4/10/22

Un rojipardo suele defender la integridad nacional española (y, más importante, la soberanía). Luego recuperar el nivel de vida de las clases populares, y mejorarlo, con legislaciones específicas para trabajo y vivienda. Cuando hablo de soberanía me refiero al sentido más amplio del término: política, territorial, digital, militar, cultural… Los dos libros que escribieron Manuel Monereo y Héctor Illueca para El Viejo Topo me parecen buenos puntos de partida (‘Por nuevo proyecto de país’ y ‘España: un proyecto de liberación’)... Tanto Podemos como Más País han fracasado porque no se puede ser un populista despreciando a las clases populares españolas, por las que no sienten ninguna simpatía y con las que no tienen ningún contacto cultural cotidiano. Por eso unos hablan de peronismo -están más cómodos con el pueblo argentino- y otros de Ken Loach, el zapatismo o las revueltas de Seattle. El problema es que no conocen Castilla, ni Extremadura, ni Murcia... la izquierda del PSOE encuentra sospechosos muchos sentimientos de la gente normal, trabajadores de barrio o de pueblo. Les incomoda que defiendas vínculos tan sencillos y naturales como querer a tu familia, a tu selección de fútbol o a tu país, por no hablar de sentir afinidad al catolicismo, que es la religión nacional y promueve valores de fraternidad que no deberían ser nunca ajenos a la izquierda

 "Víctor Lenore (Soria, 1972) es crítico cultural en Vozpópuli y cuenta con una larga trayectoria de periodista musical en diversos medios de comunicación. Autor de los ensayos Indies, hipsters y gafapastas. Crónica de una dominación cultural (2014) y Espectros de la Movida. Por qué odiar los años 80 (2018). Actualmente dirige el podcast ‘Truco o Trato’ en Subterfuge Radio.

En los últimos meses, sobre todo, espoleados por el discurso de Ana Iris Simón en La Moncloa, se ha perpetrado toda una ofensiva contra cierta nebulosa ideológica que está a caballo entre el movimiento político y el despertar cultural de una corriente al interno de la izquierda llamada ‘rojipardismo’.

La irrupción de Ana Iris y ‘Feria’ ha cambiado el debate público, sobre todo porque es una voz que habla con el corazón, mientras el resto de los discursos (casi todos) están basados en el cálculo. Ya nos advirtió Marx contra “las aguas heladas del cálculo egoísta”, que es lo que ofrece el Podemos actual, entre la decadencia, la picaresca y el esperpento. Sobre el rojipardismo, quien mejor lo ha definido es Juan Manuel de Prada en el programa de Julia Otero, donde dijo que se trata de personas normales y corrientes que nos negamos a aceptar la normalización de los sueldos de 1.200 euros y pisos de 40 metros cuadrados que nos impiden formar familias y desarrollar proyectos vitales que estaban al alcance de casi cualquiera en la España de los años setenta y ochenta (en el fondo, son reclamaciones parecidas a las del 15-M). El PSOE desguazó a fondo la seguridad de nuestro mercado laboral, deteriorando las condiciones de vida de las clases medias y populares. Quien necesite datos, que busque en Google el Informe Petras, que pagó el propio PSOE y luego escondió en un cajón.

En primer lugar, ¿cómo sintetizarías los puntos clave de esta corriente? ¿Acaso existe o se trata de un hombre de paja? Y aún más importante, ¿Por qué incomoda? ¿Por qué medios como Público, Eldiario.es, CTXT, El Salto Diario, Rebelión.org, Nueva Revolución, pero también El País o La Vanguardia cierran filas contra el peligrosísimo rojipardismo?

