"¿Cómo abordan las ciencias sociales las relaciones entre humanos y
animales? Entre los objetivos epistémicos y políticos, los animales se
vienen transformando en sujetos de estudio legítimo, incluso en sujetos
completamente «políticos». Pero ¿deben las ciencias sociales llegar
hasta tomar en cuenta el «punto de vista animal» en sus investigaciones?
Ese es uno de los debates que las atraviesan en la actualidad.
«Oscurantismo»: así es como el antropólogo Jean-Pierre Digard
describe una gran parte del trabajo reciente en ciencias humanas y
sociales sobre las relaciones entre humanos y animales. Invitado por sus
colegas a debatir acerca de la existencia de un giro animalista en la
antropología, el especialista en domesticación explica que los cambios
sociales en las representaciones de los animales han impactado
directamente en la producción de conocimiento sobre este mismo objeto.
Desde el siglo xix y desde el desarrollo
de la protección de los animales, el «animalismo» se ha desarrollado
cuestionando gradualmente la existencia de una frontera radical entre
humanos y animales.
A partir de la década de 1970, los intelectuales
comenzaron a producir trabajos normativos sobre las relaciones entre
humanos y animales, y esto influyó luego en el surgimiento de
investigaciones en ciencias humanas y sociales. Para Digard, con estos
trabajos se pone en cuestión una segunda frontera: la que separa la
ciencia del compromiso militante, por lo que denuncia claramente la
instrumentalización de la investigación científica por parte de los
partidarios de la causa animal1, síntoma, en su perspectiva, de un oscurantismo perjudicial.
¿Es
esta denuncia suficiente para describir la relación entre la causa
animal y las ciencias humanas y sociales? Indudablemente no, e intentaré
demostrar que si estas disciplinas se han interesado en las relaciones
entre humanos y animales, esto se debe tanto a factores internos del
mundo académico como a factores externos, y que a veces resulta difícil
distinguir lo que pertenece al plano de las justificaciones
epistemológicas de lo relativo al compromiso proanimales.
Influencias
Mencionemos
primero la forma en que las relaciones con los animales se han
integrado gradualmente al perímetro de las ciencias humanas y sociales
(sin dejar de ser un objeto marginal en la actualidad). En la
antropología, desde la década de 1960 y con los trabajos de
André-Georges Haudricourt, el estudio de las relaciones con los animales
(y también con las plantas) pudo desarrollarse legítimamente y llegar,
por ejemplo, al Museo de Historia Natural de París, o a la Sociedad de
Etnozootecnia. Cronológicamente, la historia disputará primero la
posición casi monopólica de la antropología sobre el tema de las
relaciones humano-animales. La historia de los animales, iniciada por
Robert Delort en la década de 1980, se amplía con los trabajos de Éric
Baratay, Daniel Roche o Michel Pastoureau.
A finales de la década de
1990, la geografía también experimentó un «giro animal»2.
En cuanto a la sociología, recién hacia la década de 2010 aparecieron
varios reclamos en favor de la creación de un área específica de
investigación en torno de las relaciones con los animales3.
Este desarrollo, groseramente descrito, no está desvinculado de cambios
significativos en el panorama intelectual de las ciencias humanas y
sociales.
De hecho, los trabajos de Bruno Latour y Michel Callon en
sociología y los de Philippe Descola y Tim Ingold en antropología
contribuyeron a que las entidades no humanas puedan ser dotadas de una
forma de agencia de la que los investigadores deberían dar cuenta.
Aplicada a la cuestión de las relaciones con los animales, esta
propuesta de redistribuir las capacidades de acción entre humanos y no
humanos4
se ha traducido en el pasaje de un enfoque simbólico a un enfoque que
se podría llamar «agencial».
En el primero, los animales se entienden
esencialmente como soportes materiales y simbólicos de las sociedades
humanas, como reveladores del funcionamiento de estas últimas, o incluso
como vector de poder social y político. En el segundo, se considera que
los animales no son solo objetos moldeados por las sociedades humanas:
se busca comprender su parte activa en la dinámica social. Este cambio
de perspectiva en el mundo francófono hace eco del desarrollo a escala
internacional (con el mundo anglosajón como el epicentro) de la
comunidad de los animal studies.
Tal como se presenta hoy, la comunidad de los animal studies
reúne a académicos provenientes de las ciencias naturales y de las
ciencias humanas y sociales interesados en las relaciones entre humanos y
animales. Los animal studies reivindican también una forma de
compromiso para mejorar la condición animal y, en virtud de esto, acogen
en su seno a asociaciones protectoras de animales y a activistas en
favor de los animales. Por lo general, quienes integran los animal studies
señalan el origen de su comunidad en las publicaciones del filósofo
Peter Singer y del jurista Tom Regan, y toman de uno el pensamiento
«antiespecista» y la teoría de la liberación animal, y del otro, la idea
de «derechos de los animales».
