"La retórica dominante de los movimientos contra la tracción a sangre
pendula entre la exaltación del caballo, el desvelo por su salud y
libertad, y la condena de sus supuestos victimarios: los cartoneros que
los utilizan para su actividad laboral.
Contrastar estas disímiles
imputaciones de dignidad permite explicar no solo cómo operan los
sistemas de clasificación hegemónicos, sino también los modos en que se
delimitan las fronteras y las moralidades de lo humano y lo animal en
distintos conflictos de nuestras sociedades.
En este artículo abordo los modos de identificación y de relación que
urden en Argentina algunos movimientos proteccionistas del Área
Metropolitana de Buenos Aires, enfocando la atención en aquellos grupos
que procuran prohibir el uso de caballos por parte de los recolectores
de productos reciclables a los que se conoce como «cartoneros»1.
¿A
qué colectivos dotados con qué atributos se incluye en una comunidad
moral y a cuáles se deja afuera? ¿Cuáles son los procesos de producción,
circulación y recepción de las representaciones dominantes sobre un
humano «cercano a lo bestial» –cuyo accionar busca ser corregido– y un
animal cercano a lo humano, cuyo ser en sí ameritaría la reparación y el
cuidado?
La retórica dominante de los movimientos proequinos
pendula entre la exaltación del caballo, el desvelo por su salud y
libertad, y la condena de sus supuestos victimarios. Mientras la agencia
del caballo es crecientemente reivindicada, aquella del carrero2
solo es resaltada en términos de agresión o explotación. Si la
personalidad de los caballos se recorta a partir de una suma de
atributos positivos, la personalidad de los cartoneros se hace
igualmente acreedora de una enfática adjetivación negativa, lo que
conforma un juego de opuestos.
Mi interés en contrastar estas disímiles imputaciones de dignidad
apunta a explicar no solo cómo operan y se transforman los sistemas de
clasificación hegemónicos, sino también de qué modos se delimitan las
fronteras y las moralidades de lo humano y lo animal en distintos
conflictos de nuestras sociedades.
Los defensores de los equinos
establecen un sistema de jerarquías respecto de los animales y humanos
merecedores o no de atención moral. Si ellos instauran un vínculo de
cuidado y sanación hacia los caballos, el modo de relación con el resto
de la comunidad humana se divide básicamente en dos actitudes: de
proselitismo –hacia quienes es posible convertir– o bien de condena
hacia quienes son reconocidos como explotadores y, en virtud de esa
clasificación, irredimibles.
Devolver la dignidad al caballo
En
forma creciente y en distintas latitudes del mundo occidental, las
organizaciones proteccionistas buscan devolver una vida más plena a
aquellas especies animales maltratadas por los humanos. Desde su punto
de vista, el animal será restaurado en su subjetividad no solo en la
medida en que se reconozca su singularidad, agencia o dignidad, sino
también cuando se garanticen sus derechos.
Los defensores de la persona animal3 echan mano a consignas antiespecistas que impugnan la superioridad de la especie Homo sapiens y exigen que todos los animales reciban igual tratamiento que los humanos. Los promotores de esta ética sin especies –o bien ética interespecie–
resaltan que las diferencias físicas entre humanos y animales no deben
ser el fundamento para una discriminación en el trato dispensado a los
animales no humanos, dado que tenemos importantes semejanzas en cuanto a
las capacidades de sentir dolor, placer y otro tipo de emociones.
Inspirado en la doctrina utilitarista de Jeremy Bentham, Peter Singer ha
sido uno de los principales portavoces de esta postura desde la edición
de su influyente libro Liberación animal en la década de 1970.
Una de las máximas antiespecistas gira en torno de extender el
principio básico de igualdad entre los humanos a los animales
sintientes. Esta igualdad, sostiene Singer, no depende de la
inteligencia, fuerza física u otros factores, sino que es una idea moral4.
Las
acciones llevadas a cabo por movimientos proteccionistas en las
ciudades argentinas se vinculan a campañas de denuncia o marchas de
protesta por las especies en cautiverio, el maltrato, el abandono o la
matanza de animales domésticos y la experimentación científica con todo
tipo de animales. Movimientos veganos, por ejemplo, han pintado con
grafitis los muros del Zoológico porteño cuando este aún estaba en
funcionamiento, exhortando a la liberación de los animales allí cautivos
y promoviendo una alimentación libre de carne como estilo de vida.