Un rojipardo suele defender la integridad nacional española (y, más importante, la soberanía). Luego recuperar el nivel de vida de las clases populares, y mejorarlo, con legislaciones específicas para trabajo y vivienda. Cuando hablo de soberanía me refiero al sentido más amplio del término: política, territorial, digital, militar, cultural… Los dos libros que escribieron Manuel Monereo y Héctor Illueca para El Viejo Topo me parecen buenos puntos de partida. Me refiero a ‘Por nuevo proyecto de país’ (2015) y ‘España: un proyecto de liberación’ (2017). Tanto Podemos como Más País han fracasado porque no se puede ser un populista despreciando a las clases populares españolas, por las que no sienten ninguna simpatía y con las que no tienen ningún contacto cultural cotidiano. Por eso unos hablan de peronismo -están más cómodos con el pueblo argentino- y otros de Ken Loach, el zapatismo o las revueltas de Seattle. El problema es que no conocen Castilla, ni Extremadura, ni Murcia, ni tienen el menor interés, por eso se estrellan en cada nuevos comicios fuera de Madrid. Tampoco es que conozcan mucho más el Madrid de más allá de la M-30.

Está claro que los medios progresistas han recibido con creciente hostilidad el rojipardismo (sea esto lo que sea). No diría que es un hombre de paja, sino un cajón de sastre donde meten a cualquiera que no comulgue con la izquierda ‘progre’, que yo prefiero llamar ‘izquierda caniche’ (siguiendo, una vez más, a Juan Manuel de Prada, que hace análisis muy crudos y certeros de la política nacional). El posmodernismo es una lógica cultural donde todos estamos insertos, pero ante eso podemos escoger enfrentarnos a ella o bajar el morro, que es lo que hace la izquierda caniche o domesticada. Está cristalizando un nuevo macartismo que no permite desviaciones de los dogmas progresistas, por eso muchos estamos en listas negras de las redes sociales, pero también empieza a cuajar un discurso muy potente que los ‘progres’ estigmatizan como rojipardo y que yo prefiero llamar nacional-popular. Podemos y Más Madrid son la izquierda más pija, esnob y desconectada de la calle que ha padecido este país (lo cual es una putada porque en esos movimientos hay muchos cuadros y militantes valiosos, que intentan mejorar el país de buena fe). Por eso llega una voz como Ana Iris Simón, que comparte preocupaciones con la gente común, y enseguida recibe una enorme atención y respeto (cien por cien merecida, en mi opinión). Y se ponen a rabiar y atacarla con mucha más bilis que a un neoliberal como Pedro Sánchez. Eso les retrata y no salen especialmente guapos.

También quiero decir que hay firmas de El País que ven muy exagerada la histeria contra los rojipardos y lo han expresado en sus textos: recuerdo una pieza muy bonita de Joaquín Estefanía y algunos chistes de Daniel Gascón en su último libro de la saga “Un hipster en la España vacía”. Uno de los personajes comentaba esto: “No quiero parecer un rojipardo o un neofalangista, pero la verdad es que quiero a mis padres”. En este chascarrillo hay mucha verdad: la izquierda del PSOE encuentra sospechosos muchos sentimientos de la gente normal, trabajadores de barrio o de pueblo. Les incomoda que defiendas vínculos tan sencillos y naturales como querer a tu familia, a tu selección de fútbol o a tu país, por no hablar de sentir afinidad al catolicismo, que es la religión nacional y promueve valores de fraternidad que no deberían ser nunca ajenos a la izquierda.

Esta proliferación emotivista visceral cuenta también con publicaciones monográficas bajo títulos como: ‘Los nuevos odres del nacionalismo español’, ‘Extrema derecha 2.0’, ‘Neorrancios: sobre los peligros de la nostalgia’ o ‘De los neocón a los neonazis’ que tratan de desenmascarar (siempre con lenguaje marxistizante, claro) la verdadera relación entre la extrema derecha y dicha corriente. El último dislate es el titular que definía el libro colectivo ‘Neorrancios’ como un “manual para desactivar a una izquierda que se da la mano con la extrema derecha”. ¿Crees que lograrán cancelar y perseguir lo suficiente a sus disidentes como para desactivar a dicha izquierda?