Esta genealogía daría testimonio del
carácter precozmente comprometido de los animal studies. Otra genealogía muestra que los animal studies también se estructuraron gracias a un campo de investigación preexistente, el de las «interacciones humano-animal» (human-animal interactions)5.
En la década de 1970, aparecen trabajos acerca de los efectos
beneficiosos de las interacciones con los animales en la salud humana6
que agrupan a veterinarios, a fabricantes de alimentos para animales
domésticos, así como a asociaciones protectoras de animales.
Estos
grupos de actores, todos interesados en promover una imagen que valoriza
a los animales y su compañía, han fomentado y financiado
investigaciones que dieron cuerpo a la idea de que una buena relación
con los animales tiene efectos sobre la salud física, psicológica y
social. Fruto de estos esfuerzos, la revista Anthrozoös se convirtió en el principal medio de publicación de estas investigaciones. Anthrozoös
reunió las primeras contribuciones de investigadores interesados en lo
que, en la década de 1990, comenzó a denominarse «estudios
humano-animales» (human-animal studies).
La revista Society & Animals
instituyó el uso del concepto. Con esta nueva publicación, la comunidad
de estudios animales en proceso de formación comenzó a criticar la
postura de neutralidad científica que prevaleció en el campo de las
interacciones humano-animales, a punto tal de reivindicar
progresivamente su abandono. La línea editorial de Society & Animals
de hecho asume el carácter comprometido de las investigaciones
publicadas y afirma su filiación con los trabajos de la ética animal de
la década de 1970.
El lugar de mayor importancia que otorga la revista a
las ciencias sociales da cuenta de la voluntad de construir la cuestión
animal como una cuestión social y política: una condición animal
problemática por la cual se puede y debe actuar. Este imperativo se
volverá cada vez más estructurante en la comunidad de los animal studies, a punto tal de ser teorizado a través de la noción de «activista académico» (scholar-activist)7 y de ser el leitmotiv de los critical animal studies (estudios
críticos animales), rama «radical» que aparece en la década de 2000,
directamente vinculada a organizaciones dedicadas a la liberación animal8.
Al
evocar la forma en que las relaciones humano-animales se han integrado
en las ciencias sociales francófonas y luego describir en paralelo el
desarrollo a escala internacional de los animal studies, quise
hacer visible un contraste: en un caso, la integración del objeto
«relaciones con los animales» parece debatirse solo en términos
puramente científicos, mientras que, en el otro, las dimensiones
política y militante parecen omnipresentes. Por un lado, se busca así
pensar lo que el objeto «animal» podría aportar a la comprensión de las
dinámicas sociales; por otro lado, analizar las dinámicas sociales para
que sean beneficiosas para los animales. Este contraste, voluntariamente
acentuado, es la base de varias críticas dirigidas por académicos
franceses a las razones que llevan a sus colegas a abordar las
relaciones entre humanos y animales.
Develamientos
Digard,
citado en la introducción de este artículo, se muestra particularmente
crítico respecto de la importación al mundo intelectual francés de las
teorías anglosajonas sobre las relaciones con los animales9.
Es cierto que las reflexiones de Singer sobre el antiespecismo y la
liberación animal, después de haber sido marginales durante mucho
tiempo, adquirieron en pocos años una visibilidad significativa en el
mundo intelectual francés. En 1992, el filósofo Luc Ferry las describió
como peligrosamente antihumanistas.
Unos años más tarde, Catherine
y Raphaël Larrère también elevaron su voz crítica para señalar la base
ideológica común a los pensamientos liberacionistas y la zootecnia (cuya
aplicación directa son las granjas industriales): el utilitarismo, que
no podría constituir una base sólida para mejorar nuestras relaciones
con los animales. Del rechazo se pasó a la interrogación, con la
publicación en 2009 de un número especial de la revista Crítica
(No 747-748), titulado «¿Liberar a los animales?».
El signo de
interrogación del título da cuenta tanto de la perplejidad con que estas
teorías todavía se recibían en Francia como del interés que empezaban a
despertar. La publicación en Presses Universitaires de France de una
obra de síntesis sobre ética animal, prologada por Singer, había dado
pie a una primera etapa en la aceptación académica de las teorías
antiespecistas10. Desde entonces, su aceptación parece cada vez más real, si juzgamos el aumento de la producción editorial sobre el tema.
Es
esta «conversión» progresiva del mundo intelectual francés a las
teorías «animalistas» lo que denuncia Digard en varios textos11. El antropólogo señala la proximidad de algunos filósofos con los movimientos de protección animal y habla de un trabajo de lobby
activo por parte de estos movimientos provenientes de países
anglosajones para imponer una visión antiespecista de la cuestión
animal. Digard es además miembro fundador de la asociación ProNaturA
France, cuyo objetivo explícito es «combatir las representaciones
‘filosóficas’ vehiculizadas por la ecología extrema, incluidas las
teorías de la ‘liberación animal’».
