" En el mundo
actual que nos ha tocado vivir, la pandemia del conoravirus, la crisis
sanitaria subsiguiente y el efecto colateral de la amenazadora crisis
económica, social y laboral son ciertamente problemas muy graves y preocupantes.
Pero, desde hace mucho tiempo, hay otro, tan grave como el Covid 19, del que se
habla poco.
Digamos, como hubiera dicho Sabina,
que hablo de la “soledad ”. Cuando utilizo
la expresión “soledad como problema”,
me refiero a la “soledad no deseada ni
buscada”, a aquella soledad de las personas que se sienten solas porque
necesitan más interacciones sociales o un cierto tipo de interacción social,
que no tienen. Y este déficit de contactos sociales es vivido por los afectados
como un drama, como un martirio, como un auténtico y grave problema.
· La soledad no deseada. Esta
soledad es también una pandemia que,
desde hace ya muchos años, se propaga por el mundo desarrollado, como una
mancha de aceite, producida y propagada por el viento del engañoso “progreso”,
del consumismo desenfrenado, del bienestar social y de ese pernicioso virus de
la “globalización”.
Contra esta pandemia, que algunos tildan ya de “pandemia del siglo XXI”, ningún país del mundo
desarrollado está vacunado. En todos ellos el virus maligno de la soledad se ha
cobrado y se cobra cada vez más víctimas, principalmente entre las personas
mayores, pero no sólo. Los adultos, los jóvenes e, incluso, los niños son
también víctimas de ella.
· Así, en el Reino Unido, en 2018, 9 de los 65 millones de británicos padecían de soledad; y unos 200.000 no habían hablado con nadie durante más de un año. Ante la magnitud y la gravedad de este problema, la primera ministra Theresa May creó el “Ministerio de la Soledad” para abordarlo, gestionarlo y darle solución. En Japón, en 2019, el 70% de los nipones entre los 18 y los 34 años no tenían pareja y esto va a más cada año. Por otro lado, en los restaurantes japoneses, se suele ofrecer un peluche “grandeur nature” a los clientes para que no coman o cenen solos.
Y, para los fines de semana, las vacaciones o los días
festivos, existe la fórmula de las “familias
en renta”, para pasarlos en compañía. Además, en el País del Sol Naciente,
muchos ancianos cometen delitos menores sólo para ir a la cárcel y no sentirse
solos. En EE.UU., encontramos la misma realidad: 3 de cada 5 americanos dicen
sentirse solos. Y, por dar un último ejemplo, lo mismo sucede en China donde,
en 2018, más de 200 millones de chinos eran solteros y unos 77 millones vivían
solos.
· La soledad no deseada en España. España no es un caso aparte. Según un
estudio de AXA & ONCE, casi 5
millones de españoles viven también solos y su número crece sin parar. La mayor
parte son personas mayores, que pasan meses sin que nadie las eche en falta y
sin que nadie pregunte por ellas. Además, uno de cada 10 españoles dice
sentirse también solo. Y esto es particularmente grave entre los mayores de 80
años: el 48% se sienten solos y abandonados.
Por otro lado, según un estudio de
la Caixa, el 20% de las personas entre 20 y 40 años están en peligro de
aislamiento social por soledad. Ahora bien, la soledad es un problema
estructural, que no afecta a todas las personas que viven solas ni sólo a las
personas que viven solas. Como dijo alguien, de cuyo nombre no puedo acordarme,
“la peor soledad es estar con alguien y,
sin embargo, sentirse solo”.
· Consecuencias. La pandemia de la soledad
constituye el caldo de cultivo que permite el desarrollo de una serie de
patologías, tanto sociales como somáticas y psíquicas. Los seres humanos somos
seres indefensos y dependientes, expuestos a toda clase de peligros. Por eso,
somos sociables ya que, según Thomas Harris, “nada nos hace más vulnerables
que la soledad”.
Distintos estudios han puesto el acento en el hecho de que
la soledad es la principal causa de exclusión social. Además, favorece la
hipertensión, los riesgos cardiovasculares, el debilitamiento del sistema
inmunológico, la obesidad, el exceso de colesterol, etc. Y, por otro lado, propicia
la ansiedad, las adicciones (alcohol, drogas, redes sociales, etc.), la mala
calidad del sueño, el deterioro mental, que pueden conducir al suicidio (casi
4.000 suicidios, al año, en España). La soledad es, como la tensión alta, una
“asesina silenciosa”.