No tengo ningún problema con incluir las emociones en el debate político, de hecho, es imposible excluirlas, pero las críticas que mencionas al rojipardismo suelen ser muy flojas. Que una periodista de tendencias de la revista S Moda arremeta contra Feria, Pedro Insúa o contra mí solo puede beneficiarnos. La columnista progresista Elizabeth Duval dijo en el programa de debate Gen Playz que el libro “Neorrancios” solo había servido para promocionar esta nueva corriente nacional-popular. Tiene toda la razón.  A una escala muy pequeña, es como cuando todas las estrellas de Hollywood se unen contra Donald Trump y eso activa a sus votantes. O como cuando Rosalía comparte en Instagram una imagen con la frase “Fuck Vox” desde su avión privado y toda la cúpula del partido verde lo retuitea porque saben que les beneficia la imagen de una estrella pop sin mucho conocimiento político, y cien por cien alejada de sus problemas, diciendo a los votantes “no metas esta papeleta en la urna”.

También te digo que darse la mano con la derecha radical no me parece rechazable por sistema: si hubiese un sector de Vox favorable a subir el SMI o comprometido con que España recupere soberanía no sé qué problema hay en sentarse con ellos y avanzar en ese sentido (de hecho, yo sospecho que ese sector existe y que crecerá). La matraca del cordón sanitario se lleva aplicando en Francia desde los años noventa y el resultado ha sido un crecimiento continuado de Reagrupación Nacional, que por primera vez puede estar en el Elíseo. Me encantaría que España tuviese una derecha enraizada en los valores católicos contra la exclusión y la pobreza, partidos que se tomasen en serio lemas como “Ni un hogar sin lumbre, ni un español sin pan”. Y, sobre todo, que se enfrentase a la UE, Silicon Valley y las franquicias transnacionales para defender a los empresarios españoles, pequeños, medianos y grandes. El distributismo cristiano es un enfoque económico que podría cuajar perfectamente en España si se articula una derecha social.

¿No te da la sensación de que se ha escrito un mismo artículo en 20 medios de comunicación diferentes? De algún modo se crea un marco de sospecha sobre quienes defienden el patriotismo, la familia, el derecho a la vivienda, los derechos laborales y la estabilidad de pareja…

Machacan tres lemas de manera constante, aunque es justo admitir que nosotros hacemos lo mismo. Esto es una batalla cultural y hay que ser siempre tan pesado como el enemigo. Últimamente lo que más me jode es la hipocresía de esa izquierda que arremete contra la familia tradicional, pero vienen justamente de familias tradicionales, donde impera el apoyo mutuo. Viven de sus padres casi hasta que llega la herencia, sin apenas manchar su hoja de vida laboral con un paso por ninguna empresa privada. Un antiguo amigo marxista tiene una forma muy graciosa de explicar este fenómeno: la izquierda madrileña pasa los veinte y treinta de fiesta en Lavapiés, compartiendo juergas con precarios y migrantes, pero a la hora de emparejarse remontan como salmones la carretera de La Coruña para criar junto a otro blanco rico de los municipios con renta más alta de la comunidad (Pozuelo, Las Rozas, Las Matas, Galapagar, Collado Villalba…). Se pasan la vida diciendo que la propiedad es un robo y que hay que abolir las herencias, pero no he escuchado que ninguno renuncie a la suya para dársela al Patio Maravillas ni a Traficantes de Sueños. Lo que proponen, básicamente, es la disolución de los lazos para la gente pobre mientras ellos cultivan los suyos a la manera tradicional de la clase alta. No hay nada más parecido a un elitista de derecha que un elitista de izquierda.