Pero, más allá de descorrer el velo
acerca de la instrumentalización del mundo académico por parte de los
defensores de la causa animal, también hay una crítica de la base
empírica en la que se apoyan las teorías animalistas. De hecho, Digard
subraya la diferencia que existe entre las relaciones antropozoológicas efectivas (effectives) como las estudian sociólogos y antropólogos y las relaciones antropozoológicas ficticias (fictives)
utilizadas por los pensadores «animalistas». Por un lado, las
relaciones entre humanos y animales son observadas y documentadas por
científicos, con metodologías precisas, bajo la pretensión de cierta
neutralidad.
Por otro, se trataría de datos parciales, producidos por
activistas interesados en resaltar las relaciones de explotación entre
humanos y animales. O incluso estas relaciones son «imaginadas» por los
filósofos animalistas, quienes, para construir un argumento lógico, se
sirven de ejemplos extraídos de su experiencia personal, o bien de
situaciones «ordinarias típicas» pero claramente ficticias12.
La crítica aquí toma giros más «corporativistas» o, al menos,
disciplinarios: se trata de cuestionar la legitimidad de los filósofos
en su pretensión de dominar una realidad de la que solo tendrían un
conocimiento abstracto, fragmentario o incluso nulo.
En la misma línea, Jocelyne Porcher, socióloga del Instituto Nacional de Investigación Agronómica (inra,
por sus siglas en francés) denuncia el «analfabetismo» por parte de los
filósofos «animalistas» al hablar sobre las relaciones entre humanos y
animales sin apoyar su demostración en trabajos de campo y sin conocer
realmente a los animales en cuestión13.
Contra la asimilación de la cría de animales a una empresa de
explotación –o incluso de esclavitud– de seres sintientes a escala
industrial, Porcher se apoya en sus trabajos para mostrar que también
puede involucrar afectividad, atención y cuidado por parte de los
criadores del ganado14.
El título de uno de sus artículos exhorta así a no liberar a los
animales: renunciar a la cría equivaldría a dar la espalda a una forma
de relación milenaria con los animales, constitutiva de nuestra
humanidad y que apenas se ha comenzado a explorar, especialmente gracias
a la investigación en ciencias humanas y sociales. La influencia de las
teorías animalistas sería científicamente perniciosa, ya que llevaría a
poner un velo sobre toda una parte de la realidad poco conocida. En
este sentido, esta influencia no favorecería el desarrollo de las
investigaciones en ciencias humanas y sociales relativas a las
relaciones con los animales, demasiado cargadas de normas implícitas
como para producir una comprensión «objetiva» de estas relaciones15.
Se
puede notar que parte de estas críticas se acerca a los argumentos
utilizados en los conflictos entre activistas en defensa de los animales
y sus oponentes (en particular, los cazadores16):
los activistas «animalistas» son caracterizados por sus adversarios
como irracionales, desprovistos de toda objetividad y carentes de un
conocimiento global acerca de los animales y de lo que los une a los
humanos17.
Además, se debe tener en cuenta que estas críticas, aunque reclaman una
forma de objetividad o neutralidad científica, también guardan una
intención normativa en cuanto a las relaciones que los seres humanos
deberían tener con los animales. Al responder con normatividad a la
normatividad de los «animalistas», contribuyen a constituir las
cuestiones éticas y políticas como puntos de paso obligados para toda
reflexión acerca de las relaciones entre humanos y animales, y a
establecer una línea de combate en función de la cual cada científico
debería posicionarse de antemano.
Emparejamientos
¿Cómo
tratar las relaciones entre las ciencias sociales y la causa animal sin
tener que estar de un lado o del otro de esta línea de combate? ¿Cómo
evitar utilizar el vocabulario crítico de la instrumentalización del
conocimiento científico por parte de los activistas o, por el contrario,
dar por sentada la sumisión del mundo académico a imperativos morales?
Volver a un enfoque comparativo puede ser útil, especialmente para
mostrar que la delimitación entre lo que es científico y lo que es
político no es tan clara como parece.
En Francia, los alegatos en
favor de la integración de los «animales en las ciencias sociales» se
formularon esencialmente sobre la base de una cuestión epistemológica:
se trataba sobre todo de echar luz sobre una parte oscura de las
dinámicas sociales, la de las relaciones que los seres humanos mantienen
con los animales. En pocas palabras, se trataba de documentar una
realidad social incompleta. Al hacerlo, quedaba una ambigüedad respecto
de lo que debería incluirse en la descripción de esta realidad: ¿los
animales mismos o su relación con los seres humanos? Para muchos, la
primera opción era la que debía elegirse, porque parecía la que rompía
más radicalmente con los enfoques simbólicos que habían prevalecido
hasta entonces.
