"El auge de los discursos neofascistas, la
proliferación de los canales de difusión de las fake news, el mal uso de
las redes sociales y la irresponsabilidad del periodismo juegan un
papel fundamental en la polarización de la sociedad.
Ismael Serrano odia a Jorge Drexler. Y a Pedro Guerra. Y a Rozalén. Y
a Silvia Pérez Cruz. Dice que hacen cosas maravillosas. Pero dice,
además, que puede que también los ame, las ame. «Pero que no salga de
aquí”, avisa en una red social. “Uno tiene una reputación que mantener –prosigue–. Y a Twitter vinimos a odiar». El auge de los discursos fascistas y neofascistas, la expansión de los rumores y las fake news,
y el modelo de confrontación que han normalizado determinadas tertulias
televisivas se han instalado en nuestras vidas. O es blanco o es negro.
O estás conmigo o contra mí.
No hay apenas margen para los matices. La
endogamia que han institucionalizado los algoritmos de Google y las
redes sociales han venido a reforzar la tendencia humana a la atención y
memoria selectivas, que nos hacen atender y retener aquellos argumentos
que reafirman nuestras preconcepciones y rechazar cada vez más los
contrarios.
Lo hemos visto con el conflicto en Cataluña, lo estamos viendo con los feminismos y lo vemos también con los desencuentros feroces entre la propia izquierda
–sin contar, por supuesto, la polarización entre posiciones de derecha y
de izquierda–. Son solo algunos ejemplos. ¿Recuerdan los insultos a
Serrat, a Ada Colau? ¿Les suenan los ataques a propósito de las
propuestas de abolición o regulación de la prostitución? ¿Acaso alguien
no ha oído hablar aún de La trampa de la diversidad, de Daniel Bernabé?
Hace
tres años, la Universidad Politécnica de Madrid desarrolló un modelo
para detectar el grado en que una conversación en Twitter está
polarizada. En concreto, medía el efecto que una minoría de individuos
influyentes, o «usuarios de élite» –en la política, en el periodismo…–,
tuvo en la opinión de cualquier usuario o usuaria de la red. El caso elegido para el estudio fue la muerte en 2013 del presidente de Venezuela, Hugo Chávez.
Durante los días más críticos –entre la muerte y el funeral–, la
polarización cayó a sus niveles más bajos, debido al hecho de que la
población usuaria extranjera se unió a la conversación. Seis días
después, cuando comenzó la campaña política electoral, volvió la
estructura polarizada de la red social, que se correspondía con los
registros de votación y las afiliaciones políticas de cada municipio.
Un estudio reciente, publicado el pasado noviembre en la revista científica PNAS, analiza, con el caso de Cataluña de fondo, cómo los bots
se dirigen principalmente a personas influyentes, pero generan
contenido semántico dependiendo de la postura polarizada de sus
objetivos. «Durante el referéndum catalán de 2017, utilizado como un
estudio de caso, los robots sociales generaron y promovieron contenido
violento dirigido a los independentistas, lo que finalmente exacerbó el
conflicto social online«, dice el estudio, que recoge cuatro millones de publicaciones en Twitter el 1-O generadas por casi un millón
de personas usuarias.
Aunque estos sistemas pueden ser beneficiosos,
por ejemplo, para mejorar el rendimiento colectivo, expresa la
investigación, su uso incorrecto puede tener efectos dramáticos:
«Nuestros hallazgos respaldan la hipótesis de que los bots pueden
influir en la difusión de información en los sistemas de redes sociales,
específicamente al acentuar la exposición a contenidos negativos,
inspiradores de odio e inflamatorios, lo que exacerba los conflictos
sociales online. Esta tendencia relativa, junto con la capacidad
emergente de controlar redes que varían en el tiempo, como los sistemas
sociales online, motiva aún más la necesidad crucial del desarrollo de
técnicas cuantitativas como la que aquí se propone para desenmascarar la
manipulación social promulgada por los robots».
Tras 20 años trabajando para los principales medios estadounidenses, Amanda Ripley,
abrumada por la creciente crispación en su país, decidió dedicar tres
meses a investigar cómo podía contrarrestarse esta peligrosa deriva
desde el periodismo. Entre sus conclusiones, publicadas en The whole story,
explica que de las personas que participaron en laboratorios de debate
sobre cuestiones en las que tenían opiniones polarizadas, “las que
habían leído artículos basados en planteamientos simplistas antes de su
intervención tendían a permanecer en actitudes negativas durante la
conversación.