Uno de los redundantes artículos que han ido apareciendo definía a los seguidores de esta corriente como los “guardianes del templo”. Resulta gracioso dado que quienes convirtieron su relato en ideología dominante es la pseudoizquierda institucional (con presupuestos antropológicos libertarios y nihilistas). ¿No son, en realidad, los Antonio Maestre, Steven Forti, Pablo Batalla, Elizabeth Duval de turno, los verdaderos guardianes del templo? Ellos son quienes desde los medios mainstream reaccionan a la reacción. Ellos prescriben valores desde su púlpito. Diego Fusaro suele citar la mítica entrevista de 1975 a Pier Paolo Pasolini en la que profetizaba una nueva inquisición que “utilizará vuestras palabras progresistas” y “sus clérigos serán clérigos de izquierda”. ¿Qué opinión te merece esta profecía? ¿Acertada o errática?

En la lista de nombres que citas creo que hay casos muy diferentes. Siento incluso admiración por Elizabeth Duval, que ha roto algunas dinámicas políticas demenciales. Me gusta que se ponga una rojigualda en su perfil de Twitter, demostrando que para la mayoría de la gente joven de izquierda esta es hace tiempo la bandera de todos. También estoy de acuerdo con ella en que la izquierda del PSOE no va a ningún sitio si se limita a vender el miedo a Vox. Y creo que es inteligente negarse a ser encasillada como activista trans. Pablo Batalla tiene algunas intuiciones interesantes, aunque en Twitter me parece muy adolescente, y le lastran tesis loquísimas como que el gol de Iniesta en Sudáfrica es un precedente de la represión policial de Cataluña el uno de octubre de 2017. 

Steven Forti carece de cualquier talento que no sea el de comisario político, pero esto tampoco lo hace tan bien porque no ha logrado cancelar nunca a nadie. Sobre Maestre, la verdad es que sospecho que sale en tantas tertulias televisivas porque a los dueños de las cadenas les conviene mostrar que la izquierda es un señor friki hiperventilado que te regaña cuando no coincides con su visión moral. Creo que alguien tan íntegro, moderno y hedonista como Pasolini se pondría muy triste con el nivel de sumisión al sistema de la izquierda española en 2022. Y, sobre todo, se enfadaría con el asco de la izquierda del PSOE hacia el pueblo llano, con el que la mayoría se sienten tan incómodos (solo hay que ver cómo han acabado todos los obreros y campesinos que pasaron por Podemos, desde Diego Cañamero a Óscar Guardingo, pasando por Alberto Rodríguez). 

¿Podrías definir sucintamente los ejes principales de la ideología woke-progre?  ¿Qué papel juegan firmas como la tuya, Diego Garrocho, Juan Soto Ivars, Hasel Paris, Esteban Hernández o Daniel Bernabé contra esto? Si Nietzsche estuviera vivo quizá no cargaría tintas contra la moral cristiana, sino contra este ethos neoliberal-posmoderno: una verdadera moral de esclavos.

El wokismo es una versión pijo-académica del puritanismo protestante anglosajón de toda la vida. En el fondo, parecen señoras burguesas preocupadas por el buen tono y las buenas costumbres. Hace poco tomaba un café con un conocido director de cine y me contaba que viaja mucho por festivales internacionales y le toca cenar en la misma mesa que directores y guionistas ‘woke’, que son los que suelen ganar los premios. Me soltó esto: “¿De qué crees que hablan entre plato y plato? Lo típico es que la directora de clase alta libanesa, que ha hecho un drama desgarrador sobre un niño mutilado por una mina antipersonas, hable sobre irse a esquiar a los Alpes o sobre lo mal que está el servicio en su dúplex de Central Park. Son las típicas burguesas de los tés de caridad de toda la vida”, lamentaba. 