Otros activistas se movilizan en torno del sufrimiento de un animal
emblemático, como el oso polar del Zoológico de Mendoza o la orangutana
Sandra de lo que era el Zoológico de Buenos Aires, declarada sujeto de
derecho no humano en un fallo judicial de 20145.
En
ese contexto, la afinidad con el caballo no cesa de aumentar y
encuentra renovadas formas de expresión tanto entre las asociaciones
protectoras de animales como entre personas sin filiación específica.
Los activistas no solo se manifiestan contra el maltrato equino en
festividades tradicionales del interior del país –festivales de doma,
jineteadas, desfiles gauchos–, sino también contra su explotación
laboral en contextos urbanos. Los movimientos en contra de la tracción a
sangre que proliferan en el Área Metropolitana de Buenos Aires y otras
regiones del país batallan para que los cartoneros abandonen el uso del
caballo en su actividad laboral.
Estas agrupaciones buscan
transformar una relación de supuesta apropiación indebida –la
explotación del caballo por parte del carrero– en una relación de
protección: si consiguen recuperar a ese animal, ellos podrán sanarlo, devolverle una vida.
Junto con veterinarios, abogados y otros especialistas, estos
movimientos instruyen a rescatistas independientes respecto de cómo
identificar a un caballo maltratado por un carrero. A través de diversos
medios –charlas, folletos o redes sociales–, se divulgan los pasos para
lograr incautar un caballo herido: realizar la denuncia, perseguir al
carrero y pasar las coordenadas a la policía; convocar a un veterinario
para que certifique el daño; tomar fotos para que la denuncia penal
prospere; contactar a una ong no solo
para dar contención al equino maltratado sino para impulsar la causa y
aportar pruebas.
Se pone el acento en que el rescatista no debe hacerse el héroe e intentar quitarles el caballo a los carreros, porque estos últimos por lo general son violentos.
En sintonía con esta apreciación, los rescatistas suelen expresar su
miedo de ser hostilizados por los carreros: «Yo me pongo a la par del
caballo para ver si no está bien –me comenta una de ellas–. Algún día me
voy a ligar un latigazo o me van a tirar el carro encima».
En una charla de concientización, un abogado retrató a los cartoneros
como personas que «intentan llevar un pequeño mendrugo a sus casas y no
están adaptadas para llevar un caballo». En un lenguaje de la adopción
idéntico al que se utiliza para casos humanos, los oradores de estas
charlas o las páginas web de las asociaciones comentan el feliz
derrotero de Zamba, Marito o Luján, caballos rescatados gracias a estas
denuncias que ahora obtuvieron una custodia, viven en familia o lograron una tenencia definitiva.
Según los cálculos de la ong
Basta de Tracción a Sangre, unos 70.000 caballos y 1.500.000 personas
están vinculados, de forma directa o indirecta, a la recolección de
residuos en zonas urbanas argentinas6. La campaña «Basta de tas», liderada por la ong homónima, propone devolver la dignidad tanto a los animales como a los cartoneros, reemplazando a los primeros por motocarros o bicicletas eléctricas e instaurando un santuario de caballos
para ser dados en adopción. El caso pionero de reemplazo de caballos
por motocarros ocurrió en la ciudad cordobesa de Río Cuarto, donde esta ong trabajó en conjunto con el municipio.
En
contraste con el aparente abuso por parte de los carreros, la propuesta
del santuario para caballos es presentada como una práctica altruista y
desinteresada: no se obliga a los caballos a entregar nada a cambio de
su libertad. En la naturaleza edénica de un santuario, el caballo ha de
recobrar su espíritu salvaje; he aquí el imaginario moral de varias
asociaciones animalistas.
El caballo salvaje configura además uno de los arquetipos de la libertad en nuestras sociedades7. Acaso el caballo del santuario no logre ser nunca enteramente salvaje, pero al menos se ha de librar de la esclavitud del carro. El video institucional de la agrupación Proyecto Caballos Libres exhibe precisamente ese pasaje de la explotación a la liberación.