Mientras que aquellas que habían leído informaciones más
complejas hacían más preguntas, proponían ideas de mayor calidad,
finalizaban su participación en los grupos más satisfechas con sus
conversaciones” y con mayor predisposición a continuar con la
conversación.
La creciente precarización del periodismo
–con el despido de más de 12.000 profesionales de los medios de
comunicación en esta década de crisis en España– ha conllevado la
proliferación de freelances y falsos autónomos/as. Y esta radical
transformación del ecosistema del oficio ha convertido la profesión
periodística no solo en productora de información, sino también en
representación y divulgación de la misma a través de las redes sociales.
La ecuación, por tanto, parece de cajón: a mayor visibilidad, mayor
difusión del trabajo. Es decir, donde antes había un simple o una simple
periodista, una firma sin más –o acreditada por una trayectoria
rigurosa–, ahora existe una marca. Crearse una marca, como enseñan en
algunas facultades de periodismo. “Es un disparate.
Es verdad que los
medios tradicionales han perdido la credibilidad y quienes la conservan
son los nombres, da igual que trabaje para la BBC o para La Voz del
barrio. Y es natural que 20 o 40 años de buen trabajo te generen una
firma, pero el objetivo no puede ser empezar por crearte un envoltorio
de ‘qué guay soy’ y que dentro no haya nada”, afirma el veterano y
reputado periodista Javier Espinosa. Una marca crece gracias a la
satisfacción de sus clientes, una firma se construye a través de los
años con la calidad de su trabajo.
Y aquí llega otro
factor que influye en la polarización. Ganar seguidores o depender
económicamente de tu comunidad, en el caso de los medios de
comunicación, no está exento de riesgos para la independencia. Porque el
peaje en forma de campañas de descrédito, unfollows e, incluso,
destierro de determinados espacios o eventos, puede también desembocar
en la tentación de abstenerse de informar sobre temas incómodos o
enrevesados. Y aquí llega otra cuestión importante: otra forma de
autocensura, tan vilipendiada cuando nacía de la dependencia de los
medios a los intereses económicos y políticos de sus financiadores, pero
tan difícil de admitir cuando se trata de nuestros propios lectores y
lectoras. Es decir, en algunos casos, se ha pasado de la autocensura por
la publicidad a la autocensura por las audiencias.
Retroalimentación
Ressetting the table
es una organización estadounidense dedicada a fomentar el diálogo entre
comunidades divididas por sus opiniones. En su documentación explican
que “según pasa el tiempo, las personas crecen alimentando su certeza en
lo obvio que resulta la veracidad de sus creencias y el rechazo a lo
que les parece irracional, maléfico, extremista o loco de los
posicionamientos o acciones de los otros”. Esta tendencia natural a la
reafirmación conduce a la búsqueda de aquellas informaciones que refrendan nuestras preconcepciones, que resuenan como nuestro eco y, consecuentemente, penaliza aquellas que la contradicen total o parcialmente.
Este
proceso de retroalimentación conduce a la polarización de las
sociedades en aquellos asuntos más controvertidos, como estamos viendo
en los temas anteriormente mencionados, el auge de los discursos
fascistas, el conflicto sirio o la reciente crisis nicaragüense. Cubrir
estos procesos en los que hay sectores con posiciones muy alejadas y
hacerlo atendiendo a su complejidad, zonas grises, matices e, incluso,
incoherencias, es a menudo penalizado en un contexto en el que la
búsqueda de la tribu se construye desde el relato del ‘nosotrxs versus
ellxs’, y en el que apenas hay espacios de encuentro o desde los que
empezar a construir consensos.
Así fue cómo el triunfo del presidente de EEUU, Donald Trump,
pilló por sorpresa a muchos de los grandes medios de comunicación
estadounidenses y a parte de su sociedad. Haber querido entender y
explicar las complejas razones de una parte importante del electorado
para votar al candidato republicano no era tarea fácil, y la
simplificación, mucho más consumida y demandada por su fácil digestión,
no se lleva bien con la realidad.
Más cercano nos pilla el ejemplo de la guerra siria:
periodistas con reconocidas trayectorias han sufrido insultos y
campañas de descrédito por incluir en sus informaciones datos sobre los
crímenes de lesa humanidad del régimen de Assad documentados in situ.