La lista que mencionas me parece llena de periodistas y pensadores valiosos, algunos son amigos y a otros simplemente les admiro. De Garrocho destacaría que no solo aspira a escribir -siempre con profundidad-, sino que sé que trabaja para articular cierto asociacionismo colectivo que nos permita ser más eficaces (eso va a ser crucial). Soto Ivars, tantas veces acusado de equidistante, suele tener  posiciones muy valientes y bien argumentadas, además de su talento -que envidio- para conectar con amplias capas de la población sin rebajar el rigor de su discurso. De Hasel Paris, que es muy joven, diría que es alguien que siempre me hace pensar, esté o de acuerdo con sus textos, que algunas veces encuentro demasiado tajantes. Me parece admirable su energía para enfrentarse a los dogmas del discurso dominante (algo que nos hace muchísima falta). Esteban Hernández para mí es un maestro del sentido común, sobre todo en el análisis de las relaciones de poder social, además de quien mejor ha explicado la trágica debacle de la clase media en España (y el error de la izquierda al defender que la clase media es un espanto del que hay que deshacerse). Por último, Bernabé es un izquierdista de los de antes, con quien muchas veces no coincido y que culturalmente veo algo elitista y anglófilo, pero que ha tenido el enorme mérito de poner en el centro del debate la tesis de Hobsbawm y Mark Lilla contra las políticas de la identidad, haciendo además aportaciones propias.  Y admiro su aguante para sobrevivir a sucesivos linchamientos de la izquierda ‘cool’. 

Las pasadas elecciones de Castilla y León y el papelón de la izquierda caniche son la enésima crónica de una muerte anunciada: la de aquel bonito proyecto que pese a nacer en las calles y rebelarse contra la precariedad neoliberal se ha convertido en el primo tonto de un PSOE que se cree invencible. ¿Cuál es tu balance? ¿En qué anda despistada la izquierda oficial?

Cada vez me siento más castellano viejo (castellano pollavieja, dirán los ‘wokes’). Mi padre viene de un pequeño pueblo de Burgos, Cilleruelo de Abajo, mientras mi madre es de San Esteban de Gormaz en Soria. Pasé muchos meses allí en 2021 durante la pandemia y me fascinó lo desconectada que está la izquierda del PSOE de los problemas de esos entornos. Podemos y Más Madrid solo entienden el campo como lugar de turismo rural. En vez de incorporar al partido organizadores comunitarios que vivan en esos entornos (jóvenes agricultores, trabajadores sociales, dinamizadores culturales…) se dedicaron a mandar paracaidistas con el discurso pijiprogre de la calle Argumosa, que es donde se reúnen en Lavapiés (Madrid). Los resultados se venían venir: confieso que incluso me sorprendió que consiguieran un diputado. En vez de leer tantos pensadores anglosajones pop de moda como Mark Fisher (que tiene textos muy interesantes, pero vivió sobre todo en su burbuja ‘trendy’), ya podrían ponerse alguna vez con las novelas de Miguel Delibes, aunque les duela el retrato que hacen de urbanistas empanados como ellos (y como yo, que no me excluyo de estas categorías en absoluto).

En otro orden de cosas, alguna vez has apuntado que “la derecha tiene derecho a formarse”. Muy en contra del mantra izquierdista absurdo de que el fascismo se cura leyendo o aquel en que el intelectual sólo puede ser de izquierdas, ¿Cómo valoras la emergencia de foros de pensamiento como el Instituto Superior de Sociología Economía y Política (ISSEP) que ha sido catalogado como “la escuela de la intolerancia”?

Entre las muchas disfunciones de nuestra izquierda progre destaca el clamar por una derecha civilizada, culta y moderna a la vez que se ponen histéricos cuando un proyecto de derecha da pasos en esa dirección. ¿Cómo no va a ser buena noticia que la derecha madrileña forme a sus cuadros jóvenes entre libros de Juan Manuel de Prada, clases de la filósofa católica Mariona Gumpert y análisis tan sólidos del capitalismo moralista como los de Miguel Ángel Quintana Paz? Es muchísimo mejor que lo que había antes, que en muchos casos era una derecha que se limitaba a copiar los discursos anglosajones de “bajemos los impuestos a los ricos y la economía se reactivará sola”. Es alucinante que Manuel Borja-Villel, que presume de marxista, reciba fondos constantes para El Reina Sofía por parte de Ana Botín mientras que Quintana Paz (que podría considerarse próximo a Vox) articula algunas de las críticas más sólidas a la banquera.

