuro excluyente y
desgarrador. Debe ser, fundamentalmente, un futuro para todas y todos."
(Xavier Ruiz Collantes es catedrático del departamento de Comunicación de la UPF., CTXT, 18/12/19)
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