Algo muy parecido a lo que está ocurriendo ahora con quienes están
contándonos los asesinatos, violaciones y desapariciones que están
sucediendo en Nicaragua desde que parte de la ciudadanía nicaragüense
saliese a las calles a protestar contra la corrupción y la censura del
gobierno de Daniel Ortega. En ambos casos, hay una parte minoritaria de
la izquierda que se ampara en la crítica al imperialismo de EEUU para
ocultar los crímenes de quien considera sus hijos de puta, una expresión muy usada por los secretarios de Estado norteamericanos desde los tiempos de Roosevelt.
En el debate sobre la prostitución,
los y las autoras de artículos que no partan claramente de una de las
dos posiciones dicotómicas –el abolicionismo o el regulacionismo– son
habitualmente tildadas de aliadas de los proxenetas y las redes de trata
o, desde la posición contraria, negadoras de los derechos laborales de
las ‘trabajadoras sexuales’. Cécile Barbeito, investigadora de la Escola
de Cultura de Pau de la Universitat Autònoma de Barcelona, una reputada
institución dedicada a la investigación y la práctica de la mediación y
la resolución de conflictos, sostiene que para que una confrontación o
disensión se resuelva, es necesario incorporar al diagnóstico todas las
visiones sobre un asunto, sin demonizar ninguna de las partes y, desde
luego, jamás reducirla a dos facciones en liza.
“El prestigioso
negociador de conflictos John Paul Lederach nos dijo una vez que había
que pasar de las conjunciones disyuntivas a las copulativas, es decir,
el trabajo de alcanzar la paz consiste en conseguir una cosa y la otra,
hacer compatibles ideas que de entrada parece que no lo son a través de
los puntos en común”.
Intensidad emocional
Este
tipo de análisis, tradicionalmente observado como propio de los
posconflictos, resulta cada vez más pertinente para promover la sana
convivencia y para los medios de comunicación que configuran “actitudes
sociales en relación con los conflictos y su transformación” y que, en
algunos casos, tienden a fomentar “los estereotipos, las imágenes del
enemigo y las demonizaciones”, como lo resume en sus escritos Vicenç
Fisas, director de la Escola y experto mediador internacional.
La
investigadora del Centro Suizo de Ciencias Afectivas Cristina Soriano
analizó en una de sus investigaciones los tipos de metáforas que usamos
para hablar de las negociaciones y cómo afecta su uso en la resolución
de conflictos. Según explicó en un workshop del Instituto Cultura
y Sociedad, recogido por la Universidad de Navarra, el primer tipo de
metáforas tiene que ver con la lucha: «Consiste en plantear la
negociación como una guerra, con un ganador y un vencedor, sin confiar
en el otro, y llama al no entendimiento”.
La segunda fórmula consiste en
entender los conflictos como una construcción. Y en tercer lugar, habla
de las metáforas neutras. “Estas ni ayudan ni perjudican, son metáforas
en las que la negociación se entiende como un proceso abierto que no
sabemos dónde va a llegar». Tras realizar un experimento en el que
varias personas tenían que negociar, se llegaba a la conclusión de que
si todas colaboraban ganaban dinero, si ninguna cooperaba todas perdían
mucho dinero. Y si una decidía cooperar pero la otra persona no, la que
no cooperaba se lo llevaba todo y la que cooperaba lo perdía todo.
Lo estamos viendo, insiste Barbeito, en el caso del procés,
que lo pone como ejemplo para hablar sobre cómo algunos medios
contribuyen al enrocamiento de la controversia: “En contextos muy
polarizados, los medios empiezan a fijarse cada vez más en los polos
extremos porque son los más llamativos, convirtiendo a las personas con
posiciones más equilibradas en chivos expiatorios. Pasó con Serrat
cuando fue a visitar a los presos: fue acusado de todo porque era
socialista y estos son antiindependentistas y, por el lado contrario,
porque se acercase a los presos. Hay que mostrar que hay posiciones
intermedias pero haciéndole preguntas distintas”.