Llamar a ISSEP “escuela de intolerancia” demuestra muy poca cintura porque la intolerancia es un valor que debemos cultivar, ya que muchas inercias del sistema moderno son intolerables (desde los oligopolios digitales de San Francisco a los vientres de alquiler, pasando por los desahucios de familias arrasadas por las crisis especulativas) . El propio Slavoj Zizek, un filósofo posmarxista, tiene un ensayo breve muy potente titulado ‘En defensa de la intolerancia’. Me parece triste que gran parte de la izquierda española viva apegada a un discurso endeble y oenegero (ONGs) que no sirve para relacionarse con la realidad política y social actual.

¿Qué se pierde cuando el rival no se forma intelectualmente? ¿Qué opinas de la cantidad de pensadores jóvenes que está emergiendo en las filas de una derecha cristiana iliberal? ¿Enriquece el debate público? ¿Qué papel en tu opinión debe jugar una hipotética alianza entre socialistas-comunistas-cristianos y populistas iliberales?

Me parece evidente que la energía antagonista ha cambiado de bando en los últimos años desde la izquierda hacia la derecha. Yo siempre voy a atender más a un pensador cristiano, aunque sea de derecha, que a un posmo prosistema con chapita de la Agenda 2030 como los que abundan en la izquierda madrileña (aunque por desgracia también hay cristianos con la chapita). Para mí los grandes espacios para encontrarnos son el soberanismo nacional, el antielitismo y los valores católicos. También la defensa de los servicios públicos como las bibliotecas, la atención primaria y el sistema de pensiones. Defensores de estas cosas hay en la izquierda, la derecha y en el centro reformista. También hay apolíticos de buen corazón, por supuesto. Igual incluso son mayoría.

Como editor de la sección de cultura de Vozpópuli, en qué punto crees que se encuentra la cultura española. ¿Existe un legado cultural propio que merezca ser defendido de los productos culturales anglosajonizantes o, por el contrario, debemos seguir la consigna orteguiana y mirar hacia la Europa continental? ¿Qué reivindicas tú?

Para mí es hora de mirar a América Latina y a África como países hermanos. De allí han salido formas asombrosas de autoorganización del ocio musical, por ejemplo, los soundsystems que dieron lugar al dub, el hip-hop, las raves, los sonideros mexicanos y los picós de Colombia. También debemos mirar a nuestras propias costumbres: los merenderos de las bodegas de Castilla, el poteo vasco y el botellón juvenil son también formas de autoorganizar el ocio y la relación social de manera no individualista. Nuestra música popular más potente, el flamenco, es un ejemplo de siglos de cómo los excluidos y perseguidos pueden crear sus propias formas de arte, estéticamente superiores a las burguesas. Es trágico que esté desapareciendo nuestra red de librerías, bibliotecas, cines, teatros y asociaciones culturales por culpa del arrase de cuatro corporaciones de Silicon Valley. 

En el ámbito del periodismo, ¿qué impacto tanto positivo como negativo ha comportado la incorporación masiva de las nuevas tecnologías y las lógicas de mercadotecnia? ¿Qué deriva crees que seguirán los medios de comunicación en la era de la sobreinformación digital? ¿Añoras lo analógico?

No envidio especialmente lo analógico, pero sí las condiciones del gremio en los años noventa, que es cuando yo comencé a trabajar. La llegada de Internet arruinó el periodismo escrito, destruyendo la red de quioscos y quedándose Google la inmensa mayoría del pastel publicitario. La sobreinformación es una forma de censura, mucho más sofisticada que la clásica de impedirte publicar un contenido. Es más eficaz saturar que denegar. Los medios no sé qué deriva tomarán, pero la situación de precariedad es extrema y creciente, además de depender en exceso de la publicidad corporativa e institucional, aunque sean ya migajas.