La crudeza del término elegido para retratar el uso laboral del caballo
parece remitir menos a una estrategia de supervivencia individual o
familiar que a una práctica capitalista a gran escala. Desde la mirada
proteccionista, el caballo no está en el mundo para ser abusado pues
tiene una autonomía que debe ser respetada. El ideal es que el animal
encuentre en los santuarios o bien en los refugios un espacio para
florecer, para desplegar su auténtico ser8.
La hora del abolicionismo
Los
movimientos contra la tracción a sangre no solo embanderan
transversalmente a distintos sectores sociales en la defensa de los
caballos, sino que identifican un adversario común proveniente de las
clases populares. Los carreros son vistos como un cuerpo obsceno en el
espacio público: un sobrepeso para el caballo y un estorbo visual que ofende a los ojos.
Los activistas entrevistados y los blogs de los movimientos de defensa
equina coinciden en describir la tracción a sangre como una práctica incivilizada, inhumana y salvaje que remite a etapas superadas de la historia de la humanidad, como la oscura Edad Media. Si estos pobres animales han sido tratados como esclavos, pues ha llegado la hora del abolicionismo.
Entre risas, un funcionario ambiental de un municipio del sur del
conurbano bonaerense me comenta su percepción sobre los activistas
contra la tracción a sangre: «Algunos son medio talibanes. Si lo
pudieran fusilar [al carrero] en la plaza pública, lo harían… O lo
estrangularían. O lo pondrían en la silla eléctrica». La retórica
emocional que caracteriza a los portavoces autorizados y anónimos de los
equinos no duda en calificar a los carreros en los más duros términos.
Quienes conducen los caballos para su actividad laboral son vistos como
victimarios que provocan un sufrimiento a la persona que ellos defienden: el caballo.
Los
carreros encarnan la peor combinación imaginable: vivir de los desechos
y usar un animal noble para un propósito ruin. «Ellos [los carreros]
son los insensibles, para ellos [el caballo] es descartable: es solo
algo que les mueve sus productos de un lado a otro»9.
La interioridad de estas personas no es jamás tematizada, como si esta
fuese estructuralmente deficitaria o solo se expresara en prácticas de
sacrificio y sumisión de otros seres vivientes. Cito otro fragmento de
esa misma entrevista para ilustrar esta cuestión: «Ahora vos ves que se
ha formado una subespecie: gente sin cultura, sin sensibilidad».
Nótese
la paradoja entre la proclamación de una ética común a las especies
característica del animalismo y la alusión a los pobres como una
subespecie, como si hubiera un carácter antojadizo en su condición10
de humanidad: a veces se es humano, a veces se es bestia. El estatus
ontológico de esa población se vería así, al decir de Judith Butler,
comprometido y suspendido11. Esa reducción de la humanidad de los «indeseables» no hace sino acentuar su carácter en apariencia impredecible y peligroso.
Siento
una bronca, una desolación… me siento defraudada por el Estado. Ningún
maltratador cumple con prisión efectiva… es un delito excarcelable. (…)
Llamamos a la policía [para incautar los caballos de los carreros] pero
no nos asisten. (…) A veces me gustaría matar a todos. Yo vengo para que
haya penas más duras, y prisión efectiva para los maltratadores. El
caballo es dignidad, como símbolo. Y eso es lo que hay que restituir en
la sociedad, esa dignidad.12
Actúan
subrepticiamente, como cucarachas. (...) Pero el ser pobre no te da
derecho a ser cruel. Ellos fueron castigados y van a ser crueles no solo
con el pobre angelito [el caballo] sino con la mujer, los hijos… No se
detienen. (…) Buenos Aires está contaminada.13
Está demostrado –hay una investigación del fbi– que cuando hay violencia con los animales hay violencia con las mujeres y los niños.14
Cronista de la televisión: (…) Con el maltratador animal hay un cerebro que ya no funciona. Está mal…a: Sí, algunos [carreros] están irrecuperables.
C: El nivel cognitivo ya no diferencia entre el bien y el mal. ¡Es como un endemoniado!
