"¿Se puede ser feliz durante un confinamiento forzado por una pandemia
mundial? El problema no reside tanto en la respuesta a esta pregunta
como en que existan disciplinas, como la denominada psicología positiva,
que no alberguen duda alguna sobre ello: depende de lo que tú te
esfuerces individualmente.
En plena era de dominio ideológico
neoliberal, la felicidad representa para algunos un principio
incuestionable que sirve para distinguir el éxito y el fracaso de los
individuos. En su trabajo Happycracia. Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas
(Paidós) –traducido a más de diez idiomas–, la socióloga Eva Illouz y
el psicólogo Edgar Cabanas (que responde a esta entrevista) analizan,
por una parte, la ideología que subyace a una disciplina que cuenta cada
vez con más fuentes de financiación y, por otra, su falta de soporte
científico y sus efectos secundarios.
La psicología positiva nos concibe como empresas que
persiguen maximizar su felicidad. ¿Qué nos diría un psicólogo positivo
sobre cómo llevar este confinamiento? ¿Nos sugeriría convertir también
esta crisis en una oportunidad?
Estoy seguro de que muchos ya han dicho eso... Para la psicología
positiva, todo es susceptible de ser instrumentalizado para nuestro
propio bien, bienestar o interés. Y lo mejor que podemos hacer es no
dejarnos abatir por las circunstancias externas –porque, al fin y al
cabo, no tienen demasiada influencia–, para centrarnos en trabajar
nuestras actitudes, nuestros pensamientos y nuestras emociones
positivas, dejando al lado todo lo negativo. Como si lo positivo y lo
negativo se situaran como dos polos opuestos.
‘Positivo’ y ‘negativo’ es una simplificación...
Es una falacia: de hecho, habría que ver si todas estas emociones
positivas son tan beneficiosas. Y tachar de ‘negativos’ sentimientos
como, por ejemplo, la ira, el enfado o la indignación es algo sumamente
conservador, porque hay que tenerlos en cuenta ya que también nos mueven
a cambiar las cosas, a modificar el statu quo. Al patologizarlos, estos sentimientos quedan denunciados como ‘improductivos’ personal y socialmente.
Lo que siempre me sorprende es la capacidad de estos discursos para
calar pese a todo lo que esté ocurriendo. Ya en la crisis iniciada en
2008 se multiplicaron. Porque en esos momentos, cuando uno tiene la
sensación de que no puede influir en su entorno es quizá cuando estas
llamadas para recluirse en el interior de uno mismo proliferan. Pero, si
nos damos cuenta, el hecho de no atender a las circunstancias que nos
están rodeando es absolutamente delirante: en momentos como los que
estamos viviendo se hace evidente que nuestra vida, en general, está
puesta en manos de lo que esté sucediendo, y que no depende de
nosotros.
En Happycracia se cita un pasaje escalofriante. Una
mujer le cuenta a su marido que ella es feliz, pero que cree que debería
serlo más, y que debería luchar por ello a toda costa…
La idea detrás de esto es que la persona se conciba a sí misma como
un proyecto. Hasta ahora, la unidad de utilidad había sido el dinero,
pero, en estos momentos, la felicidad se ha acabado convirtiendo, quizá,
en el mayor valor de utilidad. Las personas tienen que buscar la forma
de conseguir el máximo enriquecimiento personal e individual,
entendiendo la felicidad como su máxima expresión.
Y la felicidad, en este punto, adquiere un aspecto paradójico: es, a
la vez, fin y medio para lograr otros fines. Porque no solo hay que
dirigirse a la felicidad, sino que, siendo feliz, se es más productivo; y
cuanto más productivo eres, más feliz eres, y viceversa. Se trata de
una enorme tautología, un argumento circular en el que apenas se repara y
del que puede ser muy difícil salir.
Si usted no me obedece y no es feliz, no será productivo.
Felicidad, productividad, rendimiento económico e interés propio
entran en el mismo círculo, retroalimentándose. Normalmente, la gente
asume que una persona feliz es más productiva. Pero no hay una
demostración científica de ello, se trata simplemente de un argumento
que encaja ideológicamente.
¿Quién obtiene los mayores beneficios de la difusión de todo este pensamiento relacionado con la felicidad?