Hace poco oí decir al filósofo Ernesto Castro que (al contrario de lo que se suele pensar), el auge de las redes sociales pueden ser un caldo de cultivo propicio a la apertura de espacios para el diálogo filosófico, para la emergencia de un clima cultural renovado. De hecho, describía a las nuevas generaciones de youtubers y streamers como personas dotadas del “buen decir”, de la retórica (en el mejor de los sentidos). ¿Coincides o discrepas?

Discrepo completamente. Por supuesto, en redes sociales podemos encontrar a gente muy articulada y despierta, el propio Ernesto Castro entre ellos. El problema es un sistema social donde cada vez se achican más los espacios físicos y por eso nos vemos todos empujados a relacionarnos casi siempre en redes. Bajas al barrio y son todo franquicias, tiendas cerradas y espacios privatizados. Lo importante es recuperar esos lugares comunes, tal y como ha explicado el filósofo Fernando Broncano, en vez de centrar nuestras energías en elevar el nivel de Internet, donde al final los beneficios se los llevan siempre cuatro magnates gringos.

Por otro lado, precisamente es en estos foros donde está pujante un perfil de influencer muy cercano a posturas anarcocapitalistas. Pienso en canales como Wall Street Wolverine, UHBH, Libertad Y Lo Que Surja, LIBERTAD TV, Orden Espontáneo TV, y figuras destacadas como Miguel Anxo Bastos, Juan Ramón Rallo o el recién fallecido Antonio Escohotado. Esto me recuerda a aquello de Machado: “Haced política, porque si no la hacéis, alguien la hará por vosotros y probablemente contra vosotros”. ¿Qué daños puede provocar en la juventud un contenido que está patrocinado por casas de apuestas y agencias de inversión en bolsa? ¿Qué hay de figuras como Elxokas que han cambiado repentinamente de discurso en torno al marcharse o no a Andorra para tributar menos? ¿Crees que ese es un espacio de disputa ideológica que la izquierda antiliberal debe ocupar? ¿Sabes de algún fenómeno comunicativo -más allá de Ibai- que trabaje en esa línea? Parece que Santiago Armesilla, Guillermo del Valle, Jon Illescas y otros se han animado…

Respeto mucho que Ibai defienda pagar sus impuestos en España, pero en el fondo su figura es la de un ‘influencer’ que introduce en nuestro país las novedades de los oligopolios tecnológicos. Lo que él ofrece es una promoción constante del fútbol de élite, los videojuegos y la comida basura (que tanto anuncia). Como horizonte político, me parece poco interesante. Por supuesto hay un espacio de disputa donde se encuadran todos los nombres que citas, por los que tengo máximo respeto. Más que escoger a un Youtuber u otro como mi favorito, me parece más interesante denunciar la política de sumisión tecnológica del PP y el PSOE hacia Silicon Valley. Todo esto tiene que ver con una visión errónea de la modernidad: desde los años ochenta, en España que confunde demasiadas veces ser moderno con estar a la última de las  novedades del mercado (y poder comprarlas, claro). 