Barbeito subraya la
necesidad de proponerles hablar de cuestiones transversales al conflicto
y que alumbren así nuevos espacios de encuentro, en lugar de
plantearles las mismas cuestiones que a los polos más distanciados, lo
que les obligaría a rebatir los argumentos de ambas y exponerse así a
sus agravios. “Lo que quiero es comprender”, respondió la filósofa
Hannah Arendt cuando parte de la sociedad judía estadounidense la
rechazó y boicoteó por contar en The New Yorker, por primera vez,
el papel que tuvieron los representantes de la comunidad judía en el
Holocausto. La acusaron de responsabilizar a las víctimas, cuando lo que
buscaba era que comprendiésemos los mecanismos del mal.
En el XIII Seminario Internacional de Lengua y Periodismo
celebrado el pasado mayo en San Millán de la Cogolla, la ponencia de la
investigadora Soriano –leída por el investigador en el Complexity
Science Hub de Viena David García– incidía en la importancia del
lenguaje y las emociones para frenar esta polarización: «Construimos una
representación de la realidad simplemente por lo que los demás sienten y
nos hacen sentir. […] Una mayor competencia lingüística contribuye a
una mayor inteligencia emocional», resumió.
«¿Por qué creemos lo que creemos?
Necesariamente tenemos que cuestionarnos aquello que creemos»,
intervino durante las jornadas la filósofa Ana Carrasco. De no hacerlo,
advirtió, existe un riesgo de contribuir no ya a la posverdad, sino a lo
que llamó «posrealidad»: «No es la realidad, pero la ha deformado. Las
falsas noticias han tenido éxito», dijo. El proyecto Maldito bulo,
inmerso estos días en un crowdfunding para recaudar fondos que le
permitan seguir trabajando, se encarga precisamente de chequear las
noticias. “Hace poco fui a trabajar con un grupo temas de inmigración y
refugio. Ante los rumores que reproducía el alumnado –”se llevan todas
las ayudas”, “vienen a quitarnos el trabajo”…– les exponía los datos de
la ONU, del Ministerio de Trabajo. No se los creían.
Fueron siete
jornadas y era evidente que me rechazaban. La orientadora me explicó por
qué: «Les hacía pensar y eso les disgustaba porque conlleva una
deconstrucción, lo que no es fácil para nadie”, cuenta Ana Soriano,
técnica de Educación para el Desarrollo de la ONG CEAR Madrid. Para
cambiar la atmósfera que se había creado, Soriano echó mano de su
herramienta más eficaz: “Escucharles, porque cuando las personas se
sienten escuchadas, sienten que son tomadas en consideración, y entonces
hablan”.
Esa es una de las sugerencias que ofrece en sus manuales, disponibles online, la plataforma Stop Rumores,
de Andalucía Acoge. Entre sus recomendaciones sobre cómo desmontar
prejuicios racistas, subrayan la importancia de elegir momentos de baja
intensidad emocional y ofrecer información al interlocutor o
interlocutora de manera amable para que sean ellos quienes lleguen a sus
propias conclusiones. Una práctica de esos buenos tratos –conciliación,
desapasionamiento, escucha activa– que, el periodismo de paz, una
metodología con casi medio siglo de existencia basada en el análisis del
funcionamiento de los conflictos, propone que convirtamos en noticia,
dándole así el valor social que merecen.
Puesto que el
respeto por la pluralidad de ideas –siempre que respeten los derechos
fundamentales– y la convivencia las construye la ciudadanía a través de
los hechos, pero también de la comunicación, el periodismo de paz nos
ofrece una serie de técnicas aplicables al ejercicio informativo y a las
relaciones personales. En su investigación sobre esta práctica
periodística, Eva Espinar Ruiz y Maribel Hernández Sánchez reivindican
la necesidad de desarrollar el sentido del escepticismo teniendo en
cuenta que “la información es una representación” construida a través
del sesgo que nos atraviesa a cada uno de nosotros y nosotras. Pero,
sobre todo, mirar la realidad con una perspectiva periférica y buscar
narraciones periodísticas que no teman problematizar la realidad,
describirla desde su complejidad.
“La complejidad es contagiosa, funciona, lo que resulta una maravillosa noticia para la humanidad”, concluye Ripley en The whole story.
Y esa asunción de la complejidad es el primer paso para deshacernos de
los pensamientos únicos, aprender a debatir sobre ideas sin que se viva
–o se convierta– en un cruce de ataques personales. Se trata, al fin y
al cabo, de respetar, que no es sino una forma de cuidar y de cuidarnos." (Patricia Simón, La Marea, 01/01/19)
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