A: (abriendo los brazos) Ese tema nos excede a nosotros.
C: (…) ¡El teléfono del canal estalla! Hay mucha gente que llama indignada e insulta a los carreros, con calificativos que no puedo reproducir aquí. (…) Quien es violento con los animales hace lo mismo con cualquier ser humano. Lo dicen todos los guías espirituales. ¡Y los caballos son nuestros hermanos! ¡Como los árboles o las plantas! (…) Pasa algo con el contacto (con el caballo recuperado) que es como la luz: ¡tenés que experimentarlo! Es como el amor. Nosotros no estamos locos; es algo que nos pasó. Eso es lo que te hace ser mejor persona, mejor vecino…
A: Sí, adoptar [un caballo] te cambia la vida, te hace mejor persona. (…) Por eso instamos a llamar al 911, a que el ciudadano aprenda a proceder con el rescate…15
A: (abriendo los brazos) Ese tema nos excede a nosotros.
C: (…) ¡El teléfono del canal estalla! Hay mucha gente que llama indignada e insulta a los carreros, con calificativos que no puedo reproducir aquí. (…) Quien es violento con los animales hace lo mismo con cualquier ser humano. Lo dicen todos los guías espirituales. ¡Y los caballos son nuestros hermanos! ¡Como los árboles o las plantas! (…) Pasa algo con el contacto (con el caballo recuperado) que es como la luz: ¡tenés que experimentarlo! Es como el amor. Nosotros no estamos locos; es algo que nos pasó. Eso es lo que te hace ser mejor persona, mejor vecino…
A: Sí, adoptar [un caballo] te cambia la vida, te hace mejor persona. (…) Por eso instamos a llamar al 911, a que el ciudadano aprenda a proceder con el rescate…15
Los defensores de los equinos no sienten proximidad con el universo
de experiencias de los carreros, e incluso hay quienes estiman que su
maltrato al animal es solo un primer paso hacia otras violencias. En
muchas páginas de divulgación de asociaciones proteccionistas se afirma
este supuesto vínculo entre crueldad hacia los animales y hacia las
personas bajo el manto de autoridad provisto por citas de psiquiatras o
criminólogos. La empatía hacia los animales de los activistas contra la
tracción a sangre no suele traducirse en una simétrica dotación de
humanidad para aquellos congéneres desfavorecidos en el reparto de
bienes de la sociedad capitalista; sean carreros, sin techo u otro tipo
de desafiliados. Una consigna antiespecista clásica, que traza una
intercambiabilidad de posiciones entre humanos y animales (al igual que nosotros, el animal sufre) puede ir acompañada en estos contextos de esta otra: A mí no me importa si se matan trabajando [los cartoneros]; a mí me importa el caballo. En palabras de Marilyn Strathern, solo aquello que es vivido como similitud produce solidaridad16.
Las
singularidades de estos grupos proequinos no agotan, desde ya, el vasto
espectro de posiciones filosóficas y políticas del animalismo. Veamos
un ejemplo: las mismas consignas antiespecistas son recuperadas por
otras agrupaciones de mayor potencial emancipador. Diversos colectivos
ecofeministas latinoamericanos trazan una correspondencia entre
explotación animal y humana –en sus términos, una interseccionalidad de
patrones de opresión–, tal como es sintetizada en esta pancarta: Todas
las hembras de distintas especies somos explotadas. Contra el
capitalismo, el patriarcado, el especismo y toda autoridad. Liberación
animal, humana y de la Tierra.
No hemos de trabajar aquí las
continuidades y discontinuidades de los diversos animalismos, cuya
exploración exhaustiva amerita la redacción de otro trabajo. Basta con
señalar que los movimientos animalistas pueden incorporar una crítica
social al capitalismo como modo de producción hegemónico o permanecer,
como en el caso de la tracción a sangre que nos ocupa aquí,
perfectamente inmunes a esta. En cualquier caso, la construcción de la
intercambiabilidad entre animales y humanos –ya sea en su versión light o abiertamente impugnadora del statu quo
neoliberal– configura uno de los nuevos signos del continuo borramiento
de las fronteras animalidad/humanidad en nuestras sociedades
occidentales.