En el mundo digital todo se convierte en un enorme supermercado. En especial me interesa tu opinión respecto al supermercado del amor en la era de las Apps de citas. Zygmunt Bauman desarrollaba el concepto de “amor líquido” sugiriendo que “En una vida de continua emergencia, las relaciones virtuales superan fácilmente lo real. Es la capacidad electrónica de multiplicar los encuentros interpersonales, lo que les confiere un carácter fugaz, desechable y superficial. Las relaciones virtuales están provistas de las teclas suprimir y spam que protegen de las pesadas consecuencias (sobre todo, la pérdida de tiempo) de la interacción en profundidad”. ¿Cómo se puede revertir esta situación? Conociéndote imagino que en tu opinión el poder congregador de la música puede jugar un papel interesante…

A mi juicio, Michel Houellebecq ha hecho la crítica más clara y completa de este fenómeno, desde su novela ‘Ampliación del campo de batalla’ hasta ‘Plataforma’ y ‘Serotonina’. Las relaciones sexuales, que antes de Mayo del 68 estaban en un alto grado  ajenas al mercado, ahora son otros sector del consumo y del consumismo, con perdedores y ganadores radicales.  También es muy interesante lo que explica  JG Ballard en su libro ‘Noches de cocaína’, curiosamente situado en el Levante español. Lo que viene a decir es que vivimos narcotizados por el confort o pseudoconfort y que incluso la violencia y la enfermedad mental son preferibles a esta empanada existencial que llevamos encima. Por supuesto, una salida a esto es potenciar espacios de relación comunitaria donde la música popular puede jugar un papel importante. Te lo digo solo medio en broma: Juan Gabriel y Rocío Jurado pueden darnos una educación política antielitista tan potente como la que ofrecen Terry Eagleton y Slavoj Zizek

¿Qué tipo de relaciones se está fomentando entre los preadolescentes que tienen móvil desde hace ya tiempo? Hay, por ejemplo, una crítica feminista sugerente acerca del nocivo impacto del porno en la psique de nuestros jóvenes…

Por supuesto, la pornografía es una mierda enorme, no solo un sucedáneo de las relaciones sino un sustituto en muchos casos. Tener la fuerza de voluntad para no usarla es uno de los caminos al placer y la cordura. No rechazo la pornografía por su contenido explícito, sino porque muchas veces es un obstáculo psicológico para disfrutar del sexo real.  Las autoras feministas han hecho buenas críticas a este fenómeno, sin duda. Recuerdo el libro “Lo que esconde el agujero”, de Analía Iglesias y Marta Zein, que explica de manera muy rotunda que el porno hace peores nuestras vidas sexuales y nuestras vidas en general.

Por último, ¿con cuál de los insultos que has recibido como sinónimo de rojipardo te quedas? ¿Cuál te parece más original? ¿Cabe espacio a la reapropiación de etiquetas como “nazbol”, “tricornio”, “neorrancio”, “neofalangista” o “rojipardo”?

Una vez preguntaron a Javier Tebas, presidente de La Liga de Fútbol Española, si seguía profesando la ideología falangista. Su respuesta fue algo así como “si me preguntas si aún creo que todos los españoles deben tener una casa, educación y un trabajo pues sí, sigo pensando lo mismo que hace años”.  Si “tricornio” es no tragar los delirios de los indepes que quieren desmembrar mi país pues soy muy tricornio. “Neorrancio” también seré porque prefiero el cante plebeyo de José Menese antes que el posmoderno Niño de Elche (aunque encuentro su voz muy bonita). También prefiero a De Prada, Delibes y Ana Iris Simón antes que a la mayoría de los ensayos que arrasan en las librerías cool de Malasaña y el Raval. “Nazbol” lo acepto también porque me cae bien Limónov, aunque prefiero nacional-popular, digamos Miguel Hernández, Pasolini y Camela. Mi insulto favorito sin duda es “pollavieja”, algo complicado de rebatir porque mi aparato genital va a cumplir pronto medio siglo. Creo que debemos desconfiar de los movimientos políticos que estigmatizan a los mayores, desde la Revolución Cultural de Mao hasta Mayo del 68 o el propio partido nazi. Con todos los problemas que hay en el mundo, preocuparse por la edad avanzada de nuestros penes me parece estar muy perdido (y es triste menospreciar cualquier fuente de alegría)."                 

(Entrevista a Víctor Lenore, El Viejo Topo, Nº 412 (Mayo)

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