2/12/20

Cuando «Queremos acoger» va en serio... Un vecino de Torroella de Montgrí ha convertido su casa en un centro de acogida de inmigrantes, lejos de toda ayuda oficial

 "(...) A veces hay personas que hacen recuperar la fe en la humanidad, como este vecino de Torroella de Montgrí, que ha acogido en su casa más de 40 inmigrantes, la mayoría ilegales, sin hacer preguntas y sin pedir nada a cambio, sólo por el simple placer de ayudar a los necesitados. O quizá porque tiene siempre presente lo que dice al despedirse: «De este mundo no nos llevaremos nada más que nuestras obras».

La gente del pueblo, de Torroella de Montgrí, que lo conocen, le advierten que poner desconocidos dentro de casa es un riesgo, que cualquier día se llevará un susto, que no sabe qué intenciones llevan, en fin, todo lo que se suele advertir. Su respuesta es tan sencilla que desarma cualquier:

-¿Verdad que ellos tampoco me conocen  MÍ y entran en mi casa? Pues estamos igual, el mismo riesgo es para ellos que para mí.

 Y continúa acogiendo. Nunca ha sido tan cierta la frase «mi casa es su casa» como puesta en labios de Josep Riera, nacido en Torroella de Montgrí hace 77 años, en la misma casa que donde vive ahora, que ya fue de sus padres y de sus abuelos.

Es muy fácil poner en las fachadas pancartas con el «Queremos acoger», pero muy difícil es llevar este deseo a la realidad. José lo hace.

 Su historia es sencilla: si sabe de algún inmigrante que no tiene donde vivir, le abre las puertas de su casa. Así de fácil. Así de complicado. Para la modesta casa de una vieja calle del núcleo de Torroella, han pasado ya más de cuarenta inmigrantes que no tenían donde caerse muertos, que no tenían nada para comer, nadie que les diera una palabra de ánimo. La casa Josep Riera han encontrado todo esto. El periodista quiere respuestas, y para conseguirlas, debe hacer preguntas.

-José, ¿por qué lo hace esto?

-Me gusta servir. Si no sirves, de qué sirves?

 A pregunta tonta, respuesta sencilla.

Mientras nos sentamos en la mesa, entra ahora un inmigrante con una bicicleta, después uno con una cesta, tienen su propia clave, José les saluda con una sonrisa. Me cuenta que no tienen hora de llegada, son totalmente libres, como si entran a las tres de la mañana.

José ha trabajado en el campo, la construcción, en un almacén de madera, la brigada municipal, en un taller de artes gráficas ... No se ha casado nunca, la única familia que le queda es un sobrino.

-Pero habrá conocido chicas, alguna le habrá gustado alguna vez.

-Sí, pero siempre he tenido claro que me quiero dedicar al servicio a los demás, y una mujer ... Algo te hace distraer de lo otro- reflexiona con una sonrisa foteta.

 Su vocación de servicio lo llevó a ser voluntario de Cáritas durante más de treinta años. Cuando Cáritas dejó de ser parroquial y comenzó a recibir subvenciones, lo dejó. «Si recibes subvenciones, ya no estás haciendo caridad», afirma. Así que la comenzó a ejercer por su cuenta.

Todo comenzó ayudando a un inmigrante marroquí que sufría esquizofrenia y otras enfermedades. Tanto lo cuidó José, que el chico murió en sus manos. Un compañero del chico, Mohamed, quedó tan marcado de lo que le vio hacer a Josep, tan impresionado que un desconocido ofreciera a un extranjero enfermo todo lo que tenía, que años después, todavía le repite a José, con quien conserva la amistad: «Desde que te conocí, si veo un pobre ya no me quedo indiferente».

 Pero vayamos por partes: en los años 80 en Torroella de Montgrí había 4 o 5 familias necesitadas, todo el mundo las conocía y, más o menos, iban saliendo con la ayuda de unos y otros. Poco después comenzaron a llegar los primeros inmigrantes -marroquíes, en esta parte del Empordà-, los agricultores necesitaban mano de obra y no les faltaba el trabajo.

 Con el tiempo, vinieron también subsaharianos, la mayoría ilegales, y ya no había trabajo para todos. Muchos se encontraron en un país extranjero, sin papeles y sin maneras de ganarse la vida. En José les abrió la puerta de casa.

Primero, un par de marroquíes. Después se añadió un gambiano. Primeros conflictos: José explica que tuvo que poner freno a episodios de racismo.

 Lo que comenzó como una ayuda puntual, derivó en toda una casa de acogida. Josep Riera hizo obras en la casa para acondicionar como habitaciones, cámaras que tenía inutilizadas, compró camas, trabajó -una vez más- para desconocidos sin esperar nada a cambio. El resultado son habitaciones pequeñas y poco lujosas, por supuesto, pero habitaciones dignas para hombres que no tenían nada.

Pero como siempre ocurre, la autoridad y la burocracia suelen ser enemigas de la solidaridad, por más que de puertas afuera se llenan la boca con esa palabra. Aquellos hombres vivían ilegalmente en casa de José, es decir, en Torroella, es decir, en Cataluña.

Con la misma sonrisa de bonachón que poco antes me ha dicho que no me preocupe si se le enfría la comida -Me he presentado en su casa a las tres de la tarde-, admite todas las trampas que hizo.

-Para que lograran los papeles de residencia, los hacía contratos ficticios de trabajo, papeles falsos de servicio doméstico ...

 Y con ello, se presentaba en el Ayuntamiento de Torroella para empadronarlos. Los funcionarios no siempre veían con buenos ojos lo que llevaba en José entre manos, y se resistían a hacerlo porque no tenían domicilio fijo.

-Es obligatorio empadronarse? - preguntaba entonces en José.

-SI- respondía el funcionario.

-Y tener domicilio, es obligatorio por ley?

-Err ... no.

-Pues por eso mismo, ya los puede empadronarse aunque no tengan domicilio.

Al final se salía con la suya. En José tiene pinta de salirse siempre con su gracias a su mirada inocente.

 «No los quiero aburridos»

Y hasta hoy. Los que pueden, le dan poco más de 100 euros al mes, por la habitación. Los que no pueden, ya podrán algún día. O puede que no. De los ocho que viven en casa de José actualmente, cinco no pagan nada. Comparten la comida, cada uno aporta lo que puede, y la cocina. Antes el mismo José cocinaba para todos, pero la artrosis, la maldita artrosis que no le permite trabajar el huerto de la parte trasera - «esto sí que lo echo de menos» -, la aconseja tomarse las cosas con más calma. Siempre quedan los ratos de charla alrededor de la mesa.

-Una vez tuve dos muy aburridos. Yo quiero gente alegre, no me gusta la gente triste!

Un guineano empieza a hacerse la comida detrás nuestro, otro sale de su habitación, se despide de José y marcha. Volverá cuando quiera, aquí no hay normas.

-Alguna vez habrá tenido problemas, José.

-Sólo de vez en cuando alguno abusa de mi paciencia.

Hace un par de días, uno de los inquilinos vino asustado, a las tres de la mañana, después de un incidente. No había comido nada. José se levantó de la cama y le hizo cena.

-José, ¿por qué hace, esto?

-Mira, de este mundo sólo nos llevaremos nuestras obras. Yo soy creyente, y por lo tanto creo que todos somos hermanos. Si no te comportas como un creyente, todo ello de rezar y de misa son tonterías."             
    (Albert Soler, Diari de Girona, 28/11/20)

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