Cuando tú prometes que tu teoría, tus técnicas o talleres suponen una
forma más barata de obtener rendimientos laborales, de que tus
trabajadores no solo sean más productivos sino más aquiescentes con la
cultura corporativa, etc., puede haber mucha gente interesada. Además,
gracias a determinadas investigaciones y publicaciones, quienes
defienden estos principios quedan, de alguna manera, ‘científicamente’
legitimados. Los mismos ‘coach’ o quienes van dando cursos terapéuticos
de este tipo ya pueden afirmar que cuentan con herramientas científicas.
Todo lo que está filtrado por la ciencia –o por una apariencia de
ciencia– vende muchísimo más.
Hay mucha gente que necesita tratamiento psicológico, apoyo,
etc. Si, como promulga esta disciplina, estas personas se olvidan de lo
negativo y se centran en aumentar lo positivo, en la felicidad, ¿qué les
ocurre si no llegan a ella?
Se generan lo que denominamos los ‘happycondríacos’, es decir, las
personas que, al creer que siempre se puede ser más feliz, acaban
permanentemente frustradas, persiguiendo un proyecto que nunca se
cierra, lo que les genera ansiedad, frustración, obsesiones... Además,
muchas personas que padecen estrés o ansiedad pueden caer en una doble
trampa, ya que acaban doblemente castigadas porque, por una parte,
sufren el estrés, y por otra, sufren el peso de concluir que no salen de
esta situación por su propia culpa.
La industria de la felicidad se alimenta de que haya infelicidad e
insatisfacción constante. E intenta copar todo el mercado: no solo se
dirige a las personas que no son felices, sino a todas, tratando de
convencer a las que están bien de que siempre se puede estar mejor. Y
mucha gente que estaba bien se embarca en una persecución para salir de
la ‘deficiencia’ que le han ‘descubierto’ que tienen. A su disposición
siempre tendrán un enorme abanico de posibilidades y de técnicas para
‘mejorar’. Se trata de una estrategia de marketing y, además, de un
discurso muy perverso que siempre responsabiliza a la persona de lo que
le pasa.
¿Puede ser la felicidad una nueva señal de triunfo personal, de ‘riqueza interior’?
La felicidad, desde este enfoque, nunca ha dejado de asociarse ni con
el individualismo ni con una determinada concepción del éxito personal.
Es como otra forma de estatus no ligado ya al consumo, sino más bien el
signo de que uno ha aprovechado bien su vida, independientemente de los
elementos materiales que posea.
El estudio y la promoción de la felicidad han penetrado en
muchas instituciones políticas y educativas. ¿Puede convertirse en un
mecanismo de control?
Una vez que has introducido la felicidad como criterio único para
valorar lo que es bueno en términos políticos, te va a valer para
compensar otros indicadores económicos y sociales. Por ejemplo, países
como Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí o India, con enormes
desigualdades, claras violaciones de los derechos humanos, mortalidad
infantil, etc., sacan bandera de lo bien que están en términos de
felicidad, como una forma de lavado de cara que no se podría hacer en
otros ámbitos.
En muchos casos, esta noción de felicidad viene a sustituir a la del
Estado del Bienestar, que engloba mucho más que el bienestar subjetivo:
derechos sociales, laborales, condiciones de vida mínimas, etc. Este
nuevo discurso de la felicidad nos impide hablar y discutir sobre las
condiciones de bienestar, porque se parte de que las condiciones
externas no importan. Y, con ello, se hace imposible introducir
cuestiones de tejido social, políticas, económicas, que son mucho más
importantes que las cuestiones emocionales o personales.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, ¿qué recomiendan otros enfoques psicológicos para superar esta crisis?
Sobre todo, entender que lo que nos está sucediendo tiene un origen
circunstancial y que no depende exclusivamente de nosotros. No debemos
machacarnos porque las cosas ahora no vayan bien: se trata de una
situación extraña e inédita en la que todo el mundo está tratando de
capear el temporal de la mejor manera posible. Además, y esto es muy
importante, no existen recetas para todo el mundo. Si hay alguna
solución, esta descansa más en cómo podamos afrontarlo como sociedad que
como personas individuales."
(Entrevista a Edgar Cabanas / Psicólogo, coautor de ‘Happycracia’. Andrés Villena, CTXT, 19/05/20)
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