«Mi única cosa de herramienta es el caballo»
A contrapelo de los lejanos santuarios o bien de los refugios en los cuales los movimientos de defensa equina buscan salvar a los caballos, los cartoneros edifican espacios ad hoc
para sus caballos en las proximidades de su hábitat. Durante 2012, una
biblioteca popular-establo fue inaugurada en la Villa La Cárcova del
Gran Buenos Aires. En ese pequeño espacio construido con materiales del
cartoneo se juntaban niños para leer y recibir asistencia escolar,
mientras al lado descansaba un petiso ya jubilado del carro.
En
algunos conjuntos habitacionales populares inaugurados en la zona sur de
la ciudad de Buenos Aires, los habitantes de villas ribereñas ahora
relocalizados mudaron sus caballos al espacio lindante a sus viviendas:
un pequeño jardín cercano a los juegos infantiles. Tanto los
funcionarios del Instituto de Vivienda de la Ciudad como los propios
vecinos que no cartoneaban evaluaron esa práctica como un uso indebido
de los espacios comunes del complejo habitacional. Un vecino albañil,
por ejemplo, apreció la práctica del cartoneo como especialmente
ilegítima en este nuevo espacio residencial: al haber salido de la villa, los cartoneros deberían cambiar sus hábitos y progresar.
Otros vecinos rechazaban a los caballos por los posibles problemas de
salud causados por la bosta y las moscas en las cercanías del espacio
verde. Los carreros, en efecto, se sintieron impugnados moralmente por
sus vecinos:
Desde que nos mudamos acá
todos se pusieron nariz parada porque a todos les molesta todo. Esto es
una villa en alto… ¡somos todos villeros igual! De repente nadie te
habla, se tiran en contra de los cirujas. ¿Cuántos años vivimos en la
villa?17
No
obstante, y tras una seguidilla de reuniones promovidas por un equipo
de trabajadoras sociales del Instituto de Vivienda, los vecinos apoyaron
el proyecto de construir un establo en un obrador cercano para que los
carreros no perdieran su fuente de sustento. En el marco de estas
tensiones, Bernardo definía al caballo como un instrumento indispensable
para su trabajo:
Hace dos años que lo
tengo [a Coco, su caballo]. (…) No lo uso mucho, solo dos veces por
semana. (…) Mi única cosa de herramienta es el caballo. Yo no tengo
estudios. Yo dependo de esto… Yo tengo que vivir, tengo que comer.
Nosotros vivimos del cartón… Tengo que depender de la ciruja para
mantener a los hijos.
Alfonso también reivindica su oficio y toma distancia de quienes no lo ejercen responsablemente.
El
caballo es un ser humano que te trae la plata y lo tenés que tener
bien. Nosotros le damos todo: los parásitos cada tres meses, alfalfa,
pasto bueno. (…) En los vasos les pongo aceite quemado. Y la gente lo
mira: «¡Mirá cómo tiene los caballos!». (…) En Puente La Noria los
caballos tienen unos agujeros así… Cuando veo que sin motivo les dan con
el látigo, les digo: «¡Pará, verdugo, no le pegues al caballo!». «¿Y
vos viejo qué te metés?», me contestan. (…) Ahora en el verano
prácticamente se tienen que usar con gorro. Yo le hago un gorro a mi
caballo (…). Tengo 63 [años]: casi toda la vida con carro y caballos.
Resulta
usual que los carreros se desmarquen, cada uno a su modo, de aquello
que la gente objeta en ellos: el supuesto maltrato al animal. Algunos
carreros utilizan las casacas provistas por el Gobierno de la Ciudad de
Buenos Aires para que, en sus términos, no los discriminen cuando cirujean.
