"Lo afirma el ensayista John Kampfner, exdirector de New Statesman.
Estos veinte años de creación de riqueza globalizada han transformado el concepto de libertad en gobiernos e individuos.
La libertad sublime es la económica: ganar dinero, conservarlo y consumir.El resto de las libertades se han sometido a este fin; te-nemos hasta dirigentes políticos que incitan a ir de compras como deber patriótico. (...)
Había nacido un conformismo cultural una mentalidad gregaria que brindaba un entorno fácil para que los poderosos actua-sen a sus anchas.Para cuando estalló la gran burbuja, las desigualdades de la economía mundial eran más que evidentes.
En Estados Unidos, en el año 2007 había mil multimillonarios, en comparación con trece en 1985.
Según la revista Forbes, desde hace años árbitro oficial de las fortunas de los súper ricos, el embriagador coctel del crecimiento económico mundial y los precios en alza de los activos creó 178 nuevos multimi-llonarios en tan solo doce meses.
"Este es el año más rico en la historia de la humanidad", declaró el fundador de la revista, Steve Forbes. (...)
En cada país los ciudadanos escogieron cuáles de esas libertades querían conservar y cuáles desechar. En cuanto a la seguridad nacional, las clases acomodadas eran ca-tegóricas con que el Estado debía asumir tantos poderes como pudiese para frenar cualquier fuerza susceptible de poner sus vidas en peligro.
Por lo tanto, cualquier supuesto extremista, extranjero o miembro de una minoría que no pareciese respetable debía cargar con todo el peso de la ley.Una de las consecuencias de la globalización -con su fusión de los gustos de los consumidores- fue un sentimiento creciente de chovinismo nacional y local.La falta de solidaridad social produjo una nueva forma de libertad individualizada.
La inmensa mayoría de los ciudadanos se volvió individualista en sus costumbres, pensamientos y prácticas cotidianas.Les dejaban actuar libremente como agentes individuales, pero sin animarles a ir más allá, lo que dejó un vacío para los líderes carismáticos, las políticas de identidad populista, trabajasen en armonía con una cultura de celebridades estúpidas. (...)
Lo que ha ocurrido es que se ha estrechado la sima entre las democracias y las autocracias. Ambas han comenzado a asumir manifestaciones de la otra, y cada una ha trazado a su conveniencia la linea que separa las libertades privadas de las públicas.
En Occidente, con la libertad de expresión considerada cada vez más como un problema por resolver y no como un derecho fundamental, con un control policial de las manifestaciones populares cada vez más severo, con más y más gente a la que hay que vigilar según el Estado, los castigos contra los que "causan problemas" ya no son algo que suene tan lejano." (El País, Domingo, 13/02/2011, p. 5, citado por El Mañana - 20 Febrero 2011)
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