· Causas. En España, las causas de
la pandemia de la “soledad no deseada”
son, como en otros países, muy variadas y cortocircuitan las relaciones humanas.
En los estudios e informes sobre la cuestión, se suele citar, como una de las
principales causas, el no haber cultivado la amistad o el no haberlo hecho con
personas significativas a lo largo del devenir vital: infancia, adolescencia,
juventud y vida adulta.
Y, por eso, con el paso del tiempo y sobre todo en la
llamada “tercera edad”, la soledad se convierte en un peso insoportable, que hace
que la vida sea un sinvivir y un auténtico valle de lágrimas.
· Además, se
suelen citar la pérdida de seres queridos, las rupturas sentimentales, los
divorcios y la pérdida de esa actividad tan socializadora y equilibradora que
es el empleo, que deja encalladas y varadas a millones de personas en la arena
del desempleo. Se trae también a colación la metamorfosis sufrida por los
hogares y las familias españolas.
La nueva familia española (de menor tamaño,
con una baja tasa de natalidad, desintegrada, con dificultades para conciliar
trabajo y familia, con mayor movilidad de sus miembros, etc.) ya no es ese gran
antídoto-oasis contra la soledad. Por otro lado, también se suele hacer
referencia a los nuevos hábitos de vida de los españoles: consumo desenfrenado,
materialismo, egocentrismo, hedonismo sin coste ni esfuerzo, derechos sin
deberes, etc.
· Se imputa
además el problema de la soledad al mal uso y abuso de las nuevas tecnologías
(internet, móvil, redes sociales), que han propiciado que las nuevas
generaciones prefieran las redes sociales (todo lo virtual) a las interacciones
reales y directas. Como ha escrito muy acertadamente Ignatus Farray, las “consolas”
han reemplazado a los “libros”, los “móviles” nos han privado de la cercanía de
la “voz” del “tête-à-tête”, las
“miradas” han sido sustituidas por “likes”,
las “cartas de amor” han dado paso a los “tinder”
instantáneos, los “amigos virtuales” han ganado la partida a los de carne y
hueso, las “horas de consolas y de redes sociales” no cesan de aumentar, al
tiempo que disminuyen “las de los paseos y las cañas con confidencias”.
A
propósito del mal uso y/o abuso de las redes sociales, podemos preguntarnos: ¿las
personas se conectan cada vez más a las redes porque se sienten solas o, por el
contrario, por estar mucho tiempo conectadas a las redes se quedan y se sienten
solas?
· El antídoto contra la soledad. El antídoto contra esta pandemia trágica de
la “soledad no deseada” está al alcance de la mano y depende de cada uno de
nosotros. El ser humano es un ser incompleto, vulnerable, dependiente y, por lo
tanto, sociable por naturaleza y por necesidad. Por eso, como puede leerse en
el Génesis “no es bueno que el hombre
esté solo”. Sin embargo, nos hemos dejado engatusar y engañar por la
falacia y la seudo-ilusión de la amistad y de los amigos de las redes sociales.
Por eso, deberíamos, más bien, alejarnos de ellas y cultivar las auténticas
relaciones humanas y, sobre todo, la verdadera amistad “face to face”. Como escribió Aristóteles,
“la amistad es la cosa más necesaria en
la vida, ya que nadie, aunque tuviese todos los bienes restantes, elegiría
vivir sin amigos”. Ahora bien, los amigos y la verdadera amistad exigen tiempo,
dedicación, esfuerzo, cuidados, inversión personal, proximidad física con el
otro, compartir, etc. No es algo que se obtiene “gratis et amore”.
Y, además, cultivar la amistad con mayúsculas nos debe obligar a
que abandonemos el insolidario y egoista “sálvese
quien pueda” y volvamos al solidario y altruista “hoy, por mí; mañana, por ti” o al lema mosqueteril de “todos, para uno; uno, para todos”. No
nos engañemos: “estar solo no es
casualidad”, Jorge Buacay dixit. Por eso, para afrontar la
soledad, no la llenemos con cualquier persona. ¡Invirtamos en amistad y
cultivémosla! Así nos vacunaremos contra la “pandemia de la soledad no
deseada”. (Manuel I. Cabezas González, Honestidad radical, 09/05/20)
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