Como otros carreros, Alfonso es analfabeto y ha trabajado toda la
vida recolectando materiales reciclables en el Área Metropolitana de
Buenos Aires. Él define las dificultades de la tracción a sangre humana a
partir de su propia experiencia y la de su entorno: «El ser humano no
tiene otra cosa que el carrito a mano porque si no… ¿de qué vive? El ser
humano necesita comer. Un carrito a mano es tracción a sangre, porque
lo va tirando un cuerpo».Cuando Alfonso fue consultado hace unos años
por profesionales del Instituto de Vivienda sobre la posibilidad de
reemplazar al caballo por un carro eléctrico, rechazó la idea
enfáticamente. Al igual que otros carreros, Alfonso describe al caballo
como parte de su familia. En palabras de una veterinaria:
Tenés
al cartonero que ama a su caballo por encima de todas las cosas. Le ha
faltado el pañal para el hijo, pero no el alimento al caballo. Fabián te
dice: «No tengo plata para el pañal, pero acá está la bolsa de avena y
maíz». (…) Lo reto porque le da [a su yegua] demasiada comida y la tiene
gorda (…). No la usa cuando hace calor, al mediodía, y en invierno
tampoco para que no le agarre el rocío. (…) Tenés al fanático que lo
cuida [al caballo] como a un ser más de la familia. (…) La yegua de
Marcelo parió el mismo día que su mujer: fue al parto de su yegua y no
al de su hijo.18
Dos
veterinarios que han elaborado más de 1.000 historias clínicas sobre
caballos de carro en la Región Metropolitana de Buenos Aires coinciden
en que la mitad de los cartoneros cuida al caballo, mientras que la otra
mitad hace un uso intensivo de su fuerza de trabajo a costa de la salud
del animal. Los caballos en peor estado, coinciden los especialistas,
son aquellos que son alquilados a los vecinos. Para los grupos
proteccionistas, por el contrario, la mayoría de los carreros maltratan a
los caballos: si los veterinarios curan al caballo, pues entonces apañan al cartonero y le extienden la agonía al animal.
Bajo esta perspectiva, la tracción a sangre es siempre sinónimo de
explotación. El siguiente diálogo en las calles de La Plata ilustra las
diversas posiciones:
Proteccionista: (dirigiéndose a
una veterinaria que está curando al caballo de un carrero) ¡Sos una
asesina de caballos! (…) ¡Lo único que te importa es el cartonero!
Veterinaria: ¿Pero qué te pensás que tienen ellos [los cartoneros] en las venas y las arterias?
Proteccionista: (dirigiéndose al cartonero) No pueden tirar [los caballos] del carro. ¡Tienen que tirar ustedes!
Cartonero: Señora, disculpe, nosotros también tenemos sangre.
Veterinaria: ¿Pero qué te pensás que tienen ellos [los cartoneros] en las venas y las arterias?
Proteccionista: (dirigiéndose al cartonero) No pueden tirar [los caballos] del carro. ¡Tienen que tirar ustedes!
Cartonero: Señora, disculpe, nosotros también tenemos sangre.
Philippe
Descola sintetiza este tipo de problemas con la necesaria delicadeza:
«Muchos de los malentendidos llamados ‘culturales’, a veces cómicos, a
veces trágicos, son producto de que los diversos colectivos que pueblan
la Tierra no comprenden verdaderamente las cuestiones fundamentales que
impulsan a moverse a los otros colectivos»19.
Vimos recién que, mientras los proteccionistas buscan reemplazar al
caballo de carro por juzgarlo un animal noble, el carrero redobla la
apuesta argumentando que este es parte de su familia. Una identificación
en apariencia similar de animalistas y carreros con el caballo –que se
sintetiza en considerar a este último un pariente– se articula con
diferentes modos de relación: los primeros rescatan a los equinos, los
segundos los utilizan para trabajar. Y es que un modo de identificación
no define a priori un modo de relación, como advierte Descola:
cada
una de las fórmulas ontológicas, cosmológicas y sociológicas que la
identificación hace posible es, en sí misma, capaz de ofrecer un soporte
a varios tipos de relación, que no derivan automáticamente, por
consiguiente, de la mera posición que ocupa el objeto identificado ni de
las propiedades que se le otorgan. Por ejemplo, considerar a un animal
como una persona, y no como una cosa, no autoriza de modo alguno a
prejuzgar acerca de la relación que se entablará con él, que puede
vincularse tanto con la depredación como con la competencia o la
protección.20
Conclusiones
En este artículo exploré una porción
de la experiencia ambiental de un grupo social metropolitano:
ciudadanos que batallan contra la tracción a sangre urbana. En menor
medida, abordé de qué modo ciertos carreros impugnan estas acusaciones y
reivindican no solo su práctica laboral sino el vínculo con el animal.