En un artículo de vocación programática, Albert Piette
invitaba así a estudiar las relaciones entre seres humanos y perros
desplazando la mirada del investigador hacia el perro (teniendo en
cuenta la asimetría inherente a esta relación)18. Es un programa que Marion Vicart implementó a través de lo que denominó «fenomenografía equitativa» (phénoménographie équitable), a fin de documentar el modo específico de existencia de los perros, estén o no en relación con los seres humanos19.
En
línea con esto, varios investigadores defenderán las virtudes
heurísticas de la aplicación de herramientas y métodos de las ciencias
humanas y sociales para el estudio de los animales «entre ellos»20. Aprender más sobre los animales gracias al enfoque de estas disciplinas se convierte en un leitmotiv,
un imperativo cognitivo respecto del cual hay que posicionarse. «El
desafío es acceder, con las herramientas de que disponemos, a un punto
de vista que no sea el del ser humano», explica Florent Kohler21, siguiendo los pasos de la ambición de Éric Baratay de producir una «historia desde el punto de vista de los animales»22.
Así,
bajo el efecto de una especie de inflación epistemológica (qué enfoque
será más innovador que el anterior), la voluntad de «reintegración de
los animales en las ciencias sociales» ha pasado de la búsqueda de un
reequilibrio de la mirada, un poco menos centrada en el ser humano, a la
intención de observar solo a los animales y documentar su punto de
vista. Evolución que hará que algunos digan que el conjunto de los
trabajos recientes que han abordado las relaciones con los animales
tendría la ambición de «constituir plenamente a los animales en objeto
autónomo de investigación empírica»23.
Resulta sorprendente constatar los puntos en común entre este desarrollo francófono y el de los animal studies
a escala internacional. Efectivamente, junto con la afirmación
progresiva de un acercamiento necesario entre la ciencia y el activismo
descrito anteriormente, los animal studies colocaron en el
centro de su proyecto científico la producción de conocimiento solo
relativo a los animales. Ya el uso generalizado en la década de 2000 de
la denominación «animal studies» en lugar de «human-animal studies»
no debe interpretarse solo como una conveniencia de lenguaje.
Este da
cuenta de la preocupación de la comunidad de separarse de un
antropocentrismo «todopoderoso», de volver a dar un lugar importante a
los animales, aunque sea simbólicamente, y de reenfocar la mirada
científica sobre ellos. El imperativo aquí es tanto cognitivo como
ético: el ocultamiento de los animales en la descripción de las
dinámicas sociales es un daño adicional que se les inflige y que acentúa
una condición ya marcada por la falta de visibilidad y por una gran
objetivación.
Es por tanto necesario hacer justicia a la
contribución de los animales a las dinámicas sociales, pero también dar
cuenta de la manera en que experimentan, subjetivamente, el mundo24. Esta lógica encuentra su paroxismo con el advenimiento de los critical animal studies (estudios críticos animales) y la conceptualización de la animal standpoint theory (teoría del punto de vista animal)25 que, siguiendo la epistemología feminista26,
pone de relieve las cualidades tanto cognitivas como políticas de
adoptar la perspectiva de los animales. De manera que la comparación
entre los dos contextos pone en evidencia un movimiento similar: el paso
del antropocentrismo al zoocentrismo27.
En ambos casos, se trata de afirmar la legitimidad de los animales como
sujetos (sujetos de estudio y/o sujetos políticos). Esta convergencia
entre objetivos epistémicos y objetivos políticos, realizada en torno de
la noción de «punto de vista animal», invita a abordar las relaciones
entre las ciencias sociales y la causa animal de una manera diferente,
ya no como relaciones de influencias (donde uno de los dos términos
tendría la ascendencia sobre el otro), que deberían ser develadas.
En
nuestra opinión, el término «emparejamiento» es el más adecuado para dar
cuenta de este fenómeno de convergencia, en el que la frontera entre la
ciencia y la política disminuye, donde el cumplimiento de las
ambiciones cognitivas se confunde con la realización de ambiciones
normativas. Así calificado, el emparejamiento entre la causa
animal y las ciencias sociales se convierte en un fenómeno
sociohistórico, dotado por lo mismo de una dosis de contingencia tanto
como de una lógica, que no tiene nada de inevitable y del que se puede
discutir de manera apaciguada.
Nota: este artículo forma parte de Fabien Carrié y Christophe Traïni: S’engager pour les animaux (PUF / Vie des Idées, París, 2019). Se publicó originalmente en francés en La Vie des Idées, 11/2018, disponible en https://laviedesidees.fr/Cause-animale-et-sciences-sociales.html>. Traducción: Lucas Bidon-Chanal." (Jérôme Michalon , Nueva Sociedad, nº 288, julio-agosto, 2020)
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