En algunos casos, la definición del caballo como herramienta se completa
con la visión del animal pensado como un amigo o un hermano mayor:
animales con quienes nos unen lazos de amistad21.
Por
otra parte, los movimientos de defensa animal retoman el sufrimiento de
los caballos para constituirse como grupo y dar pie a prácticas de
protección que se materializan en denuncias policiales, incautación de
los animales maltratados y creación de santuarios o refugios. El
sufrimiento que aqueja a estos seres los vuelve, además, iguales entre
sí. La comunidad moral abarca entonces, en la creencia proteccionista, a
ciertos animales sintientes y a los humanos que realmente los comprenden.
En
el conflicto por la tracción a sangre, la práctica apreciada como
ilegal o disruptiva del espacio urbano se deduce de una supuesta
ausencia de cultura, o bien de una lisa y llana bestialidad que nos
remite a una concepción evolucionista22
de los sectores más desfavorecidos. La capacidad de simbolizar y de
producir cultura de estos sectores subalternos, ubicados en los últimos
eslabones de una escala de dignidad, es permanentemente puesta en duda.
Una concepción evolucionista inspira, en efecto, las prácticas de
incautación de los caballos de los carreros por parte de los
animalistas. Si los carreros son –para ciertos defensores del caballo–
una subespecie sin sentimientos, las acciones orientadas a su disciplinamiento responderán a esa concepción de su naturaleza problemática.
Y es que una cultura concebida como degradada estaría condenada a la repetición de sus comportamientos. Basta recordar la creencia de que el carrero, así como ejerce un maltrato sobre el caballo, extenderá naturalmente el uso de la violencia sobre su mujer e hijos.
Desde
una concepción evolucionista, el cuerpo parece la única continuidad
evidente que enlaza a los humanos «civilizados» con aquellas personas
cuya humanidad es considerada inacabada. La acusación contra los
«humanos incompletos» no solo se centra en su interioridad aparentemente
deficitaria, sino en sus cuerpos: el carrero será percibido como un obstáculo del buen funcionamiento de la vida urbana.
El
juego de espejos también involucra el destino de esos disímiles
sujetos: si el caballo de uso urbano ha de ser rescatado y trasladado a
un refugio o santuario, simétricamente el cartonero –si las penas fueran
más duras y las leyes más justas, en términos de los
activistas– debería ser confinado a la cárcel. A cada quien, pues, su
refugio, sobre la base de la dignidad que le es imputada. Bajo esta
interpretación, caballo y carrero no conforman sino las dos caras de una
moneda: víctima y victimario, inocente y culpable; refugio para el ser
noble y cárcel para el delincuente. Tal como vengo sosteniendo en diversas etnografías sobre la vida urbana contemporánea23,
la cosmovisión evolucionista permanece a la orden del día para evaluar y
prescribir moralmente los usos y ocupaciones populares considerados
indebidos, insolentes u obscenos.
¿Cómo podemos reinventar los
derechos animales en clave latinoamericana, en el marco de una ética del
cuidado y de los seres más amplia? En primer lugar, es necesario
repolitizar la cuestión animal e imaginar un ensamble de derechos
humanos, derechos animales y derechos de la naturaleza en una dirección
cosmopolítica y emancipatoria que vaya, como diría Boaventura de Sousa
Santos, más allá en el reconocimiento de los otros24.
Por
otra parte, las investigaciones y las prácticas ecofeministas tienen
mucho para enseñarnos respecto de cómo generar nuevas relaciones de
cuidado, no solo en el sentido de mantener y reparar un mundo donde
humanos y no humanos puedan vivir tan bien como sea posible como parte
de un mismo entramado vital, sino también en cuanto a contar con
aquellos participantes y asuntos que no han tenido hasta hoy éxito en
que sus inquietudes sean articuladas25."
(María Carman, 'Tensiones entre vidas animales y humanas.
Los movimientos contra la tracción a sangre', Nueva sociedad, nº 288, julio-agosto